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{ 18 · La primera parte del aburrimiento }

Tom Riddle comprobó que, si él se aburría en clase (mucho en su primera vez en Hogwarts, y horriblemente en esta segunda vez), Harry Potter se aburría peor.

La primera clase que tuvieron fue Encantamientos. El profesor Flitwick chilló al oír el nombre de Harry Potter mientras duró su clase, y en Transfiguraciones la profesora McGonagall le dirigió una sonrisa cálida que parecía ser para infundirle ánimos, pero cuando tomaron asiento, su voz resonó con severidad:

—Transfiguraciones es una de las magias más complejas y peligrosas que aprenderéis en Hogwarts —informó—. Cualquiera que pierda el tiempo en mi clase tendrá que irse y no podrá volver. Ya estáis prevenidos.

Entonces, movió su varita y transformó un escritorio en un cerdo, para devolverlo a su forma original. Todos los alumnos relucían de impresionados, menos Tom y Harry, por supuesto. Harry puso los ojos en blanco cuando McGonagall no miraba, y Tom le dio un pisotón para que guardara la compostura.

Después de las anotaciones simples sobre las reglas básicas de la transfiguración que Harry no apuntó confiando ciegamente en la elegante letra de Tom dispuesta a servirle de guía en caso de necesidad extrema, comenzaron a intentar transfigurar una cerilla en una aguja. Tom lo hizo con un movimiento de varita y luego la volvió a su estado original, para lanzarle una mirada retadora a Harry. Harry, luego de chasquear su cuello, hombros y espalda, movió su varita y la cerilla se transfiguró en una aguja. Luego la movió aún más, y la aguja se llenó de tallados de tirabuzones. Luego, aún más, y la regresó a su estado de cerilla.

Tom le dirigió una sonrisa complacida. McGonagall también lo hizo, desde su rincón detrás del escritorio, bastante maravillada por lo que había creído ver. (Qué, claramente, no se asemejaba ni un poco a lo que verdaderamente había ocurrido).

Defensa Contra las Artes Oscuras era un chiste de mal gusto. Harry se encontró bombardeando al profesor Quirrell con demasiadas preguntas que el tartamudo hombre fue incapaz de responder. Con cada una que hacía, con su voz inocente y sus ojos perpetuamente abiertos en expresión expectante, el profesor parecía ponerse cada vez más y más nervioso, el temblor de su voz repercutiendo en su cuerpo. Tom rió entre dientes, pensando que el hombre era demasiado patético incluso para ser un profesor contratado por Dumbledore.

Entonces, Quirrell se volteó para mover su varita dejando que aparecieran algunas anotaciones en la pizarra, y Tom estrechó la mirada, un estremecimiento recorriéndole todo el cuerpo, sus manos latiendo como si necesitara golpear algo, o a alguien. Al voltear la vista para distraerse de la nuca de Quirrell cubierta con aquel ridículo turbante púrpura, pudo observar la expresión desconcertada de Harry, que casi parecía entrar en pánico.

Harry alternó la vista entre Tom y Quirrell, cada vez más confundido. Su ceño se frunció, sus ojos cada vez más abiertos, su respiración acelerada. Desde su posición, Tom era capaz de sentir las repercusiones de su corazón en la caja torácica, cada vez más acelerados.

—Quirrell es oscuro —balbuceó Harry, tan pronto salían del aula de Defensa, apartándose de las narices el aroma desagradable a ajo. Tom enarcó una ceja.

—¿Qué te hace pensar eso?

Toda su puta cabeza está cubierta de magia oscura. Como si tuviera un… alienígena en el cerebro, y estuviera apoderándose lentamente de sus pensamientos.

Tom puso los ojos en blanco.

—¿No crees que sería más fácil pensar en posesión demoníaca?

—No es un demonio —Harry frunció el ceño—. No, no es uno.    

Tom no preguntó. Estaba seguro de que podría vivir sin saber algunas cosas; más considerando que, en algún futuro, debía tomar el alma de ese niño, y que Lucifer lo ampare de saber cosas que pudieran hacerle perder el apetito.

—Entonces, ¿posesión alienígena? —preguntó Tom, luego de unos minutos de silencio, mientras caminaban hasta el Gran Comedor para el almuerzo. Harry se encogió de hombros.

—Es jodidamente extraño —bufó—. Es una magia muy oscura. Me hace recordar a ti —le miró, alzando una ceja—. No sabría cómo explicarlo.

Tom estaba dividido: quería oírlo, y a la vez, no.

—Cuéntame.

Mierda, había ganado la parte curiosa.

Harry mordió su labio.

—Vale, esto sonará raro, pero puedo ver la magia —explicó a toda velocidad. Tom no se mostró ni siquiera impresionado—. ¿Qué ocurre? ¿Es… normal?

—Harry, me lo dijiste cuando cumpliste diez años y nos encontramos a aquella bruja en Londres —le recordó Tom. Harry mordió su labio.

—Supongo que lo olvidé —evadió—. Muy bien. Entonces, cada persona tiene magia en ella. Pero es una magia que comienza a crearse desde que hacen sus primeros hechizos con varita, porque definitivamente no estaba en mí antes, a pesar de que yo hacía magia de forma prácticamente diaria, y tampoco estaba en ti, porque tú no utilizabas tu magia de mago —Harry mordió su labio—. Es como si, al utilizar una varita, nuestro cuerpo se aferrara a todos los hechizos y encantamientos que realizamos, e inclusive a las maldiciones. Y fuera capaz de asimilarlo, y dirigir cada una de las reacciones mágicas a lo que más solemos practicar… —su expresión de concentración decía que parecía llevar bastante tiempo pensando aquella teoría—. Y a decir verdad…

—¡Hey, Harry!

Harry se volteó. Draco caminó hacia él, con el uniforme prolijo, los cabellos platinados engominados y una extraña sonrisa en su rostro. Le costó darse cuenta que la sonrisa no era extraña, sino que era una sonrisa amistosa, y eso le parecía extraño.

—¿Qué hay, Draco? —saludó Harry, mientras el chico les alcanzaba. Draco se encogió de hombros.

—Las clases han estado siendo muy aburridas, a decir verdad —dijo Draco—. La mayor parte de estas cosas me la han explicado mis tutores. Padre dice que el primer año es un juego de niños. Pero para vosotros debería estar resultando un poco más difícil, ¿no?

—En realidad, Ian y yo hemos sido autodidactas este último mes antes de las clases —explicó Harry, fingiendo una mueca humilde—. Pero sí, puede que sean algo complicadas, por lo menos más de lo que esperaba.

Draco les dedicó una sonrisa extrañamente cálida.

—Muy bien. Si necesitan ayuda de algún tipo, cuenten conmigo, ¿vale? —y dedicándoles una mirada extrañamente dulce con los ojos grises, se marchó. Harry observó los destellos de magia –un verde aguamarina, rematando en un blanco platinado, como si fuera una corriente de agua persiguiéndolo– que dejaba su estela. Le dirigió una mirada divertida al lugar donde había estado el chico, para seguir avanzando, prácticamente toda su conversación con Tom olvidada.

Tom no preguntó. Sabía que este no era el momento, y tampoco quería arrancar de la mente de Harry la idea que fuera que estaba cruzándole. Luego de un par de años, era prácticamente capaz de darse cuenta de cuando su pequeño humano pensaba cosas que requerían silencio absoluto, y cuando necesitaba una palabra para comenzar a expulsar todo lo que tenía dentro.

Su siguiente clase fue Historia de la Magia. El hombre que la dictaba no era realmente muy mayor, y su rostro de ángulos redondeados le hacía lucir aún más joven, incluso más con los cabellos recortados de un negro intenso, más largos en el frente que en la nuca, erizándose de forma suave sobre su cuello. Su mirada, gris como monedas de plata, se posó en todos sus alumnos antes de dirigirles una sonrisa de bienvenida.

Llevaba una túnica negra cerrada hasta el cuello, y su sonrisa casi juguetona mientras les contaba le causó a Harry un extraño estremecimiento.

—Muy bien —su voz era suave, demasiado suave para el rostro que portaba; parecía la voz de un niño jugando a ser un adulto—. Como sabrán, os dictaré la Historia de la Magia. Vosotros diréis, ¿qué tiene esto de entretenido? Y yo os diré: todo.

Con aquella voz que no era más que un susurro delicado pareció atraer la atención de todos los niños de Slytherin y Ravenclaw de ese año. Incluso Tom pareció quedar prendado, porque explicaba cosas que jamás había aprendido, tanto en clase como por cuenta propia. Harry tomó notas luego de su pequeño ritual con la pluma (notando con molestia que hacer aquel ritual con una pluma era infinitamente más difícil que con un bolígrafo), pero la forma en que el profesor Black narraba no dejaba en duda su capacidad para crear un ambiente y una imagen fija.

Luego de la doble hora de Historia, todos salieron con expresiones de asombro, sus ojos abiertos ante la primera muestra mágica que el mundo pudo haber dado. Harry estaba considerando seriamente escribirla, en caso de que la olvidara: la magia había existido incluso desde los inicios del mundo. Había evolucionado (al igual que la materia; nunca avanza ni retrocede, simplemente transmuta) hasta ser lo que era.

Todos los seres humanos poseían magia, hasta la Caída.

Los ojos del profesor Black se ensombrecieron y su voz se oscureció mientras narraba. El ambiente comenzó a sentirse ligeramente pesado mientras contaba cómo, en las épocas que se atribuía la magia a los Dioses, hubo una guerra de ellos. Podría decirse que fue así como la magia se dividió. La magia, tal como era conocida en la actualidad, no era más que un culto a la deidad que había triunfado sobre las otras. Pero, con cada deidad, existían diferentes magias, y diferentes hechizos, diferentes formas de aplicarlos, diferentes rituales.

Harry había engullido toda aquella información como si llevara mucho tiempo sin tener nada interesante en mente, e incluso Tom tomó algunas notas en su pergamino. Harry le observó de reojo la mayor parte de la clase, imaginándose qué habría ocurrido con su demonio.

¿A qué diablo le había orado por inmortalidad para acabar convertido en lo que era ahora? No estaba vivo, pero tampoco podía morir. Su cuerpo se consumía si no tenía acercamiento al alma de su humano, probándola de vez en cuando, sintiendo su llamado cargado de desesperación cuando sobrepasaba los límites. Inconscientemente, mientras aquellos pensamientos azotaban su mente, Harry acarició la zona debajo de su clavícula, justo donde residía la marca.

La clase acabó y el profesor Regulus Black les despidió con una sonrisa y una promesa.

—No tendréis tarea en lo que queda del mes si sois capaces de redactarme una breve historia, basada en hechos reales, sobre algún suceso que haya originado a alguna criatura mágica, a alguna rama de la magia, o a algún brujo relevante. Eso es todo. ¡Bienvenidos a Hogwarts!

Cuando salieron de clase, Harry prácticamente recargado en Tom –el sueño le estaba pesando al ser la última clase de la tarde–, un profesor de cabellos grasos y expresión avinagrada les observó con recelo.

Harry no se dio cuenta que su mirada se perdía en sus propios ojos, verdes, o en el rostro ficticio de Tom, tan relajado mientras le observaba hacer pucheros para poder ir de una vez a su siesta reparadora.

...

El viernes, los Slytherin tuvieron Pociones junto a los de Gryffindor. Hora doble. La sonrisa de Harry se curvó con malicia mientras caminaba por los pasillos de las mazmorras, encontrándose a una cabeza pelirroja junto a un niño regordete.

Harry le lanzó una mirada a Tom, que le lanzó una mirada de desespero; la mirada de súplica en los ojos de Harry aumentó, y Tom acabó por suspirar y poner los ojos en blanco. Harry soltó una risita y corrió hacia el Gryffindor.

—¡Hola, Ron!

Ron Weasley se volteó, sorprendido. Su expresión transmutó de la sorpresa al desagrado en el acto.

—Potter.

Harry compuso una expresión dolida.

—¡Ron! ¿Tan pronto has olvidado nuestra bonita amistad? ¡El primer amigo que conoces en un transporte rumbo a un colegio internado es alguien que será tu amigo durante toda la vida! ¿Es que acaso no has leído ningún tipo de novela juvenil? ¡Está en todas!

Ron enrojeció ligeramente.

—Yo no hablo con serpientes —siseó. Harry se llevó la mano al pecho, luciendo falsamente herido. Un grupo de Slytherins que también venían de camino contemplaron la actuación de Harry, divertidos. Harry podía reconocerles incluso sin verles: Blaise Zabini, Theodore Nott, y otro chico un año mayor que ellos cuyo nombre aún no sabía (o sabía, pero había olvidado).

—¡Qué cruel de tu parte! —su voz emanó dolida, lastimera; un par de chicos de Gryffindor también se voltearon ante aquel gimoteo—. ¿No se supone que vosotros los Gryffindors sois valientes? ¡Más que valientes! ¡Valerosos, fuertes, orgullosos, como leones! No debería darte miedo reunirte con un par de serpientes fuera de horas de clase... ¿verdad, Ronnie?

Ron se mantuvo lívido. Harry comenzó a avistar varias cosas en sus ojos, y apartó la vista, controlándose. No. No había decidido tomar su vida, no al menos voluntariamente; pero habían varias formas de tomar la vida de alguien, y humillarle de forma que no pudiera reconocerse a sí mismo era una de ellas.

Además, su magia parecía predispuesta a destrozar al Gryffindor, cuya magia era débil, de un marrón fangoso y bastante turbia, ¿quizá como si estuviera anulada, o impedida...?

—¡No tengo miedo! —gritó Ron, empujándolo. Harry jadeó ligeramente cuando fue impulsado hacia atrás, cayendo sentado. Pero fue lo único que pudo hacer, porque un segundo después, Tom tenía al mocoso de pecas apresado contra la pared.

Harry se levantó con ayuda de Blaise y Theodore, ambos demasiado dispuestos a ayudarle, aunque Harry no tenía mucha idea de por qué. ¿Acaso el lavado de cerebro había funcionado tan bien que habían mantenido las ideas casi una semana después? Él no había practicado aquello con magos nunca antes, sólo con muggles, y había creído por algún momento que las mentes de los magos serían ligeramente más fuertes y menos influenciables que las de aquellas personas sin magia. Pero, bien, sólo eran niños de once años.

Tom apuntaba con su varita al cuello del niño pelirrojo. Harry sacudió sus túnicas, observando cómo la magia brotaba de él. Oh, genial. Tom no estaba pronunciando ninguna palabra, y aún así la maldición emanaba como si fuera una niebla tóxica, cada vez menos similar al humo y más similar a la brea.

Entonces, Harry sintió otra magia cercana, y advirtió:

—Hey, Ian. Creo que es hora de ir a clase.

Tom interrumpió su maldición, y el chico de Gryffindor se mantuvo en silencio, como si estuviera aún sin creer que se hubiera salvado. "Salvado". Harry sonrió, burlón. Casi podía ver los pensamientos de Ronald corriendo, aliviados. "Se había salvado". Sí, claro.

Eso era porque la maldición aún no había comenzado a hacer efecto.

Tom se separó del Gryffindor y le dió un golpe con el codo a Harry, suavemente. Su mirada estaba cargada de advertencia, y Harry comprendió que acababa de poner en jaque una de las primeras reglas que había creado para Khan años atrás.

Suspiró, siguiendo a su demonio por los pasillos, con Blaise y Theodore siguiéndole, también, como si estuvieran protegiéndole de algún modo. Los Gryffindor que habían acompañado a Ron (un chico moreno, y otro de cabello claro arenoso) se observaron, preguntándose ligeramente dónde podría encontrarse Neville, quien parecía haber huído ante la primera interacción de Harry con Ron.

El aula de Pociones era oscura y siniestra. Harry se había acostumbrado al frío en la piel, pero observó con ligera fascinación a los animales conservados en frascos de vidrio, insectos vivos retorciéndose en su agonía por la falta de oxígenación en pequeños recipientes traslúcidos, cientos y cientos de botellas de diferentes tamaños y colores que contenían vaya a saber uno qué cosas. Harry estaba maravillado.

Entonces, se adentró el profesor Snape.

Harry detuvo su vista en la magia del hombre. Era una magia demasiado extraña, como si estuviera en conflicto. El matiz principal de su magia era de tonalidad azul, moviéndose con él con cada movimiento, protegiéndole -y, más que nada, protegiendo sus pensamientos; Harry podía suponer acertadamente que sería una muy mala idea intentar imponer una idea en su cabeza. Sin embargo, cerca de su pecho residía una magia de un turbio celeste, y casi en sus manos, como si estuvieran embarradas en sangre, el negro parecía dominarlo por completo.

Harry relamió sus labios, observando la magia del hombre agitarse por completo cuando leyó el nombre de "Evans, Ian" mientras tomaba la asistencia, y luego tornarse a la defensiva cuando leía su nombre.

—Ah, sí —murmuró él—. Harry Potter. Nuestra nueva... celebridad.

Harry miró a Tom, a su lado, arqueando una ceja. Tom se encogió de hombros.

—Vosotros estáis aquí para aprender la sutil ciencia y el arte exacto de hacer pociones —comenzó el profesor Snape, su voz apenas un susurro. Ciertamente, su voz era comparable a la del profesor Black, pero de alguna forma era más amenazante, mucho más grave y poderosa. Aquel hombre podía ser una amenaza, algo que Black, definitivamente, no—. Aquí habrá muy poco de estúpidos movimientos de varita y muchos de vosotros dudaréis que esto sea magia. No espero que lleguéis a entender la belleza de un caldero hirviendo suavemente, con sus vapores relucientes, el delicado poder de los líquidos que se deslizan a través de las venas humanas, hechizando la mente, engañando los sentidos... Puedo enseñaros cómo embotellar la fama, preparar la gloria, hasta detener la muerte... si sois algo más que los alcornoques a los que habitualmente tengo que enseñar.

Harry retrocedió, ofendido. Tom suspiró sonoramente; Snape, que no le miraba, claramente pareció pensar que había sido Harry quien había suspirado, porque sus ojos negros como galaxias vacías se posaron en él.

—¡Potter! —llamó Snape, de pronto, y Harry se irguió en su asiento—. ¿Qué obtendré si añado polvo de raíces de asfódelo a una infusión de ajenjo?

La mente de Harry corrió.

—A decir verdad, no lo sé —dijo, su sonrisa extendiéndose de forma cada vez más salvaje. Tom pudo sentir el inicio de una migraña— pero teniendo en cuenta que en la antigua Grecia, los asfódelos se colocaban en la tumba de los muertos empleándose en las ceremonias fúnebres... ya sabe, profesor, los griegos y sus creencias. Una de ellas era que facilitaban el tránsito de los difuntos a los Campos Elíseos, los cuales estaban tapizados de ellos. Muy bien, aquí tenemos al asfódelo, una planta claramente decorativa capaz de facilitar el traslado de los muertos a su lecho final. Pero, también tenemos al ajenjo, que no es nada más ni nada menos que una planta medicinal. En una infusión claramente se potenciarían sus características, claramente, teniendo en cuenta le hervor... en la antiguedad era bien empleado como anestésico para las mujeres en sus trabajos de parto, ¿o acaso era utilizado para ayudarlas con ello...? Muy bien. Tenemos raíces de polvo de asfódelo, una planta que guía a los muertos a su destino final, con una infusión de ajenjo, algo capaz de adormecer, calmar dolores... Puedo suponer, y no estaría demasiado errado, que crea algún tipo de pócima para dormir de efectos muy potentes.

La expresión en el rostro del profesor Snape era un poema. Harry sonrió con dulzura. Tom le dió una patada bastante disimulada.

Snape no parecía ser de aquellos que se rendían con facilidad. Su expresión cambió, su mirada se estrechó y sus labios apenas se movieron mientras cuestionaba:

—Ya que cree saberlo todo, señor Potter, ¿dónde buscaría si le digo que me traiga un bezoar?

—Considerando que estamos en una clase de pociones, y que el único modo en que usted podría conseguir que yo le obedeciera fuera dentro del salón de clase, ¿diría en un armario de pociones...? —la expresión de Snape se tornó lívida. Harry mordió su labio—. Aunque, muy bien. No. ¡Esto sí lo sé! —su sonrisa era amplia y angelical—. El bezoar es una piedra extraída directamente del estómago de una cabra, y puede salvarte el pellejo de casi todo tipo de venenos. Aunque, podría nombrar una cierta cantidad de venenos que serían incapaces de detenerse ni impedir su efecto mortal con nada... Aún así.

Snape tomó aire con fuerza, su respiración resonando tan acelerada como los corazones de todos los niños en ese salón de clase. De todos los niños a excepción de Harry.

—¿Cuál es la diferencia entre acónito y luparia?

Harry no se contuvo: puso los ojos en blanco.

—¿De verdad? —su expresión era incrédula— ¿De verdad? —siguió preguntando sin respuestas. Snape parecía dispuesto a darle la peor de las reprimendas cuando Harry comenzó a hablar, de forma rápida y sin descansos para tomar aire—. El acónito es un veneno. Muy tóxico. ¡Demasiado! Apareció por primera vez como veneno, tal cual su uso, en el Neopoliani Magioe Naturalis, un libro que explicaba el arte del envenenamiento. Una de sus mezclas más efectivas descriptas en el libro era la nombrada "Veninum Lupinum", que consistía en una combinación de acónito, tejo común, óxido de calcio, almendras amargas y vidrio en polvo mezclado con miel: se le compactaba en una píldora del tamaño aproximado a una nuez, y se le mezclaba con vino. El vino enmascaraba el sabor, e incluso cuando muriera, los labios de la persona tendrían aroma a almendras amargas, cubriendo por completo el origen de aquel veneno, haciéndole creer a quienes se encargaran del cuerpo que se trataba de arsénico... Y bien, el nombre de la píldora tóxica me lleva a pensar que acónito y luparia son la misma planta, más por el hecho de la derivación del "lup", al cual puedo aplicar como luparia y lupinum... Y más si se tiene en cuenta que al acónito se le llamaba, vulgarmente, matalobos.

La expresión de Snape fue helada durante largos segundos. El silencio en el salón de clase era tan grande que incluso parecía que nadie estaba respirando. Entonces, el profesor movió ligeramente su cabeza, sus cabellos cayendo en desorden a ambos lados de su rostro, ensombreciendo la expresión que se curvó en su rostro.

Severus Snape sonrió.

—Un punto para Slytherin —fue lo único que dijo, con aquella sonrisa que, de cálida, no tenía nada.

Harry le dedicó al profesor una ancha sonrisa cuando su trabajo fue apreciado. Entonces, el hombre de túnicas negras comenzó a ponerlos en pareja -una mirada de Harry fue lo suficiente para que Snape no le separase de Tom-, para comenzar a mezclar una poción para curar forúnculos. Harry estaba seguro de que Tom podría hacerla con los ojos cerrados y sin sus interrupciones, más teniendo en cuenta que aún no había podido experimentar con aquella rama de la magia que eran las pociones, pero Tom le dejó hacer prácticamente todo simplemente dándole indicaciones, repitiéndole algunos procesos, y a veces cortando adecuadamente trozos de cuernos cuando Harry tenía problemas para maniobrar con el cuchillo sobre la tabla.

—Quién diría que alguien que sabe utilizar tan bien el cuchillo pueda tener problemas para cortar precisamente con él —bromeó Tom en su oído. Harry rió.

—No es mi culpa —farfulló en voz baja, sonriendo. Estaba ligeramente alegre, quizá por la sonrisa que le había logrado arrancar al amargado profesor de pociones, o quizá por la sensación cálida de un arma en sus manos a la cual le tenía más afecto que a una varita—. No tengo mucha experiencia usando armas blancas para algo más que no sea asesinar gente, ¿sabes?

Tom rió, su aliento salpicándole el cuello y haciéndole tener un estremecimiento. Harry intentó maniobrar con el cuchillo hasta que Tom se lo quitó de las manos y recortó a la perfección todo lo que debía recortar, dejándolo separado en pequeñas pilas para que Harry lo agregase cuando fuera necesario.

Al final de la hora la poción de ambos era perfecta, al igual que la de Draco Malfoy, quien había estado en pareja con una chica rubia de su misma casa, la cual Harry aún no se aprendía el nombre. ¿Era algo como Darcy? ¿Dawn?

Neville Longbottom recibió una reprimenda y Gryffindor perdió un punto cuando sus compañeros debieron llevárselo, cubierto de poción, pústulas rojas y lágrimas, a la enfermería. Si Harry podía sentir algo en el profesor Snape era que toda su magia se mostraba satisfecha cuando parecía poner en jaque a otros alumnos.

Cuando se marcharon del salón de pociones, Harry fue alcanzado por Draco.

—¡Hola, Harry!

Harry le intentó sonreír de forma amistosa, imitando la expresión que el chico siempre le dedicaba. Pareció funcionar.

—Hola, Draco.

La sonrisa del chico rubio creció más.

—¡Me sorpendió cómo supiste responder todo! ¡Es algo maravilloso! —el chico comenzó a caminar con ellos rumbo a su siguiente clase—. Es decir, el profesor Snape es alguien muy serio, y muy callado... Además que usualmente no le gusta que respondan correctamente a sus preguntas. ¡Pero, sonrió! ¡Y dió un punto a Slytherin! Y luego dió dos más por la elaboración correcta de tu poción, ¡y de la mía! ¿No ha sido la mejor clase que has tenido hasta ahora?

Harry meditó sus clases: un profesor diminuto que chillaba como banshee cada vez que lo veía, una profesora que claramente creía que él era un prodigio por lo que no le daba puntos a su casa a menos que hiciera algo excepcionalmente bueno, un profesor con magia negra en la puta cabeza y que apestaba a ajos, un profesor que pecaba en elegancia con la habilidad de narrar y conseguir que la historia se enterrase debajo de tu piel... sin contar las clases básicamente inútiles, como herbología (vamos, que incluso él sabía, y sin preguntar, que no verían las plantas más interesantes hasta tercero o cuarto), astronomía (¿para qué necesitaba saber las constelaciones? ¡Era algo inútil! Además, la clase a medianoche irrumpía sus perfectos horarios de sueño), y después, la clase de pociones.

—Supongo que lo es —aceptó. Draco soltó una risita extrañamente infantil mientras subían escaleras hasta la siguiente clase—. ¿De qué has hecho tu redacción para Historia de la Magia, Draco? —preguntó, considerando que, quizá, el tema de las clases sería un buen tema de conversación.

Draco pareció interesado.

—No sabía muy bien de qué hacerla, así que consulté con el profesor Black por un tema —murmuró—. Él es familiar mío, un tío. Es primo de mi madre —rebuscó en su bolso que caía sobre uno de sus hombros, de cuero totalmente negro, y extrajo un pergamino pulcramente enrollado—. Me sugirió el origen de los híbridos entre veelas y humanos. ¿Sabías que hay magos capaces de tener toda la capacidad veela, pero seguir siendo magos? Yo creía que se trataba de simples uniones entre una veela y un mago, ¡pero va más allá de todo eso! Se trata de rituales utilizados en la antiguedad que conseguían unir la magia de un mago con una criatura. También me explayé en el posible origen de las veelas, que es algo de lo cual no se sabe demasiado. ¿Quieres leerlo?

Harry abrió el pergamino, leyendo con velocidad los extensos centímetros redactados con una letra prolija y precisa, dándose cuenta de que para Draco ser un crío de once años con inteligencia media, había hecho una redacción impecable en lo que ortografía y puntuación significaba, además del hecho de que la información era correcta -o, por lo menos, lo era en lo que Harry había leído.

—¡Es impecable! —dijo, alzando las cejas, sorprendido—. Has hecho un excelente trabajo, Draco. Estoy seguro que al profesor Black le encantará.

Los ojos de Draco brillaron como la plata fundida, y Harry ladeó la cabeza, de pronto observándole como si le hubiera visto por primera vez.

Tom tironeó de su brazo con fuerza, regresándole a la realidad.

—¡Harry! —la voz del demonio tenía un matiz histérico—. Presta atención al camino —regañó.

La mirada que Harry le dirigió a Tom era claramente un "bastardo hijo de puta, déjame ser".

—¿De que habéis hecho vuestras redacciones? —preguntó Draco, que ya estaba guardando su pergamino enrollado. Tom respondió antes de que Harry tuviera oportunidad de entusiasmarse.

—La he hecho sobre la magia asiática —expresó Tom, con una mirada de fingido aburrimiento—. O, por lo menos, lo he intentado. Creí que sería fácil, pero tienen demasiada historia, demasiadas costumbres, y demasiados niveles de magia, así que me he detenido solamente en la historia del Dragón Chino.

Draco parecía interesado.

—¡Genial! —su sonrisa era radiante—. ¿Puedo leerla luego?

Tom asintió. Entonces, Harry hizo crujir su cuello, luego sus hombros y su espalda. Tom sintió un breve mal presentimiento.

—Pues yo no sabía de qué hacerla —Harry suspiró de forma casi trágica— así que la hice sobre Grindelwald. Aunque quería hacerla sobre Voldemort, pero bien, un sujeto aquí —le lanzó una mirada casi sádica a Tom— me hizo desistir de la idea.

Los ojos de Draco tenían aquel brillo que Harry evitó ver.

—¡Quiero, quiero, quiero leer eso! —parecía botar en sus pies mientras caminaban. A Harry le recordó ligeramente a algún dibujo de un niño con resortes en los pies—. ¡Es decir, es algo tan oscuro, y tan siniestro, y eres tú quien lo ha escrito! ¡Justo tú! ¡Yo quiero, no, necesito leer eso!

Harry sonrió burlón mientras se adentraban al aula de Transfiguraciones, sus conversaciones sobre redacciones anuladas por el nuevo reto que tenía la profesora McGonagall para ellos: convertir un lápiz en una pluma.

Tom lo hizo con los ojos cerrados. Literalmente. Con tanta mala suerte de que McGonagall le vió y le felicitó fervorosamente, añadiéndole un punto a Slytherin por su esfuerzo en estudiar las clases de forma adelantada. Cuando Harry lo hizo, tintando su pluma de color rojo, comenzó a hacerle cosquillas a Tom con la pluma, consiguiendo que McGonagall subiera otro punto. Cuando Harry transformó el lápiz de Draco en una pluma, para la sorpresa de Draco quien aún no había conseguido la transfiguración total de la cerilla en aguja, McGonagall les subió otro punto.

La hora del almuerzo sonaba preciosa, mucho más teniendo en cuenta que luego tendrían la tarde libre, y que Harry quería tomar una muy merecida siesta.

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