{ 14 · El tren mágico }
—King Cross —dijo Harry, alzando las cejas—. Bueno, puedo decirte que he estado en estaciones de trenes mejores, y más equipadas para contener un tren que va hasta el maldito núcleo del mundo mágico.
—Harry —rogó Tom—. Cállate.
—Es decir, vamos, ¿King Cross? Es un poco… deprimente —negó con la cabeza, arrastrando su carrito y observando su boleto a la vez—. Oh, es… ¿por ahí?
Observó el espacio entre las plataformas nueve y diez. Tom puso los ojos en blanco, ladeando la cabeza. Harry le observó. El jodido sidecut, que creyó le sentaría ridículo, le quedaba más que bien. Le daba un toque de muchacho rebelde. Y, a la vez, apartaba sus deseos de arrastrarle por el cabello cuando veía aquella zona casi rapada.
—Justo entre las plataformas nueve y diez —murmuró Tom—. Debes cruzar el muro.
—Joder —Harry abrió la boca—. ¿Los magos podemos atravesar paredes y todo este tiempo he estado saliendo de mi habitación para ir al baño?
Tom cerró los ojos y contó hasta diez.
—No, los magos no podemos atravesar paredes. A menos que seas un fantasma —apuntó, y siguió hablando con rapidez antes de que Harry le interrumpa—. Se puede cruzar la barrera en el andén y ya. No preguntes, y cruza.
—¿Por qué yo primero? —Harry hizo un puchero.
Tom pensó que pedirle a Dios paciencia no estaba tan mal.
—Porque quiero asegurarme de que llegues en una pieza. Anda, ve.
Harry suspiró y se hundió en el muro, encontrándose en un andén de tren totalmente diferente, cargado de niños, adolescentes y adultos. Luego, detrás de él, apareció Tom, también arrastrando su carrito.
Los baúles eran diferentes. El de Harry era de color marrón claro, con un cinturón ancho envolviéndolo, y las letras "H. J. P." personalizadas al borde. El de Tom era totalmente negro, cuadrado y bastante más pequeño, sin nada más que lo identifique que "I. R. Evans". Sin embargo, había cabido todo e incluso había quedado espacio disponible, y no había necesitado de cajones escondidos y todo aquello que Harry sí.
Harry culpó a que era su primer año en una escuela de magia y no su ineficacia para organizar todo (a su manera).
Ambos, también, habían comprado una lechuza. La de Harry era una lechuza albina que había nombrado Hedwig.
—Hedwig fue la primera bruja celta en invocar un demonio —le explicó burlón Tom, y Harry decidió que el nombre era perfecto.
Tom, bastante arisco al respecto de tener una lechuza propia –parecía no llevarse con las aves–, decidió comprar una simple lechuza moteada y llamarla Azazel.
Harry ignoró que, la noche después de que ese nombre había sido escogido, Tom apareció en aquel cuerpo de infante cargado de extrañas manchas violáceas prácticamente por toda zona visible que no fuera la cara. No eran, por supuesto, marcas de dientes; aquellas marcas se asemejaban demasiado a golpes, y Harry tenía mucha experiencia reconociéndolos. Pero bien, lo ignoró. Ya tenía bastante con un demonio en su casa para convivir con otro más fastidiando a Tom (que, además, era suyo, y nadie más tenía el derecho de tocarlo; pero, joder, ¿enfrentarse a un demonio que había sido capaz de lastimar a ese grado a su demonio? No, gracias, preferiría vivir).
Volvió al presente con un pellizco de Tom, y le dirigió una sonrisa cargada de dulzura. Sabía que ese tipo de sonrisas descolocaban terriblemente al demonio. Luego, prosiguió a luchar para subir el carrito al enorme tren rojo. Tom, al ver que no podía, miró a ambos lados y al notar que no llamaba la atención de nadie, levantó con una sola mano el carrito de Harry y lo empujó dentro del tren. Luego hizo lo mismo con el propio.
—Tom —ronroneó Harry en voz muy baja, batiendo las pestañas— ¿te he dicho que eres muy fuerte? Oh, Tom, Tom, ¡sálvame! ¡Los carritos asesinos vienen hacia mí! ¡Y no puedo vencerlos! ¡Oh, sálvame con tu inmensa fuerza!
Tom puso los ojos en blanco.
—¿Sabes, Harry? —el demonio sonrió con picardía—. Estoy sorteando una patada. En los huevos. Y hasta el momento, tú tienes todos los números.
Harry chilló cuando Tom intentó atraparlo, subió al tren y corrió empujando su carrito. Tom lo siguió, riendo, divertido.
Ocuparon un compartimiento vacío al fondo del vagón. Tom volvió a acomodar los baúles, y luego se llevó los carritos notablemente más livianos para dejarlos en el andén. Faltaban apenas unos minutos para que el tren arrancara. Harry suspiró.
Sus ojos se mantuvieron, fijos, en la ventana.
—¿Hay alguien sentado ahí? —Harry volvió la cabeza, encontrándose con un muchacho pelirrojo bastante alto, de aspecto debilucho y con la nariz sucia—. Todos los demás vagones están llenos.
Harry alzó una ceja. Acababa de pasar y no, no estaban llenos. Pero probablemente éste era de esos chicos que no sabían relacionarse socialmente con más de una persona desconocida a la vez.
Harry decidió ser amable.
—Claro, siéntate.
El chico tomó asiento frente a él, arrastrando su baúl y poniéndolo bajo el asiento. Era notablemente más pequeño y más viejo.
—Emh —el niño dudó—. Soy Ron. Ron Weasley.
Harry sonrió ligeramente.
—Harry Potter.
Los ojos azules en la cara del muchacho parecieron sobresaltarse. Su expresión de sorpresa era casi cómica.
—¿Eres realmente Harry Potter?
—Pues —Harry alzó la cabeza— desde que nací. Aunque, no lo sé. Tal vez mis padres se demoraron a escoger mi nombre. ¿Qué tal si me llamaban Harold? Iugh, no. ¿O Hadrian? Mucho menos. No, no. Creo que Harry Potter es la mejor opción. Pero, sí, soy Harry Potter. Nací así.
El chico pelirrojo parecía algo divertido, pero no rió. Harry restregó las manos en su pantalón para evitar la molestia. Un chico estúpido.
—¿Y realmente te hiciste eso… ya sabes…?
Y señaló con descaro su frente, donde el flequillo cubría la cicatriz.
Harry alzó las cejas y se apartó el flequillo para enseñarle la marca. Ron la miró atentamente.
—¿Así que eso es lo que Quién-tú-sabes…?
—Sí —Harry intentó no bostezar. Ésta debería ser la conversación más aburrida y menos estimulante que había tenido en semanas (contando las conversaciones con su tía. Sí. Contándolas)—, pero no puedo recordarlo.
—¿Nada? —Ron parecía estar observando un juguete roto.
—Bueno —Harry apretó los labios—, puedo recordar la maldición asesina. Es una luz verde. Brillante. Intensa.
—Vaya —murmuró Ron. Contempló a Harry durante unos instantes demasiado curiosamente. Harry alzó una ceja, y toda la cara de Ron se puso roja, mientras clavaba la vista en la ventana.
—¿Vienes de una familia de magos? —preguntó Harry, intentando romper el hielo de alguna manera.
—Oh —Ron alzó las cejas, recomponiéndose—. Sí. Eso creo. Me parece que mamá tiene un primo segundo que es contable, pero nunca hablamos de él.
Harry decidió no preguntar. Después de todo, seguramente un niño de once años no comprendería la magnitud de rechazar a un familiar que no tuviera magia.
—Entonces ya debes saber sobre magia. Es decir, ¿no hacen magia en tu casa? ¿No te dan consejos?
Ron evadió la pregunta. A Harry le molestó.
—Oí que vivías con muggles —dijo Ron—. ¿Cómo son?
¿Así que esas iba a jugar, eh? Harry sonrió.
—Son horribles. Mis tíos, al menos, lo son. Y muchas personas que conozco. Sin embargo, la maldad es humana, no muggle ni mágica. La maldad está en todos. No puedo culpar a los muggles que me han conocido por ser malos conmigo. La gente odia lo que no puede comprender.
Justo en ese momento, Tom se recargó en la puerta.
—Vaya —dijo, con ese tono extraño entre molesto y divertido. Cuando lo usaba con su voz de niño, Harry sentía ganas de golpearle y de reír—. Tenemos un nuevo amigo.
Tom se adentró y tomó asiento junto a Harry. Luego le sonrió al pelirrojo.
—Hola —dijo, amigablemente—. Soy Ian Evans. Soy primo de Harry.
Ron pareció sorprendido.
—Emh, hola. Soy Ron. Ron Weasley. Y tú… vaya —alzó las cejas—. No sabía que tendrías un primo —su ceño se frunció ligeramente—. Es decir, es genial, aunque me sorprende, ya que has dicho que tus tíos eran muggles y eran horribles y…
—Oh, no —Harry rió—. Él no es hijo de esos tíos. Es de mi familia, sí, pero no conozco a sus padres. Cuando ellos murieron, él vino a vivir con mis tíos.
Ron guardó silencio, como si estuviera analizando la situación. Harry casi podía ver los engranajes tomar forma en su cabeza.
Luego llegó la señora del carrito. Ron no compró nada. Harry compró para los tres. Tom le regañó por comer de más. Harry dijo que, técnicamente, era su desayuno, y le cerró la boca.
Entonces, comenzaron a jugar con las Grageas Bertie Bott. Tom no quería comer ninguna, pero ante insistencia de Harry, comenzaba a comer. Cogían una, se la llevaban a la boca, y trataban de identificar qué gusto tenía.
Harry había encontrado pescado, miel de arce, manzanas cocidas, queso picante, curry, hierbas, algo muy vegetal…
Estaban riendo ante la expresión de Ron —la nariz arrugada y la boca fruncida mientras no quería ni masticar una de color marrón fangoso— cuando la puerta del compartimiento volvió a abrirse.
Entró una niña que ya tenía la túnica de Hogwarts. Sus cabellos parecían atravesar un mal día –o una corriente eléctrica demasiado fuerte la había impactado antes de que entrara al mundo mágico–, y una expresión de ligero desagrado. Estaba acompañada de un muchacho regordete, de aspecto descolocado.
—¿Alguien ha visto un sapo? Neville perdió uno —su voz era mandona, y los dientes delanteros estaban bastante largos.
—No —murmuró Ron. Sin embargo, la muchacha perdió en la vista de la varita de Ian, que había estado moviendo ligeramente como si disfrutara de tenerla entre los dedos. Se acercó y le sonrió con encanto.
—Oh, ¿estás haciendo magia? Entonces, quiero ver.
Tom alzó la ceja, mostrándose ligeramente altanero. Con una sonrisa señaló la caja casi vacía de Grageas Bertie Bott y, sin mover apenas la varita, pronunció:
—Bombarda.
La caja explotó al mismo tiempo que todas las grageas, manchando los asientos y las ropas. Harry rió. Aquello le traía recuerdos agradables.
La muchacha lucía demasiado impresionada.
—¡Eso fue maravilloso! —dijo, su voz agudizándose—. Yo probé unos pocos hechizos sencillos, sólo para practicar, y funcionaron. Aunque no he leído ese hechizo en ninguno de mis libros… nadie en mi familia es mago. Fue toda una sorpresa cuando recibí mi carta, pero también estaba muy contenta, por supuesto, ya que ésta es la mejor escuela de magia, por lo que sé. Ya me he aprendido todos los libros de memoria, desde luego, espero que eso sea suficiente… Yo soy Hermione Granger. ¿Y vosotros quiénes sois?
Hablaba demasiado rápido. Harry pudo sentir un repentino flechazo hacia ella. ¡Joder, no sería el único que hablara más rápido de lo que los demás podrían oír!
Aunque la cara de espanto de Ron le demostró que el chico seguramente ni había abierto los libros de clase.
—Yo soy Ron Weasley —se presentó él, aturdido.
—Ian Evans —murmuró desganadamente Tom. Harry se encogió de hombros.
—Harry Potter.
—¿Eres tú realmente? —pronunció Hermione— Lo sé todo sobre ti, por supuesto, conseguí unos pocos libros extra para prepararme más y tú figuras en Historia de la magia moderna, Defensa contra las Artes Oscuras y Grandes eventos mágicos del siglo XX.
Harry soltó una carcajada que fue subiendo su nivel de histeria a medida que pasaban los segundos.
—¿Qué es lo gracioso? —preguntó Hermione, claramente molesta. Harry sonrió ampliamente, limpiándose las lágrimas de las comisuras de los ojos.
—Que, si en aquellos libros estuviera una cuarta parte de lo que soy realmente, no estaría en un tren camino a Hogwarts ahora —se burló.
Tom le pellizcó la pierna con fuerza.
—Harry —advirtió. Harry le lanzó una mirada burlona mientras se recostaba contra el asiento, recargando las piernas en el regazo del demonio.
—Oh, vamos —puso los ojos en blanco—. No es que tampoco fuera a ser un peligro, pero qué va. Mejor prevenir, ¿no?
Tom puso los ojos en blanco. Ron soltó una extraña risa que pareció bastante incómoda, como si no supiera qué decir, ni de qué manera reaccionar.
—Yo en tu lugar habría buscado todo lo que pudiera —dijo Hermione, y cambió de tema demasiado abruptamente—. ¿Sabéis a qué casa vais a ir? Estuve preguntando por ahí y espero estar en Gryffindor, parece la mejor de todas. Oí que Dumbledore estuvo allí, pero supongo que Ravenclaw no será tan mala… De todos modos, es mejor que sigamos buscando el sapo de Neville. Y vosotros tres deberíais cambiaros ya, vamos a llegar pronto.
Estaban a punto de marcharse nuevamente, cuando Tom se levantó abruptamente, caminando hacia ellos. Hermione se envaró, observándolo; era casi media cabeza más alto que ella, y sostenía su varita.
Pero Tom no le prestó atención. Con una sonrisa que Harry pudo catalogar como "compradora e inocente", se dirigió hacia el chico sin el sapo.
—¿Cómo se llama?
Él abrió la boca varias veces antes de que un nombre escapara de su boca.
—Neville.
—No tú —Tom puso los ojos en blanco—. El sapo.
Neville se sonrojó hasta la raíz del cabello antes de decir "Trevor" en voz baja. Entonces, Tom alzó su varita y pronunció "Accio Trevor".
Harry estrechó la mirada. Ciertas veces, la magia le impresionaba de una forma que no alcanzaba a comprender; Tom había implementado ese hechizo mencionando el nombre del sapo, porque si mencionaba "Accio sapo" cualquier sapo vendría, porque Tom no sabía cómo identificarlo. Sin embargo, si se pronunciaba por el nombre, no cualquier Trevor vendría, sino lo que fuera que Tom estuviera llamando: un sapo llamado Trevor.
Cuando Hermione parecía dispuesta a decir algo entre burlón e hiriente (¡cómo si algo pudiera herir a Tom!), un sapo cayó justo entre las manos de Neville, a quienes los ojos se le empañaron de lágrimas.
—¡Muchas gracias! —gimoteó. Tom se echó ligeramente hacia atrás, y Harry evitó reír: Tom no sabía, definitivamente, lidiar con ningún tipo de lágrimas. Quizá por eso se llevaban bien. Ambos gozaban de provocarlas, pero no eran capaces de contener a quienes las derramasen.
Hermione pareció comprender la mirada de Tom, por lo que se marchó con rapidez, llevándose al chico con ella. Tom volvió a su asiento junto a Harry, cogiendo una rana de chocolate, justo al momento que otro niño volvía a irrumpir en el compartimiento.
Estaba solo, con una expresión demasiado curiosa. Harry le observó con casi burla: parecía un polluelo perdido lejos de las alas de su madre.
Sin embargo, cuando observó a Harry, la sonrisa del niño se extendió por casi todo su rostro, y Harry no pudo evitar que su rostro demostrara la misma expresión. No, no estaba feliz de verlo; estaba feliz de haber influido en él de tal manera que el chico le hubiera buscado específicamente, sin siquiera saber su nombre.
—¿Es verdad? —preguntó, sus cejas pálidas ligeramente alzadas—. Por todo el tren están diciendo que Harry Potter está en este compartimiento. Así que eres tú, ¿no?
Harry rió.
—Sí, lo soy. O al menos, desde que tengo memoria. ¿Te imaginas si antes de nacer mis padres llegaban a querer ponerme de nombre algo como Harold? ¿O Henry? ¿O incluso Howard? Iugh. Antes muerto. Aunque… —Harry se inclinó hacia adelante, sus ojos verdes demasiado brillosos, y Tom debió contenerse de soltar un gruñido gutural; muy pocas cosas conseguían aquella morbosa diversión en su humano—. ¡Quizá todo sea un juego macabro del destino! ¡En realidad me llamé Harold Henry Howard Potter, y mi deseo por morir fue tan intenso que acabé llamando accidentalmente a Voldemort! Y pues bueno, supongo que algo ahí no cuadra realmente, aunque es una buena teoría, la consideraré luego…
A este punto, el chico rubio se aferraba a la puerta, riendo a carcajadas. Su risa se elevaba con libertad por el pequeño lugar. Harry notó que no llevaba las túnicas del uniforme, sino otras de color verde oscuro, con un sutil bordado negro en los bordes.
Mientras él reía, Harry intercambió una mirada con Tom. Tom le observó, y luego Harry desvió la mirada hacia los bordes. Tom siguió su mirada, su expresión modificándose ligeramente, una extraña sonrisa asemejándose a la crueldad y burla en sus labios.
Harry decidió que preguntaría luego.
—¡Eres hilarante! —rió él, limpiándose ligeramente las lágrimas de los ojos—. No puedo creer cómo cometí el error de no pedirte tu dirección cuando nos vimos aquella vez en Madame Malkin. ¡Me hubiera reído horrores con tus lechuzas!
Harry rió ligeramente, rascándose la nuca. Tom sabía que fingía, por supuesto.
—Aunque creo que estamos en desventaja —Harry frunció ligeramente el ceño—. No sé tu nombre. Y tú ya sabes que soy Harry Potter, y que probablemente haya nacido bajo el nombre de Harold Henry Howard, así que…
—Oh —el chico sonrió—. Malfoy, Draco Malfoy.
Ron Weasley soltó una risita. Harry intercaló la mirada entre Draco, Tom y luego el mismo Ron, antes de que Tom moviera ligeramente su varita y Harry soltara un casi chillido.
—¡Eres Draco Malfoy! —chilló Harry, levantándose y corriendo hacia él—. ¡Somos familia!
La quijada de Draco se desencajó.
—¿Qué?
Harry procedió a explicarle a viva voz y con toda la pasión que podría tener un huérfano como Dorea Black se había casado con Charlus Potter y habían tenido un solo hijo, Fleamont Potter, quien a su vez había tenido un solo hijo, James Potter, quien a su vez también había tenido un solo hijo: Harry Potter. Y destacó que Dorea Black era hermana de Pollux Black, quien se había casado con Irma Crabbe y había tenido tres hijos, Walburga, Alphard y Cygnus; Cygnus, a su vez, había tenido tres hijas junto con Druella Rosier: Bellatrix, Andrómeda y Narcissa Black, quien se había casado con Lucius Malfoy (Harry podría también haberse extendido con el árbol genealógico de los Malfoy, pero estaba seguro que eso pondría sólo un poco incómodo a Draco), y lo habían tenido a él, Draco Malfoy.
Draco parecía que acababa de ingerir algunos hongos alucinógenos, porque sus ojos estaban demasiado abiertos, y su expresión de sorpresa se acentuaba con la maravilla de estar emparentado con Harry Potter –de forma lejana, sí, pero parientes a fin.
Cuando Draco pareció reaccionar del encanto con las palabras de Harry (algo que casi no era mágico: Harry era un parlanchín apasionado, y cuando quería que la gente lo oyera, sin importar qué fuera lo que tuviera que decir, la gente lo oía), volteó la vista, buscando al maldito Weasley que había osado reírse de él, sorprendiéndose al encontrar que en el compartimiento sólo estaban Harry Potter, aquel extraño chico de corte aún más extraño, y él mismo. Tampoco había un tercer baúl, como si Weasley nunca hubiera estado con ellos.
—¿Y el chico ese? —preguntó Draco, frunciendo ligeramente el ceño. El desconocido le miró directamente a los ojos, con curiosidad.
—¿Cuál chico?
Y Draco abrió la boca para decirle que él no era ningún idiota, que había visto a Weasley allí… pero las palabras murieron allí. Junto con los recuerdos.
Tom sonrió. Mirar a los ojos de un ángel era peligroso, por su nivel de adicción y la condena eterna. Pero mirar a los ojos de otra criatura… era aún más peligroso, porque aquellas extrañas criaturas mágicas parecían prendarse de ellos como garrapatas.
Y Tom supo que, entre su humano y su propia mirada, tenían al mocoso de los Malfoy entre sus garras (o pequeñas y delicadas manos, en el caso de Harry).
{ ... }
¡Feliz 1ero de Septiembre! Os veo en Hogwarts.
Editado: Por un pedido, aquí hay una imagen del hairstyle de Tom. Me he tomado la libertad de hacer un pequeño dibujo.
¡Beso, y gracias por leer!
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