Tres días.
Desde que me separé de mi grupo.
Tres días.
He estado comiendo lo que encuentro en este bosque.
Tres noches.
En las que no reconozco las estrellas.
Tres noches.
En las que no puedo dormir, pues lo noto. Están allí, siguiéndome a la distancia, esperando a que esté indefenso para hincar sus dientes en mi carne.
Hace una semana llegué a esta isla junto a mis compañeros. Esperábamos una feroz bienvenida, queríamos un poco de acción, pero esta isla está totalmente deshabitada. Nuestra decepción fue grande, pero el viaje estaba hecho, decidimos quedarnos unos días, intentar conseguir suministros para reponer los que perdimos y ver si este lugar podía ser habitado.
Pero este lugar maldito jamás deberá ser habitado. Aquí habitan todas esas cosas que la naturaleza creó por error.
Nos atacaron, me separé de mis amigos y desde hace tres días he intentado reunirme con ellos.
Tal vez ya se marcharon y no los culparía, deben pensar que ya estoy muerto. O tal vez, los muertos son ellos, y soy todo lo que queda. De cualquier forma, intento llegar al barco, me aferro a esa esperanza para seguir avanzando.
Tres días.
En los que no saber si habrá un mañana me llevan al borde de la locura.
Tres días.
Caminando sin rumbo.
Tres noches.
Sin la certeza de que veré otro amanecer.
Tres noches.
En las que puedo oler la sangre en los hocicos y garras de esas bestias, merodeando.
Es en la mañana del cuarto día, que mis esperanzas mueren. Por fin llegué al barco, o lo que queda de él. Está hecho pedazos, inservible.
Caigo de rodillas, mi hacha aterriza en la arena. Grito desesperado, maldigo a los cuatro vientos, tres días y tres noches desperdiciados. Entonces los oigo, esas criaturas atrás de mí, lo sabían, sabían que no podía escapar, pero me mantuvieron vivo, alimentaron mi esperanza para destruirla. Lo están disfrutando.
Podrán ser quienes acaben con mi vida, pero nada ni nadie me falta al respeto de esa forma.
Tomo mi hacha y con un grito guerrero, corro hacia esas cosas, pudiendo verlas claramente por primera y última vez.
Cuando la masacre termina, un casco con dos cuernos es todo lo que queda sobre la arena, el único vestigio de un hombre muerto.
Así es como la mortal isla rinde honor a su nombre sin planes de detenerse en un futuro cercano.
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