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Capítulo 6.


A pasos rápidos, Bill y yo avanzamos al edificio prácticamente desolado. Con precisión, pude ver varias cámaras instaladas estratégicamente a los alrededores sobre nosotros, las cuales que debíamos evitar a toda costa. Mi anatomía vibraba energéticamente, casi presintiendo que estaba metiéndome en un aprieto del que no podría salir si era descubierta. Por otro lado, Bill permanecía tranquilo, casi imperturbable, como si infiltrarse en un recinto gubernamental para él fuese trabajo de todos los días.

Al orillarnos por la pared de concreto del plantel, avanzamos en silencio a la puerta trasera, escurriéndonos por la oscuridad que brindaba el edificio. Luego, al estar cercanos a la puerta trasera, devolví el arma a mi cinturilla y me volteé, sólo para ver los ojos verdes de Bill centelleando a través de la bruma. Empezaba a pensar que me obsesionaban un poco.

Casi imperceptiblemente, sacudí mi cabeza, ahuyentando esos pensamientos muy impropios de mí. En cambio, procedí a hablarle en voz baja.

—Bien... Debe de haber por lo menos un guardia en la entrada. Lo neutralizaré y robaré su pasaje, con él entráremos sin ser descubiertos por lo menos hasta el séptimo nivel. Lo demás lo solucionáremos para seguir después.— Le informé en un susurro concentrado.

—¿Por qué debes hacerlo tú? Se supone que esto es trabajo de ambos.— Refutó algo ansioso. Yo rodé los ojos.

—¿Prefieres hacerlo tú? Siento que tienes un increíble don de arruinarlo todo. Y eso que nisiquiera has empezado a hacer algo.— Le indiqué, sincerándome. Él soltó un bufido.

—Podría sorprenderte, si me dejaras.— Afirmó, guiñando un ojo con sarcasmo.

—Yo lo haré. Ahora quédate aquí, o harás que nos descubran.— Ordené autoritaria. Él obedeció no muy contento, y entonces le di la espalda.

Mis botas de tacón resonaron en cuanto caminé por la parte del cemento que no estaba roída por la maleza. En el camino, me deshice del abrigo que llevaba calado para protegerme del frío –irónicamente– infernal de la tierra, quedando únicamente con una camisa algo ajustada de color negro y aquellos pantalones cortos. Una vestimenta de una chica común y corriente, tal vez perdida y en busca de ayuda. Eso me ayudaría a despistar.

Caminé hacia la luz que me indicaba la ubicación de la puerta trasera. Antes de llegar, di un suspiro, sintiendo la mirada de Bill acuchillándome la espalda. Sacudí mis manos temblorosas y entonces avancé, quedando debajo del foco, en vista de todos.

Antes de avanzar dos pasos, un guardia regordete y pequeño, de no tal vez más de 50 años sacó su arma del bolsillo de sus pantalones oscuros y algo polvorientos. Me observó de pies a cabeza y habló con voz gruñona y ronca, a través de sus labios resecos y curtidos. Yo únicamente alcé las manos con un gesto desamparado en la cara.

—Señorita, no puede estar aquí.— Me informó el tipo, aún con el arma entre sus dedos.

—L-Lo siento. Me he perdido, estoy desde hace horas vagando en busca de la ciudad, pero me encuentro a la deriva.— Le dije, tartamudeando mientras avanzaba a pasos pequeños. Debía ganarme su confianza, o me clavaría un tiro entre los ojos.

Él, en cambió, no afianzó su agarre. En su rostro se podía reflejar un gran disgusto ya que no creía mi versión. Era bastante astuto; pero no lo suficiente.

Para ganarme su confianza, practiqué el truco de los cinco segundos: sonreí tímidamente en su dirección, luego, bajé la mirada arrepentida, generándole algo de lástima. Por último, suspiré, mirándolo a los ojos de nuevo compasivamente.

Al parecer, eso pareció alivianar el ambiente, ya que soltó un gruñido nimio y bajó la pistola, mirándome con escrúpulo.

—Te has perdido, ¿eh?— Dijo, agregándole a su tono algo de lascivia. Su ánimo había pasado de la agresividad a la morbosidad en cuestión de segundos; era detestable.

Conteniendo mi asco, sonreí resquebrajadamente, acercándome unos pasos, solo para actuar y terminar con ello.

Rápidamente, saqué el arma de mi cinturilla y apunté a su cabeza, retrocediendo para tenerlo en el blanco—. Lo siento.

Dicho eso, le disparé, estampándolo contra la puerta trasera del edificio. Me acerqué con agilidad a su anatomía y lo tomé por los brazos, arrastrándolo con dificultad a un lado de la puerta, en donde la maleza era cubierta por la oscuridad que el foco no alcanzaba a penetrar. Lo deseché allí, y por último, extraje el pasaje de entrada de su bolsillo, observando con asco como la sangre turbia comenzaba a escaparse de su herida craneal. Tomé firmemente el pasaje y retrocedí asqueada, percatándome de que el lugar en donde estaba no fuese visto a simple vista.

De repente, pude sentir los pasos pesados de Bill a mi lado. Al voltear para verlo, me encontré con su gesto distraído; él solo observaba al hombre postrado en el suelo con algo de burla, tal vez sin creer mi acto sanguinario. Por último, solo me miró, dando una sonrisa algo burlesca.

—Eso si que es tener mucha locura en tanta belleza.— Opinó, mirando el cuerpo una vez más. Apreté el pasaje entre mis dedos y me dirigí a la puerta de metal, con una expresión completamente neutral.

—No digas tonterías. Ahora debes concentrarte, estar adentro es como tener una trampa a cada centímetro.— Le dije, como una madre la cual advierte a su hijo sobre las travesuras.

—Claro, patrona.— Bromeó algo disgustado, tomando un mechón de mi cabello y soltándolo. Empezaba a pensar que no se tomaba enserio absolutamente nada, cosa que me fastidiaba.

—¿Podrías dejar de actuar cómo un niño? Esto es serio, Bill. Ya deja de molestar.— Dije iracunda, mirándolo mientras me cruzaba de brazos. Éramos bastante diferentes, en todos los sentidos habidos y por haber.

Él se recostó en la puerta, completamente despreocupado. Lo peor es que se veía malditamente deseable de ese modo, cosa que me hacía detestarlo.

—¿Te han dicho qué eres bastante amargada? Cielos, parece que hubiesen drenado toda tu diversión y en cambio te hubieran llenado de vejez anticipada.— Alegó.

Eso me enfureció—. Para tu información, soy demasiado divertida. Solo que este no es el momento, ni lo será nunca, así que hagámoslo antes de que me arrepienta.— Le dije, ya harta de palabrería innecesaria.

—Eres imposible, Eva.— Opinó.

—Oh, lo siento por no ser lo que esperabas, Bill. Lo pondré en la lista de cosas que no me interesan.— Le dije, dándole un golpe en el hombro.

—Supongo que en esa lista también viene incluido el ser divertida y tener algo de ánimo, ¿no?— Bromeó.

Rápidamente, ambos oímos un ruido detrás nuestro. Volteamos casi inmediatamente, y entonces percibimos voces demasiado cercanas. Debía ser una ronda diaria al edificio, con tal de mantener la seguridad en los puntos ciegos que las cámaras no podían detectar. Y, para nuestra mala suerte, estábamos más que descubiertos.

Sin siquiera pensarlo, apreté el pasaje y lo deslice por la ranura mecánica, la cual lo detectó velozmente. La puerta se deslizó, y ambos ingresamos al edificio. Al cerrarse la puerta, me recosté en ella, soltando el aliento.

De inmediato, miré a Bill entrecerrando los ojos.

—Si nos hubieran descubierto, te hubiese arrancado la lengua con mis manos.— Dije, acusándolo indirectamente de distraerme.

Él, autoritario, empezó a avanzar por el pasillo algo tibio por la calefacción, sin mirarme ni un segundo. Me crucé de brazos y avancé sin despegar mi mirada de él. Me comportaba de modo infantil, lo sabía dentro de mí, pero había algo en él que me incitaba a provocarlo.

—¿Ves algo qué te guste?— Opinó, cayendo en cuenta de que tenía mi mirada encima suyo.

Yo bufé, descontenta—. Eres imposible, Bill.

Sí, había repetido sus palabras. Quería provocarlo aún más. Lo peor, es que desconocía la razón de ello.

De sus labios rojos brotó una sonrisa insinuante. Después, me miró de reojo—. Comienza a acostumbrarte, preciosa.

Antes de poder idear una respuesta ingeniosa a eso, nuevamente pasos se oyeron más adelante, al igual que un conjunto de voces masculinas y duras. En el murmullo se oía bastante diatriba, por lo cual supuse que debían haber descubierto el cuerpo inconsciente del guardia. Eso solo significaba que estábamos en problemas.

—Los detectamos por aquí cerca, señor. Las cámaras infrarrojas muestran dos cuerpos, no pueden ir demasiado lejos.— Pude oír claramente. Maldición.

Y, por primera vez, mi cerebro se drenó por completo, dejándome sin ideas ni un plan para escapar. Devolvernos a la puerta trasera sería un suicidio, y seguir andando seria entregarnos sin más. Estábamos atrapados como animales.

Solté un chillido y retrocedí, asustada. Luego podría darme un golpe en el rostro por lucir así ante Bill, pero ahora no tenía ni la menor idea de que hacer.

—Estamos jodidos.— Opiné mirando a todos lados, sin percatarme de que Bill ya no estaba a mi lado. Al voltear, él se encontraba peligrosamente cerca. Era más alto que yo, y eso me hacía tener que alzar la cabeza para mirarlo a los ojos.

Antes de poder reaccionar, él atrapó mi mano derecha en la suya y la jaló con rapidez—. Ven conmigo. Deprisa.

Estaba de sobra decir que no confiaba en su ayuda. Bill nunca había estado en aquellas instalaciones, y aún más estúpidamente nunca había estado en la tierra. Un paso en falso nos podía costar todo, por lo cual estaba nerviosa hasta la médula. Aún así, yo no contaba con un plan B, por lo cual lo seguí sin detenerme a decir ni pío.

Él recorrió un tramo más de pasillo, acercándonos aún más a las voces. Mi corazón tembló temeroso, suponiendo que nos verían, pero antes de seguir de largo, Bill volteó por el pasillo continúo y paró en una puerta, la cual abrió con el pasaje que había robado de mis manos. Al deslizarse, nos metió a ambos al pequeño recinto, para luego dejarnos dentro.

Con alivio, me agaché, poniendo mis manos sobre mis rodillas, tomando un respiro hondamente. Eso había estado demasiado cerca, tanto que podía sentir aún el miedo erizándome la piel.

Al erguirme, observé varios implementos de aseo a mi alrededor. Estábamos en un closet de limpieza. A salvo, pero aquello no era suficiente.

—¿Qué te pareció, eh? Seguro no esperabas eso del "señor imposible".— Se burló Bill por millonésima vez, sonriente y orgulloso. Comenzaba a molestarme su humor explosivo. Eso, y que el maldito armario era demasiado pequeño. Podía sentir su respiración acelerada golpeando mi rostro, cosa que no me gustaba en lo absoluto.

—¿Qué fue eso? ¿Cómo supiste de este armario?— Interrogué desconfiada.

Él se mordió el labio al mirarme—. Tú solo agradecelo. Estamos a salvo.

—¿A salvo? Cualquiera podría entrar. ¡Además no hice todo este maldito viaje hasta acá para quedar encerrada en un closet con técnicamente un desconocido!— Me quejé subiendo la voz. Al parecer, mi humor únicamente lograba divertir a Bill.

—¿Qué tiene de malo? ¿Te pongo... nerviosa?— Insinuó, enarcando una ceja seductoramente. Como si fuera parte de su plan, se acercó un paso, quedando a unos centímetros más cerca de mi cuerpo. Mi pulso se disparó enloquecido y quise darme una cachetada: esa era exactamente la reacción que él quería lograr.

—Eso quisieras.— Le dije, cruzándome de brazos y rozando levemente su pecho. Él, en un instante, atrapó un mechón de mi cabello cercano a mi mejilla, examinándolo con detenimiento.

—Bueno, pues ahora estamos encerrados. Y quien sabe, tal vez me siento alegre por eso.— Dijo bajando considerablemente el tono de su voz, como si aquello fuese un secreto únicamente compartido para los dos.

Para cualquier mujer –no lo dudo– habría sido un sueño hecho verdad el estar tan cerca de alguien como Bill. No lo negaría, era apuesto, candente y enloquecedor. Guardaba un aura malévola que era muy difícil de sobrellevar; eso enloquecería a cualquiera, y él quería probármelo. El problema era que yo no era ni quería ser una de esas chicas. Teníamos un propósito bastante serio entre manos, y no era hora de miradas coquetas ni actos fuera de lo normal. Simplemente estábamos trabajando juntos, tenía que dejárselo claro.

Recosté mi espalda en la pared y llevé una de mis manos al pecho de Bill, quien se sorprendió ante mi toque. Lo alejé empujándolo un poco, y sonreí, consiguiendo la reacción que quería. Se había puesto algo nervioso gracias a mi tacto.

—Será mejor que recuerdes que estamos aquí solo mientras esos idiotas desaparecen. Luego, seguiremos en lo nuestro. Ahora, para de coquetear. No te llevarás nada bueno de eso.— Le advertí, bajando mi mano hasta su abdomen, y luego, dejándola caer al vacío.

Él alzó los brazos demostrando rendición, y entonces se alejó un poco, aún con el murmullo de las voces más allá del armario.

Al estar en completo silencio de nuevo, Bill se incorporó y pasó el pasaje por la pequeña apertura. Al abrirse la puerta y estar seguro de que nadie nos veía, se hizo a un lado de la puerta para que yo pudiera salir. Al hacerlo, se hizo a mi lado y posó una de sus manos en mi espalda baja, creándome una extraña sensación en el pecho. Era como satisfacción con ganas de reír, pero al mismo tiempo temor de sus intenciones. Él sí que era imposible. ¡Dios!

Al caminar, lo miré, reclamando una explicación en silencio. Como de costumbre, él simplemente sonrió, retirando su mano. Era una de esas sonrisas que alumbran en la oscuridad.

Entonces, concluyó:

—Bueno, ya veo porque dicen que lo que vale la pena nunca será fácil.

No pude evitar sonreír ante esa insinuación.

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