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열 | 10 | JM

Volando, volando con toda la rapidez que sus alas le permitían.

Huyendo de aquel tenebroso ser que también era su hermano.

Y no era para menos, lo había traicionado. Había traicionado a todos los suyos.

Pero ¿Cómo había ocurrido esto?.

Él sabía desde hace varios miles de años que él no pertenecía a ese lugar, él no pertenecía al infierno, a las ardientes brasas y a los lamentos y llantos de las almas del purgatorio. Él sabía que pertenecía a otro lugar.

Eso no quería decir que ese lugar fuera el cielo, no. Los cantos celestiales y reglas de buen comportamiento tampoco pegaban con él y eso lo desesperaba, sentía que no pertenecía a ningún lugar existente en el universo.

Soltó un gran suspiro. Tal vez su destino sí era estar en ese lugar durante toda su existencia.

–¿Por qué esa cara larga?.–preguntó con gracia el hombre que había llegado.

–Nada que te interese.–respondió tajante.

–Vaya, parece que tenemos a alguien de muy mal humor.–dijo divertido.–Dejaré pasar tu insolencia por ésta vez, no quiero que vuelva a suceder Zeros.

Aquél demonio se petrificó en su lugar, su hermano podía parecer lindo a simple vista, pero la realidad era todo lo contrario. Su sola presencia le hacia sentirse inferior, diminuto.

–Lo siento, Satán.

El demonio bufó.–Sabes que no me agrada ese nombre.

–Al igual que tú sabes que no me agrada el nombre de Zeros.

–Bien, como sea.–dijo.–Regresa a los límites, Seokjin está por regresar y no quiero que entre nadie más que él a estos lares. No quiero a ningún ángel entrometido en este lugar.

–Sí, hermano.

Él sonrió.–Así está mejor, hermanito.

Se quedó de pie, mirando hacia las magníficas y resplandecientes tierras del cielo. Miraba con envidia aquellos ángeles que sonreían y cantaban con regocijo.

Sus ojos se posaron en un bello ángel, el más bello de todos los que había visto en miles de años.

Su piel era blanca, blanca como las mismas nubes en las que se encontraba parado. Sus cabellos dorados como los rayos de una puesta de sol y se miraban tan suaves, al igual que su piel, podía jurar que si la tocaba sería tan tersa como se miraba.

Pero lo que más le había atraído eran sus ojos, aquellos lindos ojos felinos lo habían atrapado. Serían su obsesión.

–¿Qué miras?.–preguntó, dirigiendo su mirada al lugar que la tenía el demonio hace unos momentos.–Mejor dicho ¿A quién miras?.–dijo con una sonrisa.

–A nadie, no miro a nadie.–dijo bajando de aquella zona para adentrarse al infierno, junto al recién llegado que lo seguía detrás.–Tan solo estaba vigilando la entrada, ya sabes que a Satán no le gusta que los ángeles intenten siquiera dar un vistazo.

–Lo sé.–dijo simple.–Tú hermano es algo especial.–el demonio soltó un pequeño gruñido.–Aunque me gruñas, él sigue y seguirá siendo tú hermano siempre, Jimin.

–¿No podrías ser tú mi hermano?.–dijo.–Te prefiero a ti mil veces más que a él.

–Me halagas, pero ya lo soy, nosotros dos somos hermanos ¿Lo recuerdas?.–dijo divertido.

–Pero solo eres mi medio hermano, no sabes la envidia que te tengo, Jin.–dijo sincero.

–¿Envidia? ¿De mí?.–preguntó con el ceño fruncido.–No veo la razón por la cual sientas envidia de mí, no creo tener nada especial, además de que mi deber no es el mejor de este lugar.

–Pero lo hago, realmente lo hago.–dijo.–Tú no eres hermano de él, eres un nefilim, sé que naciste como un demonio pero no lo eres completamente.

–Tú tampoco lo eres completamente, Jimin, lo puedo sentir.

–Por favor déjame terminar.

–Claro, continúa.

–Además de todo lo que te he dicho, hay algo que es lo que más envidio de tí en este momento.

–¿Ah sí? ¿Qué es?.–preguntó curioso.

–Que tú puedes cruzar al cielo a placer.–el contrario le miró sorprendido.

–¿Y por qué tienes tanto interés de cruzar al cielo?.–preguntó.–Yo sé que aquí no te sientes cómodo, no sientes que es tu lugar.–dijo.–Pero nunca habías tenido el deseo de cruzar al cielo.

–Yo...me he enamorado...me he enamorado de un ángel.

–¿Un ángel? ¿Estás hablando en serio? ¿Cuándo has hablado tú o siquiera estado cerca de uno?.

–Nunca, pero estoy seguro de que lo estoy, es amor a primera vista.

–¡Cállate, solamente estás diciendo estupideces!.

–No es una estupidez, jin.–retó.

–Claro que sí lo es y tú y yo lo sabemos más que bien.–dijo molesto.–Un ángel y un demonio no pueden estar juntos, nunca.

–¿Cómo puedes decir eso? ¿Qué me dices de tus padres? Ellos eran un ángel y un demonio.

–Sí, lo eran, pero dime ¿Dónde están ellos ahora? ¿Puedes responderme, Jimin?.–el nombrado bajó la mirada.–Ahora que haz recordado lo que le sucede a aquellos que rompen las reglas, quiero que nunca más vuelvas a mencionar algo así.–dijo.–Y mucho menos aquí, sabes de lo que tu hermano es capaz si sabe algo de esto.

Jimin soltó un fuerte suspiro.–Está bien.

–Bien, vamos.–dijo.–Que no quiero hacerlo esperar más, no quiero saber lo que puede hacer si tardamos más de lo que ya lo hicimos.

|•••|

–Por favor, huye conmigo.–suplicó el demonio.–Vayamos al mundo humano, escondámonos de ellos, seamos felices.

–Jimin.–tomó sus manos entre las suyas.–Tú bien sabes que no puedo hacerlo, no quiero defraudar a Dios, no quiero dañar a mi padre.

–Por favor bonito, no quiero alejarme de ti.

–Ni yo de tí, mi niño.–dijo.–Pero lo que estamos haciendo no está bien, si no nos detenemos seremos castigados.

–Lucharé, lucharé lo que sea necesario para estar a tu lado.–atrapó las mejillas del contrario en sus manos.–Dime que tú también lo harás, que tú también lucharás.

El ángel miró a los profundos ojos del contrario, haciéndole temblar.–Lo juro, juro que lucharé por nosotros, lucharé hasta que mi cuerpo no pueda más, hasta que mi existencia llegue a su fin.

El demonio depósito un rápido beso en los suaves belfos del ángel.–Y yo también lo haré, hasta que la muerte reclame mi existencia, te lo juro.

|•••|

–¡Vamos, más rápido!.–gritó el demonio.

Ángel y demonio, estaban volando con la mayor rapidez posible, sus manos entrelazadas.

El cielo y el infierno se habían vuelto en su contra, habían sido descubiertos.

Una guerra se estaba llevando a cabo, al mismo tiempo que ellos eran cazados, cazados como los animales lo eran por los hombres.

Cruzaron la entrada del infierno.

Jimin la cerró, impidiendo a los otros demonios la entrada a las tierras sagradas, cometiendo con ello, una alta traición a los suyos.

Por lo menos su amado estaba a salvo, él, no tanto.

–¡Zeros! ¡Tú no puedes estar aquí, demonio!.–una potente voz retumbó en todo el lugar.

–¡Por favor Dios!.–gritó el demonio.–Sé que no puedo estar aquí, pero te pido que perdones a tu hijo y le permitas regresar aquí.

–¡No puedo creer tanta insolencia!.–gritó molesto.–¡Ustedes han roto una de las más sagradas reglas, y aún así tienen el descaro de venir aquí a pedirme perdón!.–dijo.–Ambos serán juzgados, pero no sólo por mí ¡Satanás, te concedo la entrada a mis dominios!.

Una espesa y oscura niebla inundó el lugar. El tenebroso ser se hizo presente en el lugar, haciendo a los que seguían tomados de las manos temblar.

–Gracias viejo.–dijo ya en el lugar, miró a los dos frente a él.–Veo que su plan no resultó como esperaban.

–¿Qu-qué es lo qué planean hacer, p-padre?.–cuestionó el ángel. Pero antes de que se le diera una respuesta, una espada atravesó lo ancho de su cuerpo.

–¡No!.–gritó el demonio, arrodillándose para tomar a su amado entre sus brazos.–¿¡Por qué has hecho eso!? ¡Él era tu hijo, maldición!.

–La única manera de limpiar las faltas y pecados de mi pequeño, era la muerte.–dijo la voz con tranquilidad.–Con su muerte ha sido perdonado.

Una estruendosa carcajada inundó el lugar.–Vaya, viejo tú sí que eres increíble.–dijo Satanás.–Creo que es mi turno ¿Cierto? Debo castigar a mi pequeño hermano.

–¡Ustedes dos son iguales! ¡Los dos son unos malditos bastardos!.–gritó Jimin con lágrimas cubriendo sus ojos y mejillas, su amado desangrado entre sus brazos.

–Lo que sea.–dijo Satán rodando los ojos.–Ahora, si me permites...

–Alto.–demandó la voz, retumbando en el lugar.

–¿Qué por qué?.

–Zeros estará bajo mi mando desde ahora.

–¿Qué?.–preguntó incrédulo.–¿Me estás jodiendo? ¿Entonces para que carajos me trajiste aquí? ¡Te lo prohíbo, te lo prohíbo viejo!.

–Tú no puedes mandarme, Lucifer.

–¡No te atrevas a llamarme por ese maldito nombre! ¡Yo decidiré el castigo de Zeros!.

–Yo ya lo hice.–dijo calmo.–Ahora desaparece.–dijo haciendo al demonio esfumarse del lugar.–Ahora, mi pequeño, es tiempo de que comiences con tu nueva tarea.

–No soy tu pequeño.–soltó con odio, el cuerpo en sus brazos comenzó a desaparecer, convirtiéndose en una estela brillante.–¿¡Qué le has hecho!? ¿¡A dónde se ha ido!?.

–El a donde se ha ido no importa más.–dijo.–Como dije, es tiempo de que inicies con tu nueva tarea, mi pequeño.

|•••|

Vigilaba las calles de Seúl, ya sé había acostumbrado a desempeñar la tarea que se le había sido asignada hace varios milenios.

A decir verdad, habían veces en las que se volvía tediosa y aburrida. Su memoria ya sabía todas y cada una de las maneras posibles en las que una muerte ocurría, ninguna le causaba sorpresa.

Se sentó en la orilla de la azotea de uno de los edificios del lugar. Realmente estaba aburrido.

Sus ojos pararon en una oscura melena ¿Acaso era eso posible?. Alzó vuelo y aterrizó al otro lado de la acera, frente a aquél chico.

¿Acaso sus ojos le mentían? ¿Era esto una mala broma?. Su pequeño, su amor estaba frente a él nuevamente.

Estaba tan feliz, tan metido en sí, que no dio cuenta a lo que había sucedido. Un vehículo se estrelló contra el delgado y bello cuerpo de su chico.

Se acercó rápidamente, seguía consiente. Se dobló para quedar a la altura del cuerpo tendido, para susurrarle al oído.

–Aunque me encanta la idea de que mueras, para así estar a mi lado, aún no debes hacerlo.–dijo.–Nos vemos pronto, bonito.

Dejó una tierna caricia en la cabellera del chico y emprendió vuelo hacía el lugar de los ancianos.

Estaba seguro de que ésta era una nueva oportunidad, y no la iba a desaprovechar.

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