II. Gris Claro
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Empezar de nuevo con la misma rutina aburrida y monótona en la que Sam se había encargado de meterme era cansado y desesperante.
Normalmente mis días consistían en pasar toda mi mañana en la casa mirando el techo de mi habitación y cantando exelentes temas musicales que se habían hecho muy populares entre los jóvenes de la reservación. En las tardes solía estudiar junto a mi madre y con la ayuda de Leah que para nada vale la pena - demasiadas burlas y muchos comentarios bordes como para concentrarse- como una alternativa a estudiar con mis compañeros totalmente humanos en un aula, aunque, no me quejaba del todo. Y mis noches se iban entre turnos nocturnos y videojuegos hasta que mamá decidiera que ya era hora de dormir.
No era la vida más emocionante o la más increíble.
Pero tampoco era una vida corriente y simple como la que muchos suelen tener, y eso de ser corriente, en opinión personal, era demasiada desdicha.
No podía salir mucho de casa, sí.
No podía hablar con amigos, sí.
No podía tomar clases como cualquier chico, sí.
Pero tenía una cualidad genética que hacía que todo el esfuerzo valiera toda la pena. Ser un hombre lobo valía toda la maldita pena.
Y es que me llenaba de orgullo el decir que era descendencia de una de las tribus más fuertes y de las más valientes que pudieron existir hace muchos años, era descendiente de los Quileutes y eso era un motivo más que suficiente para que se me inflara el pecho con orgullo al decirlo.
De igual forma, a veces podía llegar a frustrar todo este embrollo de criaturas sobrenaturales y enemigos de antaño traídos por nuestros antepasados. Solo tenía una década y media, era joven.
Claro que aquello tampoco era una excusa para intentar tapar mi irresponsabilidad y dejar que todo se me vaya de las manos así por así. No quería decepcionar a mi madre y mucho menos a la manada. Así que debía poner todo mi esfuerzo en ello y manejar el tema de la licantropía lo más responsable que podía llegar a manejarlo. Aunque a veces no podía evitar que saliera a la luz ese lado inmaduro y extrovertido que me hacía ganar muchos regaños y advertencia por parte del alfa Uley y mi progenitora Clearwater.
Luego del asunto de la playa, volví a mi casa lo más rápido que pude y le invente alguna tonta excusa a mi mamá, que por cuestiones de la vida termino sin creerme una palabra. Y es que Sue me conocía lo suficiente como para descubrir cada pequeña mentira sosa que sale de mi boca.
¿Que decir? Así son las madres.
Leah por el contrario ni siquiera me dió los buenos días y se fue de casa a tomar su turno diurno junto a Jared, el cual había sido el único en aceptar a mi hermana como pareja de vigilancia.
Luego de que Leah saliera de casa, mamá me dió el desayuno pero quede algo inconforme, por lo que tome unas tostadas que eran de Leah, pero ella no había querido comerlas y terminaron siendo mías al fin y al cabo. Aún me sentía inconforme, pero no podía devorar toda la despensa en un solo día.
Subí a mi habitación dispuesto a tomar una siesta y mantener mi energía a tope ante cualquier situación.
Pero los recuerdos de La Push volvieron a pasar fugaces por mis pensamientos y el delicado rostro de aquella rubia era lo que más resaltaba en ellos. Todo parecía girar en torno a ella dentro de mi cabeza y su vivo recuerdo me estaba haciendo sentir algo estúpido. Puesto que, no podía dejar de arrepentirme por dejarla ir sin saber de dónde venía o quien era ella. No sabía si mañana estaría presente a la misma hora, pero si sabía que mis ganas de volver a verla estaban vivaces y mi curiosidad muy hambrienta.
Cerré los ojos esperando caer en sueños y antes de lograr mi cometido la ví. Su piel tan blanca y hermosa como las nubes, mejillas rosadas y labios de carmín, su voz tan suave y delicada, pero tan demandante al mismo tiempo, su cabello rubio y ondulado siendo acariciado por el viento. Parecía que estuviera viendo una obra de arte pintada a mano y tallada con una delicadeza que solo hacía ver el amor con la que había sido hecha.
Pero aún así había algo que no podía ver. Eran sus ojos.
Las ventanas del alma, como popularmente eran llamados.
Sentía que de alguna manera necesitaba ver sus ojos. Quería poder ver a través de ellos y conocer todos los secretos que deduzco esconderán.
Sacudí mi cabeza para borrar aquella mágica imagen en mi cabeza. Pero falle estúpidamente.
Tenía miedo de lo que me estaba pasando, nunca había vivido algo como esto y jamás había tenido esa hambrienta necesidad de satisfacer mi curiosidad a tan alta escala. Normalmente solía perder el interés en cuestión de horas o minutos. Pero ahora mi cabeza daba vueltas en aquel encuentro misterioso y nada me hacía olvidarlo por completo.
Me senté en el borde de mi cama mientras ella rechinaba por los movimientos tan bruscos que recibió de mi parte. Mire más allá del cristal de la ventana y algo pareció llamarme desde las penumbras del bosque.
¿Que era lo que me estaba pasando?
El crujir seco de las hojas y las ramitas acostadas sobre la tierra, se hacía escuchar a cada pisada que daba.
La noche anterior no había podido dormir lo suficiente y me sentía cansado y sin la energía necesaria. Todo debido a los sucesos del día anterior.
Era me era muy confuso el hecho de que el recuerdo de la rubia no me había dejado serenar mi mente y se quedaba allí por horas y horas.
Así que para calmar esa ansiedad atormentante, decidí volver al mismo punto donde me había encontrado a la chica. Tal vez no era el mejor plan que se me pudiera haber ocurrido, lo admito.
Pero quería volver a verla, necesitaba volver a verla.
Y cuando llegue a mi destino en La Push. Me senté justo donde solía hacerlo después de mis turnos nocturnos y esperé con la mirada fija en el mar, pero con mis sentidos totalmente alertas, por si lograba detectar algún indicio que me afirmara una presencia ajena.
Cerré mis ojos aprovechando que podía disfrutar de la paz que me transmitía el aire.
Pero pase las dos horas más largas de mi vida esperando que lo incierto llegará.
No escuché ni visualice absolutamente nada y eso me frustró bastante. Más de lo que pudiera admitir.
Respire resignandome a no volver hasta que está obsesión repentina desaparecía.
Pero cuando di la vuelta dispuesto a volver a casa, me di cuenta que allí estaba ella.
Mirándome a unos metros de distancia.
Mirándome directo a los ojos.
Lo que pasó es algo que no tengo en claro. Mi mente se nublo y un torbellino de imágenes pasó frente a mis ojos y de pronto ya no me sentía yo mismo.
Mire el hermoso color gris claro que destellaba en su mirada y está parecía llamarme, suplicaba que me quedara.
Mi alma se desconecto del mundo que me rodeaba, ya no escuchaba el sonido de las aves cantar o de las olas romper, el viento se sentía más como un toque desapercibido que como una caricia reconfortante.
Todo el panorama cambio.
Y el universo ya no parecía ser tan grande. Todo se veía tan pequeño en comparación con ella y nada más parecía existir a excepción de ella.
Solamente era ella, ya ni siquiera era yo.
Me di cuenta que había caído en la imprimación cuando mis rodillas cayeron en la arena a causa del temblor que recorría todo mi cuerpo.
Había imprimado.
¡O por los dioses!
Y se sentía mejor de lo que Sam o Jared pudieran transmitir en sus pensamientos. Se sentía mucho mejor.
Lamí mis labios arrugados por la sequía y -aun con los temblores- me levanté de la arena para caminar hasta ella.
La detalle mejor.
Llevaba la misma sudadera verde oliva que le había prestado, o más bien obsequiado, el día de ayer. Eso me sorprendió, pero no tanto como debió de haberlo hecho.
Sus dedos se tocaban nerviosos, pero su rostro no denotaba ningún sentimiento de inquietud.
Yo por el contrario sentía que no corazón se saldría de mi pecho en cualquier descuido y vomitaría el desayuno cuando tuviera la oportunidad. Las arcadas no estaban presentes, pero el mareo sí.
Inhale y exhale en un intento vago de calmar la ansiedad, pero solo la disminuyó en escalas diminutas.
Ella ladeó la cabeza aún mirándome fijamente a los ojos. Y allí las cucarachas voladoras hicieron esa aparición de la que tanto me comentó Jared cuando imprimó.
Quería hablar, decirle algo, saludarla. Pero todo lo que iba a salir de mi boca se quedaba estancado en mi garganta hasta que me lo tragaba.
- Ho.. hola- tartamudee-. ¿Cómo... cómo estás?
- Bien- respondió.
Ahora que escuchaba de nuevo su voz, sentí algo parecido a escuchar la melodía más perfecta que se pudiera componer en el mundo y que la misma me acariciara el oído con la delicadeza del puro toque celestial.
¡Oh!, Que romántico me he vuelto.
Ya entiendo el comportamiento de Jared que era denominado como estúpido y muy empalagoso de mi parte.
En fin, las cosas tienden a cambiar.
- Ya no estás muy hablador- murmuró lo suficientemente alto para que yo lo escuchará.
- Sí, bueno- rasque mi nuca nervioso-. Es que no se que decir- me sinceré.
Ella solo se quedó callada y bajo la mirada a sus desnudos pies.
- Maeven.
- ¿Que?- pregunté confundido.
- Ayer querías saber quién era. Soy Maeven- explicó.
Maeven.
Debía reconocer que era un nombre algo extraño y poco común. Pero pensé que le venía totalmente bien, ya que ella también era una chica muy extraña y poco común.
Sonreí sabiendo que conocía el nombre de mi impronta y ya no tendría que utilizar pronombres.
Levanté mi mano para estrechar la suya a modo de presentarme formalmente.
- Es todo un placer, Maeven. Yo soy Seth Clearwater- me presenté.
Maeven miro mi mano y volvió a utilizar el mismo gesto que solía hacer cuando lo entendía algo. Ladeó la cabeza.
Baje mi mano avergonzando cuando no la tomo después de unos incómodos segundos. Me extrañó que no lo hiciera, pero lo pase desapercibido de todos modos y le reste importancia.
- Ya me dijiste quien eres, ahora, ¿Vas a decirme de dónde vienes?
- No.
- Está bien- me resigne. No quería arruinar el momento insistiendo y que ella terminará huyendo- ¿Quieres sentarte a hablar conmigo un rato?- propuse
- Sí.
- Bueno- tome asiento-, ven.
Le di unas palmadas a la arena indicándole que se sentará a mi lado derecho con la vista frente al mar. Ella se acercó lentamente y se sentó junto a mi con las piernas rectas.
No evité mirar la suave piel de sus piernas y fijarme en lo blanca y delicada que se veía su piel a comparación de la mía, la cual era tostada y algo rugosa.
En ese momento me entró la curiosidad de saber si era tan suave como se veía, pero decidí desistir por momentos de averiguarlo.
Maeven miro hacía el mar. Se veía tan bella y perfecta entretenida en los movimientos de las olas que aseguró haber visto un destelló en su mirada como si lo contemplará.
Pero me sentí celoso.
Celoso de que ella no me mirara con el mismo amor con el que parecía mirar las aguas intranquilas de la costa. Y aunque se que que es estúpido, sentía que ella no lograría fijarse en mí de la misma forma en la que yo lo hice con ella.
Me confundí.
Porque por fin había logrado recobrar una migaja de cordura y recordé que no sabía mucho hacerca de ella o de su vida. No sabía de dónde venía, si estaba sola, si tenía a alguien, si era de Forks o pasaba de vacaciones por aquí.
Muchas preguntas se formularon en mi mente y si antes no sabía que decir, ahora mismo quería hacerle un cuestionario sobre ella y que era lo que la traía a la Reservación, a La Push, a mí.
Necesito saber quién es mi impronta.
Y ella no parece querer darme esa respuesta.
bue, siento que el cap me gustó bastante. la verdad si me siento cómoda con lo que escribí.
y, quiero dejar en claro que lo que Seth vivió al principio no fue producto de algún lazo por la imprimación. el hecho de que el chico no dejará de pensar en maeven es producto del encanto y la magia que poseen las sirenas. maeven jugó con la mente de Seth cuando lo conoció y le hizo perder un poquito la razón, por ello la hambrienta obsesión de volver a verla y pensar casi siempre en ella.
más adelante creo que entenderán mejor de lo que hablo, pero por ahora solo quería dejar ese punto en claro.
ahora, el capítulo tiene que llegar a los 15 votos para poder subir el siguiente.
gracias por el apoyo y cuídense mucho, bebés.
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