ೃೀ🌟ᵎ ִֶָ ⋆ ࣪.ꞌꞋ ࣪
[participante de
la Saturnalia de
TeamKny_]
— diálogos —
pensamientos
énfasis
Dear Santa Cruz
chxrrybae
♪ˎˊ˗
— "Querido Santa Cruz: para esta navidad quiero que Zenitsu tenga un novio guapo porque él es muy bueno y nos cuida mucho. Con amor, Kiyo." Ay Dios... Kiyo...
Zenitsu dobló la carta que su protegida escribió tan amorosamente y suspiró.
¿Novio? ¿Hablaba enserio?
Zenitsu jamás había tenido un novio y en parte comprendía el porqué: pasaba tanto tiempo ocupado en el orfanato y en su empleo que no tenía días libres para conocer a ese alguien.
Era triste, sí, y aún así no le molestaba lo suficiente. Consideraba que su labor con los niños era mil veces más importante.
— ¡Zenitsu, Zenitsu! ¿Vendrás a arroparnos?
— Ahora voy— sonrió el aludido.
— ¡Yei!
Los niños del orfanato tenían un lugar inamovible en su corazón.
Zenitsu subió las escaleras y halló a cada niño en su cama, cómodo y listo para escuchar un cuento y recibir su beso de buenas noches.
— ¿Qué cuento quieren que lea hoy?— inquirió revisando en la pequeña estantería al final del piso donde dormían todos los huérfanos.
— ¡Caperucita Roja!— contestó uno.
— ¡No, Ricitos de Oro!— pidió otro.
— ¡Cállate, ese cuento es horrible! ¡Ni siquiera se comen a la niña!
— ¡Horrible tu cara!
Mientras ellos peleaban Zenitsu encontró el cuento perfecto.
— ¿Qué les parece... "Un Cuento de Oso Polar"?
— ¡Sí!— vitorearon todos.
El mayor se sentó en una silla en el extremo más alejado del piso para no darle la espalda a alguno y llevó al libro consigo.
— Ejem— se aclaró la garganta— Érase una vez en el Polo Norte, allí, cerca de donde vive Santa Claus, un oso polar...
La melódica voz de Zenitsu indujo a los niños al sueño, y para el final del cuento la mayoría se había dormido.
Sólo una niña abrió perezosamente sus ojos antes de que Zenitsu se retirara.
— ¿Zenitsu?— le llamó ella.
— ¿Sí, Kiyo?— y el otro se volteó.
— ¿Le enviaste mi carta a Santa?
— Sí, ya lo hice.
— Gracias...
Si Santa existiera Zenitsu se moriría de vergüenza con semejante carta.
¡Le pidió un novio!, se suponía que debía hacerlo él (pero jamás lo haría porque era muy penoso admitir que estaba soltero a sus 23 años), ¡y encima tuvo el descaro de escribir mal "Santa Claus"!, definitivamente debería repasar el vocabulario de Kiyo para antes de volver a clases.
— Hum... ¿Kiyo?— la despertó Zenitsu.
— ¿Sí...?— contestó la niña.
— ¿Porqué le pediste eso a Santa?— la duda lo estaba carcomiendo.
No creía que estuviese tan desesperado (o solo) que hasta los niños del orfanato le tenían lástima.
— Bueno...— Kiyo frotó su ojito— Zenitsu es muy amable con nosotros, es nuestro hermano mayor... nos defiende y nos cuida mucho, creí que sería un lindo regalo que tuviese una cita con un hombre guapo que lo quiera tanto como nosotros... ¿porqué?
Enternecido, negó.
— Por nada, descansa.
— Tú también...
(...)
Más allá de su labor con los niños que adoraba con su corazón, Zenitsu tenía cero experiencia en el mundo: no tuvo novios, no había ido a la escuela, se pasó la infancia leyendo libros de matemáticas y todavía vivía en el orfanato que lo había visto llegar.
Sí, Zenitsu fue un huérfano también.
Con 23 años el doncel Zenitsu Agatsuma ya no podía ser considerado un huérfano, era un adulto hecho y derecho, en cierto modo, con total libertad para irse y construir una vida con el hombre de sus sueños, sin embargo algo lo ligaba profundamente a aquel orfanato y por ello terminó siendo el ayudante de la administradora del lugar Aoi Kanzaki.
Para los niños era un padre, para Aoi era un hermano. ¿Cómo podría alejarse de ellos?
Zenitsu era muy feliz criando niños que no tenían la oportunidad de una familia convencional, les enseñaba lo útil para la vida (tal cuál haría un padre, madre o tutor), los ayudaba con sus tareas escolares, los regañaba cuando era pertinente y celebraba sus días importantes.
Y si un niño era adoptado él lo despedía contento prometiendo volver a verse pronto.
El orfanato era su mundo, ¿porqué necesitaría un novio?, probablemente uno lo distraería de sus labores y Zenitsu jamás eligiría entre un hombre y los huérfanos, porque obviamente el hombre perdería.
No necesito un novio se dijo Lo que necesito es enviar la carta de Kiyo.
Así, Zenitsu guardó en sobres todas las cartas de los niños y las llevó al buzón de correo más cercano, regresó para limpiar el desastre de papel y pegamento y se durmió sobre la mesa del comedor.
— Zenitsu, ¡Zenitsu!- escuchó a lo lejos en su mente— ¡Zenitsu!
Y sonaba muy cerca aparentemente.
— ¡ZENITSU!
— ¡Wah! ¡Estoy despierto, estoy despierto!— el aludido se levantó de golpe— Estoy... ¡yawn!- y bostezó.
— ¿Te dormiste en la mesa otra vez? Tienes fieltro en la cara.
Perezosamente se talló un ojo, enfocó a la persona a su lado y casi le dió un infarto al distinguir a Aoi. Ella quitó de su mejilla un pedazo de fieltro blanco utilizado la noche anterior para decorar las figuras del árbol de navidad y no lucía muy contenta que digamos.
Bueno, Aoi jamás estaba contenta, sus labores la estresaban demasiado.
— Eh... sí— rió Zenitsu apenado— creo que estaba muy cansado.
— Aish— negó la administradora— como sea. Ve a lavarte y preparar el desayuno, tendrás un laaargo día en el centro comercial.
— ¿"Centro... comercial"?— parafraseó perdido. ¿De qué estaba hablando esa mujer que le inspiraba miedo y le inspiraría más si preguntaba a qué se refería?.
— Sí, centro comercial- enfatizó Aoi- ¿Te olvidaste que hoy llevarás a los niños a ver a Santa?
Y de repente el cerebro de Zenitsu hizo "¡plic!".
— ¡Ah! ¡Es cierto!— exclamó despertándose de sopetón— ¡Debo lavarme, hacer el desayuno, prepararlos y llevar sus listas de Navidad!
El chico corrió de un lado a otro desesperado, revolviendo cosas y enfrascado en sus pensamientos.
— Eh... ¿Zenitsu?- lo llamó Aoi.
— ¡Tengo que estar listo en quince o la fila será demasiado larga! ¡¿Dónde están los abrigos?!
— Zenitsu...
— ¡Y si no llevo jugos y botanas los niños morirán de hambre entre comidas! ¡¿Qué clase de persona irresponsable sería entonces?! ¡¿DONDE ESTAN LAS BOTANAS?!
— Zenitsu.
— Por Dios, por Dios, ¡Por Dios! ¡¿Porqué me quedé dormido?! ¡¿PORQUE?!
— ¡Zenitsu!
— ¡NO ALCANZARAN A VER A SANTA...!
— ¡Zenitsu escúchame por amor a la Virgen de Luján!
— ¿S-sí?
— Son las seis de la mañana, tienes tiempo de cocinar, limpiar, vestirlos y llevarlos, ¡deja de gritar porque los niños están durmiendo!
Zenitsu sorbió los mocos de su lloradera.
— Tienes razón... v-voy...
— Bien, yo iré a mi oficina. ¿Necesitas algo?
— No, gracias.
— Muy bien, avísame cuando estén por irse y te daré dinero, necesito que compres algunas cosas.
— Seguro.
— Okey, te veo más tarde.
Aoi desapareció en el pasillo del lobby y Zenitsu empezó a limpiar todo lo que no pudo en la noche, preparó el desayuno para los 50 niños (tarea nada fácil) y a las ocho y cuarto anunció el desayuno.
— ¡Sé que están despiertos, bajen ya!— había oído sus pies en el suelo de madera y su fina audición jamás mentía.
— ¡Owww!— se quejó Yuichiro Tokito, uno de los niños más grandes— no es justo, ¿cómo sabes siempre que estamos despiertos?
— Porque tiene instinto se madre, Yui— contestó Muichiro Tokito, el gemelo de Yuichiro, antes que Zenitsu mismo.
— Hum, eso tiene sentido.
— ¡No! ¡eso no es cierto!— chilló Zenitsu— ¡Yo no tengo eso!
— Sí lo tienes— lo contradijo Muichiro, y su calma avasalladora dejó sin palabras al adulto en la sala— Oh, avena, es un buen día.
Los niños desayunaron animosamente y a las nueve y media estaban abrigándose para salir a ver a Santa.
Era una mañana de 24 de diciembre muy helada, así que Zenitsu reforzó a los cincuenta huérfanos con bufandas pesadas y guantes tejidos por su habilidosa conocida Nezuko Shinazugawa.
— Esperen aquí un momento, debo ir a ver a Aoi antes de irnos.
Fue a por la administradora y ella sacó un sobre de su primer cajón a la izquierda en el escritorio.
— ¿Para?— inquirió— Porque yo supongo que esto es dinero.
— Supones bien— dijo Aoi en una sonrisa superior— Es dinero para que compres cosas como pudín navideño y etc. ¿Podrás?
— Pfff, si puedo controlar cincuenta niños frente a su mayor anhelo puedo con pudín navideño— y tocó turno del chico de sonreír orgulloso.
— Muy bien, hazlo. Mientras yo me ocuparé de los erre, e, ge, a, ele, o, ese- susurró.
No necesitó más que eso para recibir una positiva de Zenitsu y que él marchara al centro comercial para distraer a los niños en lo que Aoi traía sus regalos al orfanato.
— ¡SANTAAA!— exclamó uno y corrió directo a la fila (sorprendentemente no tan larga) enmarcada por bastones de caramelo, duendes falsos y nieve artificial.
— ¡SANTAAA!— lo siguieron los demás.
— ¡No, niños, esperen! Agh, ¡sabía que debía traer una correa!
Zenitsu los paró en la fila y los duendes, que ya los conocían, se apiadaron un año más de la "suerte" del desconocido rubio dueño de 50 mini delincuentes.
Pero no era mala suerte en absoluto, Zenitsu estaba orgulloso de que sus "hijos" pudiesen hacer las mismas cosas que los niños con padres, como ver a Santa y tener un regalo bajo el árbol.
Y los amaba con todo su corazón, se les pegara la lengua por lamer un poste congelado en la calle o no.
— ¿Quién sigue?— preguntó el elfo más cerca de Santa.
— ¡Yo! ¡Yo!
Uno a uno los huérfanos se sentaron en el regazo de Santa y pidieron sus deseos de Navidad, tocó turno de Kiyo y Zenitsu tragó preocupado.
Dios que estás en las alturas, ¡que no lo diga!
— ¿Y qué deseas para estar Navidad, pequeñita?
— Bueno... quiero una sola cosa.
Por favor, por favor no.
— Oh, ¿y qué es?
— Es muy importante que se cumpla.
¡No, no, no!
— Dime y haré lo posible.
— Es...
¡No, no, no!
— ¡Un novio para Zenitsu!
¡Me cago en todos tus muertos, Dios!
— ¿Quién es Zenitsu?
Kiyo señaló al joven rubio sufriendo una crisis mezclada con vergüenza y Santa rió.
— Bueno, se ve como una buena persona.
— ¡Es el mejor!
— ¿Y quieres que él consiga pareja?
— ¡Sí por favor! Zenitsu es el mejor hermano mayor del mundo y quiero que sea muy feliz, ¡y para eso necesita un novio guapo que lo quiera tanto como nosotros!
— Ya veo, ya veo... ¡veré qué consigo!
— ¡Yei! ¡Gracias Santa Cruz!
— De nad- ¿qué dijo?
Genial, ahora todo el mundo sabe que necesito mojar el bizcocho.
Aoi se reía de su desgracia con una taza de chocolate en mano, la cena de Noche Buena había acabado y, con todos los niños en la cama, Zenitsu le contó el penoso y peculiar deseo de Kiyo.
— Oh vamos, ¡lo dijo de buena fé!— dijo la morocha secándose una lágrima— No vas a negarme que quieres un novio.
— ¡No, no quiero! Eso me quitaría tiempo, tiempo que dedico a este sitio. ¡No voy a conseguirme un maldito novio, Aoi!
— Qué lástima...— y la aludida fingió inocencia— porque es el deseo de Navidad de un niño, y los deseos sinceros de Navidad de los niños como Kiyo siempre se hacen realidad.
— ¿Qué?— boqueó Zenitsu. Si eso era cierto estaba en un grave aprieto.
— Ajá, así que mejor búscate una ropa bonita porque estoy segura que lo próximo que tocará tu puerta será un novio guapo y fornido que te hará el amor de la cocina al dormitorio.
— ¡¿Eso era necesario?!— chilló.
Aoi se carcajeó de su expresión desencajada y le tapó la boca.
— ¡Vas a despertar a los niños, cállate!
— Idiota, no voy a tener novio, eso es ridículo. Y menos por un deseo navideño, eso es mil veces más ilógico.
— Lo que quieras, pero yo SE lo que digo.
Aoi sorbió su último trago de chocolate y dejó la taza en la mesa ratona frente a la chimenea, fue a por su abrigo y las llaves de su auto antes de que la nevada nocturna empeorara.
— Dicen que nevará como loco, ¿vas a estar bien?— preguntó Zenitsu cruzado de brazos. El espantoso reno de su suéter no dejaba que los cruzara bien.
— Claro, tengo cadenas para nieve, ni te fijes.
— Hum, bueno... descansa.
— Descansa también. Y no te olvides lo que dije.
— Créeme, me costará olvidarlo.
— ¡Eso es! ¡Feliz Navidad a todos!
— Igualmente. Ah...
Zenitsu cerró la puerta y se dejó caer contra ella, suspiró sonoramente y miró al techo de madera, todo pobremente iluminado por la luz de la chimenea.
— Novio... ¿cómo se sentirá eso?
Siempre le causó curiosidad el cosquilleo de un beso y las famosas mariposas en el estómago.
Pero la gente como yo no consigue novio, conseguimos una cogida y nos abandonan con un niño en brazos... eso es lo único que obtenemos.
No sólo un novio le parecía innecesario, le parecía peligroso.
Como doncel Zenitsu estaba absolutamente consciente de el peligro que implicaba su estado, que si ya de por sí ser mujer era razón suficiente para viajar con navaja y gas pimienta, ser doncel era otro nivel.
Un doncel era el deseo morboso de muchos hombres (y hasta mujeres) que les hacían de todo. Y de todo es de todo.
Para las noticias era un espectáculo de reportes diarios sobre donceles hallados en zanjas, prostíbulos o Dios sabrá qué.
Para Zenitsu era su peor pesadilla.
No podía simplemente ir a conocer gente si vivía con el miedo de que cualquiera era un violador, asesino o psicópata en potencia, y en su infancia había sido acosado muchas veces (afortunadamente sin llegar a mayores), por lo que una pareja quedó muy abajo en su lista de prioridades.
Cuidando a los huérfanos no le pasaría nada, anhelara hijos propios y un marido amoroso o no.
¡Toc, toc, toc!
— ¿Uh? ¿Aoi se habrá olvidado algo?
Zenitsu se levantó de su lugar en el suelo y abrió la puerta sin dudar primero, él ya daba por sentado que sería la administradora olvidándose un aviso u objeto.
— ¿Pero qué cara-...?
Luces rojas, verdes y blancas.
Bastones de caramelo como postes de luz y gente diminuta en sus adorables casas.
— ¿Dónde...?
Renos y osos polares, trineos y cascabeles flotantes.
— Debo estar alucinando.
Techos rojos en casas de gengibre, música navideña en el aire y un enorme edificio ancho y alto que iluminaba el horizonte.
Es... es...
¡La Villa de Santa!
Pero eso es imposible.
Zenitsu cerró la puerta antes de que el frío le cortara la cara y se agarró la cabeza.
— No, realmente es imposible— masculló entre dientes.
Abrió la puerta de lleno y volvió a encontrarse con la villa, colorida y agradable, y el viento helado del Polo Norte pegándole.
— No.
Y la cerró otra vez.
— ¿O sí?
La abrió.
— No, no, no.
Y la cerró de nuevo.
— Pero...
La abrió.
— ¡No!
Y la cerró.
— ¡¿Cómo es posible?!
La abrió y cerró, abrió y cerró, abrió y cerró mil veces antes de convencerse a través de sus ojos que en su maldita puerta principal estaba la Villa de Santa.
— ¡¿Cómo diablos es posible?!
— ¡Oh, el nuevo visitante!— habló una vocecita cerca del suelo— Mucho gusto, soy el vigilante. ¿Quieres pasar a nuestra villa y darte un paseo de lo más alucinante?
¿Porqué ese enano está hablando en rimas? Es... ¡estresante!
— ¿Quién eres?— inquirió severo. Zenitsu puso un gesto serio y admiró a la pequeña figura que se paró enfrente, él no era muy alto pero a su lado parecía un gigante.
— Soy el vigilante, ¿no te lo dije antes?
¡¿Porqué está hablando en rimas?!
— Creo que sí. ¿Y qué es este sitio?
— Eres menos atento de lo que esperaba, ¿necesitas un tour y una canción ensayada?
— No, gracias.
— No es nada.
Sonriente y efusivo, el enano (que presumió sería un elfo de Santa) no borró su escalofriante sonrisa y observaba a Zenitsu con aires de condescendencia.
— ¿Me dirás dónde estoy?
— El Polo Norte, mi rubio amigo, un sitio feliz donde asombramos a cada niño. ¿Cuántos años tienes? Y sé honesto conmigo.
— Veintitrés.
— ¡Oh, muy grande!— exclamó el enano sufrido— Pues lo siento, pero haber venido antes.
— ¿"Antes"? ¿De qué hablas?— trató de indagar el mayor mientras el vigilante lo empujaba de vuelta a su casa.
— Este sitio es para niños, no para adultos, este sitio es puro e intocable, no un club nocturno.
— ¡Pero si yo nunca he ido a un club!— se quejó. Cuanto más lo alejaba más quería indagar en la Villa de Santa— ¡Ay, ten más cuidado!
— Adiós, adiós, vuelve en tu próxima vida, quizás halles primero la puerta y no se te invite a la salida.
El vigilante estaba cerrando la pesada puerta de roble con todas sus fuerzas, Zenitsu se decepcionó de que algo tan maravilloso se le negara por ser adulto y suspiró echando un último vistazo a la colorida escena.
— ¡Alto ahí, Enrique!— llamó una voz detrás del vigilante— Conoces las reglas de la puerta: si se presenta frente a alguien tienes que tenerla abierta.
— ¡Pero señor, es un adulto!- se quejó Enrique.
— ¿Quieres que le diga a Santa de tu proceder abrupto?
— No, por favor, ¡él me despedirá!
— Pues compórtate y tu trabajo conservarás. Disculpa a mi empleado, querido visitante, es joven y entusiasta pero eso no es lo importante. ¿Qué te trae a nuestra villa, en esta noche maravillosa?
— Sólo abrí la puerta.
— ¡Tienes una suerte asombrosa!
Un elfo barbudo vestido como agente de aduana le sonrió y, mucho más amable que el otro, permitió a Zenitsu entrar y lo abrigó con orejeras, tapado y guantes para no morir congelado en forma de iceberg.
— ¿"Suerte"?— Zenitsu se volteó para buscar al elfo amable.
— Oh sí, pero eso se te explicará después, por ahora a movernos o se te congelarán los pies.
— ¡¿Un trineo?!— en efecto, el elfo desmontó un trineo rojo con cascabeles en los bordes de adelante— ¡Es igual al que usaba de niño!
— ¡Eso es genial, entonces será muy divertido! Sube, sube, iremos en un pestañeo.
— ¿A dónde?
— Ah... eso ya lo veremos.
Le guiñó un ojo al humano y anduvieron por las calles abarrotadas de elfos que iban y venían saliendo de tiendas hechas a su medida.
— Esta es la Villa de Santa, querido visitante, aquí vivimos los elfos felices y campantes.
— ¿Trabajan para Santa?— preguntó Zenitsu con sus ojos dorados ilusionados.
— Ya no, pero seguimos compartiendo una sociedad con él.
— ¿Son una ciudad o algo por el estilo?
— ¡Qué listo eres! Seguro que Santa te hallará muy divertido.
Se deslizaron por una colina de nieve alejándose de la villa.
— ¡YUPI...!
Y un camino de luces los recibió que a su vez parecía un pista.
— ¿Una pista?
— Para los renos de Santa.
— ¡Qué genial!
— Lo sé, ¿verdad?
El edificio en la lejanía resultó ser una mansión de madera oscura, roja y blanca, con árboles de Navidad rodeándola y un aroma a galletas de malvavisco que transportaba a Zenitsu a su más tierna infancia.
¡Ting-ting-ting~!, el elfo tocó el timbre de Santa.
— ¿Sí?— contestó alguien en el portero.
— Soy Jigoro, y traigo a un visitante lleno de gozo.
— ¡Buenas nuevas!— celebró la voz— ¡Santa estará feliz! ¿A qué esperas?
La puerta principal se abrió de par en par, Jigoro entró y Zenitsu fue detrás, la mansión era más adorable en su interior de lo que podía imaginar.
— Vaya, es enorme.
— Santa tiene un gusto... algo exorbitante.
Cuadros gigantes de escenas navideñas a través del mundo, candelabros de cristal y escaleras interminables, todo junto.
La mansión era lujosa, y al mismo tiempo cálida y amorosa.
— Ven, ven— lo apuró Jigoro— en el piso de arriba está la oficina de Santa y abajo la fábrica de juguetes tomándote ese tren.
— ¡Un tren!
Unos rieles atravesaban una de las paredes con un túnel igual a los de la realidad, con tamaño suficiente para dejar a Zenitsu pasar.
— Espera aquí, le avisaré a Santa Claus. Estará muy contento, ¡desde aquí escucho su voz!
Jigoro se adentró en un pasillo a una todavía más grande puerta, decorada de arriba a abajo con arabescos, rubíes, esmeraldas, diamantes y figurillas navideñas.
En su ausencia, Zenitsu echó un vistazo a la casa.
Todo lucía como hecho a mano, tallado por artesanos hábiles y sin escatimar en ningún detalle delicado.
El aire te hacía sonreír al respirarlo y la casa entera era genial, todo alrededor realmente evocaba la atmósfera de la Navidad.
— ¡Vaya, ya llegó un nuevo visitante por la puerta!
Una voz estruendosa apareció.
— ¡Qué asombrosa sorpresa!
Y era Santa, pero no el barbudo gordo que imaginó.
— Eh... ¿quién es usted?— Zenitsu torció la boca desconcertado.
— ¡¿Que no me conoces?!
— No.
Eso estaba claro.
— Soy Santa, niño, Santa Claus, San Nicolás, Viejo Pascuero, Papá Noel, llámame como quieras, pero soy el señor que te trae regalos gratis si fuiste bueno. ¿Fuiste bueno...?
Un imponente hombre de melena blanca impoluta y sonrisa engreída se inclinó frente a Zenitsu y lo miró directo a los ojos con sus orbes rojos intimidantes.
— Eh...
Musculoso, visibles porque el desgraciado no llevaba mangas en su traje, bien parecido, mentiría si dijera que no era el sujeto más guapo que tuvo el honor de admirar, y con una seductora voz de actor porno que le aflojaría el calzón a cualquiera.
— ¿Y bien?
No, ese no era Santa Claus. No podía serlo.
— Perdón, pero yo esperaba un gordo bonachón, no un actor de propaganda de perfume- bramó el rubio.
Para sorpresa de Zenitsu el "Santa" no se ofendió, todo lo contrario, lanzó una carcajada profunda y poderosa que casi hizo temblar la casa y se cruzó de brazos.
— ¿Y de dónde sacaste lo del gordo bonachón, chiquito?
— ¡¿Cómo que "de dónde"?!— brincó Zenitsu hecho una fiera— ¡Literalmente esa es la imagen más globalizada del mundo después de la de Jesús!, la cual es geográficamente incorrecta porque él nació en oriente y por ende debería ser de piel oscura y altura baja, ¡pero no estamos hablando de Jesús!
Santa rió por lo bajo, el chico era muy inteligente.
— Bueno, él tiene mucho que ver, literalmente yo le robé la festividad, pero no quiero hablar de Jesús, a veces me da miedo su paranoia patricídica.
— ¿Qué?
— Nada, nada. ¿Y qué haces aquí si no crees en mí?
— ¿Qué?, yo nunca dije que no creía en Santa. Bueno, no creo en Santa, pero creo que me equivoqué.
— Ajá...
— o estoy sufriendo una alucinación muy grave a causa de una contusión cerebral.
— ¡Puede ser, eso sería muy extravagante!
La palabra que menos pensaría escuchar salió de la boca de Santa y Zenitsu torció la suya.
— Sin dudas no puedo considerarte Santa.
— Lindura— dijo Santa secándose una lágrima de risa— creo que me estás confundiendo con mi padre.
— ¿Tu... padre...?— repitió el rubio.
— Sí, porque el gordo bonachón era él, no yo. Pero supongo que tuvo mucho impacto.
— Pues... eso tiene sentido— meditó.
— ¡Deja de hablar y muévete, me muero por mostrarte todo!
Santa jaló de su visitante y salieron de nuevo al frío del Polo Norte.
Quizás no tan frío ya que el cuerpo de Santa era cálido y hacía un agradable sonido a cascabeles.
— ¡Ya mueve tu trasero, maldición!
— ¡Eres demasiado mal hablado para ser Santa!
— Chupa mis bolas navideñas, rubio.
— ¡Me das asco!
(...)
La Villa de Santa era mil veces más grande de lo que Zenitsu pudo apreciar antes, con tiendas de toda clase: centro comercial, cines, restaurantes, plazas y casas habitables. Era una ciudad a tamaño escala y, aunque él entraba por mera suerte rozando el techo de los locales, Santa debía agacharse patéticamente.
— Te pasa por ser muy alto— se burló Zenitsu. Pensó haberlo dicho lo suficientemente bajo y que Santa no lo oiría, mas la audición de Santa era tan privilegiada como la suya.
— Perdón por no ser tamaño pulga. Me agrada alcanzar las mesas— sonrió el mayor con su taza de chocolate.
— ¡No soy una pulga!— se defendió Zenitsu.
— ¿Ah, no?
— ¡No! ¡Soy-! ¡Soy...! Hum... t-tamaño compacto.
— ¡"Tamaño compacto"! ¡JAJAJAJA!
Apenado, el rubio masculló unos insultos infantiles e hizo un puchero.
— Cállate.
— Oblígame.
Sin dudas él no era el Santa que esperaba. ¿Acaso Santa no era dulce, agradable y daba vibras de abuelo?, el Santa que tenía enfrente no daba vibras de eso, daba vibras de las mismas que produce un consolador.
Es demasiado atractivo.
¡No, Santa no podía ser tan atractivo!, era antinatural.
Sí, eso, antinatural.
Zenitsu no se sentía seguro cerca suyo.
— Oye— lo llamó en tono serio.
— ¿Hum?
— ¿Cómo funciona esto? Jigoro dijo que los elfos ya no trabajan haciendo juguetes.
— Ah, eso... historia élfica supongo. Ellos ya no querían trabajar en la fábrica porque, y cito, "deseaban expandir sus horizontes", así que puse ratones y fin del cuento.
Santa bebió de su taza y el rubio cabeceó.
— ¿Y porqué siguen aquí entonces?
— Magia.
— ¿Eh?— jadeó escéptico.
— Literalmente magia. Ellos necesitan MI magia. Tan simple como eso.
— Oh, ya.
El Polo Norte estaba decepcionándolo más y más.
— ¿Puedo hacerte otra pregunta?
— Las harás aunque te diga que no, ¿verdad?
— Pues sí— admitió el chico. Puso su mejor rostro de "no rompo ni un plato" y Santa se encogió divertido— ¿Qué le pasa a mi puerta? ¿Ahora es un portal espacio-tiempo o qué?
— La pregunta que todos hacen— suspiró.
— Naturalmente.
— Es una puerta mágica.
¿Hay algo que no sea mágico en este lugar? bostezó Zenitsu.
— Cada año la puerta elige a alguien al azar para que nos visite en la Noche de Navidad y pida un deseo a la Gran Estrella del Árbol de Navidad. Se aparece en la casa de una persona, si alguien la abre puede venir aquí, si nadie la abre la puerta elige a otro automáticamente. Tú la abriste así que...
— Literalmente alguien tocó mi puerta y por eso la abrí.
— Hum, qué raro— y Santa meditó un segundo con la mano en su mentón— nunca había oído de eso.
La magia era inverosímil para Zenitsu, él hallaba magia en tratar con sus seres queridos y esforzarse para cuidar de los demás, no en puertas y viajes interespaciales.
Sin embargo el hombre compartiendo mesa con él, los elfos preparando chocolate tras un mostrador y el ambiente festivo no podían ser producto de su imaginación.
¿O sí?
— ¿Me estás diciendo que ni siquiera sabes cómo funciona tu propia magia?— le echó en falta.
— ¿Y yo cuándo dije que era la mía? Esa puerta existe desde que se inventaron las puertas. No sé, ¿600 a.c?
— Eres el Santa Claus más extraño y aburrido que podría haber conocido— dijo un Zenitsu hastiado.
— ¿"Aburrido"? ¡¿"Aburrido"?!
Nada más mencionar aquella palabra Santa enloqueció.
— ¡YO NO SOY ABURRIDO, JAMAS SERE ABURRIDO!
— Ajá.
— ¡SOY SANTA CLAUS, EL SEGUNDO HOMBRE MAS FAMOSO DEL PLANETA!
— Eso no te quita lo aburrido.
— Te mostraré qué tan aburrido soy.
— Por favor hágalo amo de los elfos mágicos, me mueeero de ganas de verlo— y el rubio rodó los ojos.
— ¿Me estás probando?— aún ofendido, Santa se regodeó en un posible juego — Porque te prometo que vas a perder.
— No prometa cosas imposibles— contestó el otro chispeante— SAN-TA.
— Oh... ya verás.
Zenitsu era orgulloso.
— Ya verás...
A Santa le encantó.
Renos, y la única oportunidad que Zenitsu tuvo de acercarse a uno fue en un zoológico de mascotas y el reno casi le arrancó la mano.
— ¿Q-qué son e-esos...?
— ¿Esos? Mis renos.
Santa presumía de sus renos bien musculosos, de su pelaje chocolate lustroso y el porte de un semental.
Zenitsu se escondió detrás de Santa porque, vamos, ¿en qué mundo existe un reno mamado?
— ¡Eso no es natural!- chilló asustado.
— Claro que sí, puro cardio.
— ¡Los renos no hace cardio!
— Ahora sí. ¿Te subes?
— Ah, no— negó alejándose— yo NO me subo a esa... esa... ¡cosa ridícula!
— Oye, más respeto con mi trineo— ladró Santa— es el trabajo de un artista.
— ¡Eres un pésimo artista!
— ¡VEN Y DIMELO A LA CARA!
Zenitsu le sacó la lengua.
— ¿Le tienes miedo a mis renitos?— y Santa intentó convencerlo en plan amistoso— No pasa nada, llorón, ellos conducen mi trineo, ¿no lo sabías?
— ¡Esos no son renos, son monstruos!
Los animales, orgullosos como su dueño, bufaron furiosos por el apodo y ya estaban listos para atacar al humano cuando Santa los detuvo.
— Si no subes te patearán, ¿quieres eso?
— N-no...
— Entonces ven, te encantará, lo juro.
Le extendió una mano al menor y aguardó pacientemente a que aceptara.
— Me voy a arrepentir luego.
— No debiste abrir la boca.
Montaron al trineo rojo tuneado de un Santa salido de la regla y Zenitsu buscó desesperadamente los cinturones de seguridad o si no se negaba a despegar.
— ¿Huh, qué buscas?
— ¡Los cinturones de seguridad! ¡¿Qué no tiene esta cosa?!
— No, pero tiene portavasos.
— ¡ME VOY A BAJAR!
— ¡MUY TARDE!
Santa azotó las correas de los renos y el ruido de el aire cortándose, ruido que él amaba, se ahogó en los gritos de pánico de Zenitsu.
— ¡BAJAMEEE!
— ¡No! ¡JAJAJA!
— ¡¿QUE NO ERA "JO JO JO"?!
— ¡¿QUIÉN VERGAS SE RÍE ASÍ?!
Estabilizaron el trineo y el viaje se volvió más placentero.
— Vamos, abre los ojos, si no no disfrutarás de la vista.
— ¡Le tengo pánico a las alturas!
— Ah...— suspiró Santa— lo sé.
— ¿Eh?— y Zenitsu lo observó sorprendido— ¿cómo lo sabes?
— Soy Santa, niño, sé todo. Lo que haces, lo que dejas de hacer, si lavaste tus dientes o le robaste al vecino su periódico. Sé todo, es mi trabajo hacerlo.
Bueno, eso tiene sentido.
Después de todo Santa sabía cuándo fuiste bueno y cuándo fuiste malo.
— ¿Y qué sabes de mí?— inquirió preocupado y curioso.
— Todo.
— Eso abarca muchas cosas.
— Todo lo que te pasó desde que tu madre te trajo al mundo.
— Mejor.
No entendía si se sentía relajado (porque no necesitaba contarle nada de su vida a Santa), o invadido (su vida no era la mejor película que se le ocurriría mostrar).
— ¿Y cómo sabes esas cosas?
— Es un don. Pensando en una persona puedo revisar su historial, es como una computadora en mi cabeza.
— ¿Y no viste nada malo?
— ¿En ti? No, pero tienes el horrible hábito de morderte las uñas.
— Ay, cállate.
Santa reprimió una risa.
— Oye, no es nada malo, todos tenemos nuestras cosas.
— ¿"Tenemos"? ¿Santa tiene algo malo?
— No es necesariamente malo comerse las uñas, pero sí tengo algo, aunque no te lo puedo contar.
— ¡¿Qué?!— exclamó Zenitsu— ¡Eso no es justo! ¡Tú sabes todo de mí!
— No todo.
— ¿Eh?
— Sé lo que te pasa, pero no puedo saber lo que piensas. Veo que la gente hace cosas pero no sé el porqué. Y me da muchísima curiosidad.
— ¿Ejemplo?
— Tú.
— ¿Qué?
Los ojos de Santa se enfocaron enfrente sin aflojar las riendas ni un segundo.
— No entiendo muchas de las cosas que haces, Zenitsu— dijo sin rastros de diversión en su voz y pronunciando por primera vez el nombre del chico— realmente no las entiendo.
— ¿C-cómo cuáles?— titubeó.
— Cómo porqué evitas a las personas o porqué sigues en el orfanato.
— Bueno...— a pesar de haber comenzado a hablar Zenitsu no encontró rápido las palabras correctas para expresarse— yo me crié en el orfanato, es el único lugar que conozco, y ahí están los niños que quiero mucho, no podría abandonarlos...
— ¿Y lo de las personas?
— No lo sé, ¿miedo...?
— ¿A qué?
— a terminar muerto.
Así que eso es lo que siente siendo un doncel. Es trágico.
— ¿Y por eso te escondes en el orfanato?
— No me escondo— dijo y frunció el ceño.
— Claro que lo haces, ¿si no porqué no te vas de allí?
— Están los niños, ellos son mi mundo, son como mis hijos.
— ¿"Hijos"?
Finalmente Santa decidió ver a los ojos a Zenitsu y la tristeza que allí albergaba lo dejó sin palabras.
Ni siquiera podía afirmar que era sólo tristeza, porque la voz del rubio evidenciaba tantas cosas confusas.
— Ellos son como mis hijos, ¿sabes?, trato todos los días de darles lo que yo nunca tuve, de hacerles sentir tan amados como si tuvieran padres, que entiendan que no es necesario ser adoptados para tener un hogar y el cariño de otros.
Quizás no soy suficiente pero hago lo que puedo, me encargo de ellos día y noche para que crezcan sanos y felices.
Y sé que no está bien que me enfoque tanto en ellos y me descuide a mí mismo, pero soy inútil, soy inservible y no hay mucho que puedo hacer. Mas si puedo ayudarlos a que nunca les falte una niñez feliz, amor y comida caliente, entonces yo pondré todo mi esfuerzo en eso.
¿No es lo que importa?, usar estas manos inútiles para desvivirme por ellos.
Si puedo vivir así entonces seré feliz, ya me arreglaré con el resto.
— Zenitsu...
Tenía una sonrisa inamovible y trágica en su bonito rostro, le temblaba el labio inferior y también las manos.
— Suena ridículo pero así me siento...
Era tan hermoso. Extravagante.
— No, está bien.
Una obra de arte.
— ¿Enserio?
— Claro, no puedes evitarlo. Te ves reflejado en ellos. No creo que te preocupes por los huérfanos si tú no lo hubieses sido también.
— E-eso creo...— realmente esperaba algo diferente.
— Y no te sientas mal por no cumplir el deseo de Kiyo, ella quiere lo mejor para ti pero pronto entenderá que hay diferentes formas de estar bien, no sólo tener pareja.
— ¡¿Sabes lo de Kiyo?!
El Santa real se enteró de la carta de Kiyo. La peor humillación se hizo realidad.
— ¡Te dije que sé todo, idiota!— replicó Santa.
— ¿Ah, sí? ¡¿En qué número estoy pensando?!
— 13- dijo rápidamente.
— ¡¿Qué?! ¡¿Cómo supiste eso?! ¡dijiste que no leías la mente!
— No lo hice, es tu número favorito y lo usas de contraseña para todo.
— ... ay. Qué predecible soy.
— ¡La verdad! ¡JAJAJA!
(...)
El trineo descendió y Zenitsu bajó un poco mareado, Santa lo sostuvo y fueron adentro por la chimenea y un sofá donde descansar cómodamente.
— ¿Y cómo vuelvo a mi casa? No quiero perderme la mañana de Navidad.
Santa dejó caer su cabeza contra la de Zenitsu y suspiró con los ojos cerrados.
— Ve por la misma puerta...— respondió con escasas ganas de estar despierto.
— ¿Tienes sueño?— inquirió Zenitsu. Juraría que faltaba repartir los regalos por el mundo.
— Seeeh.
— ¿Y no tienes que volar por el mundo?
— Seeeh.
— ¿Estás esperando algo?
— Que te vayas.
— ¡Eso fue muy grosero!
El empujón que Zenitsu le dedicó a Santa lo despertó de golpe.
— No en ese sentido, enano, pero soy tu anfitrión, y no puedo irme hasta que tú te vayas primero.
— Ah, sí, cierto— rió apenado— espera... ¡¿yo no tenía que poner una estrella o algo así?!
En todo su viaje al estilo Aladdín y cafetería élfica, el rubio no vio ningún árbol especialmente grande o destacable. ¿No había venido para eso según Santa Claus?
— Ya lo hiciste— declaró él.
— ¡¿Cuándo?!
— Cuando dijiste tu deseo.
— ¿Mi... deseo?
— Sí, tu deseo de cuidar de los demás. ¿No sabías que un deseo sincero en Navidad siempre se hace realidad?
Zenitsu jadeó concentrado en los ojos granate de Santa.
— Sí, lo oí una vez...
— Pues ya ves, he ahí tu estrella. Y ya que la puerta te eligió se hará realidad.
— Y... ¿el de Kiyo?— no quería que la niña se decepcione por verlo para siempre solo.
— Bueno, no puedo obligarte a salir con alguien, Zenitsu, pero si quieres... puedo invitarte a salir yo.
— PFFF— rió de repente— ¡¿Estás invitándome a salir?!
— ¡¿De qué te ríes?!— le saltaron los cables al pascuero— ¡¿SABES CUANTAS PERSONAS QUERRIAN ESTAR EN TU LUGAR?!
— ¡No sé pero me dió risa!
— Ya, olvídalo entonces. No importa.
Santa se giró indignado (porque ser rechazado así suele ser indignante) y Zenitsu calmó su risa para hablarle.
— Oye, no te pongas así, no fue a propósito, fue espontánea— intentó menguar el golpe. Pero hasta él admitiría que no estuvo bien.
— De todos modos olvídalo.
— N-no, está bien...
Tímidamente el joven rozó la mano de Santa.
— Me parece una buena idea...
Y él lo miró de reojo.
— ¿Hablas enserio?
— Sí. Nunca tuve una cita pero... no creo que salga tan mal, ¿verdad?
— No, no creo. La Villa sigue intacta.
— Hum...
¿Contaba como que el deseo de Kiyo se cumplió? Si era así Aoi tenía muchas explicaciones que darle sobre deseos y magia.
— Zenitsu.
— ¿Ahm?
— Ya es hora de que vuelvas.
— Ah, sí...— asintió cabizbajo, el grandote le había agradado— supongo que te veré pronto, Santa.
— Tengen— corrigió el otro.
— ¿"Tengen"?— repitió Zenitsu deleitándose con cada letra— ¿Ese es tu nombre real?
— Bueno, si vamos a ir a una cita no vas a estar llamándome "Santa" todo el tiempo, ¿o sí?
— Podría.
— No lo harás.
— Desafíame.
Sería una cita espectacular contra todo pronóstico.
Y el pronóstico en su ciudad era nevado.
Las calles estaban blancas con medio metro de nieve, los noticieros recomendaban hacer muñecos y ángeles, el aire frío mantuvo la nieve intacta y a las seis AM los niños corrieron escaleras abajo a buscar sus presentes.
— ¡Regalos, regalos!— canturreaban.
— ¿Y Zenitsu?
Los niños buscaron por toda la casa a su cuidador y no lo hallaron, dejaron los regalos a un lado y estaban a punto de marcar a Aoi.
— Brrr, tengo el trasero hecho un cubo de hielo.
— ¡Zenitsu!— brincaron a sus brazos.
— ¡Wow, qué temprano!
El rubio había cerrado la puerta que lo había conducido a la más rara noche de su vida y tenía nieve hasta en las pestañas, un abrigo que nadie reconoció y las mejillas rojas como la nariz de Rodolfo el reno.
— ¿Dónde estabas?— indagó Muichiro.
— Afuera— dijo rápido para no mentir— ¿Ya abrieron sus regalos?
— Te estábamos esperando.
— ¡Pero ya estoy aquí!
— ¡YEEEI!
El suelo de la sala se llenó de papeles de colores, cintas y cajas vacías, era una avalancha de restos navideños y, cuando todos los niños tuvieron su regalo, Kiyo se acercó a Zenitsu con un sobre muy chiquito y delgado.
— ¿Oh? ¿Qué es eso?
— Mi regalo, lo trajo Santa.
Más bien Tengen.
— Veamos...
Zenitsu sacó un papel tipo nota.
— ¿Qué dice?
— Eh...— y lo leyó para sus adentros.
"Te veo el sábado 3 en el restaurant que está cerca del aeropuerto a las ocho pm. Besos, Santa ☆"
Ay Dios...
El color rojo incandescente del rostro del mayor avivó la curiosidad de la niña.
— ¡¿Qué es?!
— Nada, nada, algo personal, cosas de grandes— agitó su mano para restarle importancia.
— Owww, quería verlo...— se quejó Kiyo y se alejó— quería ver si recibiste un novio de Santa Cruz...
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⁽⁽ଘ( ˊᵕˋ )ଓ⁾⁾
El gif (imagen, realmente no sé si se mueve en sus pantallas y estoy demasiado cansado para comprobarlo) lo saqué weheartit. El fanart de Uzui es de "56" en Twitter (artista UzuZen).
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