CAPÍTULO 2
En el interior de una caverna, un hombre se mantiene sentado, con su espalda recargada en la pared, los brazos descansando sobre sus piernas y su mente divagando. Al frente de él las llamas de su fogata parecen danzar, pero no es un baile que le interese mucho.
—Este lugar, no es mío. —Cabizbajo gira la cabeza tan solo un poco, observando una parte alejada de la cueva que el fuego apenas logra iluminar. Allí reposa un enorme brazo, sobre un charco de color negro, de piel escamosa y cuatro dedos, con enormes y afiladas garras en cada uno. El cuerpo no descansa muy lejos, puesto que aún sigue unido a la rara extremidad, pero es cubierto por las sombras—. Era de eso.
Una luz intensa se deja ver pocos segundos desde la entrada de la cueva, seguida por el estruendo de un poderoso rayo.
—Está molesto —piensa—. Pero no se atreve a bajar. No sé si es porque me está castigando...
En ese momento un sonido atronador y por mucho más aterrador que el de un trueno se escucha en la lejanía. El hombre levanta la vista; su cara está marcada, tres largas cicatrices la recorren y su ojo izquierdo ahora carece de pupila. Con un gruñido, extiende su tembloroso brazo, para así tomar el mango de su arma, apretando este con fuerza.
—O tiene demasiado miedo como para venir.
Usando su alargada arma como un bastón se levanta con dificultad del suelo. Y si su rostro lucía castigado, a su cuerpo no le iba mucho mejor. Cortes, moretones, cicatrices, una gran herida en su costado derecho aún sangrante. Las heridas eran severas y sin reposo ni tratamiento adecuado, seguramente fatales, pero más fatal era aquello que rondaba el exterior.
—Hace casi un mes me embarqué en una misión —pensó mientras daba pasos torpes—. Mi hogar estaba en peligro, mi gente enfermaba, mi familia moría de hambre, el cielo no daba gota alguna y la tierra estaba muerta —de poco en poco su andar se volvía más firme—. Los sacrificios no sirvieron, nuestra sangre estaba seca y enferma, no era una ofrenda digna. Por ello pensamos en buscar auxilio con aquel que se exilió. Fui elegido para cruzar las aguas en busca de la serpiente emplumada y rogar por su misericordia —un tambaleo casi lo regresa al suelo, obligándolo a apoyarse en una de las paredes para no caer—. Me hubiese arrancado el corazón yo mismo si eso salvaba a mi pueblo, pero cuando llegué... lo que aquí reside es maligno y mi muerte a causa de sus garras no traerá bien a nadie —Un relámpago ilumina el lugar, dejando ver una sombra que crece desde la apertura en la roca. Una silueta monstruosa, con ojos rojos como la sangre—. Si algún bien he de hacer, será salir vivo de aquí y advertir a todos nunca poner un pie en esta isla —con determinación y furia en sus ojos continúa avanzando.
En la entrada de la cueva reposa un casco adornado con plumas y cuya frente simula el pico de un águila. El guerrero lo tomó y se lo colocó, afirmando el agarre de su macuahuitl y dedicando una mirada asesina a su contrincante.
La bestia se alzó sobre el suelo para mostrar su enormidad, rugiendo con fiereza antes de correr con ansias de sangre. El valiente hombre gritó en respuesta, corriendo de igual forma, rumbo a una colisión de la que no saldrá con vida.
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