{ 36 . Terapia }
Este capítulo va dedicado con amor a XimenaOrtRey porque fue súper adorable conmigo. ¡Espero que te guste! ;3
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—¿Cuándo tienes tu primera sesión de terapia? —preguntó casualmente Tom, el viernes previo al primer partido de Quidditch del año, Slytherin vs. Gryffindor.
—Vuelves a llamarla así y te corto los huevos.
Tom, que en ese momento estaba tomando un sorbo de zumo de calabaza, se atragantó y casi escupe todo sobre la mesa del desayuno. La sonrisa de Harry era angelical.
—Y —añadió Harry— probablemente en estos días. Lupin no me ha dado una fecha fija. Ha dicho que fuera a buscarlo cuando tuviera problemas, porque él no podría forzarme a hablar ni nada de ese coñazo psicológico.
Tom pareció ligeramente complacido.
—No sé mucho de psicología —se encogió de hombros— ni de humanos. He pasado tanto tiempo entre los míos y vagando como un errante en la tierra que, realmente, he olvidado lo que se sentía ser humano. Puede que, muy en el fondo, lo sea y lo sienta. Pero no está en la superficie, desbordándome, y es lo que te ocurre justamente.
Harry bebió un sorbo de limonada y asintió.
—El hecho es que... —bostezó sonoramente— me gustaría hacerle muchas preguntas a Lupin, más que contarle cosas.
—Él no aceptó responder con la verdad —le informó Tom—. Deberías habérmelo dicho si querías hacerlo parte del Juramento.
Harry murmuró un "Hmph" mientras mordía su tostada.
Una voz se aclaró la garganta junto a ellos.
—Emh, Harry, Ian... —Draco, junto a Harry, les miraba extrañado—. ¿Cómo hacen para... hablarse así?
Ambos miraron al chico rubio con curiosidad.
—¿Cómo es "así"? —remarcó Harry. Draco se encogió de hombros suavemente.
—Os habláis apenas moviendo los labios, y no soy capaz de oír ni una palabra de lo que decís. Es casi como si no os estuvierais hablando, pero a la vez os entendéis completamente y... da miedo.
Tom se encogió de hombros.
—Agradece que no hablamos en otro idioma, Draco —Harry le dirigió una sonrisa juguetona. Draco le observó, curioso.
—¿Hablas en otro idioma?
—Certamente —respondió Harry con rapidez en italiano—. Me manejo bastante bien con el italiano; sin embargo, soy más aprendido con el italiano del Norte, que del Sur. El acento siciliano en particular es algo que no alcanzo a comprender, estando tan lleno de gritos y palabras altisonantes...
Draco no fue el único sorprendido.
—Je sais aussi parler français—susurró, amoldando su voz para pronunciar con perfección el acento—. Aunque lo considero un poco más... complejo. Su pronunciación es algo que me ha costado perfeccionar hasta alcanzar mi gusto personal.
Tom le observó extrañado. Harry comenzó a hacer un despliegue de idiomas: alemán, español, árabe, ruso, y suaves frases dudosas en un tosco turco, checo e hindi.
El desayuno acabó y, mientras se dirigían al aula de pociones, Tom le cuestionó.
—Dijiste que no...
—Dije —remarcó Harry— que no entendía sánscrito. Y es verdad, o bueno, lo era en ese momento. Pero nunca dije nada de otros idiomas. Los libros que te pido no son para sostener la mesilla de noche solamente.
Tom tarareó una risa casi burlona.
—Niño travieso —le pellizcó la pierna y se adelantó. Harry le lanzó una maldición sin pronunciarla que Tom apartó con la mano y le retó con la mirada. Harry reía mientras corría para alcanzarlo.
Cuando llegaron al aula de pociones lo hicieron unos diez minutos tarde, Harry colgado de la espalda de Tom y sus piernas abrazándole las caderas, y Tom con una ancha sonrisa en su rostro, una ancha sonrisa tan genuinamente auténtica que era casi humana. El profesor Snape les dirigió una mirada de reproche, pero al ver la genuina felicidad de los jóvenes, algo totalmente diferente a la desesperación de Potter y la preocupación de Evans, no les descontó puntos.
...
Después del almuerzo tenían clase de Defensa, y todos se sobresaltaron cuando el profesor Black era quien les esperaba, con una expresión de calma forzada.
—Me gustaría saludarlos a todos —expresó, sonriente—. El profesor Lupin se encuentra indispuesto como para dar clases el día de hoy. Sería agradable para todos que ninguno decida molestarlo de ninguna forma, por lo menos hasta el lunes por la tarde. Si tienen preguntas, pergaminos por entregar o demás cuestiones que tengan que ver con la clase, pueden hablarlas conmigo.
Los alumnos de Slytherin y Ravenclaw de tercer año asintieron. Harry observó a Tom con la curiosidad en los ojos, pero Tom no le devolvió la mirada.
Entonces, Black procedió a hacer un repaso general de lo que habían visto hasta el momento. Luego decidió hacer preguntas al azar, convirtiendo la clase en algo similar a un juego de preguntas y respuestas con premios de un punto al que la respondiera primero y dos puntos si la respondía primero y correctamente. Harry, a pesar de que respondía, no estaba al cien por cien durante la clase, y tan pronto acabaron las horas de clase del día se despidió de Tom y se encaminó a la enfermería.
Lupin no estaba allí, pero podía sentir gran parte de los residuos de su magia contra las paredes como si algo hubiera estallado en aquel lugar. Se estremeció ligeramente y decidió seguir la sensación de magia. En un colegio cargado de magos era terriblemente difícil seguir la magia de alguien en especial. Las magias se fundían y mezclaban, y era casi imposible diferenciar una de otra, mucho más si se tenía en cuenta que muchas no perduraban lo suficiente para dejar un camino correcto.
Pero la magia de Lupin era espesa y fuerte, y no fue difícil seguirla por los pasillos. Escaleras arriba, justo detrás del despacho del profesor Lupin, una puerta oculta llevaba a una habitación y Harry se adentró sin golpear, posando su mano en el lugar exacto que había que posarla para abrirla.
El profesor Lupin tenía los ojos cerrados y heridas abiertas en su rostro y su cuerpo. Su torso estaba descubierto, aunque una sábana le cubría desde la mitad del pecho hacia abajo, y sus brazos estaban rodeados de vendas, su pecho cubierto de gasas y cintas. Donde días antes había sólo fragilidad y delgadez alarmante en huesos marcados ahora destacaban músculos firmes, no gruesos, pero sí formados en sus brazos, pecho y espalda, venas azules resaltando debajo la piel blanca, magia recorriéndole como una caricia agridulce. Harry se detuvo examinando cómo la magia del hombre parecía estarlo hiriendo y sanando al mismo tiempo. Y luego se detuvo en los ojos del hombre, castaños claros y humanos, mirándole con una apacible tranquilidad.
—No me gustaría preguntarte cómo sabías que estaba aquí —Lupin habló con la voz áspera, más ronca de la que solía tener usualmente, como si se hubiera pasado la noche gritando—. Yo... auch. ¿Me alcanzas aquella túnica y esos pantalones, Harry? Creo que no te gustará verme desnudo debajo de estas sábanas. O quizá sí, no lo sé.
Harry le alcanzó la túnica poniendo los ojos en blanco y se volteó pudorosamente mientras el profesor se envolvía con ella. Pudo oír el siseo de las telas mientras cubrían la piel, y los quejidos débiles cada vez que movía un músculo o que las ropas se posaban en las heridas abiertas. Harry sólo sentía una curiosidad extrema que no fue capaz de guardarse por mucho tiempo.
—¿Qué le ocurrió? —preguntó, mientras Lupin le observaba con la fatiga marcada en su rostro.
—Es una larga historia —Lupin tomó aire—. Digamos que tengo un pequeño problema peludo.
Su risa fue quizá algo dolorosa. Harry se acercó hacia un rincón de la habitación, examinando los utensilios para prepararle un té al profesor. Encontró té en bolsitas e hirvió agua con un movimiento de muñeca, burbujas borboteando segundos después. Cargó una taza de agua hirviendo y humedeció la bolsita, consiguiendo preparar la infusión.
—¿Azúcar? —dudó Harry, hallando el pequeño recipiente detrás de una lata de chocolate en polvo. Lupin resopló una risa enternecida.
—Tres, por favor.
Harry vació tres cucharaditas de azúcar en el té antes de alcanzarle la taza. La mirada de Lupin era demasiado cálida, con una calidez de añoranza y afecto.
—Hacía mucho que nadie me preparaba un té —murmuró, enterrándose en el sillón en el que estaba, soplando suavemente para darle un sorbo—. Gracias, Harry.
—Es un hombre lobo —fue lo único que Harry dijo, consiguiendo que Lupin asintiera. Siguió bebiendo su té a sorbitos—. Y es...
—Un lobo necrófago —respondió Lupin ante la duda no aclarada—. Hay diferentes tipos de hombres lobos. Están los hombres lobos comunes, de los tipos que son reconocidos por todos como únicos en su existencia. A partir de ellos y dependiendo su forma de conversión o alimentación se crean los demás tipos de Hombres Lobo. Soy el único Lobo Necrófago del cual se tiene constancia en los últimos dos siglos.
—¿Por qué? —se le escapó a Harry. Lupin parecía ligeramente burlón. Harry tragó saliva y dudó—. ¿Qué es exactamente un Lobo Necrófago?
—Los lobos, en general, tienen una alimentación en común: carne humana o animal de criaturas muertas durante las lunas llenas. Llevada esta dieta, sus días a días de hombres pueden ser casi normales —Lupin dejó que el té caliente le diera un estremecimiento. Harry observó la piel expuesta de su cuello erizada—. Sin embargo, los lobos, así como otras criaturas, tienen diferentes orígenes y diferentes "crianzas", por decirlo de alguna forma. Está en el instinto del lobo alimentarse de carne, pero cuando no hay, se alimentan de destrucción. El animal en su interior se calma con el caos —hubo una sonrisa de extraña añoranza y dolor en su rostro, una sonrisa que ocultó detrás de otro sorbo de té—. Luego están los lobos que, siendo criados por sangres puras, se alimentan de sangre. Son como vampiros, con el extra de que no se achicharran al sol y pueden tener un estupendo bronceado más una vida excelentemente larga. Bajo ese tipo de alimentos hay una variedad realmente amplia, entre las cuales destacan exactamente los Necrófagos —Lupin envolvió sus manos en torno a la taza de té descascarillada y antiguada. Harry observaba sus manos, enormes, envueltas en la porcelana frágil y creía que podía quebrarla. Aunque, quizá, allí residía la diferencia entre Harry y el profesor Lupin: Harry no tenía la capacidad para romper lo frágil, pero buscaba la forma de hacerlo; Lupin tenía la capacidad de romper y destruir todo lo que estuviera por debajo de sí... y buscaba ayudarlo—. Los Lobos Necrófagos nos alimentamos de la muerte. Pero no de cualquier muerte: de la muerte de quienes están muertos. Dementores, demonios, ángeles, sirenas, fantasmas, poltergeist... No, ni pienses que los comemos —Harry intentó no reír con el estremecimiento horrorizado del profesor—. Nuestra magia se alimenta de consumir la de ellos. Los cuerpos, después de todo, son meros recipientes. Lo que importa es el alma, la magia —dejó su taza vacía de lado, dejando de refugiarse detrás de ella. El cuidado con el que la depositó causó un extraño retorcijón al estómago de Harry, algo que no pudo considerar pero que era horrible y desagradable—. Lo que me lleva a preguntarte qué fue lo que te orilló a invocar a un demonio, con el que supongo has hecho un pacto hace bastantes años, por la forma en que es capaz de dar su propia vida por salvar la tuya. Vuestras magias están tan sincronizadas que no es posible sentirlos por separado.
Harry mordió su labio suavemente. Sus dedos juguetearon nerviosamente entre sí mientras decidía qué responder. La verdad, se dijo al final. Lupin no podría decir nada, al final.
—Estaba desesperado.
—Es lo normal para esos casos —Lupin tenía una mirada comprensiva—. Disculpa, continúa.
—Yo... había matado por accidente a mi primo. Dudley Dursley —Harry exhaló—. Él siempre solía meterse conmigo por cualquier cosa. Yo... encontré en el desván una fotografía de mi madre. Ella... bueno, supe que era mi madre. Era una mujer muy guapa, pero tenía mis ojos, y eso me hizo darme cuenta que seguramente ella debería ser mi madre, aunque no nos pareciéramos mucho —cerró los ojos, intentando controlarse. Lupin estuvo a un palmo de distancia en un susurro de telas, y Harry pudo sentir su mano grande y cálida sobre la suya, apoyándole. Con un temblor que le movió hasta los huesos, siguió narrando—. Dudley me quitó la fotografía. Yo hasta ese momento no sabía quiénes habían sido mis padres. Mis tíos, Petunia y Vernon Dursley, solían decirme que ellos habían sido unos ebrios que murieron en un accidente de coche. Yo sabía que no era cierto, pero no puedo asegurar por qué lo sabía. Entonces, Dudley... rompió la foto. Y yo rompí su cabeza. Literalmente. Hice que estallara. Fue magia accidental, puedo asegurarlo. En ningún momento tuve la idea fija de hacer estallar su cabeza. Simplemente lo observé pasar. Pero nunca me había sentido tan orgulloso de ese tipo de magia accidental... hasta que me di cuenta de que eso iba a traer repercusiones.
Lupin le dejó respirar, su mano desapareciendo de las suyas. Harry abrió los ojos y había una copa con limonada frente a él. La aceptó con una sonrisa de gratitud, cargada de una inocencia que podría llegarle al corazón a cualquiera, porque era siniestramente real.
—Hui de casa de los Dursley. No tenía planeado regresar, aunque tampoco sabía a dónde podía ir. Simplemente cogí mi navaja y salí de casa de los Dursley. Entonces, una mano me sujetó del hombro —Harry sonrió mientras recordaba, enternecido de forma sorpresiva por la cantidad de recuerdos que acudieron a él, recuerdos que eran propios y recuerdos que no eran dolorosos—. Creí que se trataría de algún vecino. Estaba cansado de mantener una fachada. Lo golpeé y trepé a su cuerpo, tratando de matarlo, pero lo vi a los ojos y eran... —estrechó su mirada, recordando con exactitud— rojos. Rojos, como rubíes. No eran ojos humanos. Esa misma noche pactamos.
—¿Cuáles son vuestras siete reglas?
Harry se sobresaltó.
—¿Cómo...?
—Conozco de primera mano pactos de criaturas poco menos que divinas, Harry —Lupin sonrió con burla—. No que yo haya hecho uno, en absoluto —puso los ojos en blanco, burlón—. Simplemente conozco mucha gente en este mundo. Somos pocos y nos conocemos mucho.
Harry rió suavemente por la frase muggle, encontrando extraño que un mago la utilizara.
—Vale —respiró—. La primera regla es que no debe mentirme. La segunda es que debe protegerme. La tercera que debe acompañarme a donde sea que vaya. Y la cuarta es que lo llamaré por el nombre que le he puesto solamente cuando lo necesite. Pero no puedo decírselo a nadie más; su nombre, digo. Aunque no sé qué ocurriría si alguien lo supiera, pero tampoco prefiero arriesgarme.
Lupin sonrió con suavidad.
—¿Cuatro reglas hasta ahora? —preguntó, más que nada para corroborar. Harry asintió—. Creo que está bien. ¿Cuántos años llevan de pacto?
—Cuatro años.
Remus lo consideró, pero no dijo nada. Harry esperó por alguna crítica o juicio, pero Remus estaba allí, insoportablemente calmado y tierno y dulce, y de alguna extraña forma sentía ganas de golpearlo y de llorar y de gritarle.
Harry inhaló, observando sus manos manchadas de sangre. Temblaban en las esquinas, o quizá temblaban sus ojos mientras las observaban. Cuando Remus posó las manos sobre las de Harry, deteniéndolas, las manos de Remus también estaban manchadas en sangre. La sangre le trepaba en mayor cantidad, como si sus dedos se hubieran hundido en un estómago abierto al medio, buscando extraer y destruir hasta los huesos. Sus uñas estaban ennegrecidas en sangre seca. Los tendones parecían sobresalir violentamente, y Harry intentó normalizar su respiración. Necesitaba dolor. Necesitaba concentrarse. Tom. Necesitaba a Tom. Necesitaba...
—Shh —Lupin seguía sosteniendo sus manos—. Hey, Harry. Respira. Inhala... exhala... Sigue el sonido de mi voz. Llena tus pulmones de aire, así, y luego suéltalo por la boca. Nariz, boca, nariz, boca...
Harry temblaba, pero al menos su mundo había dejado de girar en una vorágine de caos y pánico. Sus manos seguían manchadas en sangre, pero parecían parpadear; blancura, sangre, blancura, sangre, blancura, sangre.
—¿Qué es lo que ves? —preguntó Lupin, de pronto, y los ojos de Harry se movieron hasta los suyos. Caos. Desorden. Marrón claro, oro, marrón claro, oro, chocolate, gris pálido, marrón claro, oro, marrón claro, rojo sangre, oro, oro, oro... verde.
—Todo.
Harry no sabía describir el todo. Nadie le había preguntado qué veía cuando tenía aquellas alucinaciones. Él tampoco se lo había preguntado. Veía sangre. Veía la sangre de la niña. Veía lo que lo había orillado a ser lo que era, lo que gritaba por salir, por seguir bajo ese camino. Una bestia reptando en su interior, pujando por salir, por destrozar, por desgarrar, como si en su mente viviera un enfermizo parásito que se alimentaba con la muerte.
Las palabras brotaron de su boca antes que pudiera contenerlas.
—Sangre —susurró—. Niña. Sangre. Ella... grita. Llora. No tiene ojos, no tiene dientes, y es todo sangre, golpes, pus y gusanos. Ella se arrastra y me grita. Está ahí. ¿Por qué? Por qué. Pregunta por qué. Pero ella tiene el cabello rojo, y no es una niña, y es y está y Dios, Dios, Dios, no, por favor...
—Harry —Remus Lupin le sujetó. Harry no se dio cuenta que se estaba encogiendo, sus piernas apretadas contra su pecho, su corazón desbocado latiendo contra todo su cuerpo—. Quiero que respires hondo y ordenes tus ideas. Todo lo que ves no es real. No está ocurriendo.
—No ahora —Harry consiguió pronunciar. Podía ver los ojos del profesor Lupin, pero podía ver a la niña que no era niña y a la mujer que de pronto estaba llorando y encogiéndose en una posición fetal, sollozando con agonía—. Pero ocurrió.
Lupin le sujetó de la barbilla, haciéndolo mirarlo directamente, haciéndole aterrizar a la realidad, a la única realidad que en esos momentos vivían. Ojos dorados y ojos verdes. Nada más que ello.
—No está ocurriendo ahora. Por lo tanto, no es real. Son tormentos. Demonios irónicamente hablando —Lupin lo arrastró, cargándolo en sus brazos como si fuera un bebé. Harry no se resistió: el cuerpo de Lupin tenía la temperatura exacta para hacerlo sentir en calma, y su latido era extrañamente familiar, como si lo hubiera oído mucho tiempo antes en un periodo de su vida donde se sentía en paz—. Todos nosotros los tenemos. Muchos, quizá, no de forma tan grave. Los demonios están en nuestro interior, y está en nosotros darles el poder para poseernos o dejarlos de lado —Harry se estremeció y Lupin lo dejó sentado sobre un mueble mientras revisaba unos cajones a menos de medio metro de él, encontrando dos grandes barras de chocolate—. Si la palabra demonios te molesta, podemos usar un sinónimo. Hay muchos. Tormentos, monstruos...
—Monstruos —decidió Harry. O más que decidió, acabó por nombrar. Siempre estaban allí. Siempre habían estado—. Son... ellos... ella... es todo tan...
—No debes describirlo si no quieres. No puedes forzarte a hacer algo que te hará mal, no si no estás preparado para ello —Lupin abrió una barra de chocolate y le dió una mordida. Luego rompió un trozo y se lo tendió a Harry, que lo aceptó y lo sostuvo entre sus manos antes de darle una mordida diminuta y dejar el dulce derretirse en su paladar—. Como he dicho, bendecidas sean las personas que conviven sin un monstruo en su sombra, en su espalda, en su reflejo.
Harry sentía la calidez del chocolate extenderse a todo su cuerpo. Aquel dulzor agradable, delicioso y cargado de la sensación de que había hecho algo bien. Tom, al parecer, había conseguido un efecto secundario con darle dulces en destiempo: cada vez que le daba uno era porque había hecho algo "correcto", de cierta morbosa manera, y Harry había alcanzado a asociar el exquisito sabor del chocolate con la gratificación posterior al buen acto.
Lupin le sonrió y Harry le devolvió la sonrisa, un poco más calmado. No volvieron a hablar hasta acabarse todo el chocolate, y no era una barra particularmente pequeña.
—Profesor Lupin —Harry miró sus propios dedos. Blancos, sin sangre, no tan pequeños como sus alucinaciones le hacían ver: eran delgados, de huesos ligeramente marcados, con las uñas prolijamente cortas y limpias de sangre, limpias de suciedad. Eran manos de un chico de trece años, y no manos de un niño de seis—. Usted... ¿puedo preguntar...?
Lupin le tendió la mano y le ayudó a bajar del mueble, que tampoco estaba tan alto. Lo atrajo hasta otro sillón y Harry se dejó caer. Lupin se recargó en el apoyabrazos, observándole.
—Tenía siete años —se encogió de hombros con suavidad, a pesar de que una mueca dolorosa escapó de sus labios. Estaba malherido, se recordó Harry, pero verle a los ojos tan vital le apartaban las heridas y las cicatrices de la mente—. Mi padre... John, John Lupin, era un hombre bastante despreocupado. Se había casado con una mestiza, mancillando de alguna forma la sangre Lupin. Una sangre que nunca había sido limpia, porque, aunque se crea lo contrario, Lupin no es un apellido mágico. Pero ese es otro tema —Remus exhaló en un suspiro molestia y dolor. Harry tuvo el absurdo deseo de hacer algo para intentar apaciguarlo, aunque desconocía qué podría hacer y se mantuvo silencioso, dejando morir la intención—. Él se burló de Greyback. Greyback era un Alfa de una manada desastrosa en aquellas épocas. Salvajes, se alimentaban de carne, de caos y de guerra. Criaturas despreciables —bufó en irritación—. Greyback tenía un gusto asqueroso y enfermizo por los niños. Sí, ese gusto —destacó, antes de que Harry pudiera decirle algo. La expresión de Lupin era neutra, la nariz apenas arrugada en disgusto—. Luego de jugar con ellos durante un tiempo se aburría, dejándolos mordidos y contaminados para su muerte en la más pura agonía. Tuve la... suerte —por la forma en que Lupin lo pronunció, parecía que lo menos que había tenido era suerte— de que estuviera jugando conmigo en los días previos a la luna llena, y estar en su alcance cuando el hambre de carne se hizo mayor.
Harry le observó deslizar la túnica por su cuerpo. No observó las vendas de sus brazos, ni las cicatrices abiertas de sus hombros. En realidad, sus ojos se detuvieron con un morboso asombro en el sitio donde Lupin señalaba. A un costado de su vientre había una cicatriz que parecía no haberse borrado nunca. Rosada en relieve sobre la piel blanca, tenía la forma desfigurada de dientes, garras y la sensación de haber sido muy dolorosa.
—Y así me convertí —Lupin cubrió su cuerpo nuevamente, aunque la túnica estaba abierta sobre su pecho—. Tenía siete años. Cuando regresé a casa, mi madre se ahorcó, y mi padre me encerró en el sótano hasta que llegó mi carta de Hogwarts y el director Dumbledore apareció para decirme que podía estudiar en Hogwarts con ciertas precauciones —soltó un suspiro—. Ingresé en septiembre del setenta y uno.
La boca de Harry se abrió involuntariamente.
—En el mismo año que mi madre.
Lupin sonrió con tristeza.
—Lo recuerdo bien. Lily Evans. Slytherin —suspiró—. Creo que es hora que te marches, Harry. Hemos hablado realmente poco por hoy, pero me encuentro verdaderamente cansado, así que me gustaría volver a verte el próximo viernes después de la cena. ¿Estás disponible?
Harry asintió. No importaba qué tuviera que hacer, lo cancelaría, y exigiría a Tom que le recordara diario; no era capaz de confiar en ningún aspecto de su memoria.
—Nos vemos el lunes en clase, profesor Lupin. Espero que se mejore y... —Harry observó al profesor con una mirada que ninguno de los dos supo interpretar. Harry no tenía idea de por qué lo decía, y Remus estaba en iguales condiciones, observando ojos verdes casi dulces, mirada de eterna incógnita— gracias.
Lupin le detuvo cuando estaba casi en la puerta. Cuando Harry se volteó, Lupin le examinó con curiosidad.
—¿Sabes dibujar?
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Tengo la sensación de que haré un self-insert y me casaré con el Remus del fic.
Hola bebés uwu ¿Cómo están?
EDITAR ESTE CAPÍTULO ME TOMÓ TODO EL DÍA. Por varias razones, entre las que está el hecho de que soy una floja consumada, tengo atención dispersa y Youtube es mi nuevo Dios. En fin...
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En fin. Esto es todo rait-nau. ¡LOS AMO HORRORES! Baisbais.
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