{ 30 . ¡Por fin algo divertido! }
Muy buenas noches, aquí Moon Erebos haciendo las actualizaciones de la señorita Mauvaise temporalmente.
Actualmente mi querida G. está pasando por una situación personal que la aleja de hacer las actualizaciones por lo que me verán por aquí; no pregunten, de mi no obtendrán respuestas y conociéndola tampoco obtendrán mucho de ella. Sobre los comentarios, no sé como se procederá así que yo solo me limitaré a publicar. Espero lo disfruten.
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30
¡Por fin algo divertido!
—¡VASHRA!
Tom estaba de pie a un lado de su cama, los puños apretados y la postura amenazante. Harry se sobresaltó mientras escapaba de un sueño que no podía recordar con exactitud, observándole: alto, delgado, distinguido, vestido con sus habituales ropas negras y con los ojos refulgiendo como rubíes.
Harry miró el reloj. Bueno, eran las doce del mediodía. Eso podía atribuirse a cualquier cosa. Podría haberse quedado leyendo, no necesariamente debería haber salido a las tres de la madrugada al medio de la calle...
Pero, entonces, los ojos de Tom se detuvieron en el periódico a los pies de la cama. Harry bostezó y adaptó su vista, encontrándose con que sus gafas realmente le hacían falta. Se las colocó, examinándolo todo con precisión milimétrica. Entonces, Tom cogió el periódico, examinando la noticia de primera plana. Su ceño perfecto estaba fruncido, y mordía suavemente su labio inferior.
—Tom... —Harry dudó—. ¿Qué ocurre?
Tom le observó con una frialdad que quemaba.
—¿Se te ha dado por hacer caridad con los animales del barrio, Harry? —preguntó, con un falso tono amable. Harry recordó que no había adentrado las cosas donde le había dado de comer al perro y se golpeó la frente con la mano.
—Mierda.
Tom parecía preocupado. Harry se liberó de las sábanas —limpias, Merlín, limpias— y le arrebató el periódico de las manos.
"SIRIUS BLACK: EL PRIMER PRÓFUGO DE AZKABÁN".
Ya han pasado casi doce años desde que Sirius Black mató a trece personas con un simple hechizo. Gran seguidor de Ya-Sabéis-Quién, Black es el preso más temido que Azkabán alguna vez pudo tener, y a la vez el único que fue capaz de escapar.
La nota proseguía, pero el brillo en los ojos de Harry era ese brillo. Tom suspiró.
—Otro de tus asesinos seriales, ¿no? Me sorprende que ninguno de los dos hayamos oír de él hasta ahora —arqueó una ceja. Harry bufó.
—No es un asesino serial —negó—. Puede catalogarse como uno, pero un asesino serial tiene la alevosía de matar a sus víctimas de a minorías, tomarse su tiempo, la precisión... Black es seguramente un asesino de masas. Y, ¿Sirius Black es pariente de Regulus? Ambos tienen nombres de estrellas, cabellos negros y ojos claros...
Algo pujaba en la mente de Harry, pero no alcanzaba a hilar con exactitud qué era. Tenía esa amarga sensación que se le adhería a la boca del estómago cuando justamente lo que quería recordar era algo que había olvidado.
—Son hermanos —respondió Tom, después de un breve momento—. Regulus Black es un año menor que Sirius Black.
Harry frunció el ceño. Severus Snape era un año mayor que Regulus Black; Severus Snape había ido a Slytherin el mismo año que su madre; su madre había conocido a James Potter en sus años de estudiante, yendo él a Gryffindor en su mismo año.
Sirius Black fue compañero de sus padres.
Los pensamientos surgieron en una exhalación. Tom le observó, intrigado, pero Harry se encogió de hombros.
—Necesito enviar una carta.
Pero no fue capaz de hacer más que observar la tinta gotear de su pluma. Y sabía que al profesor Snape no le gustaban los pergaminos manchados.
Claramente, los Malfoy no eran de aquellas personas que caían sin avisar. Formales y prolijos, el día posterior al escape de Black en Azkabán decidieron que Harry no estaría seguro en lo absoluto simplemente en el mundo muggle. Por lo que enviaron una "invitación", en la que decía que ese día lo irían a buscar para la hora del almuerzo, y que por favor prepararan todo lo necesario para que no debieran regresar otra vez durante todo el verano.
Tom estaba entre aliviado de no tener que pasar el verano rodeado de muggles, e irritado por tener que regresar a su forma de Ian Evans. Harry lo sentó frente al espejo, tijeras en mano, decidiendo qué estilo tendría ese año. Luego de que Tom amenazara la integridad de sus pelotas, la integridad de sus intestinos y la integridad de sus dedos, Harry dejó de jugar y recortó prolijamente el largo del cabello de Ian, dejándole caer justo hasta el cuello y eliminando volumen. Estaba lo suficientemente largo como para poder enredar sus dedos en él y acariciarlo, y a la vez lo suficientemente corto para evitar imágenes sangrientas en su mente al verlo.
Tom lucía, quizá, algo satisfecho con la nueva apariencia. Harry creyó que su corte actual se asemejaba mucho al corte con el que había conocido al demonio años atrás.
Harry salió por un momento, apuntando un último vistazo de Privet Drive por el resto del verano. Entonces, pudo ver un animal acercarse. Estaba diferente a la luz del día, pero seguía siendo enorme, y movía la cola, contento al verle.
Harry se acuclilló, rascándole las orejas y dejando que el perro le lamiera las mejillas.
—Hey, amigo —murmuró, acariciando las orejas del perro—, voy a irme.
El perro gimoteó. Harry tragó saliva.
—Lo lamento, ¿vale? Deberás conseguir otro que te de alimento. Unos amigos vendrán a buscarme para que pase las vacaciones con ellos. Hay un prófugo de la ley que está loco y todo el mundo tiene miedo —Harry puso los ojos en blanco, burlón, y el perro ladró con algo que pareció burla—. Lo sé. A mí también me da risa. No creo que él pueda hacerme nada, nunca.
El perro le observó con una extraña y vibrante expresión en sus ojos grises. Harry no recordaba haber visto nunca en su vida un perro con ojos grises, no uno al menos que pudiera ver. Pero el perro le veía, y parecía ver más de lo que Harry creía.
Harry tomó asiento en el bordillo de la acera. El perro se recostó a su lado y apoyó la cabeza en sus piernas. Harry jugueteó con su pelaje sucio.
—Luego de las vacaciones iré al colegio —murmuró—. Volveré dentro de un año.
Harry no dijo nada más. El perro gimoteó, y Harry enterró la nariz en la cabeza del perro. Algo en él lo calmaba de cierta forma. Era algo instintivo, algo que quizá le hacía sentirse cálido. Tal vez como la sensación cuando sostuvo por primera vez una fotografía de su madre y pudo sentir casi como si la firma de ella estuviera en el papel, pudo sentir la fuerza que emanaba, y la reconoció como una fuerza que latía en su interior. Él había sido creado de ella. Y no sentía exactamente lo mismo con aquel perro, pero de alguna forma sentía algo similar... quizá como si, en su infancia, antes de que sus padres hubieran sido asesinados, hubiera tenido un perro similar.
Harry resopló y puso los ojos en blanco. Era imposible recordar algo que había vivido antes de los tres años, o antes de la comprensión de una imagen con su acción.
El perro se fue, como si le doliera no poder quedarse un poco más. Harry, en cierta forma, compartió ligeramente su pesar.
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Draco y Narcissa les buscaron, esta vez. Se aparecieron directamente en el interior de la casa, la mujer con elegantes túnicas color atardecer, y el chico con una túnica ligeramente ajustada (en realidad, bastante más ajustada de lo que solía usar en clase), que caía hasta el suelo con suaves ondas en la tela.
Draco le abrazó con una fuerza demoledora para sus delicados brazos. Su cabello olía bien, demasiado bien, y su piel era tan suave que Harry debió ser arrastrado por Narcissa y por Tom para no secuestrar a Draco y alejarlo de ojos y manos de cualquier otro ser humano.
—Harry —regañó Tom. Harry volvió a la realidad, observando el rostro enrojecido de Draco mientras su madre le acomodaba la túnica.
—Mis disculpas —dijo Narcissa, la mirada de advertencia no hacia Harry, sino hacia Draco—. Ha estado un poco... ansioso.
La luna nueva sería en un par de días, Draco Malfoy tenía trece años, y tenía sangre náyade. En lo que respectaba a ser una criatura mitológica, Draco había tomado una de las peores si lo que deseaba era ser un miembro respetado de la élite sangre pura.
Draco mordió su labio ligeramente. Harry observó que parte de su cabello estaba apartado de su rostro con una diminuta trenza. Aquello, extrañamente, no hacía ver a Draco más femenino. En realidad, a pesar de su sangre náyade, Draco no era nada femenino. No era una copia de su madre con pene, aunque tampoco un calco a su padre. Sus rasgos afilados se definían a cada año: había sangre Black y sangre Malfoy, más el encanto de ser mitológico, que conseguía hacerle alguien atractivo de formas que no podía contar.
(Harry podría decir que no le gustaban en absoluto los niños. Pero bien, siempre había una excepción a la regla, no que Harry fuera a tener algún acercamiento con Draco, no. Valoraba mucho su vida para no haber averiguado todo sobre los náyades en su primer año y consolidado la opción de jamás en su jodida vida acercarse a uno de más de trece años en la luna nueva. Aunque por lo visto, Draco había comenzado antes).
—No hay problema —Harry inclinó ligeramente su cabeza a la señora Malfoy, y luego rebuscó en el bolsillo de su túnica un pequeño broche de bronce, de apariencia muy antiguo—. He encontrado esto en una pequeña tienda del Callejón. Creí que podría servir para Draco.
Draco le observó fijamente, primero a los ojos y luego a las manos. En un movimiento nada delicado se lo arrebató como si fuera un hambriento que viera comida por primera vez en días. Narcissa lo regañó, claro, pero Draco observó el broche: circular, con una medialuna opaca brillando en la extraña superficie. La medialuna parecía ser un sector del circulo que no tenía ningún tipo de brillo.
Los ojos de Narcissa Malfoy se abrieron con sorpresa al verlo.
—Señor Potter —su voz era suave, quizá porque de otra forma le gritaría, y no parecía ser del tipo de mujeres que solían ser pacíficas y razonables cuando perdían la calma. Harry se compadecía de Draco—, ¿sabe qué es ese broche?
Harry asintió.
—La bruja dijo que era un broche de ciclo lunar —Draco le observaba ligeramente maravillado. Harry no tenía idea de qué era lo que Draco podría estar viendo en él—. Dijo que mostrará cada cambio en la luna, y contendrá los cambios físicos producidos por los cambios de ésta. De alguna forma creí que...
Narcissa tomó una inhalación.
—Muy bien. Su intención fue buena, señor Potter. Muchas gracias.
Harry sentía que había metido la pata. Observó a Tom, quien se encogió de hombros ligeramente; él tampoco tenía idea de nada. Habían comprado el broche juntos, después de todo.
Draco seguía observando de forma ligeramente embobada la superficie del broche. Su madre apretó su hombro ligeramente.
—Draco.
Draco alzó la mirada y le dirigió a Harry la sonrisa más encantadora que le había dirigido en toda su vida. Sus mejillas tenían un leve tinte rosado, y la tibieza cariñosa en sus ojos era algo que Harry no veía todos los días. Draco, a pesar de ser insoportablemente infantil y pesado, seguía siendo un Malfoy. Provocaba por provocar, y siempre quería salirse con la suya. Y que de pronto tuviera aquella mirada...
—Gracias, Harry.
No se acercó para abrazarlo, y sus ojos regresaron a la luna opaca, como si allí se hallaran todas las preguntas y todas las respuestas.
El tercer día que Harry llevaba en la Mansión Malfoy estaba aburrido.
Esa noche era la luna nueva y Draco se encontraba inestable. Harry se sorprendía demasiado por los instintos de Draco. Tom le había arrastrado de su habitación (junto a la de Draco) y lo había encerrado en la propia con una mirada homicida la noche anterior. Por precaución. Harry había puesto los ojos en blanco, pero, de alguna forma incluso desde la habitación de Tom, la más alejada del pasillo, era capaz de sentir su piel erizada y la sensación de que Draco lo necesitaba, inclusive aun cuando la luna no estaba totalmente nueva.
Por la tensión en la garganta de Tom, y la forma en que sus puños se apretaban, él también podía sentirlo. Y apostaba que Tom lo sentía más.
Draco no tenía la culpa, por supuesto. La culpa la tenía su magia, su sangre, y sus instintos. Varios milenios atrás, las ninfas habían sido concebidas por las aguas como sus protectoras. Y al ser sus protectoras, buscaban reproducirse tan rápido como su cuerpo alcanzaba el desarrollo físico. No importaba que Draco fuera de todo menos maduro: su cuerpo ya estaba en busca de su pareja. Llamaba a cualquier mago cercano a él que no estuviera emparentado de forma consanguínea. Por eso mismo no era una sorpresa que Regulus Black, tío de Draco, se apareciera para cuidar de su estado y hacerle un poco de compañía en reemplazo de su padre.
Harry lo encontró a la hora del té. Había vagado por la Mansión, los jardines, la biblioteca y la sala de retratos con una expresión de aburrimiento. Sus ojos vagaron lentamente por cada una de las expresiones de los viejos Malfoy, sintiendo ojos grises perforándole con agudeza, preguntándose qué pensarían ellos de que el único heredero de su línea sanguínea les heredara sangre híbrida a sus hijos, arruinando el linaje Malfoy.
Entonces había salido a observar el jardín oeste, y se encontró con Regulus Black.
El hombre llevaba túnicas relajadas y elegantes, de un azul profundo, y había recortado un poco sus cabellos. Harry caminó a su lado.
—Buenas tardes, profesor Black.
El profesor no se sobresaltó. Le observó con una sonrisa en los labios.
—Señor Potter.
Harry se llevó las manos a los bolsillos, observando el sol ponerse. En quizá media hora enloquecería por la sensación de asfixiante necesidad de Draco. Parecía que, de alguna forma, mientras más pasaban las horas, su cuerpo parecía desesperarse más y más.
—Puedes llamarme Regulus —murmuró el hombre—. Al menos, mientras estemos fuera del colegio. Allí volveré a ser tu profesor, y pido el mismo respeto.
Harry asintió.
—Puedes... llamarme Harry.
La mano de Regulus se enredó en sus cabellos, revolviéndolos suavemente. Harry dejó que la caricia prosiguiera unos segundos, ligeramente incómodo.
—Bien —Regulus señaló con la barbilla un separado en el jardín. Las rosas blancas eran hermosas, y parecían iluminarse parcialmente, quizá por pequeñas luces de hada—. Ven conmigo, Harry.
Harry lo siguió sin dudar. Fueron rodeados por flores y pequeñas luces mientras el sol anaranjado se ocultaba en el horizonte. Regulus movió su varita, creando una banca de piedra que encajaba a la perfección con el lugar, y ambos tomaron asiento.
El profesor habló antes de que Harry pudiera siquiera habituarse al silencio.
—Sirius Black no es absolutamente nada de lo que puedas haber leído en ningún sitio —habló con seriedad—. Dicen que es un criminal, y dicen que ha matado a trece personas con un hechizo. No es así.
Harry lo observó. Regulus no le miraba. Con los ojos grises perdidos en sus botas y el cabello recortado cayéndole apenas por la frente, Harry se dio cuenta de que de pronto su profesor de treinta y dos años parecía ser un muchacho de veinte con las heridas abiertas de uno.
—Sirius rompió la familia —expresó con una voz que estaba lejana al rencor— y rompió las tradiciones. Fue seleccionado en Gryffindor, se hizo amigo de un grupo de revoltosos. Cometió muchos errores, pero hizo grandes cosas. Él... —Regulus cerró los ojos, la rabia pareciendo aflorar en su expresión— fue encerrado injustamente en Azkabán para enviarte a vivir con los muggles.
Harry se ahogó.
—¿Qué?
—Sirius Black no sólo fue un Gryffindor, Harry —los ojos de Regulus le perforaban—. Él fue uno de los mejores amigos y más cercanos a tu madre. Y él es tu padrino. Si él hubiera estado libre, no hubieras ido a vivir con los muggles. Pero hubieras crecido en un entorno mágico, y no hubieras sido fácil de romper y utilizar. Hay gente que quiere utilizarte. Hay gente que hará todo lo posible para que seas su títere, su peón. Tú no eres un peón. Tampoco eres el rey que debe ser protegido, eres la reina en esta jugada: puedes hacer todos los movimientos, quitarte de encima a todos los que te molesten, apostar en grande y ganar con facilidad. Hogwarts, el Mundo Mágico, el Ministerio... es todo un enorme mal juego. Pujas de poder y manipulación. No siempre manda quien tiene la corona —su voz se volvió amarga—, y créeme, a veces estamos tan encerrados en nuestra propia jugada que no podemos ver cómo estamos en jaque hasta último momento.
Harry intentó tragar el nudo de angustia en su garganta. No lo consiguió. Su pecho ardía, sus pulmones quemaban, el aire no entraba y tampoco salía. Regulus lo sostuvo cuando se desmoronó en medio de un ataque de pánico.
—Harry —Regulus apartó sus cabellos del rostro, estrechándolo contra su cuerpo en un abrazo cargado de afecto. Los ojos de Harry se llenaron de lágrimas—. Todos seremos tus piezas aquí. Puedes contar con nosotros. En este juego, tú no sólo eres el jugador más importante, sino la pieza fundamental y la voz que los pone en marcha. Sirius te buscará, Harry. No estará satisfecho hasta tenerte a salvo y cumplir su palabra de cuidarte de todo aquel que quiera herirte, pase lo que pase.
Regulus le acunó en sus brazos como un niño. Harry, totalmente tenso, no se relajó hasta que Regulus le dejó ir con el aire circulando a un nivel un poco más normal en sus pulmones.
Harry no se relajó totalmente hasta que estuvo entre los brazos de su demonio, dejándose llevar por la calma que le transmitía su presencia.
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Regulus parecía estar haciendo visita social, una visita a la que se añadió Severus Snape dos días después. Harry estaba jugando a un extraño juego mágico de Draco cuyo origen se remontaba al Antiguo Egipto cuando la chimenea ardió de verde y Severus Snape ingresó, sacudiéndose la ceniza y hollín de las túnicas negras.
Saludó a Draco, que le dirigió una amplia sonrisa al profesor de pociones. Luego de observar a Harry y dirigirle una mueca extraña, posó suavemente una mano en el hombro de Draco.
—Draco, ¿te molesta si tomo prestado a Potter por unos minutos? No será mucho. Tranquilo.
Harry enarcó la ceja. Draco se encogió de hombros.
—Está bien. ¡Pero luego jugarás una partida conmigo!
Severus Snape asintió. Harry se levantó de su silla y acompaño a Snape, quien se movió con fluidez por los pasillos como si conociera cada rincón de la casa. Quizá así fuera.
Snape indicó a Harry que se adentrara a una habitación despejada. Harry no la reconoció, pero al entrar, sus ojos pudieron captar la magia trepando en cada rincón. Hacía demasiado tiempo que esa magia oscura no era utilizada, pero había sido empleada con tanto poder y voracidad que sus restos aún residían en las altas paredes tapizadas.
—Lamento no haber respondido la carta —se disculpó a regañadientes—. Pero aquí está todo lo que necesitas comprender. ¿Qué sabes de la guerra, Potter? La Primera Guerra Mágica.
Harry había estudiado. A la etapa de Grindelwald se la consideraba Conquista, porque Grindelwald no había desplegado un ejército para matar indiscriminadamente, sino que había conquistado políticamente, con movimientos precisos y calculados.
—Voldemort se alzó en el setenta —pronunció. Snape no se estremeció en lo absoluto al oír aquel nombre—. Ya tenía algunos seguidores. Reclutó más. Creó un ejército. Intentó tomar todo lo que podía con muy malas estrategias y bastante mal carácter. Debido a esto, por alguna razón que no puedo comprender, decidió salir a matar bebés e intentó matarme.
Snape no parecía estar de humor para ese tipo de comentarios. Aun así, no dijo nada.
—Me sorprende que teniendo casi trece años tengas una comprensión tan amplia de lo ocurrido como para sintetizarlo de esa manera —Snape dejó caer aquello más como un insulto que como un halago—. Lo que no me sorprende es que nadie te haya dicho nada.
Harry ladeó la cabeza.
—¿Nada de qué?
Severus caminó. Sus pasos resonaron por el suelo, por cada una de las tablas de cerezo que componían el parqué. No había alfombra, y a medida que la mirada de Harry se acostumbraba a la poca iluminación, era capaz de ver gruesas y oscuras manchas en ciertas zonas.
Sangre.
Su corazón se aceleró.
—Lord Voldemort —la voz de Snape tenía una extraña cadencia al pronunciar aquel nombre. Irónicamente fue la primera vez que a Harry se le puso el vello de punta al escucharlo—, se acercó a los hábiles, a los débiles y poderosos, a los influentes y a los agudos de mente. No le importaba nada a la hora de conseguir su propósito.
—¿Cuál era su propósito? ¿Conquistar el Mundo Mágico? ¿Tener a todos a su merced? —Harry se atrevió a caminar. Sus pasos también resonaron. La magia seguía trepando por las paredes, intoxicándole de alguna manera. Parecían insectos inestables que habían estado en reposo por mucho tiempo.
—Su propósito era egoísta y personal, pero sí, parte de él era tener la conquista del Mundo Mágico —expresó, un suspiro débil brotando de sus labios—. Convencía con sus palabras de una forma que no he tenido el placer de volver a oír. Compraba por ellas. Con sólo oírle hablar, sabías que debías seguirle. Sabías que...
—¿Usted fue su seguidor? —preguntó Harry, dudoso. Snape se acercó a él, abriéndose la manga izquierda de la túnica y mostrándole su brazo. Allí, sobre la piel blanca, una cicatriz en relieve trepaba con formas artísticas. La magia era visible apenas. No estaba muerta. A Harry le recordaba a la magia que tenía en su clavícula, justo sobre la marca de Tom.
—Él prometía muchas cosas.
Severus no dijo nada más.
—¿Quiénes más? —preguntó Harry. Severus negó con la cabeza.
—Ninguno de sus seguidores que se precie como tal puede revelar la identidad de otros seguidores. Es un pacto implícito.
Harry dudó antes de preguntar:
—¿Lo fue Sirius Black?
Severus Snape le observó con la expresión vacía. Negó lentamente con la cabeza.
—Él no lo fue. Black... Sirius Black... —sus ojos se cerraron, su rostro se contorsionó en algo que Harry conocía muy bien: desprecio—. Él no fue uno de sus seguidores.
Había algo más que Severus no le dijo, Harry estaba seguro de ello. Pero en ese momento la magia se torció, como si revelara sus pensamientos funestos con el poder sádico de la tortura prohibida, y Harry buscó cualquier excusa para salir de allí antes de hacer alguna locura a un profesor que le caía bien.
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Harry podría volver a su habitación, y todos lo sabían. Lucius les había mirado cuando habían salido de la misma habitación justo al final del pasillo. Draco había arqueado una ceja, ligeramente curioso. Narcissa les había sonreído, cómplice. Regulus había alzado las cejas sugestivamente, burlón. Severus había detenido sus ojos más de la cuenta en el aspecto que presentaban juntos, pero no mencionó nada.
Harry podría volver a su habitación. Podría, si no se sintiera tan cómodo en cercanía a Tom, fastidiándole, hablándole hasta tarde, discutiendo de cosas al azar con él.
Harry podría volver a su habitación. Podría, si no encontrara tan fascinante la respiración acompasada de Tom mientras dormía, con las pestañas largas sobre la piel clara, los labios gruesos y más definidos entreabiertos.
Harry podría volver a su habitación. Podría, pero no quería.
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El día de su cumpleaños número trece, Harry despertó solo en la habitación de Tom. Era bastante temprano por la mañana.
Harry se estiró, haciendo crujir su cuello, hombros y espalda, observando con mirada homicida todo lo que estaba a su alrededor. En su cajón no había ranas de chocolate, ni varitas de regaliz, ni absolutamente nada dulce. Con un suspiro, se arregló un poco sin mirarse la cara al espejo y salió.
Draco tampoco estaba en su habitación, y tampoco tenía dulces. En su propia habitación tampoco tenía, porque los había trasladado todos a la de Tom. Contuvo sus ganas de estrellar la cabeza de alguien contra una pared y caminó hasta donde suponía que estaban las cocinas.
En un pasillo, lo oyó.
—Tú sabes perfectamente que Harry no está en peligro.
Era la voz de Regulus. No fue una sorpresa que la voz que respondía fuera la de Severus.
—Tu hermano está loco, Regulus. Está... delirando. Pasó doce años en Azkabán. Azkabán toma las peores cosas de las personas, las hace fluir. Quizá tu hermano pueda no haber sido un peligro para el chico Potter cuando él tenía un año, pero ahora estuvo años en Azkabán, rodeado de dementores que podrían llevarlo a la locura. Súmale a eso la sangre Black y...
—Yo también soy un Black, Severus.
Severus cerró la boca.
—Yo también soy un Black —repitió Regulus—. Y a pesar de las circunstancias, sigo teniendo su sangre en las venas. Sigo teniendo el tipo de magia de Sirius en el alma. Yo también podría enloquecer y poner en peligro a todos.
—Pero no lo harás.
—No lo sabes, Severus. Nadie lo sabe —Regulus suspiró—. Harry no está en peligro alguno. Y, de todas formas, seremos tres para protegerlo este año si algo llega a ocurrir, aunque de todas formas no creo en absoluto que Sirius pueda... que siquiera imagine... No. Él no sería capaz de herir a nadie. Después de todo, Sirius siempre amó a Harry, y solía cuidarlo todo el tiempo cuando James y Lily iban a batallar. Sirius, que odiaba encerrarse, se encerraba a proteger a Harry... Sirius jamás lo heriría de ninguna manera. Lo sé. Lo siento en el alma.
—Eres demasiado bueno para este mundo, Regulus —Harry fue capaz de oír la inhalación forzada de Severus Snape. Se lo imaginó frotando su frente en círculos, lo que hacía cuando solía tener una migraña—. ¿Qué he hecho para conseguir que estés conmigo de entre todas las personas?
Harry repitió en su mente la respuesta de Regulus durante todo el día.
—Invocarme.
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