Capítulo 16: Experimentos
Pasaba la media noche pero continuaba en la enfermería. No entendía nada de aquellas pruebas, todo era demasiado raro. Tantos años estudiando medicina y nunca antes había visto nada medianamente parecido. Era cierto que algunos hombres nacían con malformaciones o algunos órganos femeninos como úteros pero estos nunca funcionaban y se solían extirpar. Era debido a la genética pero mirando sus pruebas genéticas, no mostraba ningún fallo cromosómico.
- ¿Y el síndrome de Klinefelter? – escuchó la pregunta de su compañero Bepo.
- Es la primera que he descartado – musitó Law sin apartar los ojos del libro que tenía entre manos.
- Pero encajaría.
- No lo hace, el síndrome de Klinefelter es a nivel genético, el cuerpo del individuo se compondría de dos genes "X" y un "Y", Ace no tiene nada semejante. Todo está bien. Cada vez estoy más seguro que es artificial. Tampoco he visto síntomas en él de ese síndrome.
- Pero... es el único que podría encajar, Law.
- Ace tiene un cuerpo musculoso, no tiene piernas ni brazos más largos de lo normal, no tiene huesos débiles, su nivel de energía es enorme y sus testículos y pene son de tamaño correcto y proporcionado, créeme... no es Klinefelter.
- ¿Crees que se lo han implantado? ¿Cómo? – preguntó Bepo extrañado – y lo más importante... ¿Por qué implantar un útero en un hombre sabiendo que no sería funcional?
- Eso es lo que me intriga y a lo que no tengo respuesta. Un útero necesita la ovulación para poder ser funcional, pero no está ovulando. Aun así, hay una posibilidad que con óvulos viejos pudiera quedarse embarazado aunque la posibilidad es menor, por eso el cuerpo humano ovula, elimina los viejos y los renueva mediante la regla. ¿Qué pueden querer los nobles trasplantando un útero en un hombre? No tiene ningún sentido – pensó Law nuevamente, aunque por más vueltas que le daba a la idea, nada le venía a la mente – no entiendo nada y necesito más información.
- Ya le hemos hecho muchas pruebas. ¿Qué más pruebas faltarían por hacerle? ¿Hay alguna médica ahora mismo que nos aportase más información de la ya recogida?
- No – dijo Law – le he hecho todas a las que he tenido alcance. Sólo queda una opción. Buscar ese laboratorio y acceder a sus archivos.
- Estás loco, no va a ser seguro indagar en ese terreno.
- No hay más remedio. Hay que encontrar dónde tienen las instalaciones y robar su expediente. Nos explicaría lo que le hicieron.
- Hay otra opción, olvidarnos del tema. Vamos, Law, es un boxeador, un esclavo, dejemos el tema. No vale la pena arriesgar nuestra vida por un esclavo.
- Bepo, haz lo que quieras, yo voy a buscar ese laboratorio – añadió Law – ya no sólo por Ace, sino por la cantidad de críos que han debido pasar por él. No voy a permitir que sigan experimentando con niños.
Un resoplido fue lo que Bepo dejó escapar. Su capitán era terco como una mula, no retrocedería en su idea, no daría marcha atrás cuando planteaba algo y dejarle solo no era una opción para él. Era su segundo al mando.
- ¿Dónde crees que estará su laboratorio? – preguntó Bepo.
- Está aquí, en algún lugar de este edificio.
- No puedes estar seguro.
- Ace dijo que cuando era pequeño no peleaba en la jaula, lo llevaban a un lugar con muchos utensilios. Cuando despertaba estaba en su celda. No podían llevarlo lejos, está en algún lugar de este edificio.
***
El ruido de una gota cayendo sobre un pequeño charco de agua era lo que llegaba a los finos oídos de Marco, eso... y la dificultosa respiración de Ace. Miró a la celda frente a la suya. A ese chico siempre le retenían con aquellas gruesas cadenas, encadenado de pies y manos contra la pared, pero no fue eso en lo que se fijó, sino en las mejillas sonrojadas del menor, en sus párpados cerrados y en cómo se centraba en seguir respirando.
- Ace – le llamó desde su celda, aunque no obtuvo respuesta pese a que los presos de las celdas cercanas miraron hacia Marco –. Ey, Ace, mírame. Vamos... - casi suplicó.
Con pesadez abrió los párpados, fijándose en uno de los pocos amigos que tenía allí dentro, viendo sus manos agarradas a los barrotes tratando de llamar su atención. ¡Sonrió! Marco le sonreía tratando de calmarle.
- Respira conmigo, inhalamos lentamente – lo hizo para que Ace se centrase en él – y exhalamos, vamos, Ace, hazlo conmigo.
- Le está costando respirar – escuchó Marco al compañero de la celda de al lado, Jinbe.
- No es su respiración lo que me preocupa – susurró Marco – es su fiebre. Por las tardes y noches siempre empeora. Necesita que le atiendan.
- Llamad a un guardia y que lo lleven a la enfermería – sugirió una voz del fondo del pasillo, una que sorprendió a Marco, era Doflamingo.
- Tú no te metas en esto – agregó Marco con odio en sus ojos – ni siquiera sé por qué te interesaría ayudarle.
- ¿Ayudarle? – sonrió Doflamingo – si muere aquí, no podré derrotarle ni follármelo – dijo con tono burlón creando que tanto Marco como Jinbe golpeasen los barrotes con fuerza llenos de odio – llamad a un puto médico ahora mismo, os recomendaría Law, es lo mejor que tienen ahora mismo en este edificio. Él sabrá qué hacer.
- ¿Law? – susurró Marco mirando hacia Jinbe en la celda contigua, pero éste le devolvió el gesto. Ninguno sabía quién era.
- Es un maldito bastardo – sonrió Doflamingo – pero el muy cabrón es el mejor médico y cirujano que conozco. Lo contrataron para acabar con Ace – sugirió, enfureciendo más a los otros dos, aunque el gesto les cambió en las siguientes palabras – ahora parece que su trato ha cambiado, ha estado curando las heridas de Ace desde hace unas semanas.
- ¡GUARDIAS! – gritó Marco finalmente - ¡GUARDIAS! – retomó el grito hasta que fue escuchado por uno de ellos.
No entraron precisamente de buen ánimo, nunca lo hacían. Para esos soldados, todos allí eran simples esclavos sin derecho a voz. Esos gritos sólo eran un incordio y así se lo hicieron saber.
- Deja de gritar, mal nacido – se quejó el guardia.
- Necesitamos un médico.
- Vete a dormir y no montes escándalos.
- Entonces serás el responsable de perder a uno de los mejores boxeadores. Supongo que tendrás que explicárselo a tu jefe – sonrió Marco al ver cómo le cambiaba la cara al instante, acercándose por el pasillo para ver que ese chico agarrado contra la pared parecía realmente grave.
- Mierda – susurró antes de salir corriendo por el pasillo.
- Llamad a Law – gritó Doflamingo hacia el guardia.
El silencio volvió a reinar en el gran sótano lleno de celdas tras el cierre de la puerta. Tan sólo la respiración de Ace sonaba acrecentando la angustia de Marco y Jinbe frente a él. Aquella gota de agua que resbalaba del techo y se perdía en el charco atormentaba los oídos de los esclavos incesantemente y de forma continua, era el único ruido que siempre permanecía en aquella soledad.
Marco intentó por todos los medios conseguir que Ace respirase con él, pausado, con calma pero parecía cada vez más débil. Por suerte, a los pocos minutos la puerta se abrió y sólo un guardia entró para abrir la celda. Tras él, un hombre de extraño pantalón vaquero caminaba. La sudadera azul le hacía parecer joven y desde luego, no tenía pinta de médico. Marco se fijó en aquellos tatuajes en sus manos cuando pasó a su lado, en el extraño gorro de los pueblos del norte que él una vez conoció y el semblante serio del hombre.
La celda se abrió con un chirriante sonido y sólo el segundo hombre entró a la celda. Se agachó frente a Ace, con sus manos atadas a cada lado contra la pared, indefenso y con su rostro caído contra uno de sus hombros. Pese a la escena devastadora, Law posó su mano en el rostro de Ace y la elevó arrastrando sus mechones de cabello y apartándolos de su frente para poder comprobar la temperatura. ¡Era alta! Demasiado alta.
Buscó en la bolsa que llevaba al hombro una jeringuilla y un bote de acetaminofén. Clavó la aguja y sacó el líquido preparando la inyección. Marco sólo podía mirar desde el otro lado cómo ese hombre le inyectaba la medicación.
- Tengo que llevármelo – dijo Law – la humedad de este lugar, el moho y la mala posición en la que le encadenáis le está dificultando que pueda respirar. Con la costilla fracturada es imposible que respire bien en un lugar así y a eso tengo que sumarle la fiebre, necesita estar unos días bajo observación. Si tienes que pedir permiso a tu jefe, estás perdiendo el tiempo aquí conmigo – sugirió Law al guardia, quien se quedó de piedra en los primeros instantes por la forma descortés y sobrada en la que Law le hablaba, pero enseguida, volvió por el pasillo para ir a pedir permiso a su jefe y sacar a Ace del calabozo.
- ¿Le has inyectado acetaminofén? – preguntó Marco al ver el bote que guardaba en la bolsa de nuevo.
- ¿Eres médico? – preguntó Law.
- Lo fui, más o menos. Antes de que me encarcelasen aquí, estudiaba medicina con mi padre, quien sí lo era. Eso le calmará un rato, puede que la fiebre le baje lo suficiente para que no esté su vida en riesgo pero... la fiebre continuará un par de días más – le avisó Marco.
- ¿Qué sabes sobre su fiebre?
- Es extraña, ¿verdad? Aparece de un día a otro, sin avisar, todos los meses sin falta. Le dura de tres a cinco días, dependiendo de los meses. No conozco ninguna enfermedad que produzca algo semejante. He pensado que podría ser parte de los experimentos que realizaban en él hace años, quizá un efecto secundario, no estoy seguro. Una vez estuvo a punto de morir, no podían bajarle la fiebre.
- No voy a dejar que muera – aseguró Law.
- No te lo tomes a mal, pero no puedo fiarme de alguien que venía a matarle.
- Muchas cosas han cambiado desde aquello.
- Ace es especial, si le ocurre algo, te mataré – amenazó Marco sin miramiento alguno.
¡Especial! Ésa era la palabra que Law grabó en su mente. ¡Sí que lo era! Sólo le conocía de un par de semanas pero... era consciente de que ese chico tenía un don. No iba a dejarle morir.
- Si quieres ser de ayuda, necesito saber algo – dijo Law – el laboratorio donde hacían los experimentos, ¿sabes donde está?
- En el subsuelo, debajo de las celdas, pero no sé cómo llegar allí. A los niños nos tapaban el rostro para evitar que viéramos dónde estaba, pero memoricé un poco el camino. De mi celda a la derecha, ciento cuarenta y dos pasos y a la derecha. Había una puerta creo por la forma en que chirriaba y escaleras que bajaban. Creo que se encuentra bajo este sótano. No recuerdo mucho más, abajo era un laberinto y nos drogaban ligeramente para evitar que supiéramos dónde íbamos.
- No sabrás qué tipo de experimentos hacían, ¿verdad? Eres médico, quizá alguna palabra técnica que utilizasen, algo que te diera una pista.
- El PGS – dijo Marco recordando algo – creo que es algo sobre... genética o...
- Análisis de cuerpos polares, blastómeras o trofoectodermo de ovocitos, zigotos o embriones para la detección de aneuploidías, mutaciones y/o re - arreglos del ADN – detalló Law – sí, conozco eso. Pero no entiendo el motivo de trasplantar un útero en Ace.
- ¿Un útero? – preguntó sorprendido Marco -. ¡Oh, joder! Hace unos años, hubo un problema con los nobles, algo sobre embarazos. Quizá sólo buscaban tener éxito con un trasplante de útero.
- ¿Pero por qué en un hombre? – preguntó Law – es lo que me inquieta.
Marco chasqueó los labios y le indicó con los dedos que se acercase para susurrarle. Law lo hizo aunque con algo de desconfianza.
- Cuentan los rumores, que un noble se enamoró de otro hombre, pero ya sabes como son los nobles... no tendrían hijos con alguien que no fuera de su misma categoría social y las mujeres se negaron a darles un hijo. Con el dinero que tienen, no me extrañaría que subvencionasen estas prácticas hasta lograr tener un útero propio y poder engendrar, pero sólo son rumores. Quizá lo lograron.
- No creo, Ace no tiene menstruación, su útero no debería estar funcionando.
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