𝟬𝟬𝟱 fire meets gasoline
CAPÍTULO CINCO: EL FUEGO CONOCE A LA GASOLINA.
La pequeña vampira de cabello rosado marchó hasta el lugar que pensaba como propio. No exactamente porque lo fuera, sino porque nadie la molestaba allí. Sus ojos se perdían en el cielo, sus pies recorrían el camino de memoria, mientras sus manos rodeaban un cuaderno azul junto con un lápiz. Una vez que llegó a la fuente, propinó un salto para colocarse sobre el borde. Subió las piernas y, sobre ellas, posó su cuaderno.
Trazo tras trazo, el lápiz cruzaba la hoja en blanco de un lado al otro. Su único propósito, reflejar una idea que no tenía formada por completo. La realidad era que no le gustaba dibujar, no tenía idea de cómo expresarse con ese medio, y nunca lograba formar algo que la complaciera. No obstante, seguía intentando. Porque su padre solía pasar horas dibujando y dibujando, creando obras de arte que luego colgaban de las paredes de su hogar.
Yusuki quería creer que ella también era capaz de crear algo tan hermoso como eso. Solo le faltaba práctica, o eso le había dicho su madre cada vez que la atrapaba intentando copiar un retrato para solo acabar con lágrimas de frustración cayendo por sus mejillas. Entonces se convenció que lo único que necesitaba era practicar, practicar, practicar.
Un conjunto de pasos acelerados cruzaron el lugar, y notó que se trataba de los trillizos: Laito, Kanato y Ayato. De entre los hijos de KarlHeinz, ellos eran los que más solía ver. Tal vez era porque eran los más ruidosos, o porque acostumbraban correr de un lado al otro por el lugar, metiéndose en problemas. Apenas se movió, guardando silencio y utilizando la estatua que se alzaba en el medio de la fuente para mantenerse oculta. Observó con curiosidad al grupo, llevándose el lápiz a la boca y mordiéndolo con nerviosismo.
Ya llevaba un par de meses viviendo allí, y aún así no había hablado con nadie más que los adultos en la residencia. Lo primero que KarlHeinz hizo después de que su familia falleciera fue llevarla allí. Se suponía que iba a volver para hablar con ella, o ella así lo asumió, pero seguía esperando aquel día. Mientras tanto, las esposas la trataban como una invitada, y los niños siempre la observaban con atención ya que era una desconocida viviendo con ellos. Pero su timidez siempre se interponía cuando alguno de ellos intentaba entablar una conversación.
Una sonrisa se plantó en su rostro cuando observó un par de murciélagos salir volando, rememorando las colonias que solían encontrar hogar en su patio. Su madre era de esas personas increíbles cuando se trataba de animales, pero era claro que los murciélagos eran sus favoritos. Se encargaba de brindarles un ambiente propicio para ellos, junto con su comida favorita, y sabía exactamente qué hacer en caso que se enfermaran o se hirieran.
Un sollozo la apartó de su trance, y alzó la cabeza para descubrir que el vampiro de cabello lila estaba llorando. Él se llevó una mano a los ojos, refregándolo mientras que con el otro se aferraba a un oso de peluche que llevaba a todos lados—. ¡Los murciélagos que atrapé se fueron!
Su hermano mayor se le acercó, manteniendo la calma—. Kanato, deja de llorar. Yo los atraparé por ti, ya verás.
—¡Sí! —exclamó el pelirrojo, sus labios curvándose en una sonrisa—. ¡Volveremos a atraparlos!
Yusuki dio un salto al bajar de la fuente. Colocó sus manos detrás de su espalda para ocultar el cuaderno, y enderezó la espalda antes de caminar en dirección al grupo con elegancia. Había aprendido sus modales a una temprana edad y, aunque ahora viviera con ellos, seguía siendo consciente que alguno de ellos sería el futuro Rey de los Demonios.
Luchando contra sus nervios, se paró a un lado de la fuente y los tres niños se giraron al escucharla. Ellos intercambiaron una mirada entre ellos antes de volver a mirarla. Kanato se colocó detrás de sus hermanos, mientras que los otros dos mantuvieron sus distancias, observándola con cautela. Después de todo, cada vez que habían intentando hablarle, siempre habían obtenido silencio. No estaban seguros de qué quería.
La vampira tomó una bocanada de aire, bajando la cabeza al suelo al no poseer el valor suficiente como para enfrentar sus miradas. Su labio inferior fue atrapado por sus dientes. Recordó que debía mantener sus modales, y volvió a alzar la cabeza. Relamió sus labios una vez más.
—¿Puedo ayudarlos? —preguntó, tan bajo que no hubiera sido escuchada si no fuera porque eran vampiros. Ante la mirada confusa que recibió por parte de ellos, sus mejillas se cubrieron de un vapor rojizo—. A... uhm, a atrapar a los murciélagos —aclaró, hablando más fuerte—. Mi mamá siempre tenía muchos en casa y... bueno, tal vez podría ayudar.
Era la primera vez que escuchaban su voz tan claramente. Lo más que habían obtenido de ella hasta entonces era un "sí" o "no", que ni siquiera era dirigido a ellos pero a su madre. A pesar que compartieran vivienda, no habían llegado a más que cruzar miradas durante las comidas. No sabían nada de ella. Ni qué hacía en todo el día, ni cómo era, ni por qué estaba allí.
Laito le observó sin saber qué decir. Era la primera vez que se quedaba sin palabras. Sus ojos viajaron de arriba a abajo. Ya sabían que Yusuki era hermosa, era lo primero que los hermanos habían notado en su llegada. (Lo siguiente fueron las lágrimas que empapaban su rostro.) Sin embargo, Laito creía que ella era el ser más hermoso que había pisado la Tierra. Su belleza resultaba magnética, captando toda su atención cada vez que la veía bajar de su habitación.
Que aquella chica, etérea, fuera de su alcance, estuviera de pie frente a él, preguntando si podía unirse a ellos fue suficiente para dejarlo pasmado. Incluso si solo le hubiera deseado los buenos días, su propia voz hubiera sido suficiente para congelarlo en su lugar. Debería haberlo esperado de alguien como ella, pero igualmente no pudo evitar sorprenderse al escuchar la voz más cautivante que alguna vez había escuchado.
Kanato permaneció en silencio, secando sus lágrimas al mirar a la chica con cierto recelo. Desde que había llegado, su madre había demostrado un interés en su persona. Por lo tanto, no podía evitar estar celoso. (Ella le llevó la comida a su habitación hasta que se dignó a salir, ¿quién se creía que era? ¿Por qué su madre tenía que servirle como si fuera una princesa?)
Ayato fue el primero en brindarle un poco de confort. Sus ojos se encontraron, y la sonrisa que le dedicó la llenó de calidez. Ver a uno de ellos reaccionar de manera positiva la calmó notablemente, y su corazón volvió a su lugar en lugar de la posición en la garganta que había adoptado durante aquel silencio que sintió eterno.
Solo le tomó unos segundos al chico de furiosa cabellera roja acercarse a ella—. ¡Claro que puedes ayudar! —asintió efusivamente. Tomó su mano sin pensarlo, y tiró de ella para salir corriendo.
Yusuki casi tropezó con sus propios pies al ser tomada por sorpresa, pero rápidamente se recuperó y le mantuvo el ritmo. Giró su cabeza hacia el chico, sus ojos abiertos, absortos en tomar la imagen del niño que le había tomado la mano cuando ella estaba a punto de derrumbarse.
Una carcajada cayó de sus labios. Era la primera vez que reía desde que había llegado allí, desde que la desgracia golpeó la puerta de su hogar, arrebatándole a sus padres y la ilusión de la infancia. Ayato la miró y se unió a ella, riendo con ganas. No sabía por qué, pero su risa le resultaba contagiosa.
Laito frunció el ceño, percatándose que había tardado demasiado en reaccionar. Entonces, comenzó a correr detrás de ellos, siendo seguido por su hermano—. ¡Oigan, esperen!
Justo antes que Laito alcanzara al dúo, ellos casi impactaron contra las piernas de Cordelia. Frenaron instantáneamente, y las carcajadas encontraron su fin. La mujer sonrió ligeramente hacia la chica, antes de mirar a su hijo y colocar una mano sobre su hombro.
—¡Ayato! Así que aquí es dónde estabas —habló ella, y se giró a la niña, colocando un mechón de su cabello detrás de tu oreja—. Yusuki, creí que estabas adentro. Me alegra ver que te estás divirtiendo con Ayato, pero él tiene que venir conmigo —musitó antes de volver a mirar a su hijo—. Vamos, ¡deprisa!
Cuando Ayato no se movió, Cordelia arrugó los labios, a punto de tirar de su hombro para arrastrarlo de vuelta a la mansión. No obstante, su acción fue pospuesta cuando sus ojos cayeron sobre las manos de los dos niños unidas. En cuanto ellos fueron conscientes de su mirada, se soltaron y dieron un paso en direcciones contrarias, creando espacio entre ellos.
Kanato finalmente se unió al grupo, parándose detrás de Laito. El castaño miró a su hermano de reojo antes de finalmente girarse—. Kanato, vámonos de aquí.
—¡Sí! —asintió el pelilila, persiguiendo a su hermano que corrió en la dirección contraria.
Yusuki los observó hasta que se encontraron fuera de su campo de visión, y aún así mantuvo sus ojos allí, esperando que volvieran. Pero sus esperanzas fueron aplastadas cuando Cordelia colocó su mano libre sobre su hombro, volviendo a captar su atención.
—Ayato tiene que estudiar, Yusuki. ¿Por qué no te unes? —sugirió, pero su tono insinuaba que era más una orden.
Antes que la menor pudiera responder, Ayato protestó—. ¡No quiero! Lo único que hago es estudiar.
El ceño de Cordelia se frunció—. No quiero escuchar tus excusas. Regresa a tu habitación.
—¿Por qué Kanato y Laito pueden jugar mientras lo único que yo hago es estudiar?
—Porque no eres como tus hermanos —contestó Cordelia, su tono aumentando a medida que la conversación continuaba.
—¡No, madre! ¡Yo quiero seguir jugando!
—¿Cuántas veces debo repetirlo? Eres el sucesor, ¿entiendes lo que eso significa? Ahora, dime, ¿qué es lo que debes hacer? —Cordelia miraba a su hijo con severidad, mientras Yusuki guardaba silencio. Ella volvió a mirar a Ayato, cualquier rastro de aquella sonrisa que le había mostrado perdida.
—Debo convertirme en el número uno. Debo ser mejor que todos.
—¿Y si fracasas?
—Ya no seré el hijo de mi madre, y terminaré hundido en el fondo del lago.
Yusuki sintió algo caer hasta el fondo de su estómago. Había notado que Ayato siempre estudiaba, más que sus dos hermanos, pero no había pensado en la razón tras su responsabilidad. Simplemente había asumido que le gustaba hacerlo, que lo hacía porque él quería. El nudo que se formó en su garganta le dificultó tragar, y no pudo evitar pensar en su madre. Ella siempre la había tratado con tanto afecto, brindándole amor y cariño sin importar si estudiara o no. Claro que había veces que la regañaba, pero sus intenciones eran buenas, y constantemente recibía su apoyo cuando mencionaba qué quería hacer.
—¡Exacto! ¡Qué buen niño! —felicitó Cordelia—. No me sirves de nada si no eres el número uno, y los niños inservibles deben pasar toda la eternidad en el fondo del lago frío y oscuro. Así que, si no quieres eso, ¡vuelve a tu habitación! ¡Tú también, Yusuki!
Ayato salió corriendo, y Yusuki inmediatamente lo siguió. Su velocidad aumentó, el miedo incitándola a colocar tanta distancia como fuera posible entre ella y la mujer de cabello púrpura. No podía creer que trataba así a sus hijos. La misma mujer que se había preocupado por llevarle de comer cuando no quería ni levantarse de la cama, aquella que la había animado a salir sin presionarla.
Resulta que las primeras impresiones son engañosas.
Cuando alcanzaron la mansión, Yusuki miró al chico. Aquella sonrisa se había extinguido hace mucho, y ahora sus ojos se veían nublados por lágrimas que luchaba por contener. Lentamente, se le acercó, sus pasos no emitiendo sonido alguno.
—Yo... —comenzó, su voz temblando. Ayato tensó la mandíbula, esperando escucharla burlarse de él por estar llorando. Por ser tan débil. Por ser un llorón. Estaba a punto de empujarla lejos de él, cuando ella continuó, hablando con firmeza—. Yo creo que eres el mejor, Ayato.
Ayato alzó la cabeza instantáneamente, mirándola a los ojos. Descubrió la sinceridad en sus ojos, sin evidencia de que se estuviera burlando de él o que estuviera haciendo un chiste. Ella creía que él era el mejor. Una sonrisa tímida jugó en sus labios, antes de que tomara su mano y la llevara escaleras arriba para estudiar. No quería que su madre la castigara a ella, haría lo imposible para evitarlo.
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Yusuki alcanzó a Ayato y Laito, sin sorprenderse mucho porque estuvieran succionando la sangre de Yui. Una mueca de disgusto se apoderó de su rostro, y se vio tentada a apartar a los dos de un golpe antes de soltar un bufido para captar su atención. Los hermanos se giraron hacia ella, Ayato desprendiéndose del cuello y Laito del muslo de la chica.
—¿Yusuki? —murmuró Ayato. Entonces, se colocó de pie y dio un paso hacia ella, formando distancia entre él y la humana. Por el otro lado, Laito le brindó una sonrisa a la vampira antes de volver a morder a Yui, quien jadeo del dolor.
Ayato se le acercó y tomó su mano, a lo que la chica frunció el ceño. Tomó una pausa para observarlo, y él se limpió el resto de sangre que manchaba sus labios con la manga de su camisa. Entonces, Yusuki apartó su mano de su agarre. Sin previo aviso, se acercó a Yui y tomó a Laito por el hombro antes de empujarlo hacia atrás. Yui soltó un pequeño chillido, y se llevó las manos a la boca para observar con los ojos abiertos a la vampira que se interponía entre ella y los vampiros.
El castaño cayó sobre su trasero, alzando la cabeza y sonriendo con diversión ante el cambio de eventos. Sus ojos brillaron cuando se encontraron con el rostro de la chica, y entrecerró ligeramente la mirada—. ¿Qué haces?
—Dejen de alimentarse de ella como si fuera una bolsa de sangre —siseó la pelirosa, su cuerpo ardiendo ante la idea que ellos preferían estar con la humana que con ella por un instinto tan animal como la sed. Su estómago dio un vuelco cuando recordó las veces que Shu la uso a ella como fuente de alimento, pero ignoró la sensación y tensó la mandíbula—. Me tienen cansada. Cada vez que los veo tienen los colmillos pegados a ella... se está volviendo lamentable.
Laito soltó una carcajada, pero su sonrisa se tornó hostil—. Mira quién está celosa de una humana. ¿Quién es lamentable en realidad?
Yusuki inspiró por la nariz—. Cuidado, Laito... no quieres verme enojada.
El castaño se colocó de pie, y se acercó a ella con lentitud. Se llevó una mano a su fedora, bajándola y cubriendo sus ojos. Cuando finalmente se encontró frente a ella, Ayato intervino, tomando a Yusuki por la muñeca.
Ella alzó la cabeza para mirarlo, sus ojos entrecerrados, formando rendijas, creyendo que debería pelear con ambos. Sin embargo, Ayato la observaba con suavidad, y los músculos tensionados de Yusuki dejaron de estarlo en ese mismo instante. Laito gruñó al notar que la chica volvía a ser cautivada por su hermano. De alguna forma, siempre pasaba lo mismo.
—Yusuki... ¿podemos hablar?
Su cabeza apenas se movió al asentir, y entonces comenzaron a caminar en búsqueda de privacidad. Ninguno de ellos se detuvo a mirar a Laito, a quien prácticamente le salía humo por las orejas. Cuando el dúo desapareció de su visión, él se dejó caer sobre sus rodillas.
Escuchó un pequeño chillido, y alzó la cabeza para encontrarse con la mirada temerosa de Yui. Apretó la mandíbula, sus colmillos aún visibles, antes de sisear—. ¿Qué sigues haciendo aquí? ¡Vete!
La rubia no dudó. Salió corriendo en cuanto tuvo la oportunidad, mirando atrás para asegurarse que no la persiguiera. Paro su sorpresa y desconcierto, Laito permaneció en su lugar. Inmóvil, sus ojos mirando el suelo y su mente a kilómetros de allí.
Tal vez, si no hubiera tardado tanto en reaccionar aquel día, hoy él podría ser el que se ganase a la chica con solo una mirada.
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