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twenty-nine



i s o b e l

Cuando Maggie dejó de hablar, Isobel permaneció en silencio durante mucho tiempo. Se quedó mirando la puerta, dejando que las palabras de su madre calaran.

Su madre lo sabía todo. Durante el año que habían vivido aisladas en la casa de campo, lo había sabido. Y había mentido, todos los días. Había actuado como si nada estuviera mal. Nada era diferente.

Había actuado como si no hubiera borrado años de la mente de su propia hija.

Sin mirar a su madre, Isobel se levantó. Se dirigió a la puerta, y al doblar la esquina vio a Draco. Sus ojos se encontraron con los de ella de inmediato, y ella vio el dolor en ellos, y su ira se intensificó.

Le tomó la mano y tiró de él hacia la sala. Sin dudarlo, sin decir una sola palabra, él la siguió.

Maggie estaba sentada en su cama, retorciéndose las manos. Cuando vio a Draco, su expresión se inundó de miedo.—Isobel.—sollozó,—Isobel, dijiste que no...

Isobel estaba tan llena de rabia que sentía todo su cuerpo tenso, pero soltó la mano de Draco y se dirigió a los pies de la cama de Maggie.

—Te odio.—le dijo a su madre. Sintió que se le hacía un nudo en la garganta y trató de tragarlo; estaba tan harta de llorar todo el tiempo.—Te odio, y odio que hayas intentado controlar mi vida para que la tuya fuera mejor. Has arruinado muchas cosas para mí.

Maggie también lloraba ahora e Isobel ignoró la culpa que le oprimía el corazón; cómo se atrevía su madre a jugar con su vida como si fuera una marioneta con hilos.

—No pueden estar juntos.—dijo Maggie, con los ojos clavados entre Isobel y Draco.—Es demasiado peligroso, Isobel - su padre va a encontrarlos...

—Ya me encontró.—dijo Isobel, y el rostro de Maggie palideció una vez más.—Me encontró, y me amenazó, pero estoy lidiando con eso por mi cuenta porque eso es lo que hace la gente normal. La gente normal no encierra a sus hijas, no se aísla del mundo...

El nudo en la garganta había subido tanto que le resultaba difícil hablar. Sintió las lágrimas, calientes en sus mejillas, pero no se molestó en ocultar su rostro ni en apartarlas. Sentía que no podía hacer otra cosa que mirar a su madre, que entornaba los ojos a través de sus propias lágrimas.

—Lucius es un hombre malvado.—dijo Maggie.—Hará - cualquier cosa - para salirse con la suya...

—¡Pues que lo intente!—dijo Isobel desesperadamente.—Déjalo, déjame luchar por mí misma. Había diferentes maneras de ayudarme que, que alterar toda mi mente.

Se interrumpió. Sintió la traición como una daga, retorciéndose en sus entrañas.—Te di tantas oportunidades.—dijo.—Te puse tantas excusas. Pasé por alto todas las pruebas que apuntaban a que habías sido tú quien me había quitado la memoria, porque no creí que me harías eso. No creí que pudieras.

—Sólo quería protegerte.—dijo Maggie, su voz apenas era más que un susurro.—Yo te amo.

—Eso —dijo Isobel—, no era protegerme. Eso era intentar cambiar lo que soy.

Desde lejos, sintió los dedos de Draco en su codo, en la manga de su suéter. Sintió que se acercaba, vio, en el borde de su visión, su cabeza de cabello rubio platinado.

Vio que los ojos de Maggie se dirigían a Draco. Vio el cambio de miedo en su expresión.

Y entonces habló.—Entiendo por qué hiciste lo que hiciste, Maggie.—dijo.—Entiendo que ames tanto a una persona que harías cualquier cosa para mantenerla a salvo.—Isobel se giró hacia él, y vio que sus ojos estaban puestos en ella, recorriendo los rasgos de su rostro mientras formulaba su frase.—Que -a veces- sólo quieres aferrarte a ellos con tanta fuerza y no dejarlos ir nunca, porque temes que algo terrible pueda suceder si lo haces.

Su mirada se dirigió a Maggie.—He sentido eso por su hija durante cuatro años. Incluso en el tiempo en que creí que no la volvería a ver, ella era la persona que más quería. Es la persona que más quiero ahora, todavía, y siento que sea esa persona para los dos.

Isobel respiró entrecortadamente, pero no dijo nada. No pudo apartar los ojos de él, y siguió hablando:

—No estoy seguro de que esto te sirva de consuelo en este momento.—le dijo a Maggie.—, pero haré lo que sea para protegerla de cualquiera que intente hacerle daño. Incluido mi padre.—Sus ojos se encontraron con los de Isobel. Le quitó una lágrima de la mejilla con el dorso de un solo nudillo, justo en la cicatriz de su pómulo.—Si ella me lo permite, claro.

Un pesado silencio se instaló en la habitación del hospital. Maggie miraba fijamente a Draco, temerosa y desconfiada. Parecía estar hurgando en sus palabras, tratando de encontrar un fallo en ellas. Pero si encontraba algo que no le gustaba, no lo decía.

Isobel sintió que su labio inferior empezaba a temblar.—¿Lo entiendes ahora, mamá?—preguntó.—Quiere lo mismo que tú. Estamos en el mismo bando.

Maggie negó con la cabeza.—No.—dijo, con voz ronca.—Es un Malfoy. Nunca estará en el mismo bando.

—Mamá...

—No importa lo mucho que se quieran.—dijo Maggie.—, no viven en un mundo que les permita estar juntos. Es demasiado peligroso.

Isobel sacudió la cabeza, incrédula. Se dirigió a la silla donde estaba su abrigo, metió la mano en el bolsillo delantero y sacó su collar de estrellas.

—¿Hay alguna forma de eliminar la magia de esto?—preguntó, sosteniéndolo en la palma de la mano.—Quiero que desaparezca.—Parpadeó para evitar las lágrimas.—La magia, el encantamiento que pusiste en el collar. No quiero que siga ahí.

—No puedo deshacer el hechizo.—dijo Maggie.—Te dije que até mi vida a ese collar. La magia existirá en él hasta que yo... Mientras yo...

Se interrumpió, e Isobel comprendió. Cuando Maggie muriera, el collar volvería a la normalidad. Hasta entonces, la protegería de cualquiera que intentara atacarla.

—Deberías llevarlo.—dijo Maggie.—Por favor, vuelve a ponértelo...

—No te lo voy a volver a decir.—dijo Isobel, con la voz fría.—No quiero tu protección. No quiero que controles mi vida como lo haces. Nunca pedí nada de eso.

Dejó caer el collar sobre la mesilla de noche, junto a las flores rosas que había colocado sólo una hora antes. Luego, con el abrigo en los brazos, le dio la espalda a Maggie.

Salió de la habitación, con los silenciosos gritos de su madre resonando tras ella.

Cuando llegó al final del pasillo, se giró esperando ver a Draco detrás de ella. Pero no estaba a la vista, seguía en la sala.

Cerró los ojos y cerró las manos con tanta fuerza que las uñas se clavaron en las palmas. Comprendía que ella y Draco no habían tenido una relación fácil; no dudaba que alguna vez se lo había cuestionado. Pero la dejaba boquiabierta el hecho de que los adultos pensaran insistentemente que sabían qué era lo mejor para ellos. Continuamente se entrometieron e intervinieron y jugaron con sus vidas, tratando de crear la versión que más les gustaba. Sin importarles, aparentemente, lo que Isobel o Draco querían para ellos.

Cuando volvió a abrir los ojos, Draco estaba saliendo de la sala. Caminando hacia ella, con su propio abrigo colgado del hombro. Cuando la alcanzó, se detuvo.

—¿Estás bien?

—Estoy bien.—dijo ella, dándose la vuelta. Temía que si decía algo más, podría empezar a llorar de nuevo, y había perdido la cuenta de la cantidad de veces que había llorado ese día.—¿Y tú?

—Estoy enfadado con mis padres.—reflexionó Draco, con tanta despreocupación que podrían estar discutiendo el tiempo.—Pero no me sorprende. Se han entrometido en mi vida desde que tengo uso de razón.—Le abrió la puerta de la escalera.—Pero odio que te hayan tratado de la misma manera.

—Fue más bien tu padre, por lo que parece.

—No.—dijo él.—Mi madre permitió que todo sucediera. Ella podría haber puesto su pie en el suelo y decir que no. Tratar de detenerlo. Pero no parecía que se opusiera en absoluto a que se llevaran tus recuerdos.

Isobel le devolvió la mirada. Vio una arruga en el entrecejo; una traición a su exterior tranquilo, y su pecho se tensó de rabia.

—Mi madre fue la que lo permitió.—dijo.—Ella podría haber simplemente... no sé. Decirle a tu padre que nos dejara en paz. Cerrarle la puerta en las narices.

—No.—dijo Draco, sacudiendo la cabeza.—Después de la guerra, mi padre estaba desesperado. El estatus de nuestra familia se había arruinado. Me da miedo pensar lo que habría hecho si tu madre lo hubiera rechazado.

—Pero ella ni siquiera intentó rechazarlo.—dijo Isobel.—No se resistió. Quería que mis recuerdos desaparecieran.

Llegaron al final de la escalera y cruzaron juntos el vestíbulo del hospital. Las miradas que los siguieron no hicieron más que encender la llama de la ira que ella sentía. Miró fijamente a la gente del vestíbulo. Quería gritar que no era asunto suyo. Que ninguno de ellos lo entendería, de todos modos.

Draco empujó la puerta principal del hospital y salieron al frío.—Lo hizo porque te quiere.—dijo él. Ella levantó la vista, sorprendida. Sólo vio las duras líneas de su rostro, mirando al suelo mientras caminaban.—Sé que no quieres oír eso. Pero todo lo que hizo fue para mantenerte a salvo. Porque te quiere, y tiene miedo de perderte.

—Entiendo su intención.—dijo Isobel, molesta.—Pero quitarme mis recuerdos de ti no era la solución para mantenerme a salvo.

—¿No lo era, sin embargo?—preguntó él, metiendo las manos en los bolsillos.—Trataba de borrar de tu vida lo que te ponía en mayor peligro.

—No entiendo por qué la defiendes—dijo Isobel, y no estaba molesta, simplemente perpleja.—Ella también lo arruinó todo para ti.

—Lo sé.—dijo él.—Pero ella tomó tus recuerdos y se mudó de tu casa menos de un día después de que casi te mataran. No estoy diciendo que estuviera bien. Sólo digo que lo hizo porque casi te había perdido, y tenía miedo de perderte de nuevo.

Las luces navideñas rojas y verdes salpicaban la calle. Se movían sobre el cabello rubio de Draco mientras caminaban, e Isobel recordó la noche en el club; las luces bailando sobre la expresión incrédula de él cuando la vio.

—Mis padres, en cambio...—dijo.—, no hicieron nada de eso por preocupación por mi seguridad. Lo hicieron por preocupación por su reputación.

—De ahí tu casi compromiso con Astoria.—dijo Isobel.

Ella observó cómo el aliento de Draco se empañaba en el aire frío.—Sí.—dijo él, y la arruga entre las cejas volvió a aparecer.—De ahí que estén apurando todo eso.

Se sumieron en el silencio durante un rato. Isobel pensó en Lucius Malfoy; recordó la malicia que había visto en sus ojos. La absoluta falta de empatía, su única preocupación por su estatus. Su reputación. Su madre se preocupaba demasiado por ella: quizás el padre de Draco se preocupaba demasiado poco por él.

—¿De qué hablabas con mi madre?—preguntó ella.—Cuando salí de la sala. ¿Dijo algo más?

Draco metió la mano en el bolsillo trasero de su pantalón. Sacó el collar y lo mostró.—Me pidió que te devolviera esto.

Sus manos eran mucho más grandes que las de Isobel, y en su palma, la cadena era diminuta. La estrella de plata brillaba; los grabados de las iniciales de Isobel apenas eran visibles bajo las luces de la calle.

Isobel abrió la boca para decir algo desdeñoso, pero él ya se la estaba metiendo en el bolsillo.—Creo que estaría más seguro conmigo, por ahora.—dijo él, y ella oyó su diversión, ligera en su voz.—Temo que puedas tirarlo en un ataque de ira.

—Ese es el recuerdo que quiero ver primero.—dijo ella, mirándolo.—La fiesta de Navidad del Ministerio.

—Me parece un buen inicio.

Durante el resto del trayecto de vuelta a su apartamento, caminaron en silencio. E Isobel descubrió que su mente no daba vueltas a la traición de su madre, sino a los pensamientos de Draco. En el collar que él había comprado para ella, mucho antes de que empezaran a salir. Su propia estrella.

Cuando pasaron por la tienda de la esquina donde habían comprado vino la noche anterior, Isobel se detuvo.

—¿Podemos entrar? Necesito comprar algo.

Se dirigieron a la tienda, que estaba vacía a excepción de la joven cajera. Se giró hacia Draco en la puerta de la tienda.

—¿En realidad, ¿quieres esperar fuera?—preguntó.—Es una sorpresa.

***

Cuando salió de la tienda, metiendo una fina bolsa de plástico bajo su abrigo, él la miraba con desconfianza. Ella le sonrió; parpadeó inocentemente.

—¿Qué?

—Dilo, entonces.—dijo.—¿Cuál es la sorpresa?

Ella se encogió de hombros, giró sobre sus talones y caminaron por la calle hacia su apartamento.—Supongo que tendrás que esperar y ver.

De vuelta a su apartamento, él encendió la tetera. Ella se desplomó en su cama, alejando de su mente todos los pensamientos sobre su madre. Cerró los ojos y extendió sus extremidades sobre la cama, luego se incorporó al oírle acercarse a su habitación.

No pudo reprimir su sonrisa mientras lo miraba.—Te he traído un regalo.

Al ponerse en pie, sacó la bolsa de su abrigo. Sus dedos rozaron las manos de ella mientras la tomaba; sus ojos en los de ella.

La bolsa estaba llena de pequeñas y duras estrellas de plástico verde.—Estrellas que brillan en la oscuridad.—dijo ella, sin poder contener ya su emoción.—Así que tú también puedes tener tus propias estrellas. Puedes tomar nota de que ahora tienes muchas de tus propias estrellas, no sólo una. Así que creo que he ganado la partida.

Él seguía mirándola. Su mirada era perezosa; una sonrisa le tiraba de la comisura de los labios. Ella no estaba segura de si él había mirado aún las estrellas de plástico que tenía en sus manos.

—¿Cuál es el premio?

Sintió que los nervios bullían en su interior. No estaba segura de cómo responder a eso, así que dijo:

—Sé que podríamos haber hecho magia en el techo para que pareciera el cielo, como en el Gran Comedor. Pero estas son tus propias estrellas.

Ella se acercó y abrió el paquete que aún tenía en sus manos.—Tienen estas cosas con pegamento en el reverso.—dijo en voz baja. Consciente de sus ojos, que seguían sus movimientos.—Y las despegas y las pegas al techo.

—¿Y son para aquí?—preguntó él.—¿Para esta habitación?

Ella asintió.—O para donde tú quieras.

—Aquí está bien.—dijo él, tomando un puñado de estrellas.—Pero no veo por qué debemos limitarnos al techo.

Ella observó cómo pegaba una estrella de plástico en la pared, justo al lado de la puerta. Luego otra estrella más grande, unos centímetros más arriba. Luego otra, al lado del armario.

Ella se unió a él, sonriendo. Juntos, cubrieron la pared opuesta de estrellas verdes. Ella pegó algunas en las puertas del armario y otras en las ventanas.

Luego Draco la subió a sus hombros. Isobel pegó el resto en el techo, con una mano enhebrada nerviosamente en su cabello, para estabilizarse.

Cuando se les acabaron las estrellas, él se agachó para dejarla bajar, y retrocedieron para examinar su trabajo.

Isobel se acercó al interruptor de la luz y lo apagó. El resplandor de las estrellas iluminó tenuemente la habitación, brillando en todas las superficies, y tiñendo el espacio de un inquietante color verde azulado.

Vio la sombra de Draco en la luz tenue; lo vio inclinar la cabeza hacia atrás mientras observaba las estrellas. Se acercó a él, rozó el dorso de sus dedos contra su mano y esperó que lo entendiera.

Ya no estaba oscuro. Ya no era necesario que durmiera con las luces encendidas.

***

nota de la traductora;

Estado: líquido

Estoy sin palabras 😭 quiero llorar

nos leemos la próxima semana.

all the love

francia 💘

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