seven
SEPTIEMBRE 1999
El primer día que su madre volvió al trabajo, Isobel visitó la playa de Sandhaven.
El siguiente, visitó Scarborough. Un poco más lejos, y un poco más para ver.
Al día siguiente, su madre trabajaba un turno de doce horas, así que Isobel tenía más tiempo. Apareció en Manchester y paseó un rato por la ciudad, visitando museos y catedrales. Compró un helado en un puesto del mercado y se sentó con él en las escaleras de una galería de arte, viendo pasar a la multitud de muggles. Luego, se Apareció en Liverpool y vio la puesta de sol desde una playa de arena blanca.
Visitó muchos lugares, pero decidió que lo que más le gustaba eran las playas. Había algo encantador en estar al borde del agua con los dedos de los pies enroscados en la arena, con las olas moviéndose de un lado a otro alrededor de sus tobillos. Contemplando la inmensa extensión del océano. Nadie sabía ya mucho de ella, pero mirar un mundo tan grande no parecía importar. El mundo era lo suficientemente grande como para albergar una vida para ella, en algún lugar, aunque todavía no conocía los detalles de esa vida.
Salía de casa poco después de que su madre se fuera a trabajar cada día, para ganar todo el tiempo posible. Cuando volvía de sus exploraciones, se ponía el chándal, se acurrucaba con un libro en el sofá y fingía que había estado allí todo el día.
La mañana del primer turno de Maggie en San Mungo, había sentado a Isobel en la mesa de la cocina.
—No salgas de casa. Por favor.
Isobel había mirado a los ojos suplicantes de su madre y sin rechistar, mintió—No lo haré.
—Y no te quites el collar. Bajo ninguna circunstancia, ¿de acuerdo?
—No lo haré.—respondió Isobel, cerrando los dedos en torno a la estrella de plata de su cuello. Esa parte, al menos, no era una mentira.
Pero había salido de casa. Había ido a muchos lugares diferentes y se había empapado de cada uno de ellos. Disfrutó de las multitudes que pasaban, de la gente, de los muebles, de los paisajes. Tantas cosas nuevas que ver; tanto que se había perdido durante mucho tiempo.
Había ido a muchos sitios, pero no lo suficiente. Quería ir más lejos.
Hoy, sin embargo, iba a ir hasta la habitación de su madre, por primera vez desde que la había metido en la cama tras descubrir lo que había hecho. Hoy sacrificaba otro viaje a Scarborough, para buscar polvos Flu.
Su madre era mucho mejor que Isobel a para Aparecerse, y no tenía ningún problema para ir y venir a Londres todos los días por motivos de trabajo. Pero Isobel había aprendido a Aparecerse a los dieciséis años y aún no era muy buena. Aparecer a largas distancias era complicado, y se le ocurrían pocas cosas más aterradoras que salir despedida mientras estaba sola. Podía hacerlo hasta Manchester, pero no podía obligarse a ir más allá.
La madre de Isobel le había dicho que no guardaba polvo Flu en la casa. Pero Maggie era una mujer desconfiada y temerosa. Su miedo a la guerra y a los mortífagos impregnaba todos los aspectos de sus vidas, e Isobel no podía concebir que Maggie no tuviese una ruta de escape planificada de antemano para salir de la casa, en caso de que ocurriese alguna emergencia impensable. Habían guardado muchos polvos Flu en su antigua casa, los habían utilizado para viajar a todas partes, y no creía que su madre lo hubiera tirado todo tan descuidadamente, para depender de la Aparición para siempre. Así que, cuando Maggie se fue a San Mungo, Isobel se coló en su dormitorio para buscar el polvo verde.
Maggie le había dado a Isobel el más grande de los dos dormitorios de la casa. Los muebles se agolpaban en la habitación de Maggie, e Isobel tenía que apretujarse entre el armario y el borde de la cama para llegar a un pequeño escritorio en la esquina. Por allí empezaría, abriendo con cuidado cada cajón del escritorio, levantando los documentos, los libros y los cuadernos de Maggie; todo ello con tanta delicadeza como para que no hubiera señales de que ella había estado allí.
Los secretos y la desconfianza se habían abierto paso en la relación de Isobel con su madre, por ahora. Su madre era sensible, frágil después de la guerra. Algo se había roto en ella, también, cuando Isobel había sido atacada en la batalla, o quizás mucho antes, cuando su padre había muerto. En los últimos meses, las cosas habían estado tensas entre ellas. Isobel no sabía cómo perdonar un acto tan horrible, pero que provenía de un lugar de amor tan abundante, y tampoco sabía cómo arreglarlo. Todavía no estaba segura de cómo deshacer los actos de su madre: cómo salir del camino que su madre había elegido para ella. Pero por ahora, podía salir de la casa, podía explorar, después de haber estado dentro durante tanto tiempo. Podía encontrar el sabor de la libertad sin molestar a su madre, ni meterla en problemas. Así que si el secreto era lo que se necesitaba, así sería.
No había polvo Flu en los cajones del escritorio de Maggie, e Isobel empezaba a inquietarse. Era posible que su madre lo hubiera tirado todo, en un momento de pánico, pero no quería creerlo todavía.
En la mesita de noche de Maggie no había nada más que una foto de ellas dos y de su padre, tomada años antes en un restaurante de Francia. Los tres parecían bronceados, felices y sanos. La mejilla de Isobel se apoyaba en el hombro de su madre, sin secretos entre ellas.
Isobel dejó la foto en el suelo y se dirigió al armario: una cosa muy alta, de madera, y su último recurso. Respirando profundamente, abrió la puerta de un tirón. Buscó entre cardigans, camisas, jerseys... Y por fin, con la mano extendida hacia el estante superior, de puntillas, sus dedos rozaron el cristal. Se estiró más, pero su mano apartó el frasco.
Isobel maldijo en voz baja. Sacando su varita de la cintura de su pantalón de deporte, susurró:
—Accio Polvo Flu.
Pero no ocurrió nada, e Isobel casi se rió: su madre debía de haber puesto un contrahechizo en el frasco, por miedo a que Isobel intentara invocarlo. Como estaba haciendo ahora.
Tomó la silla del escritorio y la arrastró hasta el armario. Se subió a ella para ver -por fin- el polvo verde brillante, que parecía mirarla fijamente.
Pero no sólo eso.
Detrás del frasco de polvo Flu había un viejo trozo de pergamino doblado. Sólo esas dos cosas, arrumbadas allí, esperando que Isobel las encontrara. No había encantos de ocultación, sólo un estante alto.
Dudó sólo una fracción de segundo, sin querer entrometerse en algo que pudiera ser personal para su madre. Pero, supuso, su madre había robado la vida personal de Isobel: seguramente Isobel tenía derecho a entrometerse un poco.
Más tarde, se preguntaría qué habría pasado si no hubiera desplegado el pergamino.
Se preguntaría en qué momento se dio cuenta de que el escrito era una carta, y que la carta iba dirigida a ella.
Se preguntaría en qué momento se dio cuenta de que estaba firmada por Draco Malfoy.
La curiosidad se convirtió en confusión, en ira y en miedo. Con el corazón palpitando, la leyó una vez, y luego otra. Luego bajó de la silla, se sentó en la cama de su madre y la leyó por tercera vez.
Una carta tan llena de angustia, tan triste, pero tan incomprensible.
Draco Malfoy, que había sido declarado enemigo de sus amigos desde el primer día.
Draco Malfoy, que había amontonado desprecios, insultos y burlas hacia Isobel y sus amigos, en cada oportunidad que se le presentaba.
Draco Malfoy, que había sido un mortífago.
Tomó aire y movió la silla de su madre hacia su escritorio. La colocó allí con cuidado, para que quedara igual que cuando Isobel había entrado. Cerró la puerta del armario, cerró la mano alrededor del plovo verde brillante y se dirigió a la chimenea. Y rogó a Dios que su madre hubiera conectado su casa a la Red Flu.
***
nota de la traductora;
POBRE BELLY, DEBE ESTAR TAN CONFUNDIDA, LLORO
Les tengo una buena noticia, Ana dijo que el domingo publicará otro capítulo!!!
Recuerden que voy actualizando conforme Ana lo hace, no puedo actualizar si Ana no lo hace.
No se olviden de seguirme y de paso les recomiendo leer mis demás historias en mi perfil! Se los agradecería mucho.
Si quieren entrar al grupo de whatsapp, háblenme al priv.
All the love
Francia 💞
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