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{ 16 · Magia pura }

—Eres mestizo —dijo suavemente Tom, mientras cenaban. Harry asintió.      

—Eso tengo entendido. Mi madre era una sangresucia, pero mi padre un sangre pura —Harry enarcó una ceja—. ¿Por qué lo preguntas?

—Somos los únicos mestizos o sangresucias en Slytherin este año —explicó Tom, luego de haber masticado sin ningún tipo de gana un trozo de patata asada que acompañaba el muslo de pollo en su plato—. Por desgracia, a decir verdad.

Harry enarcó una ceja. Hablaban tan bajo que nadie podía oírlos. Quizá era algo que habían adquirido en sus años conviviendo con paredes silenciosas y pesadillas, o algo que había comenzado a forjarse desde el momento que Tom lo marcó. Podían hablar casi sin pronunciar sonido, pero para el otro, sus palabras estarían claras.

Y, a veces, ni siquiera necesitaban palabras.

Harry comprendió con exactitud a lo que Tom se refería.

—¿Qué harán?

Tom limpió la comisura de sus labios con una servilleta.

—Cuando yo inicié, los chicos de cuarto a sexto se turnaron para torturarme —narró, casi sin que el sonido saliera de sus labios—. La idea era que consiguiera defenderme. Aprender mi lugar en Slytherin. Aprender qué es lo que corresponde.

Harry estrechó la mirada.

—¿Lo hacen con todos sus miembros que tengan parte de sangresucia?

Tom asintió.

—Lo he visto. Cuando estaba en tercero, entró otro mestizo, Malachi Leevey. Su madre sangrepura había tenido una relación esporádica con un muggle, y ella quedó embarazada; el hombre decidió hacerse cargo, pero la mujer se negó, desmemoriándolo. Sin embargo, como no sentía deseos de contraer matrimonio con él ni con ningún sangre pura, y mucho menos abortar, fue expulsada de la familia, por lo que volvió con el muggle y adoptó su apellido, convenciéndole de que se habían casado. Él la amó —Tom puso los ojos en blanco, dejando en claro lo mucho que ponía en duda aquella historia—. El caso es que, aquella mujer, a pesar de ser de una importante familia de sangres puras, dio a luz a un hijo que fue torturado en su primera noche de Slytherin, sin ser capaz de hacer más que intentos de escudos defensivos.

Harry masticaba en silencio. Dio un sorbo a su zumo de calabaza –modificando su rostro al probarlo; sabía cómo sopa dulce, por lo que en un movimiento de muñeca lo transfiguró a zumo de limón y con menta, su favorito– y esperó unos escasos segundos.

—Muy bien —murmuró—. Tom, ¿crees que es muy temprano para dejarles en claro a todos estos bastardos contra quién se están enfrentando?

—Harry —Tom le miró con oscura diversión—, no has tenido ni una clase mágica. ¿De dónde habrías aprendido todo?

—No pienso usar ese tipo de magia —Harry relamió sus labios, jugueteando con el tenedor en su plato—. No pienso usar el tipo de magia que ninguno de ellos puedan manipular, y tampoco tendrán tiempo a conocerme, ni contemplar mi desarrollo en clases, ni siquiera de saber cuántos conocimientos y tradiciones puristas desprecio. Es el momento exacto: nadie me conoce, y, después de esta noche, todos creerán hacerlo.

A Tom se le dibujó una sonrisa salvaje en el rostro. Cerró los ojos, la diversión morbosa pintándose en su rostro, sus pestañas espesas ensombreciendo sus pómulos en un efecto casi artístico. Harry, por un momento, sintió el impulso de tocar su rostro. No de herirlo, no de golpearlo. Simplemente… tocarlo.

Chasqueó su cuello, luego sus hombros, luego ligeramente su espalda, controlándose.

—¿Sabes, Harry? —Tom apenas si hablaba. La voz que brotaba de sus labios era seseante, casi como si estuviera hablando en otro idioma; sin embargo, Harry lo comprendía a la perfección—. A veces, me gustaría besarte y probar ese alma tan exquisita que posees.

Harry rió, descolocando a Tom, que abrió sus ojos y le observó con cierta curiosidad.

—No me gustan los críos —suspiró Harry, mirándole de arriba abajo con cierta decepción en sus ojos de expresión falsamente inocente—. Y ahora estás en el cuerpo de uno. Lo lamento mucho.

Tom alzó la ceja, sin tener idea a qué se refería Harry. Sin embargo, lo guardó en ese pequeño sector de su mente que almacenaba todas las extrañas actitudes y respuestas de Harry, solamente para analizarlas con detenimiento, una a una y todas juntas a la vez.

Palabras del director, advertencias sobre un bosque y un pasillo prohibido si no querían sufrir una muerte inmediata y estúpida canción del colegio luego, Harry y Tom se encontraron siguiendo a los Prefectos rumbo a la Sala Común. Harry podía darse cuenta del pequeño detalle que, en los ojos de Tom, no estaba la apreciación por vez primera de cada muro, sino la melancolía de quien ve lo que alguna vez ha amado, y hubo perdido.

Entonces, allí estuvieron. Los Prefectos de quinto año se voltearon, y Harry les apreció por primera vez: una muchacha de rostro afilado y cabello casi blanco incluso más corto que el suyo –y notablemente más ordenado– que llevaba una perforación en su oreja izquierda: Harry apreció que una serpiente de plata parecía viva, como si respirara desde su lóbulo a su cartílago. La muchacha llevaba sus ojos de párpados gruesos pulcramente delineados, con un maquillaje oscuro que conseguía darle profundidad a su mirada de un turbio azul.

Su compañero Prefecto era un tema aparte. Su piel era del color del caramelo, y sus ojos ardían como llamas negras; el rostro era atractivo, altivo, e inesperadamente encantador. Sus cabellos negros eran crespos, y su expresión cargada de diversión –que arruinaba en cierta forma el rostro distinguido– decía que Harry, con él, la tendría difícil.

—Seáis bienvenidos todos a Hogwarts —dijo educadamente la muchacha—. Mi nombre es Jury Rosier, y soy la Prefecta de quinto año, quien está designada para cuidarlos a todos vosotros y evitar que os metáis en problemas.

—Mi nombre, en cambio —dijo el muchacho a su lado, con una expresión de extraña burla—. Es Azalá Bakri. También seré su Prefecto, pero estaré encargado de vuestro desempeño escolar durante todo el año. Como veis, seremos muy estrictos, así que podéis iros olvidando de flojear por allí.

Tom soltó un ligerísimo suspiro. Harry le pisó ligerísimamente el pie.

—Ahora, seréis bienvenidos a la Antigua y Poderosa Casa de Slytherin.

La muchacha se volteó y acarició la pared de ladrillos con una expresión de afecto. Entonces, pronunció "Verbena", y los ladrillos abrieron paso a una Sala Común incluso más perfecta de lo que Tom había podido describirle.

Harry se adelantó junto con los otros chicos de primer año. Sus ojos se detuvieron en los rincones, en las calaveras dándole un aire tétrico, en los libreros, en la mueblería blanca y negra, en el vidrio que demostraba el lago y salpicaba destellos verdes a toda la estancia. Una sonrisa jugueteó en sus labios mientras todos se adentraban, murmurando "ooh's" y "aah's", como si nunca hubieran visto nada mejor (aunque Harry nunca lo había hecho, pero tampoco estaba por allí, humillándose).

Entonces, los Prefectos comenzaron a dar las reglas de la casa. Una a una, fueron dichas con respeto, y Harry observó en la postura erguida de Tom y su barbilla alzada que él también las respetaba, de alguna manera. Decidió analizarlas luego, mientras sus manos jugueteaban entre sí, esperando.

Y, lo que esperaba, no se demoró mucho.

—Slytherin es la casa de aquellos que tienen la suficiente entereza y pureza para perseguir las motivaciones correctas —dijo con altanería la muchacha Rosier, jugueteando con su varita en sus manos—. Por lo tanto y por lo que se nos ha sido informado, tenemos dos… indeseables este año.

Todos los de primero se miraron entre sí. Tom y Harry suspiraron a la vez.

—Para quienes tengáis a vuestros padres en prisión o ellos no hayan tenido los cojones para decíroslo —explicó Bakri, con esa expresión cargada de petulancia—, un indeseable en Slytherin es un mestizo o un sangresucia. ¿Existen casos en los que un sangresucia ha ingresado a Slytherin? Por supuesto, lamentablemente han existido. Pero ninguno ha conseguido, ya saben… —y su expresión fue salvaje— sobrevivir.

Varios Slytherins de otros años rieron con oscuro júbilo. Harry pensó cuánto se demorarían; quería tener su sueño reparador de una vez por todas.

—Por lo que, esperemos que sepan quiénes de vosotros sois, y os identifiquéis en solitario. Si debemos apartarlos individualmente, el castigo será peor.

—¿Castigo? —una niña rubia preguntó, y Tom giró su cabeza hacia la cría, que parecía hablar sin comprender lo que decía—. ¿Los castigarán sólo por ingresar a una casa donde deberían sentirse bienvenidos?

—¿Los castigarán solamente por su estatus de sangre, sin saber su creencias, sin considerar sus lealtades? —preguntó otra voz, ligeramente más grave, y que también era la de un niño de primero. Tom también le observó, su ceño frunciéndose ligeramente.

—¿Los castigarán exactamente… por qué? —preguntó una niña de voz muy aguda y estridente, alzando la barbilla puntiaguda con orgullo—. Somos niños de primer año. Aún no hemos tenido clases, y ninguno de vosotros podría conocer a ninguno de nosotros. ¿De qué forma considerar los buenos y malos aspectos de un mago?

—Lo importante no es el estatus de sangre —dijo otro chico de rostro anodino y oscuros cabellos pulcros, y la mirada de Tom era casi de pánico, su expresión en un perpetuo "¿Qué cojones?"—. Si no, la cantidad de poder que tenga cada uno. No podéis juzgar.

—Salazar Slytherin honraba la magia, y no deseaba que ésta se perdiera mezclándose con la sangre muggle —explicó con suavidad Draco Malfoy; una suavidad impregnada de orgullo, un orgullo más allá del ser hijo de su padre—. Sin embargo, Salazar no tenía nada en contra de los mestizos e inclusive de los sangresucias que respetaran sus creencias, y su ideología del poder.

Tom afiló la mirada. Sus ojos se detuvieron en Harry, inesperadamente callado y calmado.

—No podéis castigar a nadie que no sepa cómo defenderse —murmuró otra niña, bastante grande para su edad y de ceño perpetuamente fruncido. Aun así, su voz era demasiado suave—. Si no, estaríais siendo unos cobardes. ¿De verdad creéis que castigando a unos chicos de primero denotaréis vuestro poderío por sobre los demás?

—No es la sangre —repitió Draco Malfoy, con esa extraña voz que a Tom le ponía el cerebro a correr. Esa voz era muy parecida a la de… y sus ojos se posaron en Harry, para ver casi cómo su cerebro marchaba a toda máquina a medida que Draco seguía hablando—, ni tampoco la pureza de ésta. Es la magia que contengan. ¿Queréis ponerles a prueba? Intentadlo a final del año escolar. Os podréis llevar una gran sorpresa.

Jury y Azalá retrocedieron, impactados. El rostro de Jury estaba lívido, mientras que el de Azalá acababa de transformarse en una ancha sonrisa cargada de arrogancia.

—Más que serpientes —comentó, con desprecio— parecéis una manada de leones.

Tom intentó no reír ante la notable inexpresividad de todos los de primer año. Inclusive la de Harry.

—Pero bien —Azalá sonrió—. Último día de clases. Estoy seguro que todos aquí tenemos la idea fija de quiénes estamos hablando. Y, ese día, no os libraréis. Seré yo el primero en enseñarles su lugar.

Azalá alzó la barbilla y se marchó junto al fuego, como si nunca hubiera ocurrido nada. Tom notó, ligeramente contrariado, cómo todos los de primer año soltaban una exhalación y se observaban, rompiendo las conexiones de inmovilidad y creando conexiones visuales.

Harry bostezó. Jury, bastante furiosa, debió tragar su rabia y conducirles a las salas de las habitaciones.

—Slytherin está dividida en tres sectores —explicó—. La Sala común, donde todos podréis relacionaros con todos; no hay límites ni divisiones entre años —volvió a tragar una bocanada de rabia—. Las habitaciones, que están incluso a mayor profundidad por debajo del lago negro —señaló unas escaleras descendientes—, y que son de a pares. Tomaréis una habitación de a par con un compañero, y la compartiréis durante los siete años que dure vuestra estadía aquí; podréis hacerle de todo, solamente la limpiaréis y dejaréis como nueva antes de marcharos el último día de clases de séptimo —mientras bajaban por las escaleras de piedra gris, se revelaron siete escaleras más, y hasta donde sus ojos podían ver un pasillo recto y sombrío—. Todas las habitaciones tienen baños privados. Sin embargo, si deseáis tener un poco más de espacio, o simplemente relajaros… —su mano derecha señaló a unas puertas dobles a un lado de la escalera— por esta puerta es posible acceder a las termas de Salazar.

Hubo varios murmullos entre algunos niños. Harry le observó, enarcando las cejas, y Tom se encogió de hombros como diciéndole "¿Qué hay? No me preguntaste".

—Son termas públicas para todo miembro de Slytherin que desee tomarse un descanso, con aguas mágicamente calientes. Es un encantamiento puesto por el mismísimo Salazar, perdurable hasta el día de hoy —expresó la Prefecta, con un orgullo que rozaba la adoración en su voz—. Como son públicas, significa que podréis ver a personas de todas las casas, a lo cual puedo deciros: llevad bañador.

Tom casi soltó una risotada histérica que consiguió contener mordiendo sus labios. Harry decidió no preguntar.

Finalmente, fueron dirigidos hacia sus habitaciones.

—Las niñas tendrán las habitaciones de la izquierda —expresó, señalando la puerta— y los niños, de la derecha. ¿Habéis escogido vuestros compañeros? Podéis definiros hasta el fin de semana próximo. Una vez que pase ese tiempo límite, las protecciones de las habitaciones solamente los aceptarán a vosotros, y a las personas que invitéis, y nunca a nadie que intente entrar por la fuerza… a menos que sea un miembro del personal del colegio.

Harry esperó que todos más o menos escogieran. Era claro que, por el modo que Draco le estaba mirando, esperaba que él fuera a ser su compañero. Pero Harry se mantuvo firme junto a Tom, sin moverse ni un palmo.

—Muy bien —la Prefecta observó a los dúos, encontrándose con que quedaba un chico en solitario. Era el segundo que había seguido con el pie de las dudas sobre el castigo, y aquello la ponía de malas. Debió respirar hondo antes de continuar—. Tú…

—Zabini —dijo el chico—. Blaise Zabini.

La Prefecta asintió.

—Zabini, tendrás una habitación en solitario. Pero no te emociones: no será nada divertido cuando no tengas a nadie para despertarte cuando llegues tarde a clase.

Zabini alzó las cejas, entre divertido y hastiado.

—Muy bien —repitió la muchacha—. Todos, escoged una habitación. Niñas, izquierda…

Una muchacha rubia se introdujo a la habitación con otra, de cortos y prolijos cabellos negros. Ambas habían hablado a favor de anular (o posponer) el castigo. Otra, de cabellos cobrizos, siguió a Millicent Bulstrode, como si temiera por su vida o algo por el estilo.

Tom analizó con lentitud los rostros masculinos, bastante más conocidos para él que los femeninos. Draco Malfoy (nieto de Abraxas Malfoy) se introdujo en su habitación compartida con Theodore Nott (nieto de Thales Nott). Crabbe y Goyle (de verdad, de verdad, no podía creer a dónde habían ido a parar aquellas familias con la endogamia, de verdad que no podía casi ni siquiera verlo) compartieron también una habitación, y antes de que se diera cuenta, Harry había tomado su mano y tirado de su cuerpo, casi arrastrándolo a la última habitación del fondo del pasillo, cerrando la puerta tras sus espaldas.

Tom inhaló y exhaló, su piel erizándose al sentir pequeños residuos de magia en todos los rincones, a la vez que agitaba su varita y encerraba la habitación en una barrera de silencio. Tan pronto estuvieron envueltos en un tenso y áspero sin sonido cortado solamente por sus respiraciones, el cuerpo de Harry se curvó, y poderosas carcajadas escaparon de su garganta.

Tom le observó reír, su pecho agitándose como si un corazón latiera allí, una sonrisa amenazando con curvarse de sus labios.

—¿Imperius? —preguntó Tom, una sonrisa curva en sus labios, al fin floreciendo. Harry negó.

—No, lamentablemente es imposible hacer Imperdonables en Hogwarts —y suspiró, con resignación—. Créeme, lo intenté. Lo he intentado desde que atravesamos las barreras de protección, pero no, aún no he podido.

Tom alzó una ceja, pero no preguntó, guardándose el "aún" con una sonrisa traviesa.

—Entonces, ¿qué?

Harry batió las pestañas con coquetería. Tom sintió deseos de darle una nalgada.

—Tú, pequeño pillo —rió, comprendiendo por qué Harry había estado tan pensativo, y tan silencioso—. Te introdujiste a sus mentes, uno por uno, implantando ideas y creando caos. No se supone que niños de once años puedan hacer eso, ¡por Lucifer!

Tom también reía. Era increíble. Ese pequeño diablillo…

—Tampoco se supone que niños de nueve años invoquen demonios, Tom —Harry sonreía con dulzura—. No sé en qué mundo has estado viviendo, pero déjame recordarte que no soy un niño exactamente normal.

Tom soltó una carcajada. Se acercó, despeinando los cabellos de Harry, que agachó su cabeza ante el toque como un pequeño gato callejero al cual le otorgan una caricia. La sonrisa de Tom fue incluso más curvada cuando se dio cuenta de que nunca debería enseñarle a Harry la maldición Cruciatus, porque estaba seguro que la usaría contra él cada vez que percibiera un pensamiento como aquellos en las expresiones de su rostro –ya que su mente, como la de todo demonio, era impenetrable.

Harry alzó la vista, observándole detrás de aquellas gafas ridículas que necesitaba para ver. Tom no tenía idea de por qué no habían corregido aún el problema; quizá residía en que todos esperaban que Harry Potter luciera como James Potter, con su cabello y sus gafas. Pero ahora que estaba en Slytherin, bien podrían hacerle un cambio, ¿no?

Harry extendió por sus labios una sonrisa, y Tom, después de mucho tiempo de conocerlo, y después de haber guardado cada una de sus expresiones durante esos años, pudo darse cuenta de que aquella parecía ser la más cercana a una sonrisa verdadera que el niño podría tener.

Y se la devolvió con una expresión de aprecio.

Definitivamente, estaba contento con su decisión. Su cena se demoraría en estar lista, pero, ¿qué era el tiempo para alguien que ha vivido siglos?

—Oye, Tom.

Tom alzó la cabeza de la almohada. Harry estaba boca arriba sobre la cama, cubierto con las sábanas. Su mano estaba posada ligeramente sobre su clavícula, como si pudiera sentir el palpitar de la magia oscura que los unía, luchando por no ser notada entre las barreras de seguridad del colegio.

—¿Sí?

—¿Qué ibas a decirme? En el tren. Sobre Draco.

Tom alzó las cejas. Para Harry ser un niño olvidadizo, tenía una gran memoria (selectiva, claramente).

—Draco no es humano. Bueno, no todo él, al menos. Aunque, por lo visto, tiene la sangre de los Malfoy y de los Black, por lo que no podría discernir dónde…

Harry puso los ojos en blanco.

—¿Crees que no sabía eso, ya? Estuve en su mente, Tommy.

Tom se envaró.

—No me llames Tommy.

Harry estrechó la mirada.

—Tommy —provocó.

Tom se levantó de la cama, sus andares como los de un felino peligroso mientras trepaba a la cama de Harry. Harry le mantuvo la mirada, observando cómo, gota a gota, sus ojos se teñían de ese rojo que sacaba cada una de las peores y mejores cosas en su interior.

—No —susurró Tom, contra su cuello— me llames —repitió, sus dientes rozando su yugular, casi saboreando sus latidos— Tommy.

Harry intentó apartarlo, pero a pesar de su tamaño, seguía siendo pesado. O firme. O la verdad, no tenía idea, pero mientras la respiración de Tom comenzaba a calentar su cuello todo su cuerpo comenzó a temblar. Sus dientes se hundieron, atrayéndole memorias del sello final de su pacto, y a la vez cargándole la mente de imágenes que quería evitar.

Harry hizo un simple movimiento cuando la tensión en su cuerpo era demasiada, y podía sentir la garganta cerrada, los ojos nublados con reminiscencias pasadas.

Tom no gritó. Nunca lo hacía. Incluso mientras desenterraba lentamente el cuchillo de oro de su brazo, sus ojos no dejaban de examinarlo.

Sorprendentemente, el oro demoró más en deshacerse. Tom soltó un suspiro.

—Harry, ¿es en serio?

Harry se sentó en la cama, recargando su cabeza en las manos.

—Tú empezaste —se defendió.

Tom resopló.

—Era el único pijama que me gustaba.

Harry no se contuvo. Todo su cuerpo estalló en risotadas.

—Te compraré otro —prometió. Tom se encogió de hombro.

—Eso sería lo justo.

Cada uno regresó a sus respectivas mantas. Aquel juego del gato y el ratón era perpetuo. Se llevaban al límite, se provocaban, y una vez que uno quebraba al otro de alguna forma, todo acababa tan abruptamente que incluso parecía que nada había ocurrido. A veces, Harry era el gato. La mayor parte de las veces, Tom lo era.

Harry cerró los ojos, dejando que el sueño se lo llevase, sin recordar preguntarle a Tom qué cojones de criatura mágica era híbrido Draco Malfoy.

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