thirty-three
i s o b e l
Ya era de noche cuando por fin sonó el chasquido de la Aparición en la entrada de la casa.
Isobel se giró en su lugar en el sofá para mirar a Draco, mientras caminaba en el frío hacia la casa. Las luces de la calle rebotaban en su cabello claro, los árboles rizados creaban sombras serpenteantes en su rostro.
Abrió la puerta principal, incapaz de contener su sonrisa.—Hola.
—Hola.—repitió Draco. Él le devolvió la sonrisa, pero ella vio el cansancio en sus ojos.—Siento llegar tan tarde, no he podido escaparme antes.
—Buenas noches, Malfoy.—dijo Ginny, desde detrás de ella.—¿Me disculpas, ahora?
Draco le dedicó una breve inclinación de cabeza.—Gracias.—dijo secamente.—Weasley.
Los ojos de Ginny se abrieron de par en par.—¿Draco Malfoy acaba de darme las gracias?—preguntó.—Bueno, yo nunca...
Isobel mordió su sonrisa.—Ya, ya.
Miró a Draco. Tenía los ojos cansados y la punta de la nariz rosada por el frío. A medida que pasaban las horas del día, ella había empezado a preocuparse de que hubiera pasado algo. Que Astoria no hubiera cumplido su palabra, o peor aún, que Lucius se hubiera enterado de alguna manera. Pero Draco parecía estar bien.
—Aunque me encantaría quedarme.—dijo Ginny, pasando por delante de ellos—, los dejaré.—Rodeó la cintura de Isobel con un brazo y le dio un apretón.—Feliz Navidad, las dos.
—Feliz Navidad, Gin.—dijo Isobel.—Gracias por todo.
La puerta se cerró detrás de Ginny, e Isobel buscó la mano de Draco. Sus dedos estaban helados; ella los estrechó entre los suyos, tratando de calentarlos.
—Estás aquí.—dijo.—Astoria no...
—No.—dijo él. Sus ojos bajaron momentáneamente a sus manos -sus dedos entre los de ella- y luego volvieron a fijarse en ella. Cansados, pero concentrados. Con la intención.—Todavía no ha hecho nada.
Isobel respiró aliviada.—Eso es bueno.
—Estaba muy enfadada.—dijo Draco.—La he visto enfadada antes, pero no así. Estaba seguro de que iría directamente a sus padres.
—Tal vez no sea tan poco confiable como crees.
—Tal vez.—Miró hacia otro lado.—No sé —dijo—, cómo los Greengrass nos visitarán durante todo un día, sin que Astoria diga algo. Nuestros padres hablarán de la boda, y de todo lo demás, y Astoria sólo tendrá que sentarse y soportarlo. No puedo ver que eso suceda.
—Yo confío en ella.—dijo Isobel.—Y creo que tú también deberías intentarlo. Por ahora, supongo que lo único que podemos hacer es esperar.
Draco volvió a mirarla. Su breve momento de nerviosismo se había esfumado, desaparecido de su expresión y sustituido por una irónica media sonrisa. Cerró su mano alrededor de la de ella, y bajó sus manos entre ellas.
—Supongo que tienes razón.
El corazón de Isobel dio un vuelco. Se preguntó si aquello era normal para él, si estaba acostumbrado a tomarle la mano como si fuera una prolongación de sí mismo, o si se sentía tan turbado por su contacto como ella por el suyo. Porque lo único en lo que podía concentrarse era en su piel, fría bajo su palma.
Lo condujo por la casa hasta el salón, con las manos entrelazadas. Cuando se sentaron en el sofá, él señaló el piano con la cabeza.
—¿Cuándo vas a tocar para mí?
Isobel soltó un quejido.—Ahora no.
—¿Entonces cuándo?
—Después de Navidad.—dijo ella.—Tal vez.
—Eso espero.—respondió él.
Su voz era ligera, pero Isobel comprendió el trasfondo de sus palabras. Si Dios quería, Astoria cumpliría su palabra, y Draco volvería sano y salvo después de Navidad, y todo estaría bien.
—Oh.—dijo Draco. Se sentó, y metió la mano en el bolsillo trasero.—Te he comprado algo.
—¿Un regalo de Navidad? No te he comprado nada...
El lado de la boca de Draco se curvó.—No es nada grande, relájate.
Abrió la palma de la mano para revelar dos llaves plateadas sueltas, una al lado de la otra.
—La llave de mi edificio —dijo—, y la llave de mi apartamento. Como ya lo había dicho.
Isobel se detuvo, mirando las llaves. No las necesitaba para entrar en su apartamento, podía usar su varita. Habían hablado de ello, habían barajado la idea, pero el hecho de que él se las diera era significativo. Se sentía como una promesa.
—Gracias.—dijo ella.—Espero que no tengan ningún encantamiento extraño.
—Mantenlas lejos de Maggie.—dijo Draco—, y seguirán sin magia.—Giró la mano para dejar las llaves en la palma de la mano de ella. La apoyó allí un segundo, y luego la apartó.—Sin embargo, deberías quedarte aquí, durante las Navidades. Mi padre no sabe que vives aquí.
—Lo haré.—Isobel suspiró.—Odio esta casa.—dijo.—Es aún peor cuando mi madre no está aquí. Es tan silenciosa.
—¿La has visitado hoy?
—No.—Sacudió la cabeza. Era el primer día desde que su madre había sido ingresada en el hospital que no la visitaba. No había sido capaz de enfrentarse a ella, después de todo.
—Iré mañana.—dijo.—O tal vez el día de Navidad.
—Estoy segura de que le gustaría.
Hizo una mueca.—Todavía no la he perdonado.
La mano de Draco volvió a colarse en la suya.—Lo sé.
Ella se inclinó hacia delante para dejar las llaves sobre la mesa de café. Luego se giró para quedar frente a él y enhebró sus dedos entre los de él.
—Supongo que todavía no puedo convencerte de que te pongas el collar.—dijo él.
Ella negó con la cabeza, conteniendo una sonrisa.—No. Lo siento.
Él puso los ojos en blanco.—Merece la pena intentarlo.
—En tu carta...—dijo ella lentamente—, dijiste que esa fue la noche en que te enamoraste de mí. La fiesta de Navidad.
Él asintió con la cabeza.—Si.
—Eso fue hace cuatro años, ahora.
Volvió a asentir con la cabeza, con los ojos clavados en los de ella.
Durante un momento se observaron en silencio, ambos estudiando sus rasgos, sus expresiones. Finalmente, ella preguntó:
—¿Cómo fue nuestro primer beso?
La mirada de ojos grises de Draco se mantuvo firme, inmovible.—Fue en un pasillo del colegio. Me besaste.
Isobel sintió que sus labios se separaban con sorpresa.—¿Lo hice?
—Sí.—dijo Draco, reapareciendo su media sonrisa.—¿Por qué es sorprendente?
—No lo sé.—Ella soltó un suspiro.—Simplemente parece... valiente.
—Lo fue.
Con la punta del pulgar, Draco trazó una línea sobre el costado de la mano de ella, por la parte carnosa de su propio pulgar. Isobel dijo, en voz baja:
—Yo también te besé primero esta vez.
Él sonrió.—Sí. También te tomaste tu tiempo para hacerlo esta vez.
—¿Por qué no me besaste antes?—preguntó ella.—¿Por qué esperaste a que yo lo hiciera primero?
—No estabas preparada.—dijo Draco. Dibujó círculos en la piel de su pulgar. Los trazó hacia abajo, hacia las venas de su muñeca. Su toque era ligero como una pluma, su pulso se aceleraba.—No me conocías en absoluto. Tuve que esperar.
Isobel respiró entrecortadamente.—Creo que ahora te conozco.—susurró.
Esta vez, fue Draco quien se inclinó primero. La besó suavemente, con los dedos aún enroscados en su muñeca.
La tocó como si fuera un objeto que temía que se rompiera. Como si estuviera hecha de cristal, tan frágil y delicada que pudiera hacerse añicos con una simple ráfaga de viento.
Isobel enhebró sus dedos en el pelo de la base de su cuello y se inclinó hacia el beso. Se acercó más a él y se apoyó en su pecho. Y comprendió.
Todo este tiempo había tenido miedo de salir herida. De precipitarse más rápido de lo que era capaz de hacer.
Había esperado hasta sentirse preparada, Draco había esperado hasta que ella estuviera preparada.
Pero no era Isobel la que saldría más perjudicada, si todo salía mal ahora. Era él.
El beso disminuyó y ella se retiró. Con una mano aún apoyada en su nuca, le miró a los ojos y vio la expresión tensa y nerviosa que él ya no se molestaba en ocultar. Vio a un chico, listo para saltar desde el borde de un acantilado, sin saber si se caería o volaría.
No sabía qué decir. Así que se inclinó hacia atrás, y le dio un beso más, y esperó que eso fuera suficiente.
—Debería irme.—dijo él. Su voz era baja, casi ronca.
Isobel cerró los ojos. Quería, desesperadamente, decirle que no se fuera.
Pero tenía que hacerlo.
Era la casa de campo o esto. Juntos o separados. Y ella había elegido separarse.
Cuando volvió a abrir los ojos, él seguía mirándola, con una expresión de angustia.
—Te veré pronto.—le dijo ella.—Estaré aquí, cuando vuelvas.
Draco asintió. No dijo nada más.
Le dio un último beso, suave y cálido en los labios. Y luego se fue.
***
La Nochebuena transcurrió lentamente. Isobel fue de su habitación a la de su madre, al salón y de vuelta. A la cocina, donde se había sentado con Draco, con Ginny, con su madre... Habían pasado muchas horas aquí, repasando todo. Tratando de hacer un plan.
Tratando de averiguar cómo evadir a Lucius Malfoy.
Ella no creía que Lucius la sacaría de la mente de Draco sin provocación. No creía que Narcissa lo permitiera.
Además, por lo que Draco sabía, Lucius seguía negociando para mantenerse fuera de Azkaban.
Isobel suponía que Lucius necesitaba una razón suficientemente buena para atacarla, o más bien, para arriesgarse a que lo sorprendieran atacándola. Necesitaba estar seguro de que Isobel estaba en contacto con Draco, antes de utilizar la magia sobre cualquiera de ellos.
Eso, supuso, era lo único que Lucius Malfoy temía más que su hijo se enamorara de una traidora a la sangre de Gryffindor. Ser enviado a Azkaban.
Todo su destino parecía depender de que Astoria contara o no lo que sabía. Y de eso, Isobel no estaba segura. No conocía a Astoria en absoluto; no estaba segura de que fuera el tipo de persona que guardaba secretos para la gente que no le gustaba.
Todo lo que sabía era la ira en los ojos de Astoria. Su pie un paso detrás de ella, listo para correr. Preparada para huir a sus padres, que a su vez se lo contarían a los Malfoy.
Sin embargo. Astoria había dado su palabra. Aunque Draco no confiara en ella... Para su propia tranquilidad, Isobel tenía que hacerlo.
Miró el reloj de la cocina. Eran las nueve: el final del horario de visitas de San Mungo.
Ayer había sido la primera vez que no había visitado a Maggie en el hospital. Y hoy, en Nochebuena, había vuelto a ignorar la visita. Ignoró la oportunidad de hacer las paces con su madre.
Apartó la sensación de malestar que sentía en sus entrañas. Su madre era la que debía sentirse culpable ahora, no ella. Incluso después de todo, incluso después de haber hablado con Draco, Maggie había mantenido su posición de que no debían estar en la vida del otro.
Isobel visitaría a Maggie mañana, el día de Navidad. Por supuesto que lo haría, tenía que hacerlo, pero no podía visitarla hoy. Después de todo, la había visitado todos los días desde que llevó a su madre al hospital la noche en que enfermó.
No estaba segura de cuántas noches habían pasado. Al menos una semana, seguramente. Lucius la había atacado en el callejón y la había dejado en algún parque, y ella había aparecido en casa y había encontrado a Maggie, febril y débil en su pasillo...
El estómago se le revolvió al recordarlo. Qué aterrador había sido ver a su madre tan enferma y débil. Su único pensamiento, en ese momento, había sido ponerla a salvo. Recuperar su salud lo antes posible.
Había cargado el brazo de su madre sobre los hombros, la había acercado a la chimenea y había corrido a su habitación en busca de polvos Flu.
Frunció el ceño. Eso no había sido todo.
También había escrito una nota esa noche, dirigida a Draco. Explicando dónde estaba, por si él venía a buscarla.
Se levantó de la mesa de la cocina. En su prisa por llevar a su madre al hospital, se había olvidado de esa nota. Y no la había visto desde entonces.
En su habitación, Isobel sacó el edredón de la cama. Luego, presa del pánico, quitó también las sábanas.
No estaba allí.
Con los dedos temblorosos, sacó su varita de la cintura. La levantó, le dio un débil movimiento y lanzó un hechizo de invocación.
Pero la nota no apareció. No estaba en la habitación.
Se sentó en la cama. No había razón para el pánico, había muchas explicaciones para esto. Su madre había estado en el hospital desde que Isobel escribió la nota, pero tanto Draco como Ginny habían estado aquí desde entonces. Tal vez, de alguna manera, uno de ellos la había recogido. Por error.
Tal vez.
Isobel no necesitaba pensar. Se dirigió al pasillo y se puso el abrigo. Luego cerró los ojos y se apareció.
Cuando volvió a abrir los ojos, estaba de pie en el oscuro callejón, en el mismo lugar donde Lucius la había acorralado.
Salió a la calle vacía. Todas las luces estaban apagadas en el apartamento de Draco. Isobel no lo había visto así antes, nunca.
Se puso la capucha sobre la cabeza y con la llave que Draco le había dado, abrió la puerta del edificio.
Enroscó la llave en su húmedo puño. Con las piernas temblorosas, subió los tramos de las escaleras, cada vez más lejos, hasta llegar a la puerta de su apartamento.
Introdujo la llave en la cerradura.
En el mejor de los casos, pensó, Draco estaría en casa. Podría preguntarle sobre la nota, lo resolverían juntos y se despedirían de nuevo para las vacaciones de Navidad.
En el peor de los casos... Apretó los ojos. Entonces, abrió la puerta.
Empujó la puerta para abrirla. Y sintió, de repente, que toda la tierra se desmoronaba. Se desintegraba bajo sus pies.
Porque cada una de las posesiones de Draco, cada rastro de que Draco Malfoy había vivido alguna vez en este apartamento, había desaparecido. Todos los muebles: el sofá negro desgastado, la mesa de centro, su manta gris, habían desaparecido. Lo que había sido el salón era ahora una extensión vacía de espacio.
Con pasos pesados y entumecidos, Isobel se dirigió a su dormitorio. Encendió la luz del techo.
La habitación estaba completamente vacía. La cama, las mesitas de noche y las lámparas de Draco ya no estaban, parecían haber desaparecido.
Lo único que quedaba en el apartamento eran las pequeñas estrellas de plástico, que brillaban verdes y tenues en las paredes y el techo del dormitorio.
***
nota de la traductora;
Ya no aguanto, quiero llorar. No se que habrá pasado pero ay.
¿Por que no los dejan ser felices? 😭😭😭
En fin, deberían de ir a leer mi fanfic "heaven's in your eyes" tmb es de draco 🧘🏻♀️
JAJAJAJSJSJJAA
eso sería todo por hoy.
Si no me siguen, q esperan para hacerlo???
all the love
Francia 💐
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