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SÉPTIMO CAPÍTULO: EL ALMA Y EL CUERPO

    Apenas el sol empezó a ascender, Yūgen despertó algo ansiosa y desorientada, con el corazón acelerado. Minutos después de que todo dejara de ser borrones visuales y su vista se enfocara, se sentó, aún cubierta por una manta, empezó a respirar lento, cerró sus ojos y relajó todo su cuerpo. Estaba meditando y, por instinto, fue cambiando su postura. Corrían los segundos y con ellos partían las marañas de pensamientos inconexos que estaban en su mente, dejándola vacía, en blanco. Centrándose en sí, dejó de escuchar los nítidos sonidos del bosque que la rodeaban. La tonalidad naranja que apreciaba con los ojos cerrados se desvanecía juntos a las formas azuladas abstractas. Todo era blanco ahora, como si una luz intensa estuviese frente a ella. Estaba completamente relajada, sentía cada palpitar de su corazón en todo el cuerpo, con los sentidos a flor de piel. Percibió un sonido, era ese que se producía en los oídos cuando todo parecía estar en silencio y que resulta inquietante y molesto, como un pitido, con la única diferencia que esta vez no le generaba incomodidad y tampoco le quitaba la calma —porque sí, cuando este parecía en cualquier momento se sentía ansiosa, sin saber cómo desaparecerlo—. Ahora veía un paisaje, era una imagen mental. Se sentía envuelta por la paz que en su alma despertaba por la fusión de lo que estaba visualizando y el efecto auditivo del sonido abstracto que empezaba a disminuir por la interferencia del cantar de las aves, ramas caer y animales corretear que empezaban a hacerse notar nuevamente. Cada vez, parecía más real y no un producto de su imaginación. Yūgen estaba tan absorta en sí que, sin darse cuenta, se desconectó, su cuerpo se empezó a mover por sí solo; transparentándose con cada paso que daba, hasta desvanecerse por completo junto a su presencia, como si de polvo se tratase, desapareciendo del campamento.

Lo cierto es que Yūgen ahora se estaba moviendo en ese lugar, ese sitio que visualizó y que ahora era una realidad, yendo en una dirección en específico. Algo dentro de ella, intangible, estaba tirando de su cascarón, de su cuerpo, de su contenedor que había atravesado otro plano pero que igual tocaba el mundo que consideraba ella real.

Pasado un buen rato, el cuerpo de Yūgen —o su esencia, lo que fuese que la atase a la tierra— chocó con algo, una enorme roca, haciendo que abriera los ojos.

Su consciencia volvió a tomar control de su cuerpo.

—¿Uh?

Desorientada. Perdida en un sitio completamente diferente. Más frondoso, espeso y denso en cuanto a flora se refería, poco más húmedo, más fresco, más puro, con un aura indescriptible para Yūgen; pero que sin duda, la hacía sentir plena.

Pero, ¿Dónde estaba?

Su vista se posó en la roca que estaba frente ella, luego de haber recorrido visualmente el ambiente que la rodeaba. Frunció el ceño, esa roca le generaba disonancia, no entendía porque estaba allí.

De repente, una sensación se instaló en su piel. Específicamente, sus pies.

—¡Ouch, agh, mierda! —Yūgen se quejó de un ardor que aumentaba velozmente en sus pies, se sentó en el suelo y revisó la planta de estos y vio que estaban un poco lastimados; se encontraba descalza, sin su armadura o algo para defenderse, maldijo su existencia mientras se aplicaba algo de ninjutsu médico, tenía hambre, también estaba agotada. Era extraño, había dormido bien. Tal vez porque su meditación se fue de control y ahora se encontraba quien-sabe-dónde —aunque eso no tenía sentido porque usualmente se sentía bien luego de meditar, pero era la única explicación que tenía por los momentos—.

Luego de sanar sus heridas, concentró chakra en la planta de sus pies y así generar una barrera entre en suelo y ella para no lastimarse de regreso.

—¡Ugh! Me van a matar cuando regrese —pensó en voz alta con desdén, sentada cerca de la enorme roca. Se dijo que esperaría un poco ahí, total, no percibía absolutamente nada y unos minutos de tranquilidad no tendrían nada de malo, además todavía era temprano.

Minutos más tardes, luego de divagar, otra vez, esa tonta pregunta se cruzó por su cabeza.

¿Qué hacía esa roca ahí?

Era enorme y vertical, ovalada y sus lados estaban pulidos. La miró unos segundos más ante de levantarse y revisarla. No tenía nada escrito en su superficie así que era aún más extraño, si lo tuviese, tendría más sentido. Tal vez alguien la llevó hasta ahí con algo de chakra —pensó— pero ¿Por qué?

Yūgen decidió probar algo diferente, pues sabía que algo raro había, no tenía pruebas, era solo una corazonada, pero se sentía algo inquieta, así que lo hizo; colocó ambas manos sobre el objeto inanimado y respiró hondo, exhaló extremadamente lento, hizo este mismo proceso varias veces, sin saber si funcionaria o si al menos haría algo, realmente ella no sabía qué demonios hacía, solo se estaba dejando llevar, solo quería sentir y ¿Quién sabe? Encontrar una respuesta, tal vez.

Minutos lo encontró.

Había algo.

No era chakra. En realidad, Yūgen no estaba segura, no estaba segura de cómo denominarlo. Era ¿Energía?, ¿Era correcto llamarle así? Esa sensación de calidez que llegaba cada cierto tiempo como ondas, una tras otra. Estás ondas empezaron a sincronizarse con su palpitar, llegaban a todos su cuerpo, vibrante junto a la tierra que pisaba con cada onda que le recorría.

Más. Yūgen quería más, quería saber más, ¿Que había dentro que generaba eso en su cuerpo?

—¡Mierda, mierda! —separándose, Yūgen sintió arder sus manos, abrió sus ojos de par en par; viendo la roca y maldiciendo un par de veces antes de aplicar ninjutsu médico y mirar con recelo el objeto que la lastimó, pues apenas trató de sentir, la roca se calentó. Seguía sintiendo el ardor.

Y aunque no fue consciente en el momento, algo cambió.

Yūgen, ahora alerta, decidió devolverse al campamento—Aunque no sabía bien qué camino tomar—. Usualmente ella no hacía cosas estúpidas —como lo ocurrido anteriormente—, ¡Pero no pudo contenerse! No encontraba una explicación para que esa roca estuviera allí sin siquiera haber hecho mella en el camino.

Suspiró. Se apresuró, concentró su energía y agudizó los sentidos para ubicar a sus hermanos. No los sentía ¿Qué tan lejos había ido?

Corrió a gran velocidad, kilómetros en minutos —porque aquí no sentía todo ese paso que ha estado sobre ella en sus veintitrés años— se mantuvo así, en ese ritmo por mucho tiempo pero su velocidad se empezó a lentificar.

«Algo no estaba bien» pensó.

¿Porque aún la luz del sol seguía en la misma posición que cuando llegó? Yūgen juraba que había pasado bastante tiempo —horas— para que la luz solar que se filtraba entre los árboles siguiera igual.

Miró la copa de los árboles. Sintió un hormigueo en su cuerpo, adrenalina inyectándose en su ser, recorriendo cada partícula que la componía. Miedo. Por puro impulso, Yūgen subió hasta la cima del árbol, encontrado algo completamente inesperado.

Una abrumadora oscuridad reinaba en el cielo, pintado puramente de negro, no había ni una sola estrella que lo adornará y tenía el presentimiento que si trataba de tocar el cielo sería devorada por esa inquietante e imponente negrura absoluta.

Asustada, miró hacia abajo, —determinada a bajar y huir— queriendo encontrar la manera de escapar de ahí, de tocar tierra nuevamente; pero no encontró nada, los árboles no estaban y ella ya no tenía nada que aferrarse, ¿En qué momento despareció el árbol que pisaba? sentía que flotaba.

—¿Qué? ¡No, no, no, no! ¿Otra vez estoy alucinando? Es un sueño, es un sueño, es un sueño. —estaba paralizada, repitiendo en voz alta sus pensamientos.

El pánico iba en aumento después de que ella cerrara sus ojos, tratando de "despertar", y al abrirlos seguir viendo que estaba en el mismo lugar. Cómo si esa fuera la realidad, como si no estuviera en una pesadilla

Abría y cerraba los ojos con rapidez pero nada pasaba. No podía escapar de ese lugar.

—¡Yūgen! —escuchó a lo lejos, no, en realidad, era cerca ¿O no?

—¿¡Quien está ahí!?

Al abrir los ojos, nuevamente, todo estaba oscuro, la pequeña fuente de luz que había de forma tenue ya no estaba —y que le permitía con anterioridad ver sus manos—. No había nada que mirar, ni así misma. la ansiedad se disparó, su cuerpo estaba frío, se sentía sudorosa, entumecida, con ganas de vomitar, de esconderse, el corazón repiqueteaba con furia en su pecho; una espantosa sensación de vacío se instaló en su cuerpo, sentía que se desintegraba desde su interior, que en su cuerpo se formaba un hueco, justo en su zona abdominal.

Un pitido, un sonido ensordecedor se hacía presente, cada vez, con más fuerza, sin saber de dónde venía y aún en ese extraño lugar, Yūgen gritó.

Quería despertar.

—¡Yūgen!

Una voz a la lejanía, repetía su nombre.

—¡Despierta!

Algo tiró de ella.

¡Vámonos, ya!

No escuchó nada más, pero estaba en movimiento, o eso asumía. No sabía cuánto tiempo había pasado, estaba incapacitada, no podía mover ni un músculo, el cansancio la venció y terminó dormida por un tiempo indefinido hasta que volvió a escuchar su nombre.

Yūgen.

—¡Yūgen!

Dos, dos voces diferentes. Le estaban llamando, eran familiares, las conocía, es escuchaba cada vez más cerca, aun así, no quería abrir los ojos. Le pesaban.

—¡Mírame, vamos, despierta!

—¿Hashirama, Tobirama? —articuló.

Dolía.

La garganta reseca de Yūgen la hizo toser al terminar de pronunciar los nombres de sus hermanos, quienes la abrazaron apenas habló.

—¿Qué... me pasó? —no podía despegar sus párpados, eran obstruidos por algo, ¿Lagañas?, ¿Había llorado?

Apenas pudo levantar sus brazos, talló sus párpados con rudeza y finalmente pudo ver. Encontró sus manos vendadas y dos rostros preocupados, sus hermanos, que luego tomaron distancia del suyo.

—¿Qué te pasó? Eso es algo que deberíamos preguntarle a usted. —una voz ajena replicó su pregunta, en un tono lleno de reclamo, demandando una explicación. Miró a su derecha, en busca del dueño de esas palabras.

Gyo.

Si no estaba equivocada, ese era su nombre, Senju Gyo. Era menor que ella, o así lucía, no estaba muy segura, realmente apenas cruzaba palabras con personas del clan que no fueran de su círculo personal. Lo cierto es que no era bueno en combate, no tanto como se espera que debas ser en el clan Senju. Pero era buen estratega, aunque eso no compensaba su ineficiencia física y falta de habilidad. Por eso estaba ahí, de hecho, se suponía que tenía que ser guiado hasta un punto y planeaban dejarlo por un año en acción para que mejorara.

O muriera.

Así que a Yūgen aún mareada, adolorida, y confundida, quiso hacerle sentir un poco mal. Porque sí, porque estaba harta de la mirada despectiva que le lanzaban muchos en el clan Senju, incluso aquellos que no tendrían oportunidad de asestarle un golpe. Parecía que esas alimañas había normalizado quererle hacer ver que es menos cuando los superaba a todos por mucho, cuando no eran capaz, ni en multitud de rivalizar con su verdadero poder.

—Ah sí, cuénteme, ¿Qué sucedió conmigo como para qué tú, un Shinobi apenas útil, me hable como si fuese una carga? —la voz de Yūgen estaba tres tonos abajo, escondía cierto matiz divertido en su entonación, en las palabras empleadas se escondía el odio disfrazado de soberbia.

Ahí, justamente en ese momento, Gyo no debió haber dicho algo, debió mantener la boca cerrada y la mirada lejos de Yūgen. Ahí estaban sus hermanos, líderes del clan, quienes encabezaban la jerarquía, máquinas de pelea, ninjas de renombre dentro y fuera de ella familia.

La cabeza de Yūgen reposaba en el regazo de Tobirama, quien tenía la mandíbula tensada. Él sabía perfectamente lo que sucedía y que su hermana no iba a quedarse callada, nunca lo hacía y eso lo enorgullecía —en cierta parte—a él; al igual que Hashirama, ambos eran conscientes del rechazo que había hacía Yūgen por parte del clan ¡pero nadie se había atrevido a faltarle el respeto a su hermana delante de ellos! Así que todo su cuerpo estaba tenso, vibrando, conteniendo todo. No había nada qué decir, en realidad, no sabía qué decir sin contenerse y levantarse para joderle la nariz al imbécil. Hashirama, por su parte, seguía aplicando sus conocimientos medicinales en Yūgen —quien tenía un desgaste físico impresionante además de las quemaduras en sus manos—, muy atento a las palabras de Gyo, pero le era imposible suprimir esa aura negativa, ese ambiente asesino que lo rodeaba no coincidía con la expresión pacífica y llena de amor que cargaba mientras trataba a su hermana.

Aun así, con el ambiente gritando que debía retractarse y no decir nada, Gyo continúo.

—Usted estaba gritando, como si estuviera poseída, por quién mierdas sabe, mientras tocaba una roca. Antes de eso estuvimos buscándola por todo el perímetro. ¡Y casi Miyaki-san pierde la vida cuando enfrentamos a los Uchihas que casi la matan a usted por estar jugando a querer llamar la atención! ¿Se supone que así forma parte de la élite? Mis pelo-

Una pequeña roca, dio en la frente de Gyo antes que terminara de hablar, dejándolo tendido en el piso, aturdido.

—Soy mil veces mejor que tú por un millón de motivos, uno de todos es porque yo —enfatizó— podría esquivar miles de ataques simultáneos, mientras que tú no pudiste esquivar ese pequeño proyectil que iba de frente. Aun así, espero que seas capaz de valerte por ti mismo más adelante y no seas un estorbo para tus futuros compañeros. —Yūgen miró a Hashirama, quien le sonrió y palmeó su pierna, indicándole que podría levantarse.

Justo ahí, Tobirama y Hashirama se miraron. Había pasado. Ahora acababa de pasar delante de ellos. Ciertas cosas cambiarían en el clan Senju gracias a Gyo.

De pie, Yūgen se dirigió hacía Miyaki, una joven prometedora. Era excepcional en batalla, sabía que la joven nunca daba problemas y que cumplía sin problemas lo que se le ordenaba —similar a su amiga—, le agradaba bastante y esperaba que viviera un montón, quería ver cómo florecía, quería ver a qué tanto podría llegar.

Miyaki se encontraba sentada, dormida, recargada en el tronco de un árbol. Con una pierna doblada y la otra extendida, con la parte inferior de su vestuario doblado, mostrando su pantorrilla vendada. Se notaba que había presión en ella. Se acercó a ella y tocó su mejilla.

—¡Miya está caliente! —anunció Yūgen, sorprendida por lo caliente que se sentía la joven. Pues no esperaba encontrarla en ese estado al intentar acariciar su pelo.

Rápidamente la acostaron, le dieron, nuevamente, cuidados médico, pues ya Hashirama había tratado la herida profunda que le ocasionaron en la pierna por defender a Yūgen.

—¡Hace poco estaba bien, Hashirama-sama la trató! —Gyo sonaba desesperado ¿Tal vez estaba comprometido con Miyaki? ¿Le gustaba?

—Pudo estar envenenado el objeto que usaron para herirla —Especuló Yūgen, quien disminuía la temperatura del agua y colocaba una venda mojada en la frente de la fémina.

—Vamos a necesitar más provisiones, posiblemente nos quedaremos una noche más —murmuró Tobirama.

—¡Nosotros estaremos haciendo guardia! —Miyamura estaba llegando con leña y su lado se encontraba Yuugo, traía pescado.

—¡Ryoosuke, buen trabajo cuidando el área! —un golpe fue asestado en la cabeza del nombrado, haciendo que despertase gruñendo.

—Miyamura, Ryoosuke apenas está descansando, se mantuvo despierto toda la noche y también se quedó aquí, cuidando, mientras buscábamos a Yūgen. No se quedó dormido, ni perdió media mañana merodeando por ahí —Tobirama, quien se encontraba recogiendo la tienda, se volteó a mirar a los jóvenes que llegaban— así que discúlpate con Ryoosuke.

Yūgen ignoró lo demás, siguió pendiente de la menor, al igual que Hashirama. Unos minutos más tarde, Hashirama habló.

—Bien, esperemos que despierte dentro de poco y cómo evoluciona. A penas es mediodía, veamos qué tal se encuentra aquí a la noche y dependiendo de ello tomaremos la decisión de irnos mañana por la mañana o de noche.

—¡Entendido! —dijeron al unísono, menos los dos Senjus menores. Quienes estaban absortos en sus actividades, Yūgen cuidando de Miyaki y Tobirama ahora se encontraba leyendo unos pergaminos.

Hora más tarde, con el almuerzo listo, despertó Miyaki, quien siguió siendo atendida por Yūgen, llevándole la comida, agua, un cambio de ropa y se cercioró de la fiebre le bajara. Hashirama revisó sus signos vitales y la interrogó luego de que ésta se alimentara; determinó que estaba en mejores condiciones y que de seguir mejorando a ese ritmo podrían partir esa misma noche o al amanecer.

Tobirama, por su parte, envió un mensaje, informando sobre la situación y el retraso, dando detalle de todo, descontento de todo lo sucedido, no le gustaba cuando las cosas no marchaban a su parecer. También se encontraba ansioso por el hecho de que ya era la segunda vez que se encontraban con un grupo de Uchihas, grupos enormes, no le daba buena espina seguir en el mismo lugar, según lo que habían planeado ya deberían estar con los demás; debían estar resolviendo sus asuntos, no allí, varados, perdiendo el tiempo. No es que estuviesen siendo acechados, ya lo sabrían, pero aun así, Tobirama era demasiado paranoico y obstinado, más si no sabía a dónde mierda se dirigía el enemigo y su grupo no estaba en óptimas condiciones.

Yuugo y Miyamura rondaban la zona, colocando trampas en un área más abierta, sabrían si alguien pasara por ahí. Una vez terminaron su labor, volvieron con el resto, se sorprendieron un poco al notar que les esperaban, así que se sentaron para que sus superiores pudieran dar su comunicado.

—Afortunadamente, Miyaki-san ha mejorado. Me preocupaba, además de la fiebre, que algún nervio se hubiese visto afectado por la herida, sin embargo no ha sido así, la fiebre bajó después de extraer el veneno de su organismo. Aun así no considero que sea prudente movilizarnos si ella no se encuentra completamente bien —declaró el líder del clan.

—Podría llevarla, hermano, pero no es bueno seguir aquí tanto tiempo. —Tobirama no estaba de acuerdo en seguir ahí, se sentía agobiado y frustrado, también estaba paranoico, una vocecita en su cabeza lo estaba atormentando con pensamientos poco positivos en seguir ahí.

Yūgen miraba como Ryoosuke, Miyamura y Yuugo movían sus ojos entre Tobirama y Hashirama, intercalando la mirada, mientras estos discutían la idea de irse hoy mismo en un par de horas o mañana luego de que Miyaki descansara correctamente.

Mientras esa conversación sucedía, el sol caía, dejando ver tonalidades amarillentas, rojas, rosadas y borrones morados, con el clima extrañamente cálido —a pesar de la brisa que azotaba con fuerza los árboles que les rodeaban—.

Yūgen, sin mucho interés en seguir escuchando la pequeña discusión formada por sus hermanos, se encaminó al árbol que tenía la copa más alta y lo trepó. Allí arriba, vio, como nunca antes, la estrella que iluminaba la tierra, descender de la forma más hermosa y resplandeciente. Parecía que el sol no temía de, visualmente, ahogarse en el horizonte —tal vez porque estaba seguro de que volvería a alzarse en el cielo—.

Fresco.

En altura, el ambiente era agradable, sólo escuchabas el viento correr entre hojas y ramas, moverse en diferentes direcciones y acariciar tu cara, chocar ligeramente con todo el relieve de esta, y seguir su curso.

El crepúsculo de esa tarde era tan mágico, increíble, gratificante y envolvente que Yūgen no lo dudaba.

Algo iba a ocurrir.

No es que ella fuese un ser místico, pero confiaba en su instinto. Mucho. Se sentía algo enojada, después de todo, al bajar, tendría que apoyar las palabras de Tobirama, quien no se equivocaba; sin importar cuál fuese la razón verdadera de su insistencia, Yūgen sentía y sabía que debían marcharse.

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