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{ 19 · Niñas extrañas, niños no-tan-humanos }

El primer mes corrió con toda velocidad. Parecía que los días de la semana estaban siendo perseguidos por algún homicida serial muy al estilo de películas de terror clase B en las que la primera víctima: a) siempre era rubia; b) siempre estaba en paños menores; y c) siempre se tropezaba y gritaba estruendosamente cuando el asesino la alcanzaba, siendo ella incapaz de levantarse del suelo a tiempo.
  
De verdad que a veces Harry echaba de menos las distracciones muggles, tales como quedarse hasta demasiado tarde viendo películas clase B en el televisor de la sala, o repasar con ansias libros dedicados especialmente al noble arte del homicidio y las masacres. Pero las distracciones mágicas eran, definitivamente, mucho más buenas.

En primer lugar, estaba la magia. Levitar cosas, golpear con maleficios a chicos que le caían mal, la repentina asma de Ronald Weasley cada vez que intentaba hacer algo malo en contra de él, y por supuesto, los libros.

Harry siempre había sido un ávido lector. Por eso, cuando Tom le guió a la biblioteca, prácticamente lo besó de la alegría (algo que Tom había evitado con una mirada de clara advertencia, aunque Harry se cuestionaba si le advertía que no lo hiciera o que no lo hiciera en ese lugar).

La biblioteca no sólo tenía los libros básicos de encantamientos: tenía Historia, Religión, Idiomas... Los ojos de Harry lo devoraron todo. Durante aquel primer mes, Harry se dio cuenta de dos cosas: amaba Hogwarts, y la chica del tren parecía haberse convertido en su sombra.

Tenía el cabello espeso y castaño, dientes muy grandes y una nariz usualmente siempre arrugada en desagrado. Harry no recordaba su nombre, y si no lo recordaba, probablemente no era alguien tan importante como para hablarle.

Sin embargo, a medida que transcurrían las semanas, la chica comenzó a acosarlo.

Bueno, acosarlo no era la palabra exacta; sin embargo, Harry siempre había sido un poco dramático.

—¡Tom! —farfulló, mientras salían de la biblioteca—. ¡Me está acosando!

—No lo está haciendo —respondió el demonio—. Simplemente está estudiando.

—¡Cada vez que alcé la vista, ella me estaba mirando!

—Estaba mirando por qué página del libro leías, para adelantarse y leer la siguiente antes que tú.

—¡Me está acosando!

—No lo está haciendo —repitió Tom, frotándose la sien. Harry sabía que el hecho que consiguiera que un demonio tuviera dolor de cabeza le había agradado, en un principio; sin embargo, últimamente era tan usual que ya no le enorgullecía—. Harry, volvamos.

—No —Harry arrugó los labios, su ceño fruncido—. Le pagaré con la misma moneda.
        
Harry tomó la manga de la túnica de Tom y le arrastró hasta el pasillo que colindaba con la biblioteca. Tom suspiró, pero movió su varita, y Harry sintió la desagradable sensación de que un huevo era estallado en su cabeza. Sin embargo, luego de eso era incapaz de ver sus manos. Si no fuera por los residuos de magia en sus dedos, casi no podría distinguirlos del suelo, o del muro.

Su sonrisa era salvaje.

—Deberás enseñarme ese hechizo.

—Shh —le chistó Tom—. Los muros no hablan.

Los muros no hablan —se burló Harry, con voz nasal. Tom le pisó el pie y Harry le empujó, prácticamente sin verlo, simplemente guiándose con las manos, encontrándose con que Tom le había evadido y toda la fuerza que había juntado para empujarlo le arrastraba con envión hacia el suelo.

—¡Joder! —chilló Harry, al mismo tiempo que Tom le atrapaba, arrastrándolo contra la pared. Su espalda golpeó contra el muro, la respiración de Tom prácticamente sobre la suya.

—Guarda un puto silencio, mocoso —gruñó Tom, en voz demasiado baja. Harry estaba dispuesto a gritarle que no, sólo para llevarle la contra, pero la niña dientona se apareció caminando, con expresión de confusión, y todo lo que Harry fuera a hacer quedó olvidado.

La niña dientona caminó ocho pasos, tomó aire, se tocó la oreja y caminó otros ocho pasos, para tomar aire y tocarse la oreja. Repitió ese proceso durante todo el estrecho pasillo que, Harry había aprendido en su tour completo el primer fin de semana, era uno de los atajos que llevaban a la Torre de Ravenclaw (aunque eso se lo había dicho Tom, al igual que la localización de las demás salas comunes).

Al doblar a la derecha, sus pisadas se normalizaron y siguió caminando como si no hubiera ocurrido nada. Harry estrechó la mirada, siguiéndola con más rapidez. Tom movió su varita, silenciando los pasos de ambos, para permitirle a Harry casi alcanzarla, y a él mismo alcanzar a su pequeño y escurridizo humano.

La chica siguió avanzando, la cabeza erguida, la gruesa mochila cargada de libros en su espalda y más libros en su pecho. Harry reconoció algunos títulos al azar. Ya los había leído todos.

Entonces, un fantasma apareció. La chica se quedó estática en su lugar, y cuando el fantasma atravesó la pared, desapareciendo, la chica retrocedió un paso y golpeó con la punta del pie derecho tres veces el suelo, para seguir caminando.

La caminata se mantuvo prácticamente normal, interrumpida con aquellos procesos de rutinas que parecían haber sido establecidas en el mes que llevaba tomando ese camino. Harry no encontraba mucha relación: otro fantasma se atravesó, y la niña no hizo el mismo proceso del pie, sino que dió dos pasos a la izquierda, luego uno a la derecha, luego uno hacia atrás y tres hacia adelante, para dar otro atrás y seguir caminando. Cuando estaban por llegar a la Torre, Harry tenía un jodido tic nervioso en su párpado por intentar seguirle la corriente.

Esa chica estaba más loca que él.

Entonces, la chica se volteó, observando el exacto lugar donde él estaba con unos profundos ojos castaños. Harry fue avasallado con una serie de imágenes inconexas y sin sentido, realmente, por lo que se dió cuenta que al ver aquellos pequeños detalles no sólo había visto algo íntimo de ella, sino que había visto y tomado, a la fuerza, parte de su vida.

Los ojos de Harry ardieron mientras intentaba hacer fuerza para no parpadear. En lo que parecieron segundos, la chica se volteó, respondió una incógnita de la puerta, y se adentró, dejando a Harry detrás.

Harry se volteó, chocando contra Tom.

—Volvamos —murmuró con apatía. Tom tocó su cabeza con la varita nuevamente, la sensación desagradable marchándose. Harry consiguió distinguirse de su entorno y hacer lo mismo con Tom. Regresaron caminando en silencio, Harry frunciendo cada vez más el ceño, mientras examinaba una a una las memorias de Hermione Jean Granger, hija de padres muggles, dentistas; su padre era, usualmente, un hombre ausente que trabajaba en Francia -aunque Hermione sospechaba que tenía una amante. Su madre era una mujer negada que la amaba más que a su propia vida, incluso quedándose sin comer durante días para que ella pudiera asistir a clases sin que su estómago rugiera.

Pero aquellas memorias banales, un conocimiento superficial sobre la persona, no le importaron realmente a Harry. Sus ojos se estrecharon mientras contemplaba, una a una, las eventualidades que la pequeña sangresucia había tenido en su estadía en Hogwarts: saliendo de la biblioteca, caminando por aquel estrecho pasillo, había sido empujada y sus libros destruidos por alumnas de su propia casa, mayores que ella. Hermione no había llorado, pero cada vez que regresaba a ese pasillo, daba ocho pasos -que habían sido los ocho pasos seguros que había dado antes de ser atacada-, tomaba aire y tocaba su oreja, algo que siempre solía hacer su madre por las noches, cuando el hambre era demasiada, y Hermione sentía que podría morir.

Entonces, por ese mismo camino, el fantasma del Barón Sanguinario había pasado, mirándola con desdén. "¿De qué servirá un cerebro cuando la belleza no se haya para que puedan prestarle atención, pequeña Ravenclaw?" se había burlado el sombrero. Hermione había estrechado sus libros contra su pecho. Entonces, cada vez que pasaba por aquel tramo del pasillo, sin importar qué fantasma pasara de izquierda a derecha, ella daba tres golpeteos con su pie en el suelo -las tres patadas que había recibido en la boca por alumnas mayores en su infancia, consiguiendo que sus dientes frontales de leche fueran expulsados en un río de sangre por su boca.

Lo del otro fantasma era algo incluso más turbio. Cuando un fantasma había pasado de derecha a izquierda, la había atravesado. Había sido un fantasma muy simpático que se había disculpado con ella, pero Hermione se había sentido enferma, y aquel proceso de caminata era lo usual que ella cometía al salir de casa -y que repetía en la puerta del baño, en la puerta de su habitación y en la puerta de la sala común, justo antes de enfrentarse al día.

Al llegar a Slytherin, los ojos de Harry estaban ligeramente empañados. Tom le pinchó con su varita, una maldición punzante en ella. Harry se sobresaltó y gritó.

—¡Pero qué cojones! ¿Qué te pasa? —gritó, frotándose el brazo. Tom se encogió de hombros.

—No puedes burlarte de mí sin salir impune —fue lo único que dijo, antes de dirigirse hacia la habitación. Harry frunció el ceño y, enfurruñado, fue a tomar asiento junto a Draco que leía junto a las ventanas, muy lejos del fuego.

—¿No tienes frío? —preguntó, notando por primera vez que el chico siempre utilizaba túnicas bastante desabrigadas. Las mazmorras eran frías y húmedas; aún así, Harry no le había visto ni una vez con bufanda, y mucho menos volver a calentarse junto al fuego luego de una clase de Astronomía, cuando el frío cortajeaba tu cara y hacía temblar tus dedos.

Draco alzó la vista, sus ojos grises entrecerrados por el cansancio.

—Nop —bostezó—. Estoy intentando memorizar esto... ya sabes, para la lección de mañana —y le señaló una hoja del libro que estaba manchada con tinta y rasgada por la pluma en algunas partes. Harry sonrió, ligeramente confiado.

—No es tan difícil —se acercó más a Draco. El chico se recargó contra su cuerpo, causándole a Harry una extraña sensación; en cierta forma, le hacía recordar a los viejos gatos de su amargada vecina, que parecían tener una cierta necesidad de restregarse contra sus piernas—. Aunque dudo que puedas pedirle ayuda a Quirrell. Es un asco de profesor.

Draco rió suavemente. Harry procedió a explicarle los tres tipos de escudos defensivos (mucho más allá de qué hechizo emplearas, solamente había tres tipos: el que te defendía exclusivamente a ti, el que podía defender a un grupo minoritario de personas estés tú incluido o no, y el que se aplicaba en la defensa de zonas de guerra, aquel que se erigía por sobre las murallas y evitaba maldiciones e impactos físicos) y sus cuatro potenciaciones (básicamente: la intención detrás de la magia, el tipo de varita empleada, el tipo de magia que fuera tu fuerte, y por sobre todas las cosas, la intensidad con la que desearas proteger aquello). Había que darle crédito a Draco: por lo menos, había intentado comprenderlo. Harry había visto que uno de sus compañeros había arrojado el libro contra la pared de la Sala Común, en frustración por no entender absolutamente nada.

Draco pareció impresionado, y cuando él mismo pudo poner en palabras todo lo que Harry le había explicado, estaba sumamente emocionado.

—¡Explicas muy bien! —halagó el chico. Harry rió suavemente.

—Supongo que habrá sido por explicarle cosas a Ian.

Draco frunció ligeramente el ceño.

—¿Ian es mal alumno?

Harry sonrió, cínico.

—Podría decirse. Siempre le estoy ayudando. ¡Pero no le digas a nadie! —Harry se adelantó, bajando su voz para murmurar contra el oído de Draco—. Es bastante tímido al respecto de eso. Tiene problemas de aprendizaje. Sin embargo, tiene realmente mucho talento. Es por eso que puede hacer hechizos muy rápido, y todo eso. Pero le cuesta mucho aprender las cosas... siempre está tomando notas, ¿lo has visto?

Harry, interiormente, reía. Fuerte.

La expresión de Draco era perpleja, pero asintió.

—¡Oh, no diré nada! —prometió—. Pero, dile que si necesita algún tipo de ayuda, con cualquier cosa, ¡que cuente conmigo! —Draco extendió su sonrisa de forma amistosa—. Los Malfoy siempre tenemos algún haz bajo la manga.

Harry le guiñó un ojo. Extendió la mirada por la la Sala Común, encontrándose que eran los únicos que habían permanecido ahí. Sus ojos se detuvieron en el viejo reloj contra la pared principal, justo sobre la chimenea, sus ojos casi saltando de sus ojos. ¡Era casi la una!

—Creo que ya es tarde —murmuró, un pinchazo incómodo corroyéndole por dentro. Le costaría despertar en la mañana—. Mejor vamos a la cama.

Draco le dirigió una mirada demasiado plateada. Por momentos, Harry veía los ojos de Draco y se encontraba con extraños movimientos, como si éstos tuvieran vida independiente de la de su dueño, y le atrajeran.

El chico se removió, acurrucándose más cerca de Harry.

—¿Sabes? —murmuró, su voz demasiado frágil, etérea casi—. No eres como mis demás amigos. Todos son muy fríos, y parecen totalmente aburridos conmigo. ¡Eso no me gusta! —resopló, como un niño malcriado—. Tú siempre tienes tiempo para mí. Eso me agrada mucho. Gracias, Harry.

Acto seguido, Draco cerró los ojos y se durmió en su hombro.

Harry maldijo en voz baja mientras lo cargaba en brazos. El chico era como una puta pluma. Lo levantó, sin tener idea de qué hacer con él, que se restregaba como un gato en busca de cariño contra su pecho, totalmente dormido.

Mierda, ni siquiera sabía si sería buena idea llamar a Tom. El muy bastardo seguramente lo echaría al lago.

Así que, suspirando, se encaminó hasta donde había visto que era la habitación de Draco y golpeó la puerta con el pie al darse cuenta de que no sería capaz de abrirla. Sí, él podía meterse en la mente de varios niños, pero, ¿romper magia ancestral aplicada en las puertas de las habitaciones? No. Aún no sentía su orgullo capaz de sobrevivir si fallaba en ello.

El compañero de cuarto de Draco abrió luego de su insistencia. Era alto y delgado, con cabellos negros despeinados que le mostraron a Harry que probablemente acababa de sacarlo de la cama. Al ver a Draco entre sus brazos, le abrió paso, dejándolo entrar.

—Oh, debe ser uno de esos días —puso los ojos en blanco, suspirando—. Déjame adivinar: actitud hipersensible mientras estaba junto al lago, ¿verdad?

Harry le observó, curioso.

—Sí —murmuró, dejándolo contra las sábanas. Draco gimoteó al ser despegado de su cuerpo, pero el compañero de Draco lo cubrió con las mantas, consiguiendo que el chico se acurrucara sobre ellas.

—Mañana será un muy mal día para todos —suspiró—. Muy bien. Gracias por traerlo, Potter.

Harry fingió una sonrisa.

—No hay de qué...

—Nott —dijo él—. Theodore Nott. Seguramente no lo recuerdas, creo que hemos hablado alguna que otra vez, nada más.

Harry intentó guardar la información. Pero, probablemente, acabaría por olvidarla.

—Nott —repitió Harry—. ¿Por qué dices eso de Draco? ¿Que será un mal día?

Theodore le examinó, como si estuviera considerando la idea de decirle la verdad. Finalmente, se encogió de hombros.

—Draco no es completamente humano —explicó—. Creo que es lo único que puedo decirte. Si él no te lo ha contado hasta este momento, tampoco es mi deber hacerlo. Pero, intenta, por el amor de Merlín, no hacerle enfadar mañana. Nadie quiere ver eso.

Harry asintió, abandonó la habitación, se introdujo a la suya, se cambió con rapidez y se metió en la cama, cerrando los ojos con fuerza y diciéndose "duérmete, duérmete, duérmete", porque definitivamente quería saber qué haría Draco Malfoy al día siguiente.

...

Harry valoraba demasiado su propia vida como para acercarse a Draco con tantas advertencias puestas sobre él de parte de Theodore Nott, Blaise Zabini, Daphne Greengrass y una demasiado quisquillosa Pansy Parkinson. En fin. Aquellas personas que conocían a Draco desde pequeños le dejaron dormir largo y tendido, alegando ante los profesores enfermedad. Para la hora del almuerzo, Draco no se presentó en las largas mesas del Gran Comedor. Harry literalmente doblaba el tenedor entre sus dedos. Tom, con simpleza, se lo quitaba de entre sus dedos y lo enderezaba nuevamente, para colocarlo otra vez en su mano sin que el chico pareciera ser consciente de aquello.

Sin embargo, regresaron a la Sala Común después del almuerzo, ya que no tenían clases por la tarde, encontrándose con que había un grupo de rezagados, entre ellos una Prefecta que Harry reconoció como aquella que había estado a favor de guiar la tortura para él en su primer día. Sus ojos se posaron en un pequeño pedazo de mierda a un lado de ella, un pedazo de mierda de metro setenta y piel color caramelo, que al sentir los ojos de Harry sobre los suyos apartó la vista, palideciendo.

Harry rió, travieso, y se concentró. Aquellos títeres serían muy divertidos, ¡y ni siquiera necesitaba una varita! Aquellos años con los Dursley de prisioneros habían valido terriblemente la pena, porque habían entrenado esa preciosa habilidad suya, y la sonrisa diabólica dibujada en los labios fue fácilmente oculta por las sombras mientras caminaba con el flequillo prácticamente cubriéndole todo el rostro.

—Harry, ¿no crees que deberías...? —Harry conocía demasiado bien a su demonio para saber que iba a sugerirle un corte de pelo. Pero todo se vio irrumpido con el quejido de una de las prefectas; esta vez, era la de sexto.

—¡Pues sí, Jury! El chico Malfoy no se ha presentado a clase. Ha dicho que estaba enfermo, pero anoche no parecía muy enfermo cuando se quedó hasta tarde con el mestizo, leyendo tonterías.

La mirada de Tom era homicida. Harry le detuvo del brazo.

—No —su voz era una orden. Tom le observó, intrigado por unos segundos, creyendo que la ley del hielo de Harry hacía él duraría más; lo máximo que había durado habían sido tres semanas y cuatro días (los cuales el demonio había disfrutado con una sonrisa). Sin embargo, el tono que Harry usó lo centró en, más que escuchar, prestar atención.

—El chico Malfoy... —Azalá arrugó su nariz, con desprecio— es una deshonra para nuestra casa. Podrá tener la sangre y el talento, pero su actitud deja mucho que desear. No se parece en lo absoluto a su padre. Ni a su madre, tampoco. Aunque creo que es lo normal; todos los Black de las últimas generaciones han tenido una oveja descarriada. ¿Habéis oído de Andrómeda Black, la hermana de Narcissa? Se casó con un sangresucia repugnante, y su hija ahora está en Hufflepuff. ¡Una mujer con la sangre Black en Hufflepuff!

Jury Rosier dilató las aletas de su nariz, totalmente indignada.

—Lamentablemente, estoy emparentada con esa traidora —gruñó, con desprecio—. Mi madre, Arelyne Rosier, es la sobrina de Druella, la madre de aquellas tres Black tan despreciables. ¡No puedo creerlo! Incluso ahora, aquella mestiza cargada de inmundicia...

—A lo que iba —Azalá endureció su mirada, su expresión pasando de ser despreciable a ser cruel— el muchachito Malfoy es demasiado estúpido e inútil. No sé qué ha visto el Sombrero en su cabeza para considerarlo un Slytherin. ¿Sólo le habéis oído hablar? ¿O habéis visto sus actitudes? Parece un niño de pecho.

Jury rió mientras Azalá hacía una mala imitación de Draco Malfoy.

—Hola —dijo, con una voz ridículamente irritante y aguda—, soy Draco Malfoy, ¡todos deben amarme y respetarme! ¡Soy el hijo de Lucius Malfoy, y todos aquí tienen que ser mis amigos! ¡Estaréis todos condenados de no serlo! ¡Soy un hijo de Mortífago que se caga en los pantalones cada vez que su padre debe ir a un juicio, pensando en qué hombre me dará la comida en la boca! ¡Oh, por favor todos, amadme, adoradme!

El pequeño grupo rió estruendosamente.

Tom, junto a Harry, contra uno de los muros más lejanos y prácticamente detrás de un librero, con una visión parcial de la situación, pudo sentirlo en el ambiente.

Harry pudo verlo.

La magia se extendió como la plata. Era una magia mucho más allá de lo que Harry había visto nunca antes, y en cierta forma, le hacía recordar a la magia de Tom. Pero la magia de Tom era espesa, potente, brutal. Aquella magia era escurridiza, como una neblina de lluvia de estrellas, cortando el aire con el filo de mil cuchillas, causando opresión en todos los pechos que las sintieran.

Harry observó a Draco caminar y acercarse al grupo, que de pronto estaba en el más absoluto silencio. Los dos prefectos de sexto, los dos prefectos de quinto, y cuatro chicos de cuarto año, jadeando como si el aire no fuera capaz de adentrarse a sus pulmones, sus rostros enrojeciéndose y tornándose cada vez más azules.

Draco llevaba la misma ropa que la noche anterior, y sus cabellos platinados se agitaban a ambos lados de su cabeza, como arrastrados por las ondas mágicas que provenían de él mismo. Parecían, en cierta forma, las serpientes en la cabeza de Medusa. Pero Draco no convertía en piedra con la mirada; aún así, cuando se volteó, su rostro era tan bello como lo podría haber sido el de aquella gorgona. Cada ángulo parecía refinado en polvo de diamante, creando una extraña ilusión de una superficie intocable y valiosa, sumamente preciada y sumamente esbelta. Pero sus ojos parecían haber sido traídos de las profundidades del Hades, porque, rodeados de negro, se aclaraban hasta la plata fundida justo donde deberían estar las pupilas. Cuando sonrió mirándole directamente a los ojos con aquella mirada espectral, los pequeños dientes blancos eran puntiagudos, y Harry nunca se había sentido tan jodidamente aterrado y, a la vez, tan jodidamente emocionado.

Entonces, con la caída en picada de los prefectos y los alumnos que habían hablado mal de Draco, una figura despeinada y con la túnica ligeramente desarreglada por la carrera se adentró a la Sala Común; Harry reconoció al profesor Black que, con un movimiento de varita, desmayó a Draco y consiguió que la magia se fuera disipando, poco a poco, del ambiente.

Los ojos grises -de un gris humano, un gris que Harry no volvería a llamar "antinatural"- se posaron en Harry y en Tom, que prácticamente le estaba protegiendo con su cuerpo, su ceño fruncido y sus pupilas dilatadas en alarma.

—Potter, Evans —llamó—. Venid conmigo.

Harry y Tom se miraron y ambos acompañaron al profesor Black, que cargó en sus brazos a Draco como si fuera un niño pequeño, mientras justo detrás de él se introducía otro profesor.

El amargado profesor Snape parecía haber sido interrumpido en medio de un polvo o algo por el estilo, porque había desorden en su cabeza, y sus túnicas estaban cerradas de forma cruzada, como si acabara de abrochárselas con un sólo movimiento (y ante éstas situaciones, Harry se remitía a la popular frase de Napoleón "Vísteme despacio que tengo prisa").

Snape no les dirigió ni una mirada. Simplemente comenzó a hacer algunos hechizos, su magia agitándose junto a los escasos alumnos que habían presenciado aquello. Harry obtuvo un último vistazo de Azalá Bakri sollozando antes de que el muro se cerrase y debieran seguir al profesor Black hasta donde quisiera llevarlos.

...

Después de las explicaciones pertinentes de lo que había ocurrido —Harry había actuado su papel de amigo preocupado y bastante shockeado, por lo que Ian, siempre calmo y siempre dispuesto a decir todo lo que él tuviera en mente, fue el encargado de explicarlo todo— los ojos de Harry se posaron en la extraña tina de baño en la que Draco se encontraba. Sus ojos plateados no parecían mirar a ningún sitio, sus túnicas flotaban en el agua traslúcida, y estaba sumergido hasta la nariz. El profesor Black pareció darse cuenta de que Harry no saldría de allí sin una respuesta, por lo que, luego de hacerles jurar a los "primos" por su silencio, procedió a contarles:

—Sabéis que Lucius y Narcissa Malfoy han tenido a Draco a sus casi veinticinco años, ¿no es así?

Tom fue quien asintió, seguido de Harry. El profesor Black suspiró de forma casi trágica.

—Es usual que una pareja con el linaje mágico de los Malfoy tenga herederos a temprana edad, incluso antes del año de su matrimonio, que usualmente se hace en los seis meses posteriores al egreso de Hogwarts (o el colegio mágico al cual asistan). Como ven, que Draco haya nacido a los veinticinco años de sus padres es una pequeña anormalidad entre los sangres puras.

Tom estrechó la mirada, y Harry asintió, ladeando la cabeza con curiosidad morbosa.

—Fue entonces que, al no alcanzar a tener herederos cuando tenían veintitrés años, mi prima y su marido, por ridículo que suene, rindieron culto a dioses, pociones y rituales hasta que consiguieron lo anhelado: Narcissa estaba embarazada. Pero no se trató de un embarazo normal, y mucho menos de un bebé normal. Draco no es del todo humano.

Harry se inclinó en su asiento, sin poder cerrar la boca.

—Bueno, sí, estaba seguro de ello. Es decir, ¡era prácticamente imposible que lo fuera luego de éste despliegue mágico, y mucho menos decir de semejante cambio físico! Fue una de las cosas más maravillosamente tétricas que he visto en mi vida.

El profesor Black rió, con aquella risa casi susurrante. Su voz era apenas una caricia.

—Pero puedo apostar una gran cantidad de galeones a que ninguno de vosotros podrá decirme con qué tipo de criatura mágica es híbrido Draco. Yo no tengo permitido decirlo, pero si vosotros lo adivináis... —su sonrisa era ligeramente burlona, recordándole a Harry un poco, y sólo un poco, a una extraña pintura que había visto algunas semanas atrás en un viejo libro que habían conseguido sobre arte mágica, del Dios del Engaño sonriendo perversamente mientras se desataba el Ragnarok.

Tom detuvo sus ojos en Draco. Las palabras brotaron de su boca demasiado velozmente.

—Náyade.

La expresión de Regulus Black pareció descomponerse.

—¿Cómo ha dicho, señor Evans?

—Náyade —respondió suavemente Tom, hundiendo su mirada azul en los ojos del profesor. Sin embargo, su expresión no era arrogante; él no exponía su conocimiento con orgullo como Harry lo hacía. Harry sentía ganas de reír y de golpearlo en la cara cada vez que se ponía aquella máscara, porque joder, la representaba tan bien que hasta él lo creía—. La forma que se transformó... me hizo recordar a la transformación de una ninfa enfurecida. He leído sobre ellas en un libro de criaturas mágicas, pero creí que estaban ligeramente extintas. Es decir, hay diferentes tipos de ninfas por cada región, con diferentes nombres, ¿no? —cuestionó. Regulus no hizo más que asentir con la cabeza—. Y todas ellas son muy posesivas. Con las expansiones territoriales y globalización cultural mágica, las más poderosas consiguieron sobrevivir, entre las que puedo destacar las Veelas. Pero Draco no es un Veela. Es una ninfa de agua dulce. Náyade. Volubles al clima y a los cambios de humor de la gente que los rodea, y mucho más a las fases lunares: cuando la luna está nueva, se vuelven melancólicos, taciturnos y ciertamente infantiles. Anhelan afecto, cariño, calor humano. Su transformación solamente puede ser física durante las siguientes setenta y dos horas posteriores a la luna nueva, y solamente se genera cuando su enfado crece, atacándole a su orgullo o a los seres que ama. Lo único que es capaz de calmarlos es el agua dulce, preferentemente del mismo sitio donde han sido concebidos.

Regulus expuso una sonrisa.

—Te daría puntos por estudiar de antemano algo que no verás hasta tercer, e incluso cuarto año, pero luego preguntarían por qué y no quiero exponerte —sus ojos destellaban, ligeramente orgullosos—. Eres un buen alumno, Evans. Bueno, vosotros dos lo sois.

Draco soltó un extraño quejido en su garganta, alzando sus manos y mirando las uñas puntiagudas y blancas, que parecían echar raíces a sus dedos. Regulus se volteó para poner una mano en la cabeza del chico acariciando lentamente sus cabellos húmedos, y aquel simple toque pareció relajarlo por completo, sus ojos cerrándose, sus labios entreabriéndose y dejando escapar un suspiro.

—Podéis marcharos —suspiró—. No dejéis que el profesor Snape os vea. Es un cabrón vengativo que adora hacer sufrir a los niños de primero. Puedo aseguraros que no queréis estar en su mal lado. De verdad.

Mientras Harry y Tom marchaban fuera de la oficina del mismísimo profesor Snape, Tom por precaución colocó nuevos desilusionadores sobre ellos (lo cual fue beneficioso cuando, al doblar el pasillo, observaron a un furioso Severus Snape caminar, emanando ira, dolor, muerte y destrucción con una mirada que decía "que se jodan todos, malditos hijos de puta, niñatos de mierda" y demás insultos escritos en toda su cara).

...

Hermione tomó aire. Entonces, un niño prácticamente emergió de la nada delante de ella, haciéndola chillar y caer sobre su trasero. Sus ojos lo recorrieron: túnica de Slytherin, cabellos demasiado largos y demasiado desordenados, tórridos ojos verdes siempre atentos y dispuestos detrás de aquellas gafas...

Harry Potter. Y detrás, su primo, quien prácticamente era su sombra (aunque Hermione no era tonta. Podía darse cuenta de que había algo más ahí, aunque no se sentía demasiado segura de qué como para sacar conjeturas).

Harry le ofreció la mano para que la usara como apoyo al levantarse. Amablemente, Ian le recogió sus libros.

—Hey, Hermione —dijo el chico, una mirada brillosa en sus ojos—. Quiero mostrarte algo.

Hermione le siguió. El chico comenzó a hablar de forma tan rápida e impetuosa que incluso a ella le costó seguirle el ritmo.

—Hoy ha sido un día de locos, así que resumiré todo esto en: algún día planeo ser grande, Hermione Granger. No grande de la forma física y longeva, porque eso todos los seremos; ¡no! Planeo ser alguien reconocido, alguien reconocido por algo que yo haya hecho, y no por la fama de mis padres. Si me preguntas qué planeo hacer no podré responderte, porque de hacerlo, debería matarte, y no queremos eso —la expresión de Harry era la de un niño que había encontrado un nuevo juguete mientras la observaba con esos ojos tan difíciles de descifrar realmente. Hermione estaba segura de que ella no era tonta, y por supuesto no se tragaba en lo absoluto el acto del chico de ser encantador, pero además un sabelotodo y metomentodo. Era imposible odiarlo, y a la vez, imposible amarlo. Simplemente podías admirarlo, o en todo caso, envidiarlo—. A lo que voy: necesitaré gente como tú.

Hermione se sobresaltó cuando Harry creó una barrera con su brazo. Estaban de camino por el atajo a la torre de Ravenclaw, y justo en ese momento, Hermione debía cumplir uno de sus rituales. Pero estaba a un paso, y su pecho comenzaba a cerrarse, y sentía que su respiración se hacía errática...

—Respira —advirtió Ian, ambas manos del niño en su hombro. Era ligeramente más alto que ella, ¡y ella era la niña más alta de su clase en su colegio muggle!—. ¿Sientes la opresión en el pecho? ¿Cómo la describirías?

Hermione cerró los ojos, intentando poner en palabras algo que la acompañaba hace mucho tiempo por diversas circunstancias.

—Es como si un hombre muy grande y excedido de peso estuviera parado en mi pecho, impidiéndome respirar.

—Eres tan políticamente correcta, Hermione —rió Harry. Hermione abrió los ojos, de pronto su mundo girando, porque sin saber cómo habían avanzado seis pasos. Sus ojos se hundieron en todo, enloquecidos, y sus manos comenzaron a temblar con fuerza, pero las manos de Ian en sus hombros le impedía hacer cualquier cosa, y las palabras de Harry parecían hundirse en su mente—. Los seres humanos somos criaturas impulsivas. Estamos arrastrados por impulsos naturales desde que nacemos hasta que nos llega la hora final. Desde que nacemos estamos condenados: una creencia, un nombre, un país, un estrato social que nos identifique. Durante toda nuestra vida, luchamos por defender algo que nosotros ni siquiera hemos elegido. ¿Por qué no asumir las consecuencias de nuestros actos cuando nosotros tengamos libre albedrío sobre ellos?

Hermione observó a Harry, la confusión adhiriéndose a ella, su pecho doliendo, pero el aire adentrándose lentamente a sus pulmones.

—¿A qué te refieres?

—Nosotros nacemos y automáticamente se nos dicta en qué creer, quiénes somos, de dónde venimos, a dónde pertenecemos. Si creer en Dios, o en Alá, o en Zeus, o en Odín... Si somos Harry Potter o Ian Evans, si somos Hermione Granger o Daphne Greengrass, que por cierto es una muchacha de mi año con la cual podrías llevarte muy bien, Hermione. Es relativamente inteligente, pero le gusta mucho hacer peinados y cambios de look, y estoy seguro que aunque sus padres digan que no algún día será esteticista mágica... Pero bien, nosotros somos producto de las decisiones de otras personas. Incluso el nacer. Pero eso es indiscutible: nadie puede decidir si desea nacer, pero sí puede decidir cómo vivir su vida. Cuál es el ideal que quiere representar y defender. Cuál es su propia creencia religiosa, si es que desea creer en una. Cuáles son sus gustos, sus disgustos, sus pasiones... Y luchamos enfermizamente por un ideal que, al final y al cabo, no es más que una representación de los deseos de otra persona. ¿No te gustaría crear tus propias reglas? ¿No te gustaría ser poderosa a tu manera? No habrá quién pueda juzgarte por ser nacida de muggles, no habrá quién pueda juzgarte por no saber volar en escoba, no habrá quién pueda juzgarte por los rituales que cometes... y que por cierto, ¿ya te sientes mejor?

Hermione se dio cuenta en primer lugar que la voz de Harry era hipnótica. En segundo lugar, que ya habían pasado por otra de sus zonas de rituales, y su pecho además de agitarse como un condenado no demostraba signos de empeorar. En realidad, mejoraba lentamente.

—Mejor —susurró—. Gracias.

Harry le dirigió una sonrisa encantadora.

—Lo que quiero decir, Hermione... es que no puedes aferrarte a las reglas establecidas. Déjame contarte algo. Quiero contarte algo —Hermione le observó, intrigada; el chico parecía que estaba a punto de estallar—. Todos en el Mundo Mágico hablan de Gellert Grindelwald, y de Lord Voldemort; ambos aplicaban políticas básicamente fascistas en sus reclutamientos y sus formas de querer llegar a la realización del mundo mágico. Y por eso mismo, ¡fueron conmemorados! ¡Recordados! ¡Seguidos! ¡Tienen prisiones, tienen seguidores, están en los libros de historia negra! Pero, dime, ¿alguna vez has oído hablar de Betsy Carson?

Hermione frunció el ceño.

—No. Jamás he oído hablar de ella, ni he leído nada con ese nombre.

—Lo sabía —Harry dió un puñetazo al aire, su sonrisa tornándose salvaje—. Betsy Carson fue una nacida de muggles que estudió en Hogwarts por mediados de los setenta. No se convirtió en una Dama Oscura, ni mucho menos; lo único que quería era la desintegración por estratificación social del ministerio de magia, y la inclusividad de los muggles. En los setenta, era una dura época para ser muggle en Inglaterra: el país estaba completamente venido a menos, había basura en las calles, desempleo total, prácticamente todo el mundo en huelga. Criaban a todo el mundo en un sistema de educación que te dejaba bien en claro que si venías del sitio equivocado no tenías la más mínima esperanza de ser "alguien" —los ojos de Harry demostraban desesperanza. Hermione se sintió conmovida ligeramente—. Betsy era una nacida de muggles que tuvo la suerte de ser aceptada en Hogwarts, donde se le proveyó dinero para una beca que cubría completamente sus estudios mágicos. Betsy era feliz, hasta que se dio cuenta de cómo se manejaban las cosas. Y créeme, sufrió. Asistió a Gryffindor, si quieres buscarla por ti misma.

Los ojos de Hermione se posaron en el pasillo a sus espaldas, vacío e iluminado por las antorchas. Su garganta se cerró al pensar en recorrerlo y desconocer lo que le esperaría por no haber hecho sus rituales correspondientes.

—Luego —prometió. Harry no pareció desanimado.

—Al ver la injusticia del Mundo Mágico, las estratificaciones mágicas y sociales, se sintió enferma. Y mucho más al ver la devaluación de la libra esterlina inglesa. ¡La moneda de cambio más alta era un galeón de oro puro, que cambiándose a libra valía monetariamente casi treinta libras, y vendiéndose como oro puro llegaba a más de cien! Los magos se manejaban con lujos, aunque estuvieran en medio de una guerra. Ella la vivió, y la sufrió. Lo único que deseaba era justicia social. ¡Y a decir verdad, puedo apostar que muchos hubieran estado a favor de ella, si no hubiera sido nacida de muggles! Pero bien, la guerra enloquece a todos. No sabías en quién confiar, ni en quién creer, ni en qué. Estaban aquellos que se perjuraban creyentes de los ideales de Lord Voldemort, y muchos otros que se perjuraban bajo el lema "sin amo ni soberano"... pero no me entrometeré en la política. No más. Sólo diré: ella intentó conseguir un cambio, sola, y terminó siendo asesinada antes de los diecisiete años.

Hermione jadeó, llevándose su mano a la boca. Harry se acercó a ella, afectado.

—Es un mundo duro el que vivimos, Hermione. Así seas mago o muggle, o criatura mágica. Las leyes están mal. Todo está mal. La posibilidad de modificar las cosas reside en nosotros. Así que, Hermione Granger, ¿deseas ser nuestra aliada en esta cruzada contra el terrorismo, corrupción e injusticia que acecha día a día nuestro mundo?

Hermione observó a Harry como si lo observara por primera vez. Podría ser un Slytherin, pero era alguien idealista, positivo, y con un carácter que la hacía creer que incluso aquellas serpientes podrían ser mejores que algunas de sus compañeras.

Harry le ofrecía la mano, esta vez no para ofrecerle su ayuda, sino para ofrecerle su amistad.

Hermione la aceptó, gustosa. También aceptó la mano de Ian, que luego de estrecharla le dedicó una enorme y cálida sonrisa, antes de devolverle sus libros y de dejarla sana y salva en la puerta de la Torre de Ravenclaw.

Hermione ya estaba soñando en grande. Quizá por eso no percibió las cosas extrañas de todo el discurso de Harry, o que, tal vez, fuera extraño que dos Slytherin de primero supieran el atajo para llegar a su propia sala común. Pero, bien; errores los hay de todo tipo y tamaños.

...

—Harry...

—¿Sí, Tommy?

—¿De dónde cojones sacas esos putos discursos? Serían capaces de convencer a un ejército de entregarse al bando enemigo sólo porque la causa por la que han peleado no es la correcta, según tú.

—Tengo una imaginación vívida para gran variedad de cosas. Además, es divertido. Me gusta hacer que la gente crea lo que yo quiero, mucho más teniendo en cuenta que cada persona es individual en sus pensamientos y en la forma de llegar a ella. Me gusta tener el control.

—Por casualidad, ¿tienes planes a futuro para postularte como Ministro de Magia?

—Nop. Es aburrido. Mucho papeleo.

—Alabado sea el papeleo.

—¿Qué has intentado decir con eso? ... ¡TOM! ... ¿¡TOM!?... ¡MALDICIÓN! ¡VEN AQUÍ AHORA MISMO! ¡TOM! ¡NO HUYAS! ¡COBARDE! ¡SABES QUE TE ATRAPARÉ, BASTARDO HIJO DE PUTA! ¡PETRIFICUS TOTALUS!

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