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Capítulo 3: En una calle de Brooklyn

Gabrielle y Shane McHard volvían de su primer día en Fame Stars.

En su recorrido, Livanna Lestier les mostró el resto del edificio: su salón de baile, sala de música, cuarto de vestuario, bodega de utilería y sus camerinos. Les dijo que debían estar al día siguiente a las ocho de la mañana en punto, y que esperaba que su estancia en Fame Stars y Nueva York fuera larga y agradable.

—Eso fue interesante —comentó Shane, mientras caminaban por la acera de su nuevo vecindario.

Se trataba de Bay Ridge, un barrio de Brooklyn que en nada se parecía al que salía en Fiebre del Sábado por la Noche. Su cuadra, específicamente la de la calle 81 con Colonial Road, se parecía a cualquier cuadra que encontrarías en cualquier lugar de Estados Unidos, con esas casas que tenían porche delantero y todo eso. El lugar era extraño para los dos hermanos que ya estaban acostumbrados a vivir en Londres; sin embargo, para su abuela y sus padres, aquel vecindario no podía ser más familiar.

Lo cierto era que no se mudaban a una ciudad nueva, sino a la antigua casa de sus abuelos, donde habían crecido su padre y su tío, donde Shane había nacido.

Después de que su padre se casara con la madre de Gabe, todos se mudaron a Inglaterra, la tierra natal de sus abuelos y su padre. Pero su abuelo nunca quiso vender su casa en Nueva York, y a pesar de que había muerto cinco años atrás, la casa seguía siendo de ellos.

—Pues yo aún tengo mis dudas —respondió Gabe—. Esos chicos no fueron del todo agradables.

—Tú siempre te pones a la defensiva cuando conoces gente nueva. ¡Dales al menos una oportunidad!

—¿Acaso no te parecieron un poco... odiosos?

—Es normal. Puede que piensen que como venimos de otro país y llegamos sin que supieran, vamos a robarles su puesto en la compañía o algo así. Simplemente se sentían amenazados.

—Al parecer esa chica Selena se sentía más que amenazada...

—¿Y qué esperabas? Dimos un espectáculo en esa audición.

El resto de la caminata la hicieron en silencio. Cuando ya estaban en el porche de su nuevo-antiguo hogar, un chico salía de la casa de la derecha. Los dos conocían a ese chico: él y sus padres fueron a darles la bienvenida el día que se mudaron.

Otra sorpresa para Gabrielle y Shane: su padre y el vecino, el señor Neyman, eran amigos de la infancia. Por lo que la simple visita de bienvenida se alargó más de lo esperado, su padre y el vecino hablando de los viejos tiempos, su madre y su abuela recibiendo con muchas sonrisas y Gracias un pie de manzana Muy americano, según la señora Neyman. Pero el chico se quedó clavado en una de las sillas del recibidor, claramente sin intención de conocer a los nuevos vecinos de su edad.

—¡Oye!¡Tú!¡Oye! —lo llamaba Shane.

El chico llevaba una bolsa de basura en la mano, que depositó dentro del cubo que estaba en la acera, y sin prestar atención ya se devolvía a su casa.

—¿Cómo se llamaba, Gabe? ¿Alvin?

—Kevin, creo.

—¡Kevin!

Por fin, el chico, que ya estaba en el porche de su propia casa, volteó. Shane se acercó a la casa de al lado, Charlie tras él.

—Emm... hola —dijo Kevin. Se pasó la mano por su alborotado cabello rizado y se subió los lentes que resbalaban por su nariz. Parecía nervioso.

—Hola. Creo que no nos presentamos bien el otro día. Soy Shane, y ella es Gabe.

—Sí, lo sé.

—Pues, venimos de Inglaterra y...

—Lo sé —repitió Kevin—. Se les nota mucho el acento, ¿saben?

—¿Ah, sí? —inquirió Gabe, que hasta entonces había permanecido al margen.

Kevin simplemente asintió.

—No conocemos mucho de esta ciudad —continuó Shane—. Si quisieras, un día... ya sabes, mostrarnos el lugar...

—Emm...saben que me encantaría, chicos... pero yo, es decir, no puedo... no, por ahora, ¿sí?

—Claro... —empezó Shane

Y sin esperar a que terminara, Kevin entró apresuradamente en la casa, dejando a los dos hermanos en el porche con las cejas enarcadas. Se quedaron un momento viendo el umbral que se había cerrado de un portazo, antes de dar la vuelta.

—¿Qué fue eso? —preguntó Gabrielle, mientras volvían a casa.

—Ese Kevin es bastante raro.

—Me refería a ti. "Podrías mostrarnos el lugar" —dijo, haciendo una imitación de la voz de su hermano—. ¿Estabas presentándote o tratando de pedirle una cita?

—No seas ridícula... Y tienes que admitir que es extraño.

—Lo es, pero tú asustas a cualquiera —bromeó su hermana mientras abría la puerta principal.

La casa por dentro, al igual que por fuera, no tenía nada de especial. Prácticamente todas las paredes de la planta baja eran de un tono amarillo cálido. Si girabas a la izquierda, te encontrarías con lo que se suponía era el comedor, pero cuya mesa aún estaba en su caja (ya que su padre no había tenido "tiempo para armarla"), luego se hayaba la cocina, y en el fondo, el baño.

Sin embargo, el lugar se veía diferente. Casi todas las cajas ya estaban desempacadas, los adornos, recuerdos y fotos decorando las paredes. La mesa del comedor estaba armada, y parecía lista para la cena.

—¿Abuela? —la llamó Gabe.

—¡Ahí están mis niños! —dijo una mujer que iba saliendo de la cocina.

Adelaide McHard no era una anciana común. Mantenía su cabello rubio a la última moda, usaba ropa juvenil que podía fácilmente ser de su nieta, y gracias a los implantes de senos que se colocó luego de la muerte de su esposo, era el centro de las miradas a donde quiera que iba.

Atravesó la puerta que conectaba la cocina con el comedor, y al ver a sus nietos los estrechó en un fuerte abrazo. Contra sus grandes pechos de silicona, cabe destacar.

—¿Cómo les fue? —preguntó al separarse de ellos.

—Fue algo... diferente —respondió Gabe a medias.

—¿En el buen o en el mal sentido? —dijo su abuela, pero esta vez dirigiéndose a Shane.

—A mí me pareció genial, pero creo que Gabe no se sentía muy a gustó—admitió el hermano.

—No te preocupes, Gaby. Es sólo cuestión de costumbre —la tranquilizó su abuela.

Intentando cambiar de tema, Gabrielle dijo:

—¿Armaste esto tú sola, abuela? —y tamborileó los dedos en la mesa.

—Oh, por supuesto que no, querida. Me conseguí en el supermercado a dos muchachos muy adorables. Me ayudaron con las bolsas y luego les pedí una mano con este desastre. A cambio solo me pidieron mi número, qué ternura.

—No creo que sus planes sean tiernos, abuela... —comenzó Shane.

—Mejor guardate tus comentarios, Shane August McHard —lo cortó la anciana—. Ve y trae los platos, tus padres deben de venir en camino.

—Como usted diga, madame —bromeó él, pero rápidamente desapareciendo en la cocina.

Su abuela sonrió.

—Así que, no te gustó la compañía —dijo, dirigiéndose a Gabrielle.

—Sí me gustó —respondió, no muy convencida—. Es sólo que, es extraño...

—Lo entiendo —asintió a su nieta mientras la miraba fijamente.

Gabrielle confiaba en que su abuela lo entendía. Si alguien sabía lo que era adaptarse de Inglaterra a América era ella.

—¿Pasó alguna otra cosa interesante? —preguntó Adelaide McHard.

—De hecho, sí —comentó Gabe, animándose un poco—. Shane invitó a salir al vecino.

—¡No es cierto! —gritó Shane desde la cocina.

—¿Ah, sí? —su abuela enarcó las cejas.

—No es mi tipo —Shane aparecía por la puerta con los brazos cargados de la vajilla de porcelana.

—Cuando se está desesperado eso es lo que menos importa —bromeó Gabe.

—Yo no estoy desesperado —respondió Shane, con poca convicción.

Dejó la pila de platos cuidadosamente sobre la mesa, para luego girarse hacía Gabrielle.

—Además, creo que tú le gustas —insinuó con expresión maliciosa.

—¿En serio, Shane? —exclamó su hermana, como si acabara de escuchar la cosa más ridícula jamás dicha.

—Se puso nervioso...

—Posiblemente porque lo estabas acosando...

—Mmm, no lo creo...

—Vaya, parece que se adaptan mejor de lo que pensé —intervino su abuela.

Luego de eso, ayudaron a la abuela a terminar la cena. Tuvieron que esperar cierto tiempo, hasta que llegó su padre, y poco después su madre. Una regla que tenía su familia, que muy pocas veces estaba toda junta, era que siempre había que esperar hasta que todos estuvieran para cenar, aprovechando al máximo el único momento del día donde estaban todos reunidos.

Los padres de Gabe y Shane McHard poco tenían que ver con lo que a ellos les apasionaba. Su mamá era enfermera en el hospital, y su padre era oficial de policía. Ninguno de los dos sabía tocar un instrumento, ni las posiciones básicas de ballet, y desafinaban en cada nota cuando intentaban cantar. Respetaban lo que ellos hacían, o mejor dicho, se habían resignado a que Shane jamás sería abogado y a que Gabe nunca pisaría la facultad de medicina.

—Lamento la demora —se excusó su madre mientras se sentaba a la mesa. Todavía llevaba el uniforme de enfermera, el cabello oscuro que siempre estaba recogido en una cola de caballo se veía desarreglado—. Había olvidado el tráfico de esta ciudad. Es una cosa de locos.

—Muero de hambre —dijo Shane, que ya empezaba a servirse la carne asada y las papas al horno.

—Aún no puedo creer que hayas invitado a dos extraños a la casa, mamá —comentó su padre.

—Lo que yo no puedo creer es que ellos hicieran lo que tú no has podido en una semana —se defendió Adelaide McHard.

—Una señora de tu edad no debería estar coqueteando con desconocidos.

—¿Y quién eres tú para decirme que hacer, Herman? Te recuerdo que yo soy tu madre.

Su padre suspiró resignado. Uno nunca le ganaba una a la abuela.

—¿Y cómo les fue a ustedes, chicos? —preguntó su madre.

Ambos empezaron a relatar lo que había pasado esa tarde. Aunque es injusto decir que ambos lo hicieron, pues Shane contó casi todo, con pequeñas intervenciones de Gabe cuando su hermano olvidaba algo.

—En resumen, fue algo muy diferente a Londres —concluyó Shane su relato.

—Como no tienen idea —acotó Gabe.

—Tienes que entender, Gabrielle —empezó su padre—. Las cosas ya no son como antes.

—Lo sé, papá.

—Debes acostumbrarte, linda —dijo su madre.

—¡Ya lo sé! —replicó, más fuerte de lo que pretendía; pero ya estaba cansada de que todo el mundo le dijera lo mismo. Suspiró—. Ya lo sé. Lo siento. Pero es que... sólo llevamos una semana aquí; ya me acostumbraré, ¿si?

Después de eso ya nadie tenía ganas de hablar. Comieron en silencio, y cuando hubieron terminado todos ayudaron a recoger los platos, quedándose su madre y su abuela lavándolos. Gabrielle subió las escaleras, dirigiéndose a su habitación.

El piso superior de la casa de los McHard, a diferencia del inferior, era un simple pasillo de color crema del cual salían las demás habitaciones. La de Gabe era la primera a la derecha, la de Shane estaba al fondo y entre ellas estaba el baño; del lado izquierdo estaba la habitación de sus padres y luego la de invitados, que actualmente albergaba sólo los trastos de la mudanza que no habían podido desempacar todavía.

La chica empujó la puerta blanca de su habitación, cerrándola tras de sí. Había sido un día agotador.

Cayó rendida en su cama, una de las pocas cosas que aún conservaba de su antigua vida en Inglaterra, pensando Paul el coreógrafo, Livanna Lestier, sus nuevos compañeros y lo que le esperaría al día siguiente.

Pues sabía que sería el comienzo de su nueva vida. 

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