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TERCER CAPÍTULO: ALEGRÍA

     Yūgen llevaba días así, alegre. Sus hermanos no tenían ni idea del por qué su hermana estaba tan contenta, era extraño, principalmente porque ella permanecía inexpresiva o con la mirada perdida si se encontraba en casa, la joven tampoco solía hacer o hablar mucho pero últimamente no paraba de entrenar, pintar o danzar en cualquier parte de la casa. Muchas veces Tobirama se encontraba así mismo absorto observando a su hermana, y es que Yūgen parecía haber recobrado vida. Parecía otra, incluso le dirigía la mirada en ocasiones.

Hashirama parecía contagiarse del ánimo de su hermana menor, porque parloteaba más a la hora de cenar y sonreía desmedidamente, a pesar de lo dura que estaban las cosas afuera.

El albino agradecía infinitamente lo que sea que le hubiese ocurrido a Yūgen, porque ya no parecía estar incómoda en esas paredes que la vieron crecer, ya no respondía con monosílabos y mucho menos le insultaba. Ignorarlo sí, pero palabras despectivas dirigidas hacia él ya no.

¿Tobirama seguiría agradecido si supiera que esa felicidad se debía a una pequeña nota de Madara Uchiha?

Efectivamente, hace una semana, Yūgen le dejó una carta a Madara y vio una nota —no más grade que su mano—, en la cual el azabache le halagaba y agradecía por el detalle del almuerzo. Desde esa noche, Yūgen no dejaba de sonreír.

Y sus hermanos tampoco.

Por otro lado, Izuna y Madara resolvían problemas, afinaban detalles, daban órdenes y salían de reuniones. Aunque apenas y respiraban, en sus tiempos libres bromeaban sobre ella. En los hermanos había despertado una curiosidad poderosa, se encontraban deseosos de saber quién era la persona que escribía pequeños poemas y les hacía dulces. Sí, últimamente, esa persona enviaba cartas románticas acompañadas de bocadillos. Izuna a veces se carcajeaba cuando esa descarada mujer le decía hermano y le pedía que abrazara a su amado.

—Ella es un poco misteriosa ¿no? Digo, parece un fantasma. —Izuna se encontraba en la entrada de la casa con su hermano bebiendo té.

—No, incluso los fantasmas se siente, Izuna. —Madara miraba las estrellas.

—Cierto, pero lo que quiero decir es...

—Te entiendo, es como si no existiera, como si las cartas llegasen por sí solas. —Bebió todo el té de un solo golpe— Tal vez es una técnica especial.

Izuna se acostó en el suelo y preguntó: —¿Ella te dice obscenidades?

Madara dejó de apreciar el firmamento y clavó la mirada en su hermano.

—Lo hace ¿no? Por eso te sonrojas.

—No —hizo una pausa y tomó una profunda respiración antes de continuar—, al menos que te refieras por obscenidad a que las noches estrelladas me recuerdan a tu mirada, tal vez por ello no concilio el sueño y cosas por el estilo.

—Oh. ­—Izuna no agregó más nada, aunque tuviese mil preguntas, pues no le mostraba todas las cartas y sentía curiosidad de saber qué decían.

—No sé quién es, Izuna, no recuerdo, por más que trato, algún rostro desconocido, así sea por mera casualidad. —El menor observó a su hermano, se veía perdido— no desconfío ya, a este punto, de ella. No lo hago. Pero hay noches en las que no duermo, pensando que ella vendrá y no lo hace, me pregunto si ahora mismo nos observa o algo. A veces lo olvido y la recuerdo por las mañanas, cuando veo las cartas. Sé que no es lo correcto, pero no lo detengo, esto nos puede costar muchas vidas y sigo ignorando el hecho de...

—Disfrútalo, hermano —interrumpiendo al mayor, Izuna tomó la palabra—. Siempre estamos acompañados de la muerte. La mayor parte del tiempo estamos pensando en estrategias, mejorara técnicas o crear otras. Disfruta esto hasta que se termine, hasta que ella muera, se aburra o la atrapes —El azabache pensó que su hermano diría algo pero éste sólo se quedó en silencio—, ¿Cómo crees que sea ella? Pienso que debe ser hermosísima.

—O tal vez no. No lo sé, no me hago expectativas realmente, pero es cálida. Parece una niña.

Definitivamente, Izuna no esperaba esa respuesta.

—¿Por qué mierda piensas que es una niña? Hermano, eso no...

—Hago referencia a como es. Sólo los niños son transparentes, incluso si mienten, puedes notarlo. Ella es... sí, ella es eso, no miente, algo me lo dice. Por algún motivo, a veces también me llena de nostalgia.

Él lo sabía. Alguna vez, en su vida, también fue así.

—¿Por qué? ¿Te recuerda a alguien? —curioseó el menor

—A veces, cuando es alegre y no tan romántica, sí me recuerda a alguien.

—¿A quién?

—No te voy a decir, Izuna.

—¡Vamos, cuéntamelo!

Madara se levantó en ingresó a su hogar.

­—¡Nii-san! Eres un egoísta ¿cómo no vas a decirme?, pensaba que estábamos...

Madara sonrío, mientras subía a la habitación era capaz de escuchar los reproches de su hermano, a veces Izuna se comportaba como un niño. A veces Izuna también era transparente como esa mujer.

—¿Qué demonios...? —En la ventana había un pañuelo con una carta. Se aproximó con velocidad y la leyó.

Esta era extrañamente corta, sólo decía: «Espero te guste, Madara.»

El azabache tomó el pañuelo y lo extendió, tenía lunares de diversos tamaños concentrados en una esquina que iban disminuyendo a lo largo de la tela, convirtiéndose en sólo puntadas. Al principio, Madara no comprendía. Debía admitir que tardó un poco en comprender, según él, el significado de los lunares, pero terminó sonriendo, acariciando el hilo dorado con el que fue bordada la tela negra.

Madara, aunque se sentía extrañamente alegre con el regalo, estaba batallando internamente para no desplegar un escuadrón de búsqueda para encontrar lo-que-sea. Quería seguir las palabras de su hermano, él sólo quería disfrutar el momento ¿Pero cómo hacerlo si estaban en guerra? La inquietud que se asentaba en su pecho crecía con cada carta, de igual forma una voz en su interior que le ordenaba no hacer absolutamente nada.

De algún modo, esperaba un ataque sorpresa, una mierda que permitiera una batalla sangrienta. Tal vez por eso también dejaba que el asunto siguiera su curso.

O tal vez no.

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