{ 3 · Reglas }
—¿Cuáles son las reglas? —Harry tomó asiento en una de las hamacas del parque. Era un juego que le gustaba bastante: podía impulsarse solo, no necesitaba de nadie más, y la adrenalina de subir cada vez más alto era irremplazable—. Ya sabes. Eres un demonio, yo soy un humano, haremos un pacto de mutuo acuerdo, debe haber reglas.
El demonio asintió. Sentado allí, en la hamaca a su lado, sus manos blancas aferrándose a las cadenas, Harry podía sentirse casi superior a él. Él era un mago. Él tenía poderes. Aquel demonio –por lo que sabía de los demonios, que realmente no era mucho– se alimentaba de almas, y conseguía sus poderes a base de las almas que se alimentaba. Debía ser una cagada, pero a Harry no le importaba mucho.
—No hay reglas muy estrictas —el demonio observaba el cielo, o tal vez algún punto en el cielo que Harry no podía examinar. Es decir, aparte de las malditas estrellas, ¿qué diantres tenía el cielo para que alguien perdiera la vista ahí? Tenía unas cuantas estrellas que brillaban y una luna redonda y blanquecina, aunque si se ponía a pensar que algunas estrellas podían ser ya espectros colisionados en algún lugar del espacio y lo único que podía percibirse de ellas era su brillo, que ya se había apagado hacía tiempo pero la información aún no había llegado a la visión tan limitada de los seres humanos… bueno, eso era algo más o menos interesante—. Un demonio hace un contrato con un humano para que, al final de su vida, éste le conceda su alma.
—¿Al final de su vida? —Harry le observó, curioso—. ¿No me matarás o algo así después de pedir un deseo que seguramente sea una mala petición inexacta, que me joda todo lo que tengo de vida y luego tú te rías de mi cara mientras me cago en los pantalones por verte adoptar tu forma demoníaca y perversa para devorarme el alma?
El demonio le observó confundido.
—Harry —pronunció su nombre, por primera vez; Harry se lo había dicho tan pronto habían salido del callejón— ¿qué tipo de películas has estado viendo últimamente?
Harry se encogió de hombros.
—No miro televisión.
—¿Libros?
—Apenas los de clase. Y estamos en vacaciones.
—¿Noticias? ¿Periódicos? Joder, ¿un puto diario de un psicópata con alucinaciones que hayas encontrado por casualidad en el desván mientras limpiabas?
Harry compuso una expresión de triunfo.
—¡Sí, seguro fue eso!
El demonio pareció ligeramente relajado de que su futuro contratista no fuera un niño con problemas de psicopatía o algo similar, aunque por lo visto aquello era lo más probable. Harry prosiguió:
—Sí, seguro fue el recuerdo claro y fijo de parte de las cosas que me dijo el bastardo del sacerdote que quería hacerme un exorcismo… antes de que le cortara las pelotas.
El demonio volvió a reír. Había reído más en la última media hora que en todos sus años de vida.
—Entonces, ¿aceptas hacer un pacto conmigo? —preguntó, una sonrisa sinuosa en sus labios. Harry alzó las cejas.
—¿Tú en serio me estás preguntando si aceptaré hacer lo más guay que me haya pasado en toda mi vida? —murmuró, extasiado—. ¡Con tres mil cuatrocientos ochenta y dos millones de cojones, sí!
El demonio jamás había hecho un pacto con un niño como aquél. En realidad, jamás había hecho un pacto con un niño, pero ninguno de los adultos con los que había pactado podría siquiera compararse a aquel pequeño diablillo con cara de ángel.
—¿Estás seguro de lo que significa? —preguntó, intentando crear algo de seriedad en el niño. Después de todo, era un niño—. Una vez que aceptes, no habrá entrada para ti al Cielo, y tampoco al Infierno.
Harry bostezó.
—Créeme, no pensaba ir al Cielo. Estoy seguro de que me aburriría un montón —comenzó a hamacarse con suavidad—. En cuanto al infierno… mmm… creo que preferiría evitarme las confrontaciones, ya sabes, encontrarme con Dudley ahí, y te apuesto que mi castigo eterno sería ser perseguido por el asqueroso pastel de cerdo por la eternidad, siempre haciéndome correr, siempre matándome de hambre, y nunca jamás dejándome descansar, e incluso de vez en cuando robándome una libra de carne. Así que si tengo que escoger entre esas opciones, y el estómago de un demonio, prefiero mil veces el estómago, gracias.
El demonio puso los ojos en blanco.
—Muy bien. Parte del acuerdo es que yo debo nombrarte a ti por un nombre que sólo tú y yo sepamos, y tú deberás nombrarme a mí. También deberás imponer siete, y sólo siete reglas que debo cumplir durante todo nuestro pacto, y no deberé romperlas bajo ningún tipo de instancia, porque eso justificaría el final del pacto, dejándome a mí con hambre y a ti con un trauma severo por perderte de mi presencia en el resto de tu vida —Harry puso los ojos en blanco, pero reía—. Podrán ser las siete ahora, o una a una, a medida que vayas pensándolo. Tendrás tres oportunidades de cambiar las reglas, y sólo podrás cambiar una regla una vez. Yo te recomendaría que, antes de imponerlas, las pienses bien. Muy bien.
Harry puso los ojos en blanco y ladeó la cabeza, sus ojos verdes contemplándole como si fueran retazos de maldiciones anclados a sus ojos.
—Primera regla: no me mentirás en absolutamente nada de lo que te pregunte, ni nada de lo que quiera saber —murmuró Harry, con voz suave. Con aquella voz, se oía como un ángel—. Segunda regla: me protegerás. Incluso por sobre tu propia vida o conveniencia. Serás mi fiel aliado, serás mi compañero, serás todo lo que yo necesite que seas.
Guardó silencio. El demonio le contempló, los ojos ligeramente perdidos en alguna extraña zona del parque. Los ojos del demonio siguieron aquel lugar, encontrándose con que había un balancín con pintura bastante reciente, una pintura de un amarillo chillón bastante desagradable. Sin embargo, el resto de los juegos en el parque estaban sin pintar. El demonio, sin esperarlo, esbozó una sonrisa.
—Tercera regla —Harry seguía hablando cada vez más bajo, cada vez más suave, como si estuviera desnudando su alma en una forma que no había hecho con nadie más. Aunque claro, estaba dándole reglas para imponerle el precio de la propia—: me acompañarás a donde sea que vaya. Nunca me dejarás solo, a menos que te lo pida explícitamente. Y aun así, estarás pendiente de mí, pero no me molestarás a menos que te llame.
—¿Eso es todo? —preguntó el demonio en voz baja, luego de varios segundos de silencio. Harry asintió.
—Por ahora —le miró con una expresión ciertamente indescifrable—. ¿Qué nombre me pondrás?
El demonio acercó su mano al rostro del niño, apartando ligeramente el flequillo espeso sobre su frente. Sobre su ceja derecha, una cicatriz en forma de rayo parecía destellar con magia propia, magia perversa y oscura. Él debía averiguar sobre ella.
—Vashra.
Los ojos de Harry se abrieron de la impresión.
—¿Sanscrito? Me estás llamando… ¿diamante? —preguntó, totalmente impactado.
El demonio no dejaba de sorprenderse.
—¿Entiendes sanscrito? Joder, ¿qué cojon-…?
—No entiendo sanscrito. Joder, no soy budista ni nada de eso —chasqueó la lengua—. Simplemente estaba en un año avanzado en mi clase. Y participo de las olimpiadas académicas. Probablemente comience la universidad en un par de años.
Las cejas del demonio no habían acabado de bajar cuando volvieron a alzarse. Vaya, un niño genio. Para ser uno de esos, no parecía exactamente el estereotipo de niño genio.
—Supongo que eso es bueno —el demonio suspiró, frotándose las sienes. No había tenido dolor de cabeza en años. ¿Por qué ahora?—. Y no, no te estaba llamando diamante. Te estaba llamando rayo.
Harry soltó un "Ohhh" bastante sentido, como un niño que acaba de comprender algo. Sus dedos fueron hasta su frente, tocando su cicatriz.
—Sí, sé que tiene forma de rayo. Es muy extraña, ¿verdad? —compuso una expresión divertida—. Es el único recuerdo que tengo de mis padres. Es decir, aparte de la mentira que me dijeron mis tíos, de que murieron en un accidente de coche porque mi padre conducía ebrio, se hicieron puré contra alguna cosa o algo así, muchos huesos rotos, sangre, tripas, un bebé llorando en el asiento trasero que de alguna extraña forma sobrevivió cuando sus padres no… —su ceño se frunció. Lucía ligeramente intranquilo—. En fin. Siempre supe que era una mentira.
El demonio no respondió. Le dejó divagar entre los posibles nombres para llamarlo.
—Te llamaré Khan —murmuró, por fin, Harry. El demonio le sonrió.
—Khan. Príncipe en turco. ¿Alguna explicación?
—Luces como un príncipe —Harry suspiró suavemente—. Es decir, no luces como un príncipe de las tinieblas como debería lucir un demonio, ni nada por el estilo. Luces… distinguido. Pero no como un rey. Un rey tiene todo lo que quiere a la mano, y con facilidad. Un príncipe luchará por lo que desea. Matará por ello si es necesario —extendió sus manos observando los pequeños dedos, las uñas cortas y mordidas, los dedos ligeramente lastimados—. Creo que debo ir a dormir.
—Vamos —el demonio se levantó y le acompañó en el camino por Wisteria Walk. Harry estuvo inusitadamente silencioso, hasta que habló, justo cuando el demonio parecía pensar que disfrutaría del silencio por lo menos hasta que amaneciera.
—Cuarta regla: te llamaré Khan cuando de verdad te necesite. Cuando te llame por ese nombre, sin importar qué sea lo que estés haciendo, deberás acudir a mí —le exigió—. Mientras tanto, deberás tener otro nombre. Un nombre… normal. Un nombre diferente por el cual llamarte. ¿No tienes un nombre propio?
—Tengo uno —murmuró el demonio, ligeramente apático. Harry se lanzó a adivinar.
—¿Satanael? ¿Belphegor? ¿Abaddon? ¿Baal? ¿Burng? ¿Cadmandel? ¿Freya? ¿Lefray? —los ojos volvían a tener aquel brillo casi maníaco, aunque la expresión parecía demasiado cansada—. Oh, ¡oh! ¡También puede ser…!
—Tom.
La expresión de Harry se descolocó.
—¿Qué mierda?
—Tom —el demonio se encogió de hombros—. Es mi nombre de nacimiento. Tom.
—¿Qué madre demonio odia tanto a su hijo demonio para llamarlo Tom? —balbuceó Harry mientras se adentraban al jardín del número 4 de Privet Drive. La puerta estaba abierta, y mientras se internaban por la lúgubre entrada, Tom observó a Harry adentrarse con facilidad a una pequeña puertecilla debajo de las escaleras. Así que lo de la alacena iba en serio—. ¿O es que no naciste siendo demonio?
—Hora de dormir —Tom esbozó una sonrisa casi cordial mientras intentaba cerrar la puerta para encerrarlo allí dentro—. Descansa…
—¡KHAN! —el chico chilló, sin importarle si sus tíos le oían. Tom se quedó congelado en su sitio, y empujando contra el chico, se amoldó para adentrarse en el diminuto hueco—. Muy bien. Ahora, me responderás.
—Nací siendo humano. Ahora, duerme. Lo necesitarás.
La curiosidad de Harry pareció satisfecha por esa noche.
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