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{ 31 . Dementor }


Por un segundo pensé en dejarles el capítulo así crudo, sin ninguna notita de publicadora secundaria pero... estoy de buen humor. Espero de todo corazón que disfruten este capítulo tanto como yo leyéndolo. Les diría que G les manda saludos pero estaría mintiendo; sin embargo les manda a decir que los ama.

Ya saben Harry Potter no nos pertenece a ninguna y todo eso.

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31

Dementor

Draco, Tom y Harry llegaron a King Cross acompañados por Lucius y Narcissa. Lucius lucía imponente con traje de vestir, y Narcissa llevaba un vestido corto muggle que la hacía lucir como si fuera miembro de la realeza. Harry se sorprendía la habilidad que tenían para camuflarse y desenvolverse entre los muggles, a pesar de despreciarlos tanto.

Draco le explicó. Sus ropas muggles fueron transfiguradas a túnicas bordadas con sus acostumbradas protecciones tan pronto estuvo en el Andén.

—Padre y madre no odian a los muggles, simplemente los consideran inferiores a ellos —explicó, mientras Tom era el encargado de llevar los tres baúles casi sin hacer esfuerzo—. Por ese motivo, no quieren destacar sobre ellos cuando deben hacerlo. No quieren remarcarse como mágicos, porque eso sería poner en peligro el secreto, así que han aprendido a comportarse de forma distinguida, pero sin llamar la atención haciéndoles a los muggles sentir curiosidad.

Harry estaba ligeramente sorprendido. Tom se encogió de hombros, aunque también parecía sorprendido de alguna manera.

Tomaron el tren con cinco minutos de adelanto, pero parecía haber sido demasiado tarde porque todos los compartimentos estaban llenos. Harry resopló, mientras Tom empujaba los carritos con los baúles hasta que encontraron un lugar en el que solamente había una persona.

Harry frunció el ceño. Jamás había visto a un adulto en el tren, además de la señora del carrito de los dulces. Por la mirada extrañada de Tom, él tampoco había visto uno en sus años escolares.

El adulto tenía los cabellos castaños claros despeinados, como si acabara de salir de la cama para seguir su reposo en el tren. Su rostro pálido pulcramente afeitado estaba cubierto de finas cicatrices, y la apariencia ligeramente consumida de su rostro le hacía lucir exhausto. Era delgado y frágil, pero su túnica de color marrón se envolvía a su delgadez haciéndole ver espigado. Tenía los brazos cruzados y el cuerpo echado contra la pared. Dormía profundamente.

—¿Quién es? —preguntó Harry, examinándole con la mirada.

—Es el profesor R. J. Lupin —respondió Draco con rapidez. Harry le observó y Draco señaló su baúl, que ponía el nombre con letras medio despegadas.

Tom se encogió de hombros y forzó los baúles para que encajaran en el espacio. Harry tomó asiento junto a la ventana, y Draco ocupó el espacio junto al profesor, aunque a prudentes centímetros de distancia.

Tom, como siempre, fue a llevarse los carritos al andén, aunque esta vez un poco más rápido para llegar a tiempo. Harry examinaba al profesor dormido con mirada nada discreta, y Draco le habló como por casualidad, con un claro tono de circunstancias.

—Ian y tú han dormido juntos todo el verano.

El foco de atención de Harry pasó del profesor a Draco con rapidez.

—Sí —respondió. Draco parecía querer llegar a algo. Harry lo ignoraba.

—Él y tú...

—Es mi primo —zanjó Harry. Pero Draco no se rendía.

—En el Mundo Mágico eso es bastante común...

—Draco, no —Harry perdió su mirada en la ventana—. Definitivamente no.

—¿Por qué no?

Harry detuvo sus ojos en Draco y le vio como lo que era: un niño. Un niño de trece años, de cabellos largos y platinados, de ojos siempre vivaces, de sonrisa expectante. Un niño arrogante y mimado, un niño incapaz de recibir un "no" por respuesta. Pero un niño.

Los pensamientos de Harry divagaron a Tom, al cuerpo que le había obligado a adaptarse. Aparentaba con exactitud trece años, de prolijo peinado, mirada perversa y sonrisa inesperada. Pero también, también parecía un niño. Su cuerpo era el de uno. Y ninguno de sus sueños oscuros podría cambiar aquella realidad.

Harry cerró los ojos.

—Es un niño.

Su voz salió como un gimoteo. Draco rió suavemente.

—Harry, tú también lo eres. Y tampoco tanto así... tenemos trece años. No es como si no pensáramos en...

Pero Tom llegó, interrumpiendo a Draco a mitad de la frase.

...

La conversación típica entre amigos Slytherins de tercer año (si no se contaba que uno de ellos era un demonio, el otro un asesino de dudosa moralidad y el otro casi una criatura mágica además de ser el muchacho sangre pura más malcriado que los dos primeros hubieran conocido nunca) transcurrió con normalidad durante la primera parte del viaje. El profesor Lupin no había despertado.

Para disgusto de Tom, en pocos minutos Draco había convencido a Harry de que Hogsmeade y su hermosa tienda de dulces, Honeydukes, era el destino donde querría morir. Harry creyó que exageraba, hasta que Draco le dijo que usualmente compraba allí los chocolates que le obsequiaba. Faltó poco para que Harry echara a babear sobre la pierna de Tom —porque, de forma extraña, Harry había acabado echado sobre el regazo de Tom, descansando la cabeza en su pierna; cada tanto, los dedos del demonio jugueteaban con sus cabellos, o pellizcaban sus orejas, e incluso intentaban hacerle cosquillas. Harry le espantaba como si estuviera espantando a una gran y molesta mosca.

Entonces, Hermione apareció en el compartimiento.

—¡Hola!

Tenía una ancha sonrisa, su piel estaba ligeramente más bronceada, y una cosa peluda y horripilante estaba instalada en su pecho. Harry no se movió de su sitio.

—Hey, Hermione, ¿intentaste darle vida a una calabaza podrida de Halloween? ¡Bien hecho! ¡La profesora McGonagall estaría orgullosa de ti!

Hermione le observó ceñuda.

—¡Harry! —gruñó—. Es mi gato. Crookshanks, no le hagas caso. Él no puede ver lo precioso que eres.

Harry la observó acariciar al animalejo, inmediatamente extrañado de que pudiera sólo tener algo tan frágil entre sus manos y no pensar en destruirlo. Luego, recordó aquel perro negro de Privet Drive, pensando que quizá a veces había algún tipo de conexión especial entre algunas personas y algunos animales. A veces.

Draco saludó a Hermione con algo de malhumor, pero la chica no se quedó mucho tiempo. Una chica de su casa un año menor que ella, Luna Lovegood, escribía algunos artículos en una revista de edición propia, y le había ofrecido el puesto de "Detalles Muggles que a los Magos Podrían Servirle" a Hermione. Harry tenía una breve imagen de Luna Lovegood en su mente, una niña de enormes ojos y cabellos claros engrasados. Por alguna razón, podía recordar su rostro, su nombre, y cada matiz de su voz suave y soñadora mientras hablaban —aunque no así las palabras que le había dicho.

Puntualmente, a la una, la señora del carrito pasó con comida, dulces y demás cosas. Draco compró para los tres porque Harry parecía transitar en ese momento en que no estaba dormido ni despierto, simplemente relajado y cómodo.

Draco observó con preocupación al profesor.

—¿Deberíamos despertarlo? —inquirió—. Creo que le vendría bien tomar algo. Está muy delgado —se acercó, hablándole con suavidad, una suavidad impropia en Draco cuando no se dirigía a personas que conocía—. ¿Profesor? ... ¿Profesor Lupin? ¿Quiere algo de comer?

El profesor Lupin no se inmutó. Tom negó con la cabeza.

—Déjale dormir.

La bruja del carrito sonrió de forma maternal.

—No os preocupéis, chicos —murmuró, mientras le entregaba a Tom las compras (que tenía la difícil acción de coger los alimentos y no mover a Harry de su pierna)—. Si se despierta con hambre, estaré en la parte delantera, con el maquinista.

Cuando la bruja salió, Draco extrajo un pequeño espejo de su bolsillo y lo acercó a su nariz. El espejo se empañó, y Draco suspiró. Tom intentó no reír.

Harry parecía haberse dormido mientras Draco y Tom hablaban sobre algunas tradiciones que los Malfoy le habían inculcado de pequeño, y que consideraba que todos los magos debían conocer. Muchas de ellas eran tradiciones familiares Black a las que Tom prestó atención.

Comenzó a llover. Las gotas se deslizaban por la ventana, y el sueño de Harry parecía ser de aquellos que te mantienen en la oscuridad más intensa para abrir los ojos en lo que pareció cinco minutos y darte cuenta de que había sido toda la noche. Tom deslizaba con cuidado los dedos por la cabellera de Harry, notando que estaba alarmantemente larga. Tomó un mechón y lo extendió por su piel, consiguiendo que la punta inferior del mechón le tocara la mitad del cuello. Harry nunca había sido muy aficionado a los cortes de cabello, al menos con su persona.

Llovía cada vez menos, pero una molesta neblina trepaba por las ventanillas, impidiéndoles ver el camino. El viento rugía como si fuera una bestia extendiéndose a un lado del tren, y la lluvia inconstante parecía ser demasiado fría, e incluso con el descenso gradual de temperatura, el profesor Lupin seguía durmiendo.

Draco había vuelto a observar con una atención enfermiza el broche que se había quitado del pecho. Sus ojos estaban fijos en la luna, que ahora era decreciente en su primera fase después de la luna llena, como si intentara ver algo. Tom quería hurgar su mente y encontrarse con lo que veía, pero como todas las criaturas, a medida que sus poderes se manifestaban en todo su esplendor era cada vez más difícil y confuso entrar en sus mentes.

El tren redujo su marcha, cada vez moviéndose más despacio. Draco salió de su ensimismamiento, acercándose a la ventanilla y limpiándola, observando al exterior.

—Aún no llegamos —su voz rompió el silencio—. ¿Por qué...? ¡Oh! ¡Está subiendo gente!

Tom frunció el ceño. Estaban en medio de la nada. En ese momento, el tren se detuvo por completo, y las luces se apagaron. Draco soltó un quejido ahogado de sorpresa.

—Quieto —advirtió Tom, maldiciéndose por tener que cuidar de mocosos—. Draco, ve a sentarte con cuidado a su sitio. No te muevas mucho más que ello.

La advertencia en su voz estaba clara. Draco obedeció, sus pasos resonando suavemente en el suelo del compartimiento. Tom atrajo a Harry completamente sobre él, sintiendo su pulso errático, su piel fría.

—¿Uh-...? —oyó el susurro adormecido de Harry. Tom golpeó suavemente su mejilla, despertándolo del todo—. Ugh, maldito, si vas a pegarme hazlo para que duela, no seas bebé.

Tom casi escupió una risa. Draco soltó un bufido.

—Harry —balbuceó Draco—, el tren se ha detenido. Estamos sin luz. Estamos... en medio de la nada, y creo que alguien ha subido al tren.

—¿Alguien? —Harry seguía teniendo voz adormecida—. ¿Cómo... alguien?

—No lo sé —Draco parecía estar temblando como una hoja. La temperatura había descendido de forma horrible—. Vi unas personas con capas... simplemente subiendo. Eran bastante altos y así...

Tom pudo sentir el pulso de Harry disparado bajo sus dedos. Pudo sentir su cuerpo temblar.

—Iré a ver —Harry intentó zafarse del agarre de Tom, que lo sostuvo más fuerte contra su cuerpo.

—No.

No fue la voz de Tom la que resonó. La voz era grave, cargada con una ronquera de alguien que no ha puesto cuidado en su voz durante mucho tiempo. Tom apresó aún más su agarre en torno a Harry.

—Manteneos todos en vuestros sitios —ordenó el profesor Lupin. Un grupo de llamas parecieron brotar de su mano, iluminándole la expresión: los ojos de un matiz más oscuro que el oro, las cicatrices hundidas en el rostro. Levantándose, caminó hasta la puerta, que se abrió antes de que Lupin pudiera alcanzarla.

De pie, en el umbral, iluminado por las llamas que tenía Lupin en la mano, había una figura cubierta con una capa y tan alta que llegaba hasta el techo. Tenía la cara totalmente oculta por la capucha.

Los ojos de Harry se perdieron en la... cosa. Le observó de arriba abajo: no había pies uniendo su cuerpo al suelo; la túnica mohosa y corroída se arrastraba, mostrándole flotando y deslizándose como una parca. Y sus ojos se detuvieron en un borde de la capa, de la cual se surgía una mano gris, viscosa y con pústulas, como algo que estuviera muerto y se hubiera corrompido bajo el agua...

La criatura aspiró larga, lenta y ruidosamente, succionando ferozmente con un quejido desgarrador, como si estuviera sufriendo. La cabeza de Harry, de pronto, se sintió más liviana. Sus ojos quemaron, pero su piel también quemaba como si miles de agujas de hielo estuvieran incrustadas en ella. El aire entraba a su pecho, pero no salía, y todo giraba, todo giraba y giraba y giraba y de pronto fue capaz de oírlo con claridad. Un grito desgarrador perforando sus oídos, un grito de desesperada agonía. ¡Estaba pidiendo por favor! ¡Lo estaba rogando! ¡Sálvenla! ¡SÁLVENLA! El grito se multiplicó a chillidos ahogados como los de un cerdo cuando el cuello era abierto en dos, la sangre manando a borbotones y los chillidos del animal repercutiendo en todo rincón, pero no era un cerdo, no era un animal, era una persona chillando, y un llanto ahogado, una súplica cargada de agonía que se tornaba en una voz cargada de una inestabilidad frágil... Sólo mátame. Atrévete. MátamemátamemátameHAZLOYA.

...

—¡Harry! Despierta. ¿Estás bien?

Una suave palmada aterrizó en su mejilla. Luego, otra. Harry regresó en sí, sintiendo las lágrimas de desesperación correrle por la cara, el nudo en lo hondo de su pecho, todo su cuerpo temblando como si acabara de salir de la nieve.

Las luces habían regresado, e iluminaban todo causándole dolor en los ojos. El tren había vuelto a su marcha. Cuando ladeó la cabeza para perderse en las sombras, una mano firme le sostuvo del rostro, haciéndole un examen a simple vista.

Harry le costó darse cuenta que el hombre -vivaz, despierto, ojos alarmados como motas de caramelo y expresión genuinamente preocupada- era el mismo profesor que habían encontrado durmiendo.

Harry abrió la boca para hablar, quizá soltar algún tipo de broma mala respecto a los golpes, una broma que claramente no debería hacer con un profesor frente a él, pero lo único que brotó de su garganta fue un sollozo estrangulado. Luego otro. Y otro. Todo su cuerpo temblaba como una hoja mientras la desesperación lo carcomía por dentro, porque mierda, podía oír esos gritos y sentir esa determinación, y sabía que ella estaba muerta, y lo había sabido siempre, pero jamás creyó que podría oírla, que podría saber que...

—Harry... shh —el profesor Lupin lo atrajo contra él, dejándolo llorar contra su pecho. Harry no eliminó la tensión de sus hombros. En realidad, todo su cuerpo parecía al borde del quiebre, los sueños oscuros que estaba teniendo volcándose en su falta de descanso real, y cada una de las siniestras sensaciones que le corroían las entrañas, sensaciones desconocidas, y después estaba el hecho de que no comprendía qué demonios con él, no comprendía nada, y no sabía si realmente quería hacerlo, y podía ver la sangre deslizarse como nunca antes lo había hecho, la sensación de satisfacción mientras veía su pincelada sobre la obra creando algún tipo de perversa perfección que sería complementada con otro retoque, y jodida mierda no podía parar de llorar...

Unas manos conocidas cubrieron sus hombros. Otro cuerpo reemplazó al del profesor Lupin, y el sólo contacto con esa piel bastó para calmar su llanto, como un bebé al cual acomodan contra el cuerpo de su madre. Harry temblaba, los ojos perdidos en las diversas imágenes que le acechaban, hasta que una a una las fue dejando ir, dejando fluir a otra parte de su mente.

Draco le pasaba las manos por los cabellos en un gesto tranquilizador, estando de cuclillas. Tom, sentado totalmente en el suelo, acunaba su cuerpo contra él de la forma más jodidamente tierna que Harry hubiera pensado que él haría alguna vez, e inclusive le daban ganas de golpearlo sólo por hacerle pensar que era tierno, sólo por demostrarse tierno, y aquellos deseos normales de su vida cotidiana le dijeron que estaba volviendo a la normalidad.

Inhaló una bocana de aire fresco y la exhaló. Lo repitió varias veces, y los labios de Tom se detuvieron suavemente en su frente, delineando algunas palabras que Harry apenas sintió susurrar en pársel.

¿Cómo te encuentras, Vashra?

Harry enterró la cabeza contra el pecho de Tom, respondiendo a los siseos.

Bien. No te preocupes. Y levántate antes de que a alguien se le ocurra entrar.

Tom obedeció, levantándolo con él y sentándolo junto a la ventanilla, evitando que se tambaleara.

—¿Qué ocurrió? —preguntó Harry, en medio de sus hondas respiraciones. Draco se acercó a él observándole, los ojos cargados de preocupación.

—Te desmayaste en brazos de Ian. El profesor Lupin sugirió que te pusiéramos en el suelo —le apartó los cabellos del rostro, el afecto dibujándose en una diminuta sonrisa—. Pero ya estás bien. ¿A que sí?

Harry tragó saliva antes de asentir.

—¿Qué era ese...? —preguntó. El profesor Lupin no le respondió, pero partió en cuatro una gran tableta de chocolate. Los ojos de Harry se perdieron en él, aceptándolo cuando el hombre se lo ofreció.

—Tomad —también había un trozo para Draco y Tom, y él mismo—. Coméoslo. De verdad os hará bien.

El profesor mordió su porción de chocolate, y todos hicieron el mismo movimiento. Tom se estremeció ligeramente, para sorpresa de Harry, cuando tragó la primera pieza de chocolate.

Harry podía sentir su cabeza aclararse ligeramente. El chocolate siempre le había gustado, pero de pequeño no había tenido mucho, por no decir ninguno.

Eso —la voz del profesor Lupin estaba cargada de reprobación— era un dementor. Uno de los guardianes de Azkabán.

Draco asintió. Él parecía haber oído de ellos. Tom tenía una mirada ligeramente pensativa.

—Comed vuestro chocolate —volvió a hablar el profesor Lupin, moviéndose con suavidad, sus pasos largos alejándolo—. Tengo que hablar con el maquinista.

Sus pasos lo llevaron a desaparecer por el pasillo con velocidad.

A pesar de que Harry tenía el chocolate en la boca, era capaz de sentir ligeras náuseas.

—¿Qué es un dementor? —preguntó Harry, mientras mordía otro trozo de chocolate. Tom le ofreció el suyo antes de explicar.

—Los dementores son los guardias de Azkabán, como dijo el profesor —murmuró—. Son criaturas que absorben la alegría del lugar en el que están.

La mirada de Tom le decía que no era muy seguro de hablar de ello en frente de Draco. Draco apretó con fuerza las manos de Harry, frotándolas entre las suyas para hacerlas entrar en calor. El acto fue tan cargado de bondad, tan inesperado y a la vez tan maternal que Harry sintió quebrarse un poquito.

Harry echó la cabeza atrás y respiró hondo. Tom tenía la mano en su espalda, y Harry estaba seguro de que podía sentir en su palma cada uno de los latidos de su acelerado corazón. Draco seguía allí, calentando lentamente sus manos, haciéndole un nudo de presión asfixiante en la garganta.

El profesor Lupin apareció pocos minutos después. Se recargó en la puerta del compartimiento, su sonrisa curvándose.

—Vaya. Tratáis a Harry como un rey, ¿eh?

Draco soltó las manos de Harry inmediatamente, alejándose. Tom no retiró la mano de su espalda.

Lupin tenía una extraña mirada. Sus ojos parecían, quizá, un poco más oscuros.

—Lo merece —se acercó, tomando asiento junto a Draco y extrayendo de su túnica otra barra de chocolate. Rasgó el papel y le dió una mordida, como demostrando de esa manera que no estaba adulterado de ninguna manera y lo ofreció a los chicos. Draco aceptó, y la mirada de Tom era de claro disgusto, aunque aceptó que Harry comiera otro trozo—. Llegaremos a Hogwarts en diez minutos. ¿Te encuentras bien, Harry?

La última pregunta fue ligeramente diferente. El profesor Lupin se inclinó, mirándole directamente a los ojos, su voz con un matiz extrañamente cálido. Harry no estaba acostumbrado a la calidez, mucho menos de las personas que no conocía.

—Sí —respondió, tajante.

Lupin se mantuvo con ellos hasta que llegaron a Hogsmeade.

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Nota de parte de G:

Saludos especiales a Luna por publicar todo esto, a mi hija Kyu, mi gumard Fray y toda mi familia ficker que se extiende mucho porque hay tanta gente hermosa en el mundo que quiero traerlos conmigo a todos. Algún día nos reuniré en una gran cena internacional donde les revelaré los oscuros secretos de mis fics... O algo así.

Gracias por leer personitas hermosas. No estaré publicando pero siempre estaré por ahí... En algún lado. Quizá detrás de ustedes. O quizá como un virus en su PC, el cual la jodió para que no terminaran su trabajo final. Jejejw

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