{ 10 · Sidecut }
La tienda de túnicas fue la primera que visitaron (luego del engorroso proceso del banco, de que los extraños duendes le miraran como si quisieran comérselo, y de Harry maldijera a uno de ellos con una mirada –y de verdad, tampoco tenía idea de cómo cojones había hecho eso; esas cosas simplemente le ocurrían. Aunque también había tenido la agradable sorpresa de que, ¡era rico! ¡Muy rico! ¡Tan rico como para comprarse todo el maldito callejón de los magos, y aún le sobraría dinero! Bueno, tal vez no tan rico. Pero por lo menos lo suficiente como para comprarle un regalo a Tom. El muy bastardo se lo merecía).
—Muy bien. Ustedes dos, niños, se tomarán sus medidas aquí mientras yo paso para encargar todos sus libros. Luego, los recogeremos al final del viaje, para no estar cargando todo el día con el peso extra.
Tom se vio de acuerdo. Harry pareció entender que aquella era la segunda vez que Tom vivía todo aquello.
—¿Emocionado? —le preguntó Harry al demonio, mirándole con los ojos cargados de su emoción propia, casi manía, podría decirse. Tom le observó, alzando una de sus estilizadas cejas de su nuevo cuerpo de niño, pero no fue capaz de seguir enfadado con él, y mucho menos por una tontería semejante.
—Soy un demonio —murmuró, tan pronto como McGonagall dejó la tienda de túnicas—. No tengo sentimientos.
—Sí, los tienes —Harry pinchó su costado con el dedo, quizá con un poco más de fuerza de la necesaria—. Tal vez no sean sentimientos positivos, pero los tienes. Viscerales, repugnantes, oscuros, drásticos; pero los tienes.
—Supongo que, de forma visceral, repugnante, oscura y drástica —Tom repitió sus palabras, sonriendo burlón— puedo estar algo emocionado. Hogwarts fue mi primer hogar verdadero.
Harry rió tontamente, guardando aquel pequeño detalle para abordarlo después, en la soledad de su habitación. Avanzaron entre las telas, encontrándose con un niño probándose unas túnicas.
—Hogwarts, ¿eh? Tengo muchos por aquí —dijo una bruja de mirada amable—. Por favor, estén quietos allí, sí, justo allí.
Harry imitó los movimientos de Tom: se enderezó, alzó la barbilla, y dejó que las cintas métricas se movieran sin más ayuda que magia –es más, era capaz de ver la magia. No toda era como la de McGonagall, de ese celeste claro; cada vez que Tom hacía magia, podía ver un espesor negruzco y espeso, sin importar qué hechizo utilizara. La magia de ésta mujer era de un violeta claro, casi rosado. Luego, las túnicas le cubrieron, siguiendo las medidas.
Harry desvió la vista de Tom para encontrarse con unos ojos grises entre curiosos y acusadores. El dueño de aquellos ojos era un muchacho de su edad, de rostro puntiagudo y cabellos platinados.
Parecía que aquel mocoso no le gustaba no ser notado.
Harry sonrió, dulce, comprador.
—Hola.
El mocoso alzó la barbilla y arrugó la nariz.
—Hola —correspondió el saludo el chico—. ¿También Hogwarts?
Harry estuvo a punto de decirle que, vamos, era la única puta escuela mágica de la zona, y dudaba mucho que tuvieran uniformes de otras escuelas en esa pocilga de sastrería, pero forzó aún más su sonrisa.
—Sí —respondió, simplemente. El chico pareció jocoso.
—Mi padre está en la tienda de al lado, mirando los libros, y mi madre ha ido calle arriba para mirar las varitas —dijo aquel chico. Su falta de expresión en la voz hacía que le resultara extrañamente tonto. Además de un típico niño mimado, por su forma de arrastrar las palabras, pero claro, Harry no podía juzgar mucho; tal vez fuera un acento particular entre magos—. Luego voy a arrastrarlos a mirar escobas de carrera. No sé por qué los de primer año no pueden tener una propia. Creo que voy a fastidiar a mi padre hasta que me compre una y la meteré de contrabando de alguna manera.
Harry sintió que su sonrisa se ensanchaba verdaderamente.
—Es una buena idea —alabó. El chico rubio esbozó su primera sonrisa.
—¿Tú tienes escoba propia? —preguntó el muchacho. Harry chasqueó la lengua.
—A decir verdad, no. No la veo como algo útil, al menos durante éste año —Harry se encogió de hombros—. Es decir, sé que volar es genial, y todo eso, pero, ¿para qué tener una escoba de carrera que nadie te puede ver usando? ¿Para qué gastar tanto dinero en una escoba de carrera que no usarás, cuando el año próximo podrás gastar la mitad por la misma escoba cuyo precio estará devaluado por la nueva mercancía notablemente mejorada, e incluso comprar una de superior calidad? Y claro, no tendrás dos escobas, una que no uses y otra que sí. Creo que esperaré por lo menos hasta el próximo año para comprar una.
El chico rubio se veía ligeramente impresionado, y tal vez, algo dudoso. Finalmente pareció encogerse de hombros.
—¿Ya sabes en qué casa vas a estar?
Harry dudó.
—Supongo que en Ravenclaw.
—Suerte con eso —el chico sonrió, verdaderamente sonrió, mostrando la dentadura blanca y marcando unos hoyuelos en sus mejillas. Harry ladeó la cabeza, recordando otra sonrisa, otros hoyuelos, unos cabellos largos en los que había enredado los dedos y arrastrado escaleras abajo, con la sangre brotando de la boca y una explosión de galaxias púrpuras en la cara—. Aunque no creo que la necesites, es decir, ¿te has oído hablar? Sin embargo, yo sé que seré de Slytherin, porque toda mi familia fue de allí. ¿Te imaginas estar en Hufflepuff? Yo creo que desertaría, ¿no te parece?
Harry rió.
—¿No crees que sería un tanto drástico? He oído que tienen la Sala Común cerca de las cocinas. Además, si tu deseo es, no lo sé, ¿transformarte en un político de alto nivel para apoderarte de una gran parte del Ministerio, y gradualmente del mundo? Tal vez te conviene ser un Hufflepuff. Nadie sospecharía de ti. Y nadie creería que puedas tener malas intenciones. Ser Hufflepuff te encasilla inmediatamente en el papel de niño bueno.
Draco también pareció pensarlo. Entonces, una sonrisa salvaje apareció en su rostro. A Harry le caía cada vez mejor aquel chico. Parecía ser una oveja descarriada, dispuesta a tomar ideas externas y defenderlas como propias.
—Eres agradable. ¿Cómo te llamas?
Harry estuvo a punto de hablar cuando una voz chilló, de forma bastante poco varonil. Se volteó, sintiendo cómo se le enterraba también una aguja en el costado, e ignorándolo. Entonces, estuvo a punto de conseguir que todas las agujas y alfileres en su ropa se enterraran profundamente en su carne, porque comenzó a reír a carcajadas mientras Tom observaba horrorizado cómo la tijera había hecho un trabajo un poco desprolijo cortando, en vez de su túnica, su pelo.
De un solo lado de la cabeza, casi en la raíz. Acaba de verse, horrorizado, en el espejo.
—¡No te rías, Harry! —gritó el chico, alarmado, tocándose la cabeza—. ¡Esto es grave!
Madame Malkin se acercó por los gritos y observó horrorizada el cambio de look tan abrupto de un chico que le clavaba dagas de hielo con los ojos.
—¡Oh, muchacho! ¡Lo siento tanto! Estas viejas tijeras mágicas ya casi no sirven, no sé qué ha ocurrido…
Tom parecía entre indignado, furioso, y terriblemente consternado a la vez.
—Hey, Ian —Harry llamó su atención, ganándose una mirada un poco más calmada—. ¿Por qué no aspiras al sidecut, por lo menos hasta que consigamos algo que haga crecer tu cabello?
—¿Sidecut? —preguntó el chico a espaldas de Harry, y Harry se movió un poco para que ambos tuvieran contacto visual. Al verle, el chico rubio casi escupió una risa, pero se contuvo—. ¿Qué es eso?
—El sidecut era una tendencia de moda en los ochenta que nació aquí, en Inglaterra. Algo así como la revelación del punk y todo eso —Harry se encogió de hombros, pero Tom observó el brillo en sus ojos, y aquella expresión que le daba una mala, muy mala espina. Antes de que Harry continuara hablando, Tom procedió a insistir con la idea principal.
—¿Qué es exactamente el sidecut? ¿Tener un lado del cabello más corto que el otro? Yo siempre creí que eso era algo de descuidados.
Harry puso los ojos en blanco.
—Es tener un lado de la cabeza… rapada —expresó, sonriendo como un ángel—. Vamos, Ian. Iría perfecto con esas greñas que tienes. Así no deberás cortarte todo el cabello. Lucirá genial.
La expresión de pánico de Tom era comparable con la de burla del extraño rubio.
—Todo listo lo tuyo, chico —dijo una asistente, alcanzándole un juego de túnicas en un paquete de papel al nuevo conocido de Harry—. Puedes irte. Tu madre ya ha pagado por todo.
—Nos vemos en Hogwarts —saludó el chico rubio, bastante de mejor agrado que cuando le había visto por primera vez. Harry agitó su mano con suavidad.
—¡Nos vemos en Hogwarts! —chilló, totalmente animado, para que su voz le llegara a través de las telas.
Pudo oír la risa del extraño y la campanilla de la puerta al sonar cuando se marchó.
Harry observó divertido a Tom, que parecía hacerle un mal de ojo a las tijeras que recortaban las partes sobrantes de la tela de su tercera túnica. Tom captó su mirada y alzó una ceja, intrigante.
—La próxima vez —advirtió Harry— que comiences a rodar los ojos, hacer muecas y decir cosas por lo bajo mientras yo hablo con alguien, no sólo será el cabello, Khan.
Los ojos de Tom estaban enormes, perplejos. Finalmente, soltó una carcajada.
—Sidecut, ¿eh? —mencionó, alzando las cejas, observando en un espejo cómo su cabello desprolijo parecía haber sido aserrado de un solo lado por un peluquero ciego con mala gana, dejando apenas unos centímetros de cabello largo justo de ese lado—. Podría probar.
Harry sonrió como un pequeño diablo. Tom pensó que si no supiera que Lucifer estaba vivo (o tan vivo como el Rey de las Tinieblas podría estar), a salvo, en el Infierno, y gozando terriblemente torturar personas, este mocoso podría ser su viva reencarnación.
Sin embargo, algo no encajaba, no exactamente. Él no había estado murmurando en voz baja. No al menos en inglés.
Él había estado murmurando en pársel.
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