{ 21 · Amigos }
Harry nunca había tenido tantos amigos.
Bueno, Harry nunca había tenido amigos. Hasta Tom, claro. Pero Tom no era exactamente su amigo. ¿O sí? Harry mordió su labio, mientras observaba al demonio fingir que de verdad quería comer eso. Harry no tenía idea de qué ocurría con la comida que Tom ingería, y estaba seguro de que habían cosas que estaban mejor así, sin preguntar.
Harry no sabía exactamente qué protocolo seguir con sus amistades. Definitivamente no podría comportarse ante ellos como se comportaba ante Tom. Además, si los Slytherin se daban cuenta de que Hermione creía que era un idealista partidario del anarquismo (y si llegaban a comprender qué cojones era el anarquismo), seguramente acabaría todo tipo de relación amistosa que pudieran tener, y aunque dudaba que algo así ocurriera, tampoco iba a arriesgarse a que ocurriera.
Así que mantenía una cara diferente para todos. No mentía, no realmente, no a ninguno. Era mucho más fácil decir verdades exageradas que nadie creería, quedar como un bromista, a inventar mentira tras mentira que probablemente olvidaría a los diez minutos de haberla dicho. Por lo que así estaba bien. Tampoco era que hablara mucho cuando no quería convencer a las personas de hacer lo que se le diera la gana (como cuando, por aburrimiento, convenció a Crabbe o Goyle de utilizar el uniforme de Millicent y viceversa, diciendo que estarían saltándose las normas establecidas pero no rompiéndolas, porque seguirían llevando el uniforme, pero el colegio nunca especificaba qué tipo de uniforme deberían llevar. Aquel pensamiento hizo que Harry transfigurara sus ropas a un uniforme diferente cada día; los profesores -con la clara excepción de Snape- pensaban que era ingenioso y divertido). Así que mantener una cara neutral era casi fácil.
Tom le facilitaba las cosas muchas veces. Hablaba con diplomacia y suavidad, su voz nunca alzándose en gritos ni en palabras malsonantes, cuando Harry claramente tenía un amplio repertorio de ellas que cada vez se liberaba más a soltar estando entre sus compañeros.
Harry, que no era exactamente experto haciendo amigos, estaba seguro de que había conseguido un grupo variopinto y bastante leal.
...
En primer lugar estaba el siempre leal Draco.
—¡HARRY!
Harry recibió el abrazo por la espalda del chico tan pronto salió de la enfermería y estuvo presentable para la cena en el Gran Comedor. Harry intentó mantener el equilibrio, pero estaba seguro que, de no ser por Tom, ambos se hubieran caído y rodado por las escaleras de mierda, probablemente cayendo al vacío.
—¿Qué tal, Draco? —preguntó Harry. Draco envolvía sus manos en torno a su cuello, y sus piernas en torno a su cintura. El chico seguía sin pesar una mierda—. ¿Puedes soltarme? —dudó, luego del silencio del chico.
—Harry, ¿somos amigos? —preguntó Draco, de pronto. Harry se quedó helado. Le lanzó una mirada desesperada a Tom, quien de pronto parecía demasiado interesado en ayudar a Hermione a llevar su mochila cargada de libros. Harry forzó una sonrisa.
—Por supuesto —dijo. Draco respiraba contra su cuello, su respiración poniéndole la carne de gallina.
—Porque nunca hacemos cosas juntos —reprochó el chico—. Y siempre estás con Granger, o con Daphne, ¡e incluso con Pansy! Harry...
—Pasaremos más tiempo juntos —prometió Harry—. Emh, ¿puedes bajarte?
—¿Por qué? —Draco afianzó más su agarre, tanto del cuello como de las caderas de Harry. Harry sentía un leve tic nervioso en el párpado—. ¿Te molesta?
—No es eso —Harry tomó aire—. No estoy acostumbrado al contacto físico.
—Hmp... —Draco lo pensó—. Muy bien. Te acostumbrarás. ¿Me llevas a la mesa? Estoy cansado, no quiero caminar.
—Draco... —la voz de Harry fue casi como un ruego. Draco tironeó de sus cabellos.
—¡Nop! —chilló, enredando sus dedos putamente estilizados; Harry deseaba romperlos solamente para crearle algún defecto, pero considerando que la gente con la que se rodeaba solía ser perfecta (él no aceptaba menos que lo mejor), probablemente, de presentar algún defecto o lo que le hubiera llamado la atención dejara de estar ahí, seguramente les dejaría de lado. Nunca había tenido amigos, pero se conocía a sí mismo bastante bien como para elaborar conjeturas—. Somos amigos, y los amigos son personas que están a tu lado hasta que se ponen frente a ti. Así que debes estar a mi lado y ayudarme, y yo no me entrometeré en tu camino, pero tú tampoco deberás entrometerte en el mío.
Harry consideró la definición de amistad de Draco bastante aceptada. Lo llevó hasta la mesa de Slytherin del Gran Comedor —pero lo dejó caer sobre su trasero cuando Draco aflojó su agarre.
...
La segunda, ¿podría ser Hermione, quizá?
La chica seguía siendo su primera competencia en lo que académico se refería. Sin embargo, siempre tenía el tercer y a veces cuarto lugar en prácticamente todas las clases que compartían. El primer y segundo lugar estaba entre Tom y él. El tercero y cuarto, entre Draco y Hermione.
Sin embargo, estudiaban juntos bastante tiempo. Cierta cantidad de veces, Hermione ofrecía un pequeño juego que solía hacer con su madre: asociación de palabras. Ella decía una palabra y Harry debía responder con la primera palabra que se le viniera a la cabeza al oír la palabra de Hermione, entonces Hermione debía responder con la primera palabra que se le viniera a la mente con la palabra de Harry. Era confuso, y tenía resultados, a veces, catastróficos.
—Manzana.
—Pastel.
—Cumpleaños.
—Fuego.
—Incendio.
—Fábrica.
—Botellas.
—Alcohol.
—Delirium Tremens.
—¡Harry! ¡Esas son dos palabras! ¿Y qué son esos?
O quizá con cosas como.
—Sombrero.
—Gilipollas.
—¡HARRY!
O quizá...
—Gryffindors.
—Irritantes.
—Lavender.
—Cabello.
—Caramelo.
—Sangre.
—¿Sangre?
—Sangre.
—... ¿sangre?
—Sangre.
—... ¿rojo?
—Sangre.
—... ¿Slytherin?
—Sangre.
—Ravenclaw.
—¡VOY A MATAR A ESE BASTARDO INFELIZ!
—¡HARRY! ¡LENGUAJE!
Usualmente, acababan por echarse unas risas, Hermione tan escandalizada como siempre. Harry, en la soledad de su habitación, empujaba a Tom para que le hiciera un lugar en la cama, se recostaba a su lado y comenzaban con juegos de palabras idénticos.
Sin embargo, aquellos juegos de palabras eran sumamente divertidos con Hermione. Siempre tenía alguna palabra que le sorprendía. Y hacía las preguntas más extrañas. Pero la asociación que ella tenía entre una cosa y otra era envidiable.
—Troll.
—Sangre.
—¿Sangre? ¿Otra vez, Harry?
—¿Qué? —Harry se encogió de hombros—. ¿No oíste cómo murió el troll?
—Lo oí —Hermione se estremeció—. Vale, otra palabra. Probemos con... crimen.
—Aliados.
—Compañeros.
—Amigos —respondió vacilante Harry, para no decir que la primera palabra que se le había venido a la mente había sido "Tom". Pero, claro, ella no lo comprendería.
—Nosotros —dijo simplemente Hermione. Harry la observó con intensidad.
—¿Somos amigos?
—Claro que lo somos —Hermione puso los ojos en blanco y sonrió con su dentadura excedidamente grande—. Nos hacemos compañía, nos ayudamos mutuamente, nos contamos cosas. No tal vez de la forma en la que la gente normalmente lo hace, pero hay diferentes niveles de amistad y de intimidad dependiendo de la persona con la que estés involucrado. No hablarás de la misma forma con un amigo mayor que tú que con un amigo de tu edad, y viceversa. Y nosotros somos amigos. Nos entendemos. La pasamos bien juntos.
Harry le dirigió una sonrisa tan encantadora que hasta él creyó que era verdadera.
...
Podría decirse que los demás amigos llegaron solos. Daphne Greengrass, una vez, apareció sollozando porque el húmedo y lluvioso clima había hecho de su cabello un desastre esponjado que ni ella misma podía domar. Harry puso manos a la obra y en menos de cinco minutos le había hecho a la niña dos trenzas de cada lado, sus ojos desenfocados observando la sangre correr por sus dedos y los cabellos enredándose con demasiada suavidad en sus manos, pidiendo tirar y arrastrarla, hundirla bajo tierra, cubrir su boca abierta con tierra, una boca de la cual no dejaba de brotar la sangre.
Pero todo aquello estaba en su cabeza, y Harry casi ni reaccionó cuando Daphne le agradeció, marchándose con Pansy y Moon.
Millicent había discutido con su hermana mayor, Annallie, que estaba en tercero. Annallie solía quejarse a viva voz sobre lo difíciles de las clases optativas, que si eran difíciles para ella seguramente lo serían el doble para su hermana, y luego enviaba cartas a sus padres diciéndoles que mejor aprovecharan a sacar a Millie de Hogwarts ahora que tenían tiempo y todavía no se había convertido en una humillación para la familia. Harry pudo acercarse a ella sin la impresión de que le haría daño, más que nada porque el tamaño de aquella niña era el doble del suyo.
—No debes prestarle atención, Millicent —dijo, intentando animarla. La mirada de la niña era insultada, e iba a replicar, pero Harry prosiguió—. Solamente está celosa de que tienes más talento que ella, y que probablemente atraes más la atención de tus padres por ser la más joven de la familia. Son sólo celos de hermana, envidia, pero ya pasará. Si no te disminuye el dolor en el corazón el hecho de que tu hermana probablemente se transforme en una mujer amargada y sin vida propia, ¿qué te parece si le hacemos una broma?
Annallie Bullstrode acabó cargada de pústulas repugnantes en todo el cuerpo incluídala cara, y un encantamiento en la vista para que, mirara la sección de granos que mirare, sus ojos leyeran en constelación la palabra "Envidiosa". La maldición sólo acabaría cuando Annallie reconociera su error y se disculpara con su hermana (cosa que hizo demasiado pronto, para amargura de Harry).
Harry defendió a Blaise sin querer (sí, de verdad no tenía intención de hacerlo) cuando su compañero estaba a punto de pasar a una pelea física con Ronald Weasley. Harry justo pasaba, moviendo su varita, intentando memorizar el movimiento necesario para una de las maldiciones que Tom intentaba enseñarle y le estaba costando aprender más de la cuenta. Ron, al sentir la cercanía de Harry Potter, y todos sus pensamientos cargados de veneno, se curvó sobre sí mismo, contorsionándose por la falta de aire. Blaise observó que el único alumno con una varita en la mano era Harry, y le agradeció, diciéndole que los Zabini tenían una deuda irreparable con él.
Harry pensó que Blaise era aún más reina del drama que Draco, así que lo solucionó todo ofreciéndole su amistad.
Las situaciones en las que Harry salía triunfando simplemente le perseguían, y Harry prácticamente no entendía una jodida mierda de nada. Más allá de las clases ridículamente fáciles, estaba el hecho de que todos sus jodidos compañeros acabaron por ser sus amigos (con diferentes niveles de afecto, tal como había dicho Hermione, y bajo la ley de Draco en su mayoría), y de que el mensaje del asesinato del troll no había salido en ningún periódico. Harry gruñía frustrado cada vez que Hedwig le traía El Profeta y no veía un titular con su obra de arte. Acababa por suspirar, trágico, para esperar al día siguiente.
Cuando pasaron los quince días, Tom le dijo que debería perder las esperanzas.
Al mes de Halloween, el final de noviembre se llevaba las hojas de otoño y atraía el viento cortante, las heladas y la suavidad de la lluvia congelada contra su piel días previos a las primeras nevadas. Harry estaba en un estado de aburrimiento y alucinaciones que conseguía hacerlo un peligro para todos los que le rodeaban, y mucho más importante, para sí mismo.
Un viernes de Diciembre después del almuerzo, Tom le arrastró de la Sala Común hasta el dormitorio que compartían. Ninguno de sus amigos (aún se le hacía demasiado extraño usar esa palabra, pero bien, no podía decir secuaces, incautos, palurdos y mucho menos seguidores, porque Tom le mataría antes de dejarlo hacer un pequeño ejército de niñatos que no sabían ni lanzar una maldición en condiciones) pareció sorprendido. Era usual que cosas así ocurrieran, pero normalmente a la inversa: Harry acababa arrastrando a su primo a alguna aventura, alguna discusión o broma de mal gusto. De todas formas, ninguno podía quejarse; Ian Evans, más que un compañero, parecía un pequeño profesor: siempre estaba dispuesto a explicar todo lo que los demás no comprendieran, corregir ortográficamente ensayos, e incluso ayudar con las ilustraciones de Herbología. Siempre tenía la respuesta exacta en la lengua. Si a Harry le venía bien su magnífica capacidad para improvisar un enorme discurso con el escaso conocimiento que tenía, su primo se destacaba por justo lo contrario: de forma humilde conseguía decir en pocas palabras una explicación coherente y exacta.
Por eso, cuando Ian Evans arrastró a Harry Potter fuera de la Sala Común, ninguno dijo nada, no hubo ninguna mirada acusadora, no hubo ninguna expresión sospechosa. Harry e Ian eran uña y mugre (y recurrentemente, Harry era la mugre).
Tom cerró la puerta y comenzó a cargarla de maldiciones para cualquiera que intentara abrirla, espiar e incluso se acercara con la intención de golpear. Harry fruncía el ceño, intentando ver a dónde quería llegar Tom. ¿Acaso había encontrado algo que debía decirle a solas...? ¿Acaso...?
Tom se volteó, chasqueando su cuello, hombros y espalda en un movimiento que Harry reconoció como propio. Entonces, dejándole helado, Tom comenzó a desvestirse.
—Eh... Tom —Harry enarcó una ceja, observándole quitarse el sweater desordenándose ligeramente los cabellos, para desabotonar la camisa botón por botón—. ¿Qué haces?
Tom le observó como si hubiera perdido un tornillo. Cosa que seguramente había hecho mucho tiempo atrás, pero últimamente no había tenido tiempo para pensar en ello (o dejar de hacerlo).
—¿Tú qué crees que hago? —preguntó el demonio, mientras se acababa de quitar la camisa. Harry casi sintió ganas de burlarse de él por su delgadez, pero la consideró con su propio cuerpo (la delgadez de Tom, fibrosa y estable, y su delgadez, enfermiza de una forma que detestaba, como si su magia estuviera consumiéndole en vida) y desechó la idea.
—Tom —Harry frunció el ceño—, no me van los críos. Sin embargo, si adoptaras tu forma adulta, ¿o quizá una más adolescente, como de unos dieciséis...? Ahí podría pensármelo detenidamente.
—Mocoso pervertido —la risa de Tom sonó como un bufido. Estaba de un humor extrañamente especial—. No me estoy desvistiendo para follarte. Además, para eso no necesitaría quitarme la parte superior de la ropa primero. Créeme. Te gustará más ver lo de abajo.
Harry rió, poniendo los ojos en blanco ante el descaro de su demonio. En cierta forma le había echado de menos. Examinó a Tom con la vista, acostumbrándose nuevamente a un cuerpo que había dejado de ver tan seguidamente. Aquel cuerpo infantil parecía haber crecido ridículamente, aunque fuera de altura, y apenas de masa muscular. Harry estaba seguro que todo aquel proceso de crecimiento era algo que Tom hacía todos los días, porque no era algo notorio a simple vista, no al menos para quienes lo veían a diario.
Entonces, Tom extrajo de abajo de su cama una caja de madera pulida, rectangular y bastante grande, no más alta que dos cajas de pizza. Harry estrechó su mirada.
—No me ha dado tiempo de envolverlo —se disculpó Tom, aunque no sonaba para nada afligido—. Se supone que esto sería un regalo de Navidad. Pero, considerando tus niveles de estrés actual, y el hecho que prácticamente te has puesto a hablar solo con una pared, y sueles mirarte las manos más de lo socialmente aceptado... creo que lo necesitas. Ahora.
Harry se acercó, sus ojos brillando tan pronto tuvo una idea clara de lo que pudiera haber allí dentro. Al abrirla, un chillido escapó de su garganta.
—¡Oh, Lucifer! ¡Tom! ¡TOM! ¡No puede ser! ¡ERES GENIAL! ¡ERES EL MEJOR DEMONIO DEL PUTO MUNDO! CUANDO EL MUNDO SE ACABE, ESTARÉ FELIZ DE ESTAR EN TU ESTÓMAGO. ¡ERES GENIAL!
La caja contenía armas blancas mágicas. Harry había leído de ellas. Utilizadas normalmente en rituales, lo más importante que tenían era que, en la antiguedad, eran utilizadas para sacrificar a los hijos de Baal con las Sacerdotizas de Aserá. Mitad demonio, mitad humano, sus cuerpos prácticamente inmunes a armas que no fueran las creadas con elementos extraídos del Averno.
Harry creía que sólo por aquel regalo se dejaría follar. ¿Qué importaba? JODER, ERAN ARMAS MALDITAS, PUTA MIERDA.
—¿De dónde salieron? —preguntó, mientras Tom se echaba sobre la cama, los brazos debajo de la cabeza, irguiendo un poco la vista.
Tom chasqueó la lengua.
—No me fue difícil encontrarlas. Existen muchas familias mágicas tratando de deshacerse de ellas después de los tiempos de guerra, y muy pocos queriendo tener algo tan peligroso como esto en sus manos.
Harry chilló cuando equilibró el peso de un athame en sus manos, sus ojos siguiendo el brillo de la hoja que, a pesar de la antiguedad, se mantenía intacto. Pero no iba a utilizar algo tan precioso como ello, no. En realidad, tomó una simple daga de mango brillante y la hizo girar entre sus dedos.
—Cuidado con eso —advirtió Tom. Harry sonrió.
—Tendré cuidado —dijo, con voz suave, mientras dejaba la caja a un lado de la cama, luego de eso subiéndose al regazo de Tom y tocando con suavidad la clavícula del demonio en cuerpo de niño con la punta afilada, y luego pinchando suavemente diferentes zonas de su pecho, esparcidas al azar, sin hundir nunca la hoja como si estuviera considerando qué lugar sería mejor para comenzar—. Prometo que apenas si lo sentirás. Será una molestia de un momento, y luego... puro éxtasis. Al menos, para mí.
Tom soltó una carcajada. Harry hundió la hoja unos centímetros, la piel abriéndose y la sangre negra brotando.
Harry no sabía exactamente cómo Tom conseguía que la sangre brotara como si hubiera un corazón latiente en ese pecho. Pero, fuera lo que fuera que hiciera, se lo agradecía infinitamente. Era casi como destruir algo vivo.
Harry, con la hoja hundida hasta ese nivel, la fue deslizando verticalmente hasta casi su ombligo. Cuando había llegado al ombligo, los primeros centímetros ya prácticamente estaban sanos. La risa de Harry brotó con un deje de histeria.
Luego, la daga se levantó, y antes de que hubiera momento para que la hoja se deshiciera, Harry la hizo descender con fuerza sobre un costado de su estómago, justo debajo de sus costillas.
La espalda de Tom se arqueó, y Harry observó la expresión en su rostro: los ojos estaban cerrados, sus labios tensos. Harry sabía que no podía pedirle que gritara porque probablemente Tom le aplicaría un castigo físico enseñándole lo que era gritar, y estaba seguro que sería incómodo para ambos. Así que simplemente gozaba la electricidad en todo el cuerpo que le recorría cada vez que podía ver aquella expresión de dolor contenido en Tom.
En su Tom.
La sesión de tortura se prolongó cuando la hoja demoró más de lo normal en deshacerse, casi diez minutos exactos. Una a una, Harry se deshizo de las armas, y en el alba del sábado, el niño dormía como un bebé entre los brazos desnudos de Tom.
Quizá ellos no eran exactamente lo que deberían ser unos amigos. Pero ninguno de los dos era exactamente humano (metafóricamente hablando en parte de Harry, literalmente en parte de Tom). Sin embargo, si a Harry le daban a escoger entre las sinceras amistades de Draco y Hermione, las convenientes amistades de sus demás compañeros de casa, y una sesión de tortura con Tom...
Sí. Era más que obvio lo que escogería.
Ese día, en sus sueños, la sangre no hizo acto de presencia. O no al menos la sangre roja, humana, vulgar. Y su sonrisa decía que sus sueños eran más que bienvenidos.
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