—Jodida mierda —balbuceó Harry, lo más bajo posible, intentando que McGonagall no les oyera—. Se entra al mundo mágico… ¿por ésta pocilga?

Tom observó la taberna.

—Puede que no sea lo mejor, ni tampoco lo más limpio, y mucho menos lo más agradable a simple vista —susurró—, pero lo mejor viene después, créeme.

—Hablas como si estuvieras a punto de darme por culo.

Tom se atragantó con la saliva y comenzó a toser. Harry echó a reír a carcajadas.

—¡Joder, apenas vas a cumplir once años! —le susurró el demonio, ahogando un quejido—. ¿De dónde sacas tantas ideas sucias?

Harry se encogió de hombros.

—Tengo una imaginación vívida. Y la tarjeta de Vernon de acceso a Blockbuster Video. Ya sabes, para adultos.

Tom se estremeció.

—Si apenas tienes casi once años, ¿qué harás cuando tengas quince?

—Si lo que quieres saber es si me masturbo como un poseso mirando películas para adultos, pues te diré que no. No soy ningún wanker* —murmuró, moviendo la mano en un puño flojo, sin ser demasiado notorio para las personas que les rodeaban—. Simplemente tomo ideas.

—Ideas… ¿para?

—¿Tengo que darte explicaciones?

—Sería lo mejor. Para ti, digo.

—No serías capaz de lastimarme.

—¿No sería capaz?

Se retaron con la mirada. Hablaban en susurros. McGonagall, al ver aquella pequeña rivalidad y ser ignorante de lo que discutían, se aclaró la garganta. Ambos niños apartaron la vista del otro, tan ofendidos como podían estar dos niños de once años después de dar una discusión por terminada (o en todo caso, y realista, un niño sádico de casi once años, y un demonio de edad indefinida atrapado en el cuerpo de un mocoso).

Salieron por la puerta trasera de la taberna. En realidad, Harry esperaba que se detuvieran a comer algo; no podía interrumpir sus horarios de comidas. Debía comer usualmente cada tres horas alimentos altos en proteínas y calorías. Tom había descubierto que, con aquella dieta, incluso sus costillas dejaban de marcarse tanto.

También había descubierto que, por cuenta propia, Harry no parecía tener ningún tipo de apetito por nada en especial, pero mientras comiera, Tom no le perseguía. Preparaba sus comidas con esmero, muchas veces siendo guiado por el mismo Harry. La tecnología no era lo suyo, para nada, y Harry le explicaba con una extraña paciencia todo lo que no comprendiera.

Harry estaba dispuesto a hacerle notar a McGonagall sobre su dieta, cuando la mujer extrajo una varita y con ella tocó algunos ladrillos de la pared. Entonces, Harry se olvidó de la comida, de su dieta, de sus costillas, incluso del maldito demonio ligeramente enfadado con él a su lado, porque mierda, jodida y puta mierda, podía verlo todo.

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*Wanker: insulto inglés que, acompañado del puño flojo que hace Harry, significa "masturbador".