{ 22 · Cancerbero }
—Tommy...
Tom fingió una sonrisa demasiado ancha al decirle un agudo y condescendiente "¿Siiii?". Era claro que era muy falsa, y le demostraba a Harry que era falsa, en el sentido "no estoy de un puto humor para tus jodidas mierdas".
Harry se encogió, ligeramente, hundiendo los ojos en su libro.
Tom suspiró.
—Vale, Harry. Dime.
Harry le observó con ojos de cachorrito. Tom se frotó la frente, avistando una próxima migraña.
—Tommy...
—¿Sí, bebé?
Tom no se perdió el tic nervioso en el párpado de Harry al ser llamado así. Pero, muy bien, él había comenzado con el muy irritante "Tommy". Que se jodiera.
—Me aburro.
Tom inhaló.
—Bien.
...
—Tommy...
—¿Bebé?
—Me...
—No-
—Abu-
—NO-
—...rro.
Tom se dio la cabeza contra la mesa de la biblioteca hasta que madam Pince los expulsó por el resto del día.
...
—Tommy...
—¿Aburrido, bebé?
La expresión enfurruñada de Harry decía que, quizá, era más que ello.
—Sí, estoy aburrido. Pero no es por lo que crees —hizo una mueca que a Tom le pareció demasiado putamente adorable, y sentía enfermizamente un apego extraño ante las inocentes expresiones de ese diablillo en cuerpo de ángel—. Quiero ir a explorar.
—Harry, mañana es Navidad.
—Lo sé. El castillo está vacío. No hay casi nadie. ¿No es el momento propicio?
Tom inhaló por la nariz, contó hasta tres y soltó el aire por la boca.
—Explorar —sopesó la palabra, pensando en qué lugares podría mostrarle que fueran lo suficientemente interesantes para mantenerlo entretenido por unas horas—. Podríamos...
—Quiero ir al pasillo prohibido del tercer piso —fue lo que sentenció Harry.
Tom no se dió la cabeza contra la mesa de la biblioteca porque no estaban en la jodida biblioteca, y porque si se daba la cabeza contra la pared probablemente le hiciera más daño a la pared que a su cabeza.
...
—Toma mi mano.
—¿Por qué?
—Porque estamos jodidamente desilusionados y si te pierdo de vista te mataré.
—No puedes matarme.
—No era literal, mocoso.
Harry rió con ese toque cargado de dulzura infantil que conseguía ponerle a Tom la piel de gallina. Puta mierda con ese crío.
La pequeña mano de Harry envolvió la suya, y ambos caminaron por el pasillo que, en apariencia, era un pasillo común a excepción de una última puerta de madera anticuada, la única que en apariencia estaba cerrada por fuera, y la que seguramente Harry querría investigar.
Harry pronunció alegremente un Alohomora. Tom sabía perfectamente que Harry podría hacerlo sin varita, pero últimamente habían notado que, mientras Harry más usara su magia sin varita, más le costaba concentrar el flujo mágico a través del puto palito mágico y exponer la magia. Aquello era algo que no había ocurrido antes, pero Tom lo atribuía al contacto con otros magos y, particularmente, a la tenencia de una varita y sus características orgullosas.
Así que allí, empujaron la puerta y ambos se quedaron estáticos en el portal. Pero lo que veían era tan imponente y maravilloso que incluso Tom debió sujetarse de Harry para convencerse de que su humano podría salir herido si avanzaba, dispuesto a tocar al enorme Cerbero despertando lentamente ante el brillo que se colaba del pasillo a su pobremente iluminada habitación.
Entonces, Harry pareció adelantarse a sus movimientos, porque tiró de su mano para soltarse. Tom apretó tan fuerte en torno a sus dedos que pudo sentir dolor por Harry.
—Quédate quieto —ordenó—. Esto no es un puto Puddle. Es un Can Cerbero. Quizá no uno puro, pero es igual de peligroso.
Podía sentir los latidos acelerados de Harry en su mano. No eran latidos de miedo. Eran latidos de emoción.
—Pero quiero tocarlo —exigió Harry, volviendo a tirar. Tom tiró del brazo del crío hacia él, arreglándose para cargarlo sobre su hombro. Harry comenzó a patearlo, pero Tom le silenció, siendo incapaz de oír los insultos pero capaz de sentir cada jodida maldición punzante, cada jodido hechizo cortante y cada uno de los golpes de puños y patadas.
Tom lo mantuvo invisible y silenciado hasta que llegaron a sus dormitorios. Luego, desactivó el encantamiento desilusionador para anular el silencio.
—...ASTARDO HIJO DE PUTA...
—¡Vashra!
Harry calló, totalmente silenciado por el tono autoritario en la voz del demonio. Tom se preguntó por qué cojones no usaba aquello más a menudo, cuando sentía demasiadas ganas de darle unos azotes.
—Harry, es mi deber protegerte —Tom se llevó la mano a la frente, frotando en círculos con la palma—. Tú mismo lo especificaste. Y, créeme, no hay mucho que un demonio pueda hacer contra la mordida de un Can Cerbero. No habrá modo en que pueda salvar tu vida, no al menos solo, y, ¿qué dirán de el gran Harry Potter cuando llegue a la enfermería como un juguete de morder?
—¡Tom! —Harry resopló, sujetándolo de los hombros y mirándole intensamente a los ojos. Tom se dio cuenta en aquel momento que debía hacer algo urgente (y no muy notorio) con su propia estatura: últimamente, Harry había crecido considerablemente, quizá unos cuatro o seis centímetros, solamente en los últimos tres meses. Para alguien como Harry, acostumbrado a medir casi lo mismo desde que tenía nueve años, eso era un enorme progreso—. ¿No viste lo que había bajo sus patas?
Tom frunció el ceño.
—¿Sus... patas?
—¡SÍ! —Harry chilló casi tan fuerte como una banshee. Tom entrecerró los ojos, sintiendo pitidos en sus oídos—. Había una trampilla bajo ellas. ¡Hay que averiguar qué tiene!
Tom oró (porque podía orarle, ¿no?) a Lucifer, allí donde lo había visto por última vez, por un poco de paciencia. No pedía mucho. Sólo un poquito. Lo suficiente para no destrozar al maldito mocoso con el que había pactado mientras lo asesinaba a sangre fría.
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