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004.

— ¿Entonces invitaste a alguien más a la fiesta?

Era viernes por la tarde y Jungkook estaba en su cocina preparando diversos aperitivos para la reunión de esa noche que su mejor amigo Taehyung había estado preparando a modo de celebrar una bienvenida a la ciudad. Aún quedaban algunas cosas por hacer y eso le traía con un humor de perros, pero intentó buscar su centro de paz para responderle al rubio que se encontraba a un costado de forma civilizada.

— Invite al vecino —admite mientras corta un pimentón en varios trozos, como si intentase restarle importancia. Jungkook era pésimo evadiendo los temas o mintiendo, pero al menos lo intentó.

— Oh, ya veo —Taehyung sonríe con cara de pervertido y eso hace que Jungkook ruede los ojos con poca paciencia—... Entonces es por eso que haz estado tan nervioso durante estos días ¿No, rompecorazones?

Jungkook niega con la cabeza haciéndose en desentendido. Había decidido que por lo meno quería pasar desapercibido con sus intenciones de conocer más a fondo a su vecino por ahora y después, cuando viese si había algo allí, le contaría a su mejor amigo lo que se traía entre manos.

— Me lo he encontrado en el pasillo y tú dijiste que debería conocer más gente, por eso le he invitado.

Pero Taehyung no es idiota y ya conoce a Jungkook bastante como para saber que es un pésimo mentiroso.

— Después de empujarlo en el pasillo al tratar de meter el sillón. Sí, claro, solo eso.

Pero el castaño solo alza los hombros siguiendo su intento de no llamar la atención. La verdad era que se sentía un tanto nervioso, después de todo su vecino iría y el necesitaba darle una buena impresión si deseaba que algo sucediese allí. Jamás se consideró un galán conquistador, pero al menos sabía defenderse cuando se trataba de hablar con los chicos que le gustaban y esperaba que eso fuese suficiente para al menos captar un poco la mirada del peli-rosa.

— Deberías seguir ayudándome para tener todo listo en vez de andar cotilleando sobre mi vida personal, idiota. —Dijo zanjando el tema pero Taehyung no era tan fácil de convencer.

— Claro, claro, todo debe estar perfecto para cuando el vecino llegue.

Jungkook revolotea los ojos, pero asiente en su interior. Todo debía estar perfecto.


• • •


Puso a su osito de felpa Dooly sobre la cama y el se sentó en posición de indio frente a él. Estaba muy confundido y al menos necesitaba tener la opinión de su mejor amigo para planear qué hacer con esas emociones extrañas que le estaban invadiendo por completo y no podía controlar. Jimin era un chico sensible, cuando las cosas estaban más allá de su control se sentía inseguro y demasiado asustado.

— Es amable —susurra hacia el muñeco de felpa con la cabeza agacha y mejillas sonrosadas.

Sí, su vecino era amable... Y muy, muy, muy guapo.

Ese era el problema de toda la situación. La belleza de su vecino no le dejaba pensar con claridad y aquel malestar que sentía en el estomago cada vez que lo veía caminar por el pasillo se intensificaba sin parar con el paso de los días. Por un momento optó por ignorarlo, esconderse cada vez que se pudiesen encontrar, pero pronto se vio a si mismo alzando la mirada por el pasillo para observar a hurtadillas como Jeon Jungkook se iba a trabajar por las mañanas. Le gustaban sus gafas y la espalda ancha que tenía, Jimin nunca había visto a alguien tan guapo y ni siquiera era de los que se enamoraba a primera vista. Siempre se mantuvo alejado al resto por miedo al rechazo y le había funcionado bastante bien hasta ahora que solo deseaba tener un poco más de cercanía con su lindo vecino.

— No, no, no —dice en voz alta y negando con la cabeza repetidas veces—... Yo no puedo, él no le va a gustar lo que Jiminnie hace.

No era tonto, quizá algo despistado, pero en el fondo sabía que su forma de acabar con los hombres malos no era la correcta y que no era un angelito ni mucho menos. Su otro problema radicaba en que Jimin no sabía hacer otra cosa. Había sido entrenado desde pequeño dentro de una mafia. Era un chico retraído e incapaz de comunicarse con el resto hasta que su padre le enseñó a enfrentarse a la gente mala. Entrenaban día y noche, la regla de oro era jamás tener piedad con el enemigo y aunque Jimin no entendía del todo aquella premisa simplemente hacía caso a cada cosa que su progenitor decía. Tan solo años después el padre del peli-rosa falleció y como la madre de Jimin también había muerto cuando era pequeño se quedó solo en el mundo con un imperio de mafia enorme tras de él. Apenas era un chico cuando todo sucedió, unos quince años, no más que eso y no se sentía listo para asumir el puesto de su padre a tan corta edad por lo que un día escapó de sus responsabilidades volviéndose una sombra más mientras se perdía en la ciudad. Su vida no fue fácil desde entonces, quizá contaba con dinero para lo necesario y no morir de hambre gracias a que se había llevado una parte de la herencia consigo, pero el estar solo en el mundo sin nadie que te protegiera era algo que perturbaría a cualquiera. Jimin siempre fue especial, aunque la cosas se agravaron de a poco construyendo la personalidad que ahora poseía. No, al principio no disfrutaba asesinando personas, fue después, cuando su camino se cruzó con el del jefe Kwan. Ese fue el comienzo del fin para su inocencia.

Sung Kwan era un mafioso poderoso que se aliaba con su padre para hacer negocios y durante un altercado que hubo en los barrios bajos donde el chico vivía después de escapar (en el cual Jimin además de defenderse asesinó a un cartel entero) el hombre le pidió que trabajase para él, al menos por unos meses.

— Ganarás dinero y fama —le dijo ese día y Jimin estaba demasiado asustado con sus manos ensangrentadas y el labio tembloroso como para haberlo pensado con más profundidad—. Tienes un talento extraordinario, Jimin. Tu padre estaría orgulloso.

Y como Jimin tan solo era un chico solitario que apenas sabía mantenerse vivo aceptó la oferta de Kwan convirtiéndose así no solo en su sicario personal, sino también en el asesino más buscado de la ciudad. Distintas mafias solicitaban sus servicios y de a poco comenzó a volverse un experto en quitarle la vida a un montón de personas sin dejar rastro. Fue así como la mente de Jimin comenzó a distorsionarse hasta llegar al punto en donde sentía una cierta satisfacción cada vez que cortaba la yugular de alguien y la sangre salpicaba por todos lados. Para el mismo no existía ni bien ni mal, los hombres malos eran de los que pedían que se encargará en sus trabajos aunque el ni siquiera sabía exactamente por qué. A pesar de eso tenía bastante claro que las demás personas veían aquello como una aberración y por eso también siguió siendo un chico retraído 
en vuelto en mil colores que le dejaban vivir la infancia que nunca tuvo gracias a la presión que ejercía su padre para convertirlo en una máquina de matar. Jimin actuaba como un niño porque en el fondo lo era a pesar de sus 18 años y al igual que un infante no tenía ni idea de cómo hablarle al chico que le gustaba si asustarlo en el intento. Para él era mucho más fácil clavar una daga en el cuerpo de alguien que poder hablar con su vecino sin que sus mejillas se colocarán más rojas que la sangre que se derramaba durante sus trabajos.

— ¡Tonto, Jiminnie, tonto! —decía mientras se cubría la cara con las manos y sollozaba bajito. Quería gustarle a Jungkook, pero nadie quería a quien jugaba con sangre.

Durante horas se dijo a sí mismo que no debía ir a la fiesta que se llevaría a cabo ese día y aún así una parte de el tenía la esperanza de que su vecino lo estuviese esperando con esa bella sonrisa que siempre traía en el rostro y le hacía doler el estómago de forma linda. Había un gran debate en su interior porque a pesar de que tenía miedo de que nada saliese bien si asistía, a la vez se sentía emocionado en asistir a su primera fiesta normal y sin armas de la mafia de por medio. En medio de la ansiedad que le provocaba todo el tema ya había elegido el vestuario que usaría en el caso hipotético de que que se atreviera a tocar el timbre del departamento de su vecino, todo rosa como le gustaba siempre andar y con las nuevas zapatillas que había comprado y que traían consigo luces en los costados. Se decía a sí mismo que solo era por si acaso, si no le quedaba más remedio que asistir, pero en el fondo sabia que un pequeño Jimin en su interiorsaltaba feliz y emocionado. Además (culpando nuevamente a la ansiedad), también le había conseguido un presente a Jungkook para no llegar con las manos vacías si es que decidía presentarse finalmente. Como su vecino le había dicho que le gustaba su pijama de dinosaurio,  la vez que vino a dejarle el correo intercambiado, el fue a comprarle uno igual, pero de conejito ya que la cara del chico le recordaba demasiado a esos tiernos animales que eran sus favoritos. Esperaba que le gustase y quizá debería al menos entregárselo en persona.

Sí, iba a hacer eso.

Se levantó para comenzar a arreglarse cuando escucha su teléfono vibrar sobre la mesa. Extrañado se levanta y revisa la pantalla que ahora se encontraba brillando para avisar que le había llegado un mensaje del jefe Kwan. Jimin suspiró y desbloqueó el aparato para leer el contenido del mensaje. Se trataba de otro trabajo para esa noche, esta vez tendría que deshacerse de unos chicos que habían robado algo de mercancía. A decir verdad, Jimin no tenía ni un poco de ganas de manchar su ropa con sangre, pero ese era uno de los problemas más grandes de trabajar en la magia. Se debía cumplir el trabajo siempre o cosas muy feas pasarían. Tan solo una vez se negó y terminó con una cicatriz en su espalda como prueba de que por más que fuese una máquina de matar contra veinte hombre armados no tendría oportunidad.

Resignado y triste dice que ya va en camino. Definitivamente no podría entregarle el regalo a Jungkook, ni mucho menos disfrutar de la fiesta a la que su vecino le había invitado. Con los labios formados en un puchero metió su pistola rosa y navaja del mismo tono en los bolsillos para después enfundarse la mochila de Totoro donde llevaba todos los implementos que necesitaba para limpiar la escena del crimen que dejaría en menos de una hora. Por unos segundos deseó jamás haber aprendido a matar, si fuese normal no tendría problema alguno en ir a la fiesta de su vecino y quizá, solo quizá, podría disfrutar de aquella sonrisa cautivamente que tanto le encantaba...

Pero Jimin no era normal y siempre tendría que matar a personas malas.






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