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prólogo



La reacción de lucha o huida es una respuesta fisiológica que el organismo del ser humano destapa ante un estímulo que percibe amenazas, es una descarga del sistema nervioso autónomo simpático que te inyecta las fibras del cuerpo con la secreción de adrenalina preparándote para pelear con uñas y dientes por tu vida. A simple vista pareciera que tenemos super poderes, sin embargo, no se trata nada más que tu cuerpo haciéndote un pequeño favor para protegerte, la acción cardíaca y respiratoria incrementa, la digestión se ralentiza, las fuentes de energía metabólica se liberan con el fin de potenciar el trabajo muscular cuya tensión proporciona velocidad y fuerza adicional, las pupilas se te dilatan para ver con mayor claridad y cualquier signo de dolor desaparece temporalmente.

¿Cómo lo sé?

Porque desde los diez años se me prendió el foco para estudiar medicina y desde ese entonces me comprometí a avanzar lo más que pudiera, ahora veme aquí con dieciocho años, en menos de cuarenta y ocho horas cumpliré diecinueve, tengo la carta de admisión a una universidad privada en New York a la que no tengo la menor idea si asistiré en virtud de que ni siquiera sé con claridad si despertaré con vida mañana.

Me remuevo el casco de combate de la cabeza y lo deposito a un lado encima de la mesa del baño antes de mirarme hítamente al espejo, respiro hondo, una, dos, tres veces antes de apretar los ojos con fuerza reteniendo las lágrimas que representan el número de perdidas que hemos tenido durante las primeras horas de la batalla que se está librando a las afueras del Hotel Plaza. Me tomo el tiempo de limpiar los restos de agua con un pañuelo, nadie me puede ver deshecha cuando salga, se supone que comando este ejercito de niños menores que yo que deberían estar divirtiéndose en la escuela con sus amigos, en lugar de entregar sus vidas por una causa que nuestros progenitores se ganaron a pulso.

Miro de reojo la pantalla encendida de mi celular, las cifras que indican el número de llamadas perdidas que tengo de mi papá, papá Cas, tío Sammy, Richard, Cyra, Reece, Marian, Marcus...Me taladra el pecho que no puedo comunicarme con ninguno de ellos, no sabrán nada de mi o de mis amigos hasta que terminemos con esto.

Guardo un paquete de gasas en uno de los cajones que restó después de que Will, Eva y yo vendáramos la cortada abierta en el hombro de Iónica que la tiene desgarrándose las cuerdas vocales en la habitación que montamos como una enfermería improvisada, no sé si mi hermana está gritando a causa del dolor o reclamando porque le denegamos seguir combatiendo al menos por unas horas en lo que monitoreamos la gravedad del tajo.

Soldado y médico.

Dos roles que estoy ejerciendo sin rechistar y con honor empeñada en proteger a cada uno de mis niños, aunque las circunstancias se apañen en probar mi resistencia, buscando el más mínimo percance para quebrantarme, no pueden, no me doblego, respiro y amontono la carga en mis hombros para continuar con la frente en alto.

Mis manos entrenadas en primeros auxilios por años de preparación solitaria, se mueven con precisión quirúrgica bajo la presión del momento, administro los medicamentos que Pietro consigue haciendo acopio de los cursos de farmacología que apliqué el verano pasado y asimismo blando mi espada y agito mi látigo machacando las filas enemigas sin piedad, acudo a los llamados por refuerzos y me esmero inhumanamente por resguardarlos a todos.

Decreto órdenes instando a los campistas a mantenerse juntos, a no ceder terreno ante el enemigo, Maxi y Aaron con la Cabaña de Hefesto se apresuran a usar los cañones que recién terminaron de fabricar, Shey con la Cabaña de Deméter acepta las sugerencias de Eva acerca del empleo de nopales para tender trampas, Sejanus y mis hermanos son el séquito de espionaje e infiltración, Arely acata los trucos que le comente y se une a Percy, Gaby y Annabeth, Nina se marcha con Thalia y las cazadoras a montar guardia, trabajamos unidos extendiéndonos la mano con un objetivo en común.

Pero no todo puede ser curado.

No todas las heridas pueden cerrarse.

Levanto la mirada hacia el techo preguntándome cuántos más tendrán que caer antes de que esto termine. 

Antes de que podamos volver a la normalidad.

Si es que alguna vez podemos.

Salgo del hotel caminando con el casco nuevamente ajustado, dejo a Rhaenyra, mi pegaso, a cargo de Eva para que descanse, atravieso el umbral de la entrada y me quedo estática tomando un momento para observar el caos que se despliega ante mis ojos, la batalla ruge con una ferocidad que nunca hubiera imaginado. Monstruos y semidioses se enfrentan sin piedad, la sangre tiñe las calles de Manhattan mientras la oscuridad parece extender su dominio con cada minuto que pasa.

De repente, me percato que una sombra pasa por el rabillo de mi ojo, algo que no debería estar ahí, giro rápidamente, no hay nada, un escalofrío me encrespa la piel, una sensación que me es asquerosamente familiar.

La oscuridad, siempre acechante, siempre presente, siempre susurrando mi nombre.

—Callie...

Cierro los ojos intentando languidecer su voz, es inútil, la oscuridad tiene un poder para dejarme petrificada que me aterra los nervios. Me ha perseguido desde que tengo memoria, torturándome desde niña, mofándose de mí desde que llegué al Campamento Mestizo, una presencia constante en los momentos más desesperados.

—Callie...—La voz es suave, seductora, como un murmullo de promesas tentadoras—Di que sí.

Sacudo la cabeza intentando despejarme y es entonces cuando las imágenes comienzan a inundar mi mente. Visiones de una fuerza inconmensurable, de un poder que podría cambiar el curso de la batalla, me veo a mí misma, rodeada de sombras, invencible.

—No...—susurro mi voz apenas audible sobre el estruendo de la batalla.

Sé lo que significa ceder, lo que la oscuridad realmente quiere, no es una aliada, es una prisión, un pozo del que no hay retorno.

Abro los ojos encontrándome nuevamente en las calles de la Gran Manzana, el horror suprimido en mi pecho sigue ahí, persistente y me esfuerzo por ignorarlo. No es la primera vez que las penumbras me atormentan con esa propuesta, deduzco que soy su víctima predilecta para los juegos retorcidos que tiene planeados extendiendo los entes siniestros que trae consigo replegando al amor y la humanidad, sus opositores.

Esa fuerza macabra puede susurrar todo lo que quiera, no obstante, no dejaré que me controle.

Corro serpenteando entre los vehículos inmóviles, los mortales desparramados sumisos en los brazos de Morfeo, cadáveres inertes de jóvenes cuyo sueños han sidos arrebatados brutalmente, aprieto la mandíbula consumida por el remordimiento, el dolor y la pérdida solo alimentan mi determinación, cada vida perdida me recuerda por qué estoy aquí, por qué lucho con todas mis fuerzas.

Porque aunque la guerra sea cruel y despiadada, también sé que hay esperanza.

Porque mientras haya vida en mi cuerpo, nunca dejaré de luchar.

Y ni la vida misma será un limite para detenerme porque soy capaz de caminar entre los muertos con tal de seguir de pie en posición de combate lista para encarar lo que sea que tenga el valor de enfrentar a una persona con una voluntad de acero como la que tengo yo.

El peso de la responsabilidad aplasta mis hombros, el temor se cuela en cada rincón de mi mente, más cuando miro a esos niños, a esos jóvenes valientes que luchan a mi lado, siento una nueva oleada de fuerza.

No puedo rendirme.

No hoy.

Ni nunca.

Mis manos no se detendrán.

Mis pies no retrocederán.

En medio de la catástrofe que amenaza con engullirnos, me niego a ceder.

Cada vida que salvo. 

Cada sonrisa que logro arrancar en medio del caos, es un pequeño triunfo contra la desesperación.

Este es mi juramento;

Defender hasta el final, contra viento y marea, con un valor que supera mis propios miedos.

Oh, querido lector.

Te estarás cuestionando.

¿Cómo llegamos hasta acá?

Déjame retroceder unos cuantos años en el tiempo, cuando aún era una ingenua adolescente de quince años que no tenía ni la más remota idea de lo que me aguardaba el futuro, sujeta mi mano y recorre conmigo de nuevo los caminos que me trajeron a este día, repasa junto a mi los instantes que marcaron mi destino y me colocaron en el centro de la Gran Profecía.

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