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2 [Editado]

«EL PRINCIPAL SOSPECHOSO»

JESS GREEN

—Te hace ilusión, ¿no es así? —Tiene una sonrisa tonta bailando en su boca.

—¿Qué cosa?

Sus ojos se llenan de un sentimiento que sólo podría compartir si viera un unicornio danzarín.

—Saber que por ahí vendrá alguien que corromperá tu cuerpo hasta matarte.

—Jódete.

Cubre su boca amortiguando sus carcajadas.

—Sí te hace ilusión, Jess. A mí no me puedes engañar.

—¡Dije que no, carajo!

—Bueno, pero no te enojes —se disculpa, pero sigue riéndose como una posesa.

—Es la última vez que acepto quedarme a ver una tontería como esa.

—Nunca digas nunca, Jessy. No sabes lo que va a pasar. Me lo aconsejó nuestra adivina.

—Dirás: tú adivina.

—Aceptó leernos la suerte gratis, Jessy. Creo que un poquito de respeto y agradecimiento se merece, ¿no crees? —me regaña.

—Da igual.

—Ay, Dios. Mercedes tiene razón: tienes una mente tan cerrada, Jessy.

—Oye, ella no dijo que fuera de mente cerrada.

—¿Ah, no?

—¡No!

—Hum... Quizá oí mal. —Adelanta sus pasos y me deja atrás.

—¡Sí, quizá! —La alcanzo, la pesco del cuello con mi brazo y le doy coscorrones juguetones en la cabeza.

Nos reímos juntas. Le doy un beso amistoso en la mejilla, y ella me aprieta los cachetes que inflo para su entretenimiento. Hago un millón de muecas raras y curiosas y la persigo como si fuera la mismísima Luna Acosadora.

Seguimos caminando y riéndonos hasta llegar a su casa. Me despido de ella y le prometo que nos veremos mañana; claro, si es que su hermanastro no la deja inválida en la cama. Doy media vuelta y vuelvo a mi casa.

Recibo un mensaje de Papá Mike:

¿En dónde estás? ¿Vienes a casa?

Sonrío y continúo caminando por la acera.

Sí. Sana y salva. Estoy en camino.

Bloqueo el celular, y pongo un pie por delante del otro mientras juego a la cuerda floja en la acera.

Todavía es de día. Apenas son las tres de la tarde. Hubiera seguido mi plática con Lolita hasta el atardecer, pero estamos en época de exámenes y no podemos arriesgarnos a reprobar.

Desbloqueo mi celular y conecto mis audífonos.

Beautiful de Bazzi (feat. Camila Cabello), electrocuta mi cuerpo. Me muevo sin preocuparme por los vecinos que me miran con caras tipo: «¿Y a esta loca qué le pasa?». ¡Qué se jodan! De todas maneras, siempre me miran así. Y todo por ser la hija de una mujer que es adorada por cuatro hombres.

«¿Cómo supo eso la adivina?»

A lo mejor investigan a la clientela del pueblo antes de hacer su truco de Abracadabra. Les sale de maravilla el teatro que se montan con los ingenuos que pescan en la entrada de su establecimiento. Aunque, pensándolo bien, nadie nos obligó a entrar. Es más, su cartel estaba medio roto y sucio. Fue sólo un desvío, ahora que lo pienso.

Me niego a creer que fuera obra del destino. Eso no es posible.

La canción termina y me quito los audífonos. Me rasco la ceja con la uña del dedo meñique y continúo mi camino. Ya casi llego.

A lo lejos distingo un camión de mudanzas. «¿Vecinos nuevos?». Esa casa lleva desocupada desde hace años. Prácticamente desde que nos mudamos aquí hace cinco años.

«Ja, ¿quiénes serán los afortunados?», me pregunto.

A mi derecha el claxon de un auto me llama. Descubro un vidrio oscuro, de esos en los que sólo es posible ver desde el interior al exterior. La ventanilla desciende, y me encuentro con un rostro que me devuelve la sonrisa: mi hermano.

—¡Levi!

—Hermanita.

Baja del vehículo, y me envuelve en sus brazos de nadador olímpico. Mis pies no tocan el suelo.

—¡Dios, cuánto te extrañé! —Hace un año que no lo veía, sólo a través de FaceTime.

—¿Y para mí no hay abrazo?

—¿Hannah?

Me separo de él, y veo a mi hermosa, pelirroja y rizada hermana mayor, que se parece a morir a mi madre. Ella también está aquí. ¡Los dos vinieron!

—Ven a darme un abrazo, panda.

Corro hacia ella y la aprieto con fuerza. «Sus senos me lastiman».

Me alejo y tomo su mano. Hago lo mismo con Levi, y les sonrío a ambos.

—No puedo creer que estén aquí, hermanos.

—No íbamos a perdernos Acción de Gracias —dice Levi.

—Además, los papás nos llamaron —añade Hannah—. Quieren que estemos reunidos porque mamá nos quiere dar una noticia.

—¿De verdad?

—Sí.

—Oye, Jess —me llama Levi, mirando el camión de mudanzas—. ¿Quiénes son los nuevos vecinos?

Volteo y observo a dos trabajadores llevando un sofá al interior de la casa.

—No sé. Pero conociendo a mamá querrá ser la primera en darles las buenas nuevas con su pésimo pastel de manzana.

Mi hermana sufre escalofríos.

—Ay, no me lo recuerdes.

Mamá será muy buena aconsejando y resolviendo problemas, pero cocina pésimo. Hasta sufres arcadas cuando hueles lo que está en la sartén. En cambio, cuando Papá Mike o Papá Donnie cocinan u hornean... ¡Es el placer de los dioses!

—A mamá le va a dar mucho gusto verlos —digo.

—Y a mí conocer a la nueva vecina con gustos aniñados —dice mi hermano, cuando apunta con la cabeza un mueble sencillo y rosado.

—¿Y cómo sabes que ella tiene tu edad, bruto? —le pregunta Hannah.

—Esa es la prueba. —Apunta a alguien cerca del camión de mudanzas. Una chica pelinegra, bajita y menuda de mi edad está cargando una caja que tiene escrito el nombre de «Judith». Viste una sudadera negra con capucha, y pantalones militares con botas marrón.

—Es bonita —comenta mi desinteresada hermana.

—No lo suficiente —dice Levi.

Ninguna de las dos le creemos. ¡Cómo se parece a Papá Donnie!

—Sube al auto, hermanita. Te llevamos a casa.

—Nel, camino. Total, ya casi llego.

—Como quieras.

Se montan en el auto y arrancan. Me tomo mi tiempo porque me gusta tomar caminatas largas por el vecindario, oler las flores, ver los girasoles inclinados, a los conejos de la señora Betty desenterrando las zanahorias del jardín de la vieja Esmeralda, y como la vieja Esmeralda los corretea con su bastón y bata de dormir abierta... Me da risa.

Llego a mi casa. Veo el auto de mis hermanos estacionado afuera. De seguro están saludando a mi madre y demás hermanos y padres.

—¡Hola! —me saluda una mujer cuarentona de cara alargada.

—Buenas tardes, señora.

—Debes ser nuestra vecina. ¿Cuál es tu nombre?

—Jessica Green. Pero todos me llaman Jessy o Jess.

—Jessica, qué bello nombre.

—Sí, en honor a mi tía —digo orgullosa.

—Soy Michelle Lutz. Mis hijos son Dylan y Judith. Somos sus nuevos vecinos —dice en un tono agudo y emocionado.

—Me alegra.

—¡Jess! —me llama mi despampanante madre desde el pórtico, con su bonito vestido blanco y tacones de doce centímetros, bien peinada, maquillada y, de seguro, perfumada—. ¿Estás bien?

Asiento en respuesta.

—Pues entra ya, mi vida. Te estamos esperando.

Cierra la puerta, sin saludar o reparar en la nueva vecina. «Está encabronada». Oh, no. Cuando está de berrinchuda, significa que mis padres la hicieron enojar.
—Señora, la dejo. Tengo que entrar.

—Claro, mejor hacerle caso a las hermanas mayores. Que te cuento yo de las mías, porque tengo unas inaguantables que hasta parecen... ¡Dios mío! Si conocieras a mi madre estarías con una botella de vino pegada al pecho.

—¿En serio?

—Sí, y después me dan unas resacas que te rompen el cráneo y, bueno, mejor ya ni te cuento. Mejor te dejo entrar.

—Claro, señora. Pase una bonita noche.

—Igual. ¡Y hazle caso a tu hermana! —me grita cuando me ve entrar en mi casa.

El hecho de que no me sorprenda, o quiera aclarar que "mi hermana mayor" es en realidad mi madre, es por mis años de experiencia cuando conozco gente nueva. Además, nadie espera ser madre a los dieciocho años; algo que le pasó a Neferet cuando se metió con mis padres.

Suspiro y me quito los zapatos.

—¡Ya llegué! —me anuncio.

—¡Estamos aquí, hermanita! —gritan desde la sala.

Camino hacia allá. Un piano negro que le regaló mi madre, como obsequio de aniversario número siete a Mike, se hace notar, junto a un saxofón y guitarra eléctrica que le pertenecen a Electra y a Alexander. Son amantes de la música como Papá Mike.

«Reunión familiar». Papá Donnie, Mike, Allen y Jared están sentados en sillas infantiles, como si estuvieran castigados. Mi madre está de pie con las manos en las caderas y postura desafiante, delante de ellos. Mis hermanos están de pie detrás del sofá. Camino hacia ellos y ocupo mi lugar.

—¿Qué pasa? —susurro.

Electra me responde en voz bajita:

—Mamá está enojada.

Miro a Ret. Por dónde sea que la mire es hermosa. Mis padres tienen buen gusto. Y ella no se queda atrás con los hombres.

—A ver, muchachos —se refiere a mis padres—. Quiero saber: ¿quién de ustedes fue?

—¿Y ahora qué no hicimos, mujer? —le pregunta Papá Donnie, retando la inteligencia de su mujer.

«Uf. Pobre infeliz.»

—¿Quién cambió mis píldoras anticonceptivas? Alguien las modificó. Díganme quién fue.

La bomba cae en Nagasaki. Los rostros pálidos de nuestros padres, las caras de sorpresa y duda de mis hermanos, y el extraño pitido que escucho dentro de la sala mientras mi vista se vuelve borrosa... Me sorprende que Jared se atreviera a hablar con la neblina de tensión en el aire:

—No fuimos nosotros, mi vida.

—Sí, claro —bufa—. Ustedes sólo viven para embarazarme. ¿Y saben qué? Felicidades, esposos míos —les aplaude con sarcasmo—. Lo han conseguido. ¡Estoy embarazada, y ustedes tienen la culpa!

—¿Vamos a tener otro hermanito? —pregunta Alex, ilusionado.

—Sí, van a tener otra máquina de hacer popó para jugar.

—¡Qué bien! —exclama Electra.

Electra y Alexander chocan sus puños en complicidad, como si estos dos se trajeran algo entre manos.

—No, no está bien —retoma mamá—. Nada bien. Lo que hicieron sus padres fue horrible.

—Nosotros no fuimos, Belladona.

—Sigue hablando y te pondré como el principal sospechoso, Mike —advierte.

Papá Mike se encoge de hombros con una sonrisa burlona en los labios.

—Bah, no soy un aficionado. Estás enfocando tus sospechas en las personas equivocadas.

—¿Papi, no te alegra que mami esté embarazada? —le pregunta Alex.

—Claro que me alegro. ¿No ves que estoy desprendiendo felicidad por los poros?

—No lo parece.

—No juegues conmigo, Alexander.

Alex esconde los labios mientras sonríe. Es igual a Donnie cuando hace eso.

—A ver, hablen. ¿Quién fue? —exige mamá.

—Mami, ¿si es una niña podemos ponerle Zuri? Significa bonita.

—¿Y si es un niño podemos ponerle Felix? Como el Gato Felix.

Mamá los mira de reojo con una cara de sospecha.

—¿Por qué nunca dudas de los niños, Belladona? —Mike siembra la sospecha en el rostro de Ret.

—¿Qué demonios significa eso? —le pregunta.

—Vamos, ¿quién tiene motivos para embarazarte ahora que Jessy se va a la universidad el próximo año?

«Uy, la universidad. He olvidado discutir con ellos ese detalle.»

Lo he estado postergando por supervivencia básica dentro de la casa. No quiero iniciar una guerra familiar.

—¿Acaso estás echándole la culpa a los niños? —alucina.

—No a todos, Belladona. Sólo a los más pequeños —dice en un tono sugerente, señalando a Alex y a Electra con los ojos.

«Ups, atrapados.»

Mamá también los mira. Sus brazos caen derrotados, entendiéndolo todo.

—¡Electra! ¡Alexander!

Mis hermanos salen corriendo. La puerta del cuarto de Electra se cierra con fuerza, y la sala sucumbe al silencio. Mamá se pellizca el puente de la nariz, y mis padres la rodean. Papá Jared la abraza de costado, como Papá Allen; Papá Donnie le da un beso en la frente, y Papá Mike toca su vientre mientras la mira con adoración. Esa es su calma.

Sé que parte de esa ira desmedida proviene del miedo a estar embarazada. Lo que pasó con Alaska realmente la marcó, no se permitió volver a intentarlo de nuevo. A pesar de que ninguno de nosotros fue especialmente planeado, no dejó que esa posibilidad se volviera a presentar como último recurso.

Mientras ellos se quieren en silencio, sin decir una sola palabra, yo pienso en lo ruidosa que se va a volver esta casa (de nuevo, y después de tantos años) por la llegada de este bebé, o, como suele llamarlos mamá: «máquinas de hacer popó».

NOTA:
Capítulo actualizado. Yeyyy

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