siete
EN ALGÚN LUGAR DE ARIZONA
26 de Octubre, 2025
Shang-Chi no comprendía cómo Ezra era capaz de dormir o, de hecho, cómo había hecho para llevar vida normal después de haber visto a Adam. La primera vez que la había visto sufrir una pesadilla, no había pensado mucho de eso, creyendo que solo era otra pesadilla normal —Shang mismo tenía de esas, pesadillas con su padre, con su infancia, con los demonios físicos y emocionales con los que tuvo que batallar—, pero nada se comparaba con Adam.
Cerraba los ojos y todo lo que volvía a ver era a aquel inquietante Diablo en piel de humano, hablándole, amenazándolo, ofreciéndole un trato maldito, y a sus perros infernales intentar comerlo vivo. Sentía el agua quemándole el cuerpo desde adentro y más de una vez creyó que moriría atragantado con su propia sangre, aquella que emanaba de una pequeña herida en su lengua que no terminaba de cerrarse. Cerraba los ojos y de pronto regresaba a estar indefenso y vulnerable y temiendo por su propia vida.
Y, mientras tanto, Ezra dormía en la cama de al lado. Llevaba horas así, con una paz en su rostro que alguien que vivió los horrores que ella describía no debería poseer. Shang la envidió profundamente.
Miró la hora en su celular. Recién eran las dos de la mañana y habían acordado partir para Lockhart antes del mediodía, cuando todos despertaran naturalmente. Oyendo a Xavier roncar de la forma en que lo hacía, Shang supuso que dormiría la mañana entera.
—Imagina que eres un árbol.
La voz de Ezra lo sobresaltó. No esperaba que estuviera despierta, no parecía que lo estuviera. Shang giró su cabeza para mirarla, quitando su atención del aburrido techo para ver su calmado rostro y sus pequeños ojos apenas abiertos mirándolo.
—¿De qué hablas? —le preguntó en voz extremadamente baja.
—Ayuda a dormir —explicó la chica.
—¿Pensar que soy un árbol?
A Shang-Chi comenzó a darle la impresión de que estaba hablando sonámbula, pues sus palabras carecían de sentido.
—Piensa que tienes raíces, y que tus raíces tienen raíces que se expanden bajo tierra infinitamente —dijo Ezra, tal y como si estuviera haciendo todo el sentido del mundo—. Es mejor que contar ovejas.
—¿Así es como lo haces? ¿Piensas que tienes raíces y te vas a dormir?
—Como podrás apreciar, no es tan fácil —sostuvo ella. Shang se encontró dándole la razón, no estaba dormida en ese momento—. Pero a veces sirve.
Él se acomodó en su espaciosa cama que tenía para él solo y cerró los ojos. Con los problemas que estaba teniendo para dormir, no le venía mal probar algo nuevo, por más que esto fuera pretender que era una planta.
—Pienso que tengo raíces y que mis raíces tienen raíces... —recordó en voz alta.
—Visualízalas atravesando la tierra, moviéndose, vivas.
Shang lo intentó. Las instrucciones eran claras y, después de todo, tenía capacidad de visualizar imágenes en su cabeza, por lo que no podía ser tan difícil. ¿Se sentía estúpido? Sí. Pero al menos no estaba tan malhumorado como dos minutos atrás.
Vio ramas moverse como serpientes bajo un suelo indefinido, deslizándose en búsqueda de algo desconocido, bajando, bajando y bajando...
La imagen de uno de los perros infernales de Adam lo hizo abrir los ojos de golpe.
—¿Cómo logras sacarlo de tu cabeza? —preguntó, sintiendo el enojo volver a aparecer.
—No lo hago. —Shang la oyó moverse en su cama y suspirar—. El cansancio siempre es mayor que mi miedo. Así es como duermo.
-Y -transformándote en árbol —bromeó él, buscando aligerar la extraña conversación de medianoche que estaban teniendo.
Ezra rio en voz baja para no despertar a su amigo junto a ella.
—Supongo que eso también ayuda.
Shang la escuchó roncar quince minutos después de que dijo aquello y se mantuvo despierto por al menos otras dos horas hasta que, inevitablemente, el cansancio le ganó a él también.
Soñó con ovejas que se convertían en árboles, con raíces que lo perseguían por la oscuridad y con una jauría de sabuesos infernales que terminaban masticando sus piernas, sus brazos, su espalda, su cabeza. Soñó con su propia sangre bañando un suelo de piedra y un espeluznante reflejo en ella del diablo mismo regodeándose en su miseria.
No veía forma de acostumbrarse a vivir de esa manera. Cuando despertó, algo sabía con certeza: lo que fuera que los esperara en el misterioso pueblo de Lockhart debían encontrar la manera de usarlo a su favor. No más escapar de Adam, no más caer en sus retorcidos juegos y soportar las consecuencias de perder. Era hora de jugar ofensivamente, con toda la trampa y ventaja que pudieran conseguir.
Sus vidas estaban en riesgo, estaban por perder lo poco que les quedaba de cordura y estabilidad mental. Necesitaban una buena estrategia y la necesitaban cuanto antes.
LOCKHART, NUEVO MÉXICO
Lockhart se veía exactamente como lo hacían los pueblos sospechosos en las series de televisión: como si fueran una población amish, con casas de madera a la vista, calles desérticas, plazas con juegos para niños que nadie usaba y una falta importante de gente en las calles.
Mientras avanzaban por la calle principal a paso lento —no es que hubiera tráfico al cual molestar—, no dejaban de asombrarse ante lo abandonado que parecía. La gran mayoría de las tiendas aparentaba llevar cerrada por décadas y las que sí estaban abiertas se encontraban vacías.
No había gente.
—No hay gente —vocalizó Xavier.
—Estoy segura que esto pasó en un capítulo de Supernatural.
—El final de la segunda temporada —le recordó Shang—. All Hell Breaks Loose.
Ezra sabía desde la noche en la que lo conoció que él había visto la serie entera y que, de hecho, era fan de esta, pero de todas formas se sorprendió con la rapidez en la que reconoció el capítulo. Ni ella tenía esa habilidad.
Lo que sí recordaba era qué sucedía en ese final de temporada. Los personajes principales batallaban a muerte con otros personajes más y, al final, el mundo se llenaba de demonios. Uno de los personajes moría, el otro perdía su alma.
No era el tipo de cosas en el que quería estar pensando en esos momentos.
—Esperemos que nuestro pueblo fantasma sea mejor que el de ellos.
Xavier, que era el único que había dormido decentemente la noche anterior y por ende era quien estaba conduciendo, señaló un punto en la acera de la manzana siguiente.
—¡Hay vida!
La vida en cuestión era un gato negro tomando sol bajo el escaparate de una tienda. Estaba gordo, del tipo de gordura que solo un animal bien alimentado podía generar, por lo que alguien tenía que estar cuidando de él. Alguien tenía que vivir en aquel pueblo.
Xavier aparcó el vehículo en un lugar que no molestaría a nadie —cualquier punto de la calle, daba lo mismo— y los tres bajaron a investigar Lockhart a pie, no sin antes detenerse a acariciar al gato, el cual no dejó de ronronear todo el tiempo que le rascaron tras sus orejas, sobre su espalda o lo llamaron por todos los diminutivos cariñosos y tiernos que se les ocurrieron en el momento.
Cuando Ezra dejó de acariciar al animal y se incorporó, dispuesta a explorar la zona y encontrar la famosa puerta que habían ido a buscar, un peculiar póster le llamó la atención en una de las columnas de luz de la calle. Se trataba de un papel amarillento, que probablemente llevara años allí colgado, cubierto por cinta adhesiva para que se mantuviera firme tras el paso del tiempo y las inclemencias del clima. En la mitad de más arriba se podía apreciar una fotografía en blanco y negro, mientras que abajo se leía, en grandes letras y subrayado «se busca».
La chica se acercó a leer el panfleto pues algo dentro suyo parecía exigirle que lo hiciera. No debió sorprenderla cuando la fotografía del desaparecido le causó escalofríos y le provocó una involuntaria risa sarcástica.
—Por supuesto —se encontró murmurando. Se giró a los dos chicos que seguían jugando con el gato a sus espaldas—. ¡Oigan! —los llamó—. Tienen que ver esto.
A regañadientes, Shang y Xavi dejaron al felino en paz y llegaron hasta donde ella. Al ver lo que había acaparado su atención, su reacción fue una bastante similar.
—Eso explica el pueblo aleatorio al que nos mandó —dijo Xavier—. Hogar dulce hogar, ¿verdad?
—Que Adam provenga de este pueblo fantasma hace que toda la situación tenga mucho más sentido —apuntó Shang—. Si yo hubiera crecido en este lugar, también estaría perturbado por el resto de la eternidad.
—Desaparecido hace cuarenta años... ¿Creen que su familia siga aquí? —preguntó Ezra.
—¿Por qué? ¿Los quieres visitar y decirles que su hijo es el Diablo?
—Eso no va a salir como esperas, Rey —apoyó Xavier.
—No sean idiotas —los retó ella—. Solo me preguntaba si quizás la puerta sea en su hogar de la infancia.
Shang movió su cabeza de un lado a otro, como si estuviera considerando que quizás su conjetura no estuviera demasiado lejos de la realidad, lo que le dio a Ezra la reconfortante sensación de que no había enloquecido todavía.
Luego arrancó el papel de la columna y comenzó a leer la descripción en voz alta.
—Adam Crane, desaparecido desde la noche del treinta y uno de octubre. Metro ochenta, cabello rubio, ojos azules...
—¿Tenía ojos azules? Que lindo —ironizó Ezra, en cuya mente no podía escapar los inquietantes orbes amarillos que Adam tenía por ojos.
—Me perturba más que midiera metro ochenta —añadió Xavier—. Hubiera dicho que medía dos metros. Mínimo.
La chica lo miró y sonrió burlona. Xavier no era la persona más alta, ni siquiera era la persona más alta del trío que conformaban en ese momento, por supuesto que cualquiera de una estatura mayor a la normal le parecería extremadamente alta.
—En tu defensa, yo pensé lo mismo —apoyó Shang-Chi.
—¿Dice algo de que sea el demonio personificado? —preguntó Ezra señalando al panfleto.
Shang lo movió en el aire.
—Solo que iba vestido de Drácula y que tenía quince años.
Ezra le quitó el afiche de las manos para leerlo ella misma. Además de lo que Shang ya les había mencionado, también había números telefónicos a los que llamar en caso de tener detalles sobre su paradero y una recompensa que asumió que valía mucho más en los ochenta que en la actualidad.
Miró la foto con detenimiento. Un joven Adam le devolvía la vista, con unos ojos llenos de vida y una sonrisa que no estaba cargada de sadismo. Llevaba el cabello corto y podía notarse un atisbo de su primera barba tratando de crecer. Tenía un enorme grano en la frente que de alguna forma el resto de sus características faciales hacían pasar desapercibido.
La fotografía estaba recortada, pero de todas formas se podía apreciar que en la imagen más grande estaba abrazado a dos personas. Además, por lo poco que se podía ver, vestía una camiseta de Metallica.
Quizás podría haber sido considerado diabólico por las personas del pueblo debido a sus gustos musicales o a su intención de celebrar una festividad que, incluso en la actualidad, molestaba a la religión que predominaba en los pueblos y ciudades, pero no cabía duda de que aquel adolescente no había visto un demonio en su vida, ni mucho menos era el Diablo personificado.
—Solo era un niño normal.
—Niño normal o no, en la actualidad nos quiere muertos —le recordó Xavier enseguida.
—No... —Ezra alzó la vista y miró primero a uno, después al otro. No la estaban entendiendo—. Si él no era el Diablo cuando desapareció, quiere decir que se convirtió después. Y si se convirtió en eso...
—Se puede revertir —asintió Shang comprendiendo a dónde quería llegar—. Si comprendemos qué le pasó, podemos ayudarlo y ayudarnos a nosotros mismos.
—¡Exacto!
—Perdón, disculpen, ¿perdieron la cabeza? Por si no lo recuerdan, ¡trató de matarlos! —exclamó Xavier realmente consternado por los otros dos.
Ezra comprendía su punto, pero no creía que él estuviera comprendiendo el de ella.
—Encontrar una forma de revertir lo que sea que le sucedió nos asegura que no tendremos que pelear contra él.
—O estaremos jugando con cosas que no entendemos. Otra vez.
—Xavier... —advirtió Shang.
—No, ¡no! ¡Escuchen lo que dicen! ¿Están locos? —exclamó su amigo, poniendo sus manos tras su cabeza y caminando de un lado a otro en un reducido radio—. La razón por la que estamos metidos en esto es porque Ezra se involucró con fuerzas que no conocía. ¿De verdad les parece que la solución es hacer exactamente lo mismo de nuevo?
Ezra tuvo que pretender que ser a quien le echara la culpa no le dolió.
—¡No sabía lo que estaba haciendo! —trató de defenderse.
—¡Exactamente mi punto! —se lamentó Xavier—. Deja de intentar arreglar tu vida con cosas que no conoces.
—¿Y qué solución propones, entonces?
—Fácil, matarlo.
—Si de verdad es un humano normal poseído, estaríamos matando a un inocente —trató de hacerlo razonar Shang. Ezra se encontró asintiendo de acuerdo—. Créeme, no quieres eso en tu consciencia.
—Tampoco quiero en mi consciencia a uno de ustedes dos muertos. Que es lo que sucederá si juegan a los héroes.
—¡Niños!
El llamado de atención de una mujer extraña logró que los tres se sobresaltaran al mismo tiempo que cerraban la boca y dejaban de discutir. Lentamente, y sorprendidos por la reciente aparición de vida en aquel fantasmagórico pueblo, se volvieron a prestarle atención a la recién llegada.
Su aspecto no tranquilizó a ninguno.
Estaba de pie en el umbral de la tienda frente a la que decidieron discutir. Lo único no espeluznante en ella era su oscura y perfecta piel que hizo que Ezra la envidiara de inmediato. Por el resto, bien podía ser la bruja de Hansel y Gretel que pensaba comerlos. Tenía un ojo de vidrio que parecía ser dos tamaños más pequeños del que necesitaba, dando la constante impresión de que iba a caerse de su cavidad ocular en cualquier momento. El ojo sano tampoco tenía mejor aspecto, era casi todo blanco, y solo un diminuto iris celeste que se movía de un lado a otro daba la impresión de que fuera un ojo real.
Sus completamente despeinados y rizados cabellos parecían llevar años sin un propio cuidado, y un pequeño sombrero de copa azul reposaba inmóvil sobre ellos.
Pero a pesar de todo, nada de eso perturbó a Ezra como lo hizo el colgante que portaba sobre su cuello. Era una joya impresionante, una artesanía digna del título de obra de arte. Y también era la misma joya que Adam había portado el fatídico día en que Ezra aceptó hacer un trato con él.
Dio un paso atrás y se encontró con el borde de la vereda. Un paso más y ya estaba en la calle. Luego sería echarse a correr. El auto no estaba muy lejos, podía alcanzarlo. No tenía las llaves. Podía arrastrar a Xavi con ella, estaba a solo un brazo de distancia. Podía alcanzarlo por el codo y llevárselo. Luego Shang los seguiría. Estarían bien si tan solo se iban ya.
Ezra atinó a agarrar a Xavier, pero él justo dio un paso adelante.
—Que amable de su parte —lo escuchó decir antes de adentrarse en los aposentos de la extraña.
Vio que Shang lo seguía, como si también buscara entrar. Ezra miró a la mujer y notó el colgante latir, pero esta vez, en lugar de atraerla, la repelió, le generó el rechazo y repulsión que debió generarle el primer día. Le notó la textura a piel y la sangre corriendo dentro de ella.
—¿Rey? —la llamó Shang confundido al ver que no los estaba siguiendo—. ¿Estás bien?
Quiso decirle que algo andaba mal, que estaban en peligro, pero las palabras se atascaron en su garganta y su lengua se trabó entre sus dientes. Podía jurar que vio a la mujer en la puerta sonreír satisfecha, presenciando un acto de lo más hilarante.
—Te ves muy pálida —le dijo ella con un tono de voz que rozaba lo sarcástico, pero que Ezra estaba segura que Shang y Xavi interpretarían como amable—. Tengo refrigerios dentro que te harán sentir mejor.
—Madame Tawny tiene razón, ¿te sientes bien?
¿Madame Tawny? ¿Qué clase de nombre era ese?
Ezra pasó su atención de Shang-Chi hasta la señora y por primera vez se percató del establecimiento frente al que estaban. Era una psíquica local. Habían ido a dar con la vieja chiflada del pueblo quien, por si no fuera poco, portaba un repugnante artilugio que Adam había utilizado para embaucarla.
—¿Te gusta? —preguntó Madame Tawny señalando su joya—. Por el precio justo puede ser tuya.
Un horrendo deja vu la retrotrajo a su primer encuentro con Adam y a la muy similar oferta que este le había hecho. El gato, el panfleto de Se Busca, el collar, las cuidadosamente escogidas palabras... Adam los había enviado a ese pueblo en específico por alguna razón y todo parecía indicar que la excéntrica Madame Tawny podía poseer las respuestas que buscaban. Por un precio justo, por supuesto.
Ezra seguía sin poder formular palabra alguna y, aunque esta noción debió asustarla, también le dio una ventaja a su favor. El silencio haría hablar a los demás. Y juzgando por su aspecto, socarrona sonrisa y tratos en la punta de su lengua, Madame Tawny estaría encantada de hablar.
El interior de su tienda podía participar perfectamente de un episodio de un show de telerrealidad sobre acumuladores compulsivos. El vestíbulo era pequeño y apenas recibía luz por el borroso escaparate que miraba a la calle. De todas formas, recibía suficiente luz solar como para que decenas de plantas hicieran de aquel interior una jungla. Habían helechos colgando por todos los rincones posibles de las paredes, macetas de colores vibrantes que colgaban del cielorraso con flores exóticas dentro. En el suelo, macetones de diseños coloridos dejaban crecer un sinfín de flores, árboles frutales e incluso palmeras de tamaño diminuto.
Los pedazos de pared que no estaban cubiertos por plantas, tenían cuadros con fotografías antiguas de lo que solo podía ser Madame Tawny en su apogeo. A Ezra le hubiera encantado quedarse a estudiar las fotografías y encontrar en ellas la diminuta pista que conectara a la mujer con Adam. Sin embargo, el vestíbulo no era demasiado grande, y pronto se encontró siguiendo al grupo a una sala de espiritismo tan recargada de cosas como la anterior.
Esta vez, en lugar de plantas, la mujer había decorado el lugar con peculiaridades. Eran objetos mundanos que a nadie se le ocurría utilizar de decoración para una sala de ese tipo. Había un televisor antiguo convertido en una pecera y un caballito de mar dentro de este. Un árbol de navidad de plástico se escondía en un alejado rincón y un cascanueces diabólico custodiaba la entrada. De las paredes colgaban pinturas eróticas, libros abiertos sostenidos por clavos que rasgaban sus páginas segundo a segundo, un balón de voleibol y un volante de bádminton del tamaño de una raqueta.
Del techo, en lugar de un artefacto de iluminación, colgaba un querubín.
A Ezra no se le ocurría que alguien querría hablar con el espíritu de un ser querido en un ambiente como ese. De seguro que ella no querría invocar a su abuelo para hablar bajo la incómoda mirada de un querubín flotante o una de las tantas parejas en posiciones sexuales de las pinturas de las paredes.
Los cuatro tomaron asiento en cada una de las cuatro sillas alrededor de la redonda mesa cubierta por un mantel esmeralda. Había una jarra de limonada en el medio y tres vasos servidos. Xavier y Shang ya estaban tomando. ¿Por qué no les parecía extraño? ¿Por qué no sospechaban?
—Díganme, ¿qué los trae por aquí? —comenzó a indagar Madame Tawny cuando los chicos se hubieron refrescado.
Ellos la miraron, esperando que respondiera, pero Ezra solo se sacudió como si le restara importancia. En realidad, no podía responder si quisiera, y algo le decía que el culpable era el —lo más probable que literalmente— maldito colgante rojo.
—Buscamos a alguien —fue la respuesta que se le ocurrió a Xavier.
—Puedo ayudarlos si así lo desean.
Ezra los pateó bajo la mesa para acaparar su atención y negó con su cabeza desesperadamente para que se negaran. A ninguno pareció importarle, los dos tenían un especial brillo en sus ojos, hipnotizados por una fuerza que no podían controlar. Ezra no los culpaba, ella había comenzado todo su demoníaco problema por esa misma razón, pero eso no significaba que no la sacara de quicio la situación.
—Su nombre es Adam —le explicó Shang, y en sus manos tenía el afiche que Ezra había estado sosteniendo. No recordaba habérselo dado. Shang se lo alcanzó a la mujer por encima de la mesa—. Nos citó a vernos aquí, en Lockhart.
—¿Adam? —preguntó ella alzando las cejas, pretendiendo estar sorprendida.
Pero su mirada estaba posada sobre Ezra.
—Nuestra amiga hizo un trato con él y queremos saldar su cuenta, eso es todo —continuó explicándole Xavier.
Ezra apretó sus manos en puños y se contuvo de golpear la mesa. ¿Acaso no sabían quedarse callados?
¿Acaso no les preocupaba que ella estuviera en silencio?
—¡Uy! —exclamó Madame Tawny con diversión y enseguida procedió a reírse—. Siempre son las niñas bonitas las que caen en sus trampas.
Ezra se mordió la lengua que tantos insultos quería proferir. Ya que no podía participar en la conversación, tampoco le veía punto alguno a quedarse allí sentada y oír a una total desconocida burlarse de ella.
Se puso de pie, dispuesta a ir al vestíbulo a chismosear por los cuadros y dejar que Shang y Xavier comprometieran toda su situación. Pero entonces la mujer habló y la hizo cambiar de opinión de inmediato.
—Interesantes brazaletes, ¿por qué no me los enseñan?
Tal y como si de una orden imposible de ignorar se tratara, los dos chicos entregaron sus brazaletes, e instantáneamente sus ojos se tornaron blancos y la vida pareció abandonar sus cuerpos.
Por supuesto que Adam estaba constantemente al acecho de ellos. Y por supuesto que la única persona en aquel pueblo fantasma estaba confabulada con él.
—¿Gustas algo de té? —ofreció la mujer poniéndose de pie—. Tenemos mucho de lo que hablar y poco tiempo, me temo.
Ezra se sorprendió al encontrar que podía hablar nuevamente.
—¿Qué me hiciste? —preguntó con voz rasposa.
—Esa no fui yo, querida, fue él.
—¿Adam? —preguntó Ezra irónica. No iba a caer en su juego ni en sus mentiras, ya había aprendido la lección la primera vez—. Seguro que sí.
—Tú misma viste lo rápido que se llevó a tus amigos. Está esperando la mínima oportunidad para atacar.
—El anillo me protege de él. No puede controlarme.
—Subestimas su poder, niña.
Madame Tawny se acercó a una tetera humeante y dos tazas apoyadas sobre una estantería de madera púrpura. Ezra tenía problemas mayores como para preocuparse por descifrar quién había dejado eso ahí y cuándo lo había hecho.
—El colgante es de él —fue la respuesta que escogió dar.
La mujer dejó las tazas entre ellas y se tocó el pecho, allí donde la joya respiraba.
—Es mío, ha pasado en mi familia de generación en generación mucho antes de que él existiera —le explicó un poco ofendida—. Él lo usó una sola vez, y desde entonces le encanta aplicarlo en sus ilusiones para embaucar a sus víctimas. Es un artefacto muy poderoso, funciona incluso cuando no existe, y funciona a larga distancia incluso cuando solo lo tocó una vez. Es a través de él que intenta contactarte.
Ezra tragó con fuerza y encontró confort en la calidez de la taza al rodearla con sus manos. No sabía si podía creerle. O si quería hacerlo.
Lo que sí sabía era que tenía que aprovechar la oportunidad para sonsacar toda la información posible sobre Adam de aquella extraña mujer.
—¿Qué más sabes de él? —preguntó inocente.
—Sé que nació a diez cuadras de aquí. Que se crió y vivió toda su humana vida en la misma casa. Que le gustaba el rock pesado y se había ganado de enemigo al pastor local. —Madame Tawny divagó a propósito sobre la vida irrelevante del Adam normal—. Hazme la pregunta cuya respuesta realmente quieres oír, niña.
Esa era su oportunidad de oro. Nada podía asegurarle que lo que saliera de la boca de la mujer fuera la verdad absoluta, pero al menos podía darle una idea de qué era con lo que estaba tratando. Y, si resultaba no ser real... Al menos lo había intentado.
Tampoco era como si tuviera mucha información consigo en la actualidad.
—¿Qué es realmente?
—Un espíritu maldito —respondió con espeluznante tranquilidad.
—¿Cómo rompo un trato con él? —preguntó Ezra con el corazón desbocado.
Las palabras espíritu maldito no le habían proporcionado mucha tranquilidad.
—No lo haces. Los tratos se terminan cuando él quiera que se terminen.
—¿Qué está tramando?
La mujer soltó una carcajada. Al mismo tiempo, Xavier a su lado comenzó a sangrar por el ojo izquierdo. Ezra sabía que podía detener su sufrimiento al ponerle el anillo una vez más, pero también sabía que hacerlo implicaría que Adam la haría callar nuevamente y que allí se terminaría su oportunidad única.
Y algo le decía que Madame Tawny no la ayudaría si ella no preguntaba. Daba la impresión de que responder a sus dudas la fascinaba, como si de un juego se tratara.
—Caos, destrucción. Lo ha hecho por años en diferentes ciudades. La última vez que lo vieron, fue en Nueva Orleans, aunque creo que eso ya lo sabes —fue la respuesta que obtuvo de la psíquica. Luego miró a los otros dos chicos inconscientes alrededor de su mesa—. Tic tac, niña, el tiempo se le acaba a tus amigos.
Ezra supuso que solo restaba una pregunta por hacer:
—¿Cómo lo mato?
La sonrisa en el rostro de la mujer se ensanchó enormemente y su carcajada retumbó por la habitación, logrando que el misterioso caballito de mar dentro del televisor se escondiera tras unas plantas acuáticas.
—¡Al fin la pregunta importante! —festejó Madame Tawny aplaudiendo—. Necesitas adentrarte en su reino y matar a su portador.
—¿A su portador? —preguntó Ezra, mordiéndose el labio cuando notó a Xavier luchar para respirar.
Aguanta un poco más, por favor.
—Los espíritus malditos son inmortales ocupando cuerpos mortales. Puedes matar al cuerpo y liberarte del trato.
—Suena demasiado fácil —dijo Ezra, escéptica—. ¿Por qué matar a su portador me libraría del trato con el espíritu?
Madame Tawny suspiró exasperada.
—El espíritu no controla al cuerpo. Es Adam con quien hiciste el trato, no con el espíritu —le explicó sin paciencia—. Los espíritus viven del caos, por lo que buscan anfitriones a los que puedan corromper para causar caos. No tienen agenda propia ni pensamiento racional, eso lo añaden los anfitriones humanos.
La explicación de la mujer no tenía mucho sentido, pero Xavier parecía estar muriendo y el corazón de Ezra le urgía salvarlo cuanto antes, aunque su mente rogaba por una última pregunta.
—Si lo mato, ¿qué sucederá con el espíritu?
—Buscará al siguiente anfitrión que encuentre más apto.
La sonrisa espeluznante en el rostro de la mujer le dio suficiente mala espina para desconfiar, pero el dolor en su pecho fue mayor y se encontró colocándole el brazalete a Xavier antes de poder hacer más preguntas.
Su amigo recobró la conciencia con la expresión más horrorizada que le había visto jamás en su rostro, y unos ojos inyectados en sangre con sus pupilas totalmente dilatadas. Respiraba con dificultad y apenas pudo murmurar un «gracias» entre tanto jadeo.
Ezra asintió y procedió a despertar a Shang, quien regresó a la vida de los mortales con el mismo terror que Xavier, pero más sano.
—Gracias, Rey —le dijo de inmediato, a lo que ella solo pudo asentir y sonreír, pues su capacidad de hablar volvía a ser nula—. ¿Xavi? ¿Estás...?
—Quiero irme —fue todo lo que proliferó su amigo.
Fuera lo que fuera que había sucedido en sus minutos fuera, había sido suficiente para traumatizarlo por el resto del día. O de su vida.
Shang se apresuró a levantarse y ayudar a Xavier a hacer lo mismo, pasando uno de sus brazos por sus hombros y lentamente ponerlo de pie. Recién en ese momento Ezra reparó en el moretón que se estaba formando alrededor del ojo que más temprano le había sangrado, o del profundo corte en su pierna que mágicamente estaba cerrando.
Xavier cojeó hasta la puerta con dificultad y Ezra los siguió desde atrás, en silencio, muriéndose de ganas de averiguar qué les había sucedido.
Antes de salir a la calle, Madame Tawny le agarró el brazo con suficiente fuerza para dejarle una marca.
—Recuerda que para ser quien es hoy, Adam tuvo que matar a alguien —le susurró—. Recuerda que no es una buena persona. No dejes que te engañe.
Aunque Ezra pudiera hablar, no sabría qué responder. Por ende solo dio un movimiento de cabeza para darle a entender que la había oído y se apresuró a alcanzar a los chicos, quienes no habían perdido tiempo en alejarse lo más posible de aquel lugar.
El gato en la puerta los despidió con un maullido. La psíquica con otro comentario tan inquietante como todo lo que había dicho hasta ahora.
—¡Vuelvan pronto!
Ezra no veía la hora de volver pronto a casa.
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