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seis






EN ALGÚN LUGAR DE ARIZONA
25 de Octubre, 2025

Los viajes por carretera eran más divertidos cuando no había actividad demoníaca de por medio.

En otro contexto, cuando no estuvieran conduciendo a lo que muy probablemente se tratara de su muerte segura, estar encerrada en el mismo coche rentado que Xavier y Shang, atravesando medio país en busca de un pueblo caído del mapa, podría ser un increíble plan de vacaciones. Pues a pesar de estar conduciendo sin un rumbo conocido, de haberse detenido en gasolineras de mala muerte o cantado canciones pasadas de moda que se escuchaban en la única estación que parecía poder sintonizar la radio, el conocimiento de que el Diablo los seguía de cerca hacía que cualquier situación alegre se tornara lúgubre.

En otras circunstancias, Ezra hubiera dicho que cantar I Want It That Way a dueto con Shang mientras Xavi los grababa y les hacía los coros —ya que no se sabía la letra— la había hecho increíblemente feliz. O que haber comprado gaseosa en una gasolinera a un exorbitante precio y luego haberse dado cuenta de que habían robado, sin querer, un paquete de golosinas agrias la había hecho sentir una niña de nuevo. De haberse encontrado en otras circunstancias, se habrían detenido a tomar fotografías graciosas en un deprimente y abandonado cementerio de esculturas de dinosaurios en medio del desierto...

Ya, sí se habían detenido a tomar fotografías. ¡Pero solo porque querían un buen recuerdo los tres juntos antes de morir!

Debido a la extensión del viaje, habían decidido detenerse a mitad de camino para pasar la noche y así encontrarse bien descansados para lo que fuera que los esperara en el misterioso pueblo de Lockhart, en el corazón de Nuevo México.

¿Por qué Adam los había hecho cruzar estados para abrir una puerta cuando las otras dos habían sido en el centro de Los Ángeles? La duda carcomía a Ezra y el miedo crecía en su pecho.

Bajó la vista a su brazo y giró el brazalete que lo rodeaba, trazando su dedo por sobre las antiguas escrituras que lo cubrían.

—¿Te molesta? —preguntó Shang a su lado, detrás del volante.

Ezra lo miró. El sol se estaba poniendo en el horizonte, por lo que la dorada luz del atardecer iluminaba todo lo que los últimos rayos del día podían alcanzar, incluyéndolo a él. Sus oscuros ojos marrones ahora estaban teñidos de un sinfín de tonalidades diferentes, su piel parecía recubierta de oro y sus cabellos negros reflejaban todo el brillo que todavía restaba de una tarde que ya estaba llegando a su fin. La chica no pudo evitar pensar que era hermoso, y se llegó a cuestionar si acaso era real y no una perfecta ilusión creada por Adam para llevarla a la ruina.

No le interesaba saber la respuesta, prefería seguir en la ignorancia si eso significaba que podría seguir viéndolo por el tiempo que quisiera.

—¿Rey? —llamó al notar que no hablaba.

Ezra se maldijo interiormente, sintió el calor inundar sus mejillas y optó por agachar la cabeza, esperando que su negro cabello con dos blancas mechas cubrieran el rosado de su rostro.

—No, no molesta —respondió avergonzada. ¿Tanto le costaba ser un poco más discreta?—. Solo... No deja de intrigarme.

—Ya somos dos entonces —dijo él en un suspiro—. Nadie sabe con certeza qué son ni para qué sirven.

El recuerdo de una conversación de la noche anterior y una duda sin responder que echó raíces en su curiosidad le llegó de golpe.

—¿Dijiste que a tu padre le sirvieron para vivir cientos de años?

—Sí —respondió con la naturalidad de alguien que confirma un dato poco relevante de la vida de un familiar—. También le sirvieron como arma e instrumento de control. Y como logotipo para su, eh, empresa.

A Ezra no se le pasó por alto la forma en la que se refirió a la supuesta empresa de su padre. No hacía falta ser una genia para adivinar que había algo turbio alrededor de eso. Tampoco hacía falta ser una genia para saber que Shang no se explayaría más en el tema.

—¿Eso significa que voy a vivir para siempre con esto en mi brazo? —preguntó, regresando la conversación sobre la joya y no sobre el familiar polémico.

—No —respondió Shang-Chi, acompañando sus palabras con una risa nasal—. Para eso necesitarías los otros nueve y conocimientos sobre cómo acaparar su poder para tu propio beneficio.

—¿Y uno solo qué beneficio me da?

—Con suficiente suerte, evitar que vuelvas a estar por morirte.

—Es un buen beneficio —aceptó ella y cerró los ojos cuando las imágenes de su última pesadilla se materializaron en su memoria.

—Prométeme que no te lo quitarás hasta que nos aseguremos de que Adam no puede lastimarte más —le pidió el chico.

—Ni loca —dijo Ezra enseguida. Una vez más, de manera instintiva, sus dedos se deslizaron sobre el metal mientras su mente seguía enfocada en otra cosa—. Sé que debe haber sido horrible verme, pero créeme que se vio peor desde mis ojos. Soy la primera persona que no quiere volver a pasar por eso.

—No volverá a pasar.

Ezra alzó sus cejas, escéptica, pero no dijo nada. No era tan improbable que volviera a suceder y, por más que creyera que tenía su cuerpo y mente preparados para otro ataque, lo cierto era que la idea de perder el control de nuevo y vivenciar momentos tan pavorosos y horripilantes la paralizaba de miedo.

Si volvía a pasar, Ezra temía que iba a perder la cabeza por completo. Que quizás eso era, después de todo, lo que Adam buscaba: arruinarla hasta el punto en que se convirtiera alguien irreconocible incluso para sí misma; alienarla tanto de la realidad como para llevarla hasta el precipicio y hacerla saltar.

¿Qué sucedería si la próxima vez su realidad se alteraba tanto que, en lugar de arañar o morder a sus amigos, les hacía todavía más daño? ¿Qué sucedería si creía estar apuñalando a un demonio y terminaba asesinando a uno de los dos chicos que tanta confianza habían depositado sobre ella?

Ezra miró hacia atrás, hacia donde Xavi dormía como un niño cansado tras una tarde en el parque, y su corazón tembló ante la idea de que por su culpa Barbie se quedara sin tan increíble padre. Luego volvió a mirar a su izquierda, a Shang-Chi, al completo desconocido que había creído su insana historia sobre demonios y había dejado todo para solucionarle los problemas, y su pulso se aceleró de solo pensar en que en cualquier segundo podía arruinar a un alma tan amable como la suya.

Quizás estaba mejor si hacía todo eso sola.

Un plan comenzó a formularse en su distorsionada mente, una forma de protegerlos a ambos y seguir adelante por su cuenta. Se detendrían a pasar la noche en el próximo pueblo y, mientras Xavi y Shang dormían, ella continuaría hasta Lockhart. Podía funcionar. Podía ponerlos a salvo.

Un par de minutos más tarde, con el sol ya oculto tras el horizonte, Shang detuvo la marcha frente a un motel de paso bastante precario. Tenía un cartel en la entrada con la palabra vacante titilando en rojo. Bajo las blancas luces y adentrándose en la noche, el lugar se veía espeluznante, del tipo de lugar en el que un asesino serial podría cortarles la garganta mientras dormían. Del tipo de lugar al que Adam la convocaría para hacerle perder la cabeza.

—Nada puede ser peor que el Cecil —se encontró murmurando. Luego estiró su brazo hacia atrás y golpeó a Xavier amistosamente en la pierna—. Despierta que llegamos.

—¿Esto es Lockhart? —preguntó adormecido, mirando por las ventanillas.

—No, pero aquí pasaremos la noche —dijo ella.

Bajó del coche y sus blancas zapatillas desperdigaron la rojiza gravilla bajo suyo. El aire olía a otoño, a noche ligeramente fresca, a hojas crujientes y áspero suelo. La vista era tan árida como se podía esperar de un ambiente desértico: plantas bajas y secas, casi muertas, cactus creciendo entre formaciones rocosas y pasto amarillento que luchaba por sobrevivir en un entorno que buscaba matarlo.

Caminó detrás de Shang hasta la recepción, con Xavier siguiéndolos de cerca, todavía despertándose después de las horas que pasó dormido. No habían llevado mucho dinero con ellos —tampoco era que tuvieran más del que cargaban encima—, por lo que no pusieron queja alguna cuando vieron la habitación que los escasos dólares que estaban dispuestos a gastar le compraron.

El suelo estaba cubierto por una vieja moqueta roja con manchas de lejía por doquier. En el centro, dos camas matrimoniales se encontraban recubiertas por edredones de diseños que quizás estuvieron de moda cien años atrás. Sobre la mesa de noche dispuesta entre ambas camas había una lámpara de la misma época que el resto de la decoración y, bajo esta, una biblia.

—¿No había una de esas series tuyas en la que dejaban noticias de suicidios en el motel en las biblias de las habitaciones? —consultó Xavier levantando el libro y abriéndolo en una página aleatoria para corroborar que no tenía nada turbio adentro.

—Sí, a mí también me recuerda a eso —asintió Ezra mirando a sus alrededores—. Con suerte tendremos una noche más tranquila.

—El día es joven todavía.

Ezra se acercó a la ventana de su habitación y miró hacia afuera. El patio era tan deprimente como el resto de las instalaciones, sobre todo por la pileta que ocupaba gran parte de este. El agua había adquirido una tonalidad bastante turbia, pero esto no detuvo a otros inquilinos de disfrutar un romántico acurrucamiento en una de sus esquinas, o de que otros siguieran tomando un inexistente sol en las tumbonas que en algún momento supieron ser blancas.

El asco se apoderó de ella y le causó un escalofrío. Antes muerta que tocar esa agua o tumbonas.

—Iré a darme un lujoso baño en nuestra lujosa bañera —anunció Xavi en tono jocoso. Ezra todavía no había visto el baño, pero asumía que era de tan mal gusto como el resto de las instalaciones—. ¿Luego les parece tener una deliciosa cena en el restaurante Michelin de abajo?

—Suena bien —respondió Shang con la misma tonalidad—. Seguro que tienen platos exquisitos, y ni hablar de la gran cantidad de opciones vegetarianas con las que cuenten.

Ezra se imaginó conformándose con un triste plato de lechuga mientras el resto de los comensales cenaban rebosantes platos de barbacoa o grasienta comida rápida. No sería la primera vez que le sucedía, algo le decía que tampoco sería la última.







El viciado olor de la habitación había hecho que Ezra y Shang-Chi se vieran obligados a esperar a Xavier afuera. Mientras ella había encontrado tranquilidad en una avejentada mesa de picnic que estaba a un fuerte viento de romperse, él había optado por hacer uso de las instalaciones por las que habían pagado y se había sentado al borde de la piscina que —Ezra insistía— era un caldo de bacterias y mugre.

Shang creía que solo estaba exagerando. Él mismo de seguro que había visto lugares peores.

En su defensa, la noche estaba fresca pero no demasiado fría, y el agua estaba tibia, a pesar de que no era la climatización que anunciaban en el cartel de la entrada. Por un momento, si olvidaba que estaba allí porque quería ayudar a una chica a quien apenas conocía a sacarse al Diablo de encima, y si ignoraba que estaba leyendo viejos tomos sobre el arte de la hechicería, casi podía pretender que estaba de vacaciones.

La compañía tampoco estaba mal. Shang mentiría si dijera que no se había acostumbrado demasiado a convivir con aquel par de roommates. Parecía que los conocía de toda una vida. Confiaba en ellos incluso sabiendo el involuntario circo de horrores que conformaba su vida.

Además del hecho de que no podía sacarle los ojos de encima a Ezra y sabía perfectamente que no era solo porque se sentía con la obligación de protegerla. Si Katy lo viera, le diría que aprovechara la oportunidad, pero sentía que era aprovecharse demasiado de su situación. Ezra estaba transitando por tiempos demasiado complicados, lo último que necesitaba era que un completo desconocido la invitara a salir.

Y lo último que Shang necesitaba era acercarse demasiado a alguien que podía estar muerta para el amanecer.

Levantó la vista de su libro para mirarla. Estaba sentada en una posición que debía ser súper incómoda, totalmente absorta con su lectura actual. Se había atado su largo cabello negro en un moño en su nuca y sobre su rostro caían sus dos distintivos mechones blancos, cuyas raíces negras ya comenzaban a asomar. Con una mano sostenía las viejas páginas del libro, mientras que se mordía las uñas de la otra.

Trazó la línea de su perfil con sus ojos, desde sus largas pestañas negras y su nariz respingona hasta sus finos labios rosados. Era realmente hermosa.

Apartó la vista y se mordió la lengua. No podía ser el momento y el lugar más inconveniente para enamorarse de alguien. Y aun así... Ansiaba levantarse e ir a hablar con ella, comentar lo que estaban leyendo, intercambiar teorías e historias de vida. Quería escucharla hablar sobre lo que la apasionaba y ver sus ojos brillar con emoción, quería hacerla reír y que ella lo hiciera reír a él.

Dejó el libro a su lado, sobre una parte seca del borde de la piscina, se armó de valor y se levantó para ir a hablarle. La vida era una y estaban por morir de todas formas.

Cuando estuvo sobre sus dos pies, algo lo empujó. Batió los brazos en el aire en búsqueda de un ápice de equilibrio que evitara que se diera un chapuzón, pero no pudo evitar caer. Aunque nunca tocó el agua.

Lo recibió un frío suelo de piedra gris que parecía extenderse hasta el infinito. No había paredes ni techo, solo oscuridad. Una artificial luz que no parecía provenir de ningún lado en específico iluminaba un pequeño radio a su alrededor, suficiente para analizar su situación, suficiente para ver las inhumanas figuras de los demonios cuadrúpedos rodeándolo.

Una presión en el pecho comenzó a molestarlo y tosió con dificultad, escupiendo agua en el proceso, lo que le quemó la garganta y lo hizo atragantarse. Cuanto más tosía, más agua escupía, y más necesidad de toser le generaba. Luego se percató de que respirar tampoco parecía ser posible. Intentar inhalar aire solo le generaba un indescriptible dolor en sus pulmones, como si estuvieran hechos de cristal y solo bastara un segundo para hacerlos trizas.

Se arrodilló, buscando una posición que lo ayudara a respirar, y se obligó a ignorar el dolor y la desesperación para tratar de respirar. Pero el agua no parecía irse y, sumada a la escasez de aire, comenzó a hacerlo sentir terriblemente mal.

Se estaba muriendo, ahogando.

—Es gracioso, ¿no crees? —habló una voz demasiado extraña, haciendo eco por todo el ambiente en el que Shang de encontraba—. Querer jugar al héroe para morir de esta manera. Y todo por una desconocida.

Shang lo buscó por sus alrededores, a pesar de que tenía la vista completamente nublada y que negrura comenzaba a decorar la periferia de sus iris. Incluso con la dificultad para ver, pudo distinguir a una figura casi humana, con un cuerpo cubierto enteramente por una vestimenta roja y lo que parecían ser brillantes cabellos dorados cayendo sobre sus hombros.

El famoso Adam, pensó.

—Tengo un trato para ti, Xu Shang-Chi.

Él negó, y el movimiento lo abrumó. Su mano izquierda detuvo su cuerpo de chocar contra el suelo y se encontró tosiendo agua, la cual, tras tanto esfuerzo, comenzó a arrastrar sangre con ella. Iba a morir. Y prefería hacerlo a atarse de por vida con un trato con el Diablo.

Adam chasqueó la lengua y se agachó frente a él, obligándolo a levantar su cabeza para verlo. Shang quiso pelear, defenderse, gritarle, decirle un sinfín de cosas. Pero no podía hacer más nada que causar un fallo en todo su sistema.

—Sea lo que sea que hayas hecho para prevenir que hable con ella, no durará mucho —le dijo con un fuerte y marcado siseo, como si su negación y aceptación de la muerte lo hubiera hecho enojar—. Es mía, y no hay nada que puedas hacer. Menos cuando estés muerto.

El Diablo lo soltó y Shang se dejó caer al suelo. Ya no tenía fuerzas para nada. Ansiaba la muerte más de lo que había ansiado nada en su vida, pues la quietud de ya no existir era más misericordiosa que el constante ardor y crudo dolor de unas vías respiratorias explotando de agua y unos pulmones completamente destrozados.

Un perro del infierno mordió su tobillo y lo arrastró por el suelo, alejándolo de la luz. Tosió más sangre y dejó un regadero de ella en su camino.

Cuando la oscuridad lo absorbió por completo, sus ojos rodaron hasta la parte trasera de su cráneo, y se permitió dormir la siesta eterna.

Lo siento, Rey.







Tres minutos antes

El viciado olor de la habitación había hecho que Ezra y Shang-Chi se vieran obligados a esperar a Xavier afuera. Mientras a él le importaba poco y nada las posibles enfermedades que pudiera contagiarse con solo acercarse a la piscina —y por ende se había sentado en el borde de esta, con sus pies en el agua—, Ezra había encontrado una mesa de picnic que parecía estar en mejor estado que el resto de las cosas. O al menos más limpia y decente.

La vara estaba demasiado baja.

Ambos tenían sus narices enterradas en libros antiguos de magia y hechicería, apoyándose en los poco confiables traductores de sus celulares para lograr comprender lo que allí leían. A Ezra le había tocado uno titulado Maldiciones y hechizos: la guía definitiva para las decisiones absurdas, lo que le pareció un chiste, porque no era una guía definitiva para nada, y en cien páginas que llevaba leyendo todavía tenía por encontrar algo que se relacionara con maldiciones o hechizos.

Los magos parecían tener un extraño sentido del humor que ella no lograba comprender del todo.

Estaba comenzando a frustrarse y tener que leer las páginas a través de su móvil no la estaba ayudando en lo absoluto. Era probable que nada en el universo pudiera ayudarla, que estuviera maldita por el resto de sus días. Quizás era hora de aceptarlo.

Quizás era hora de terminarlo por su cuenta. Pensó en el arma que Xavier había insistido en llevar por las dudas. Pensó en que quizás, en lugar de escapar mientras él y Shang dormían, lo mejor para todos era si tomaba el arma y...

No, se reprochó a sí misma. No iba a matarse. No iba a tomar la salida del cobarde y dejar a Adam ganar. Iba a encontrar una solución, iba a ser más lista que él y probarle que había jugado con la humana equivocada.

Un golpe en el agua de la pileta, como si alguien acabara de saltar en ella, la sobresaltó. Cuando ella y Shang habían salido, habían sido las únicas personas afuera y, hasta donde recordaba, no había visto salir a nadie más.

Buscó al chico sentado donde había estado dos segundos atrás, pero no lo vio, solo vislumbró el libro que había estado leyendo apoyado sobre el suelo en medio de un enorme charco. Pero no habían rastros de él por ningún lado.

Ezra frunció el ceño y se acercó rápidamente a salvar el libro. Estando cerca del agua fue que lo vio. Estaba casi en el fondo de la piscina, con su espalda hacia la superficie. No había burbujas, no se estaba moviendo.

El corazón de la chica se aceleró. Probablemente estuviera bien, quizás le había dado calor y había decidido ir por un chapuzón, quizás había jugado waterpolo en la secundaria y tenía una gran resistencia a estar sumergido, resistencia que había decidido poner a prueba ahora. Lo observó fijamente a través de las distorsión causada por las ondas del agua, pidiendo una y otra vez que se moviera, que diera señales de que estaba bien.

Su pedido fue deformado por completo. Shang comenzó a moverse, sí, pero no era un movimiento que indicara su bienestar, sino que eran convulsiones. Se estaba ahogando.

Ezra miró a sus lados, estaba sola, ella y su poca fuerza eran toda la esperanza que Shang tenía para ver un nuevo día. Tiró los libros al suelo, tomó una gran bocanada de aire y se lanzó al agua. Nunca había sido una gran nadadora —sabía lo suficiente para no morir en vacaciones—, pero en ese momento se sintió Michael maldito Phelps.

Nadó hasta el fondo con sus brazos delante suyo abriéndole el paso y sus ojos completamente abiertos, abrasados por el fuerte cloro del agua, pero capaces de ver a la perfección lo que estaba haciendo y, más importante, dónde estaba su amigo. Lo alcanzó por el cuello de su camiseta blanca y comenzó a tirar de él hacia arriba, lo que le fue sencillo gracias a la poca resistencia que le propinaba el agua a su alrededor.

Tras alcanzar la superficie tomó una gran y merecida bocanada de aire y sacó la cabeza de Shang-Chi, esperando que pudiera respirar por su cuenta, que no hubiera llegado demasiado tarde.

—¡Xavi! —llamó a los gritos, sabiendo que una de las ventanas abiertas del segundo piso era la de la habitación en la que él se encontraba en esos momentos—. ¡Xavi!

Mientras esperaba a que su amigo resollara, comenzó a nadar hasta la orilla. Esto le resultó más difícil, pues los enormes músculos de Shang comenzaban a hacerse notar, no solo bajo su tacto al llevarlo abrazado contra su pecho, sino debido a su peso. Cargar con él era como cargar con peso muerto.

A Ezra se le cruzó la idea de que estuviera verdaderamente muerto y el pánico la hizo perder su agarre sobre él, causando que ambos se hundieran y que ella tragara demasiada agua en el proceso. Sacó la cabeza afuera y con sus cansados y adormilados brazos lo empujó a él hacia arriba. Su inerte cabeza cayó sobre su hombro derecho.

—¡Xavier! ¡Por favor! ¡Ayuda! —gritó desesperada—. ¡Alguien que me ayude!

—¿Rey? —La cabeza de Xavier asomó por la ventana. Al ver el estado de su amiga, palideció—. ¡Ya bajo! ¡Aguanta!

—¡Espera! —lo detuvo ella antes de que desapareciera—. ¡Los anillos!

La noche anterior, Shang había dicho que el anillo la salvó de morir, quizás podría devolverle el favor de la misma manera.

Mientras esperaba a Xavier, consciente de que no podía sacar a Shang de la piscina sin ayuda, se dedicó a calmarse y buscar la forma de flotar lo más cómodamente posible sin ahogarlos a los dos. Al mover su cabeza sus ojos captaron un color extraño en el agua y, tras prestar más atención, vio que era rojo. Sangre.

Tras recordar que la regla no le llegaría hasta noviembre y que por ende la sangre no era suya, decidió buscar la segunda fuente más probable: la cabeza de Shang. Quizás así se había ahogado, se había golpeado la cabeza con el borde de la piscina y había perdido el conocimiento; tenía que ser eso.

Descubrió enseguida que su teoría era errónea cuando, al chequear el estado de su cabeza y rostro, notó algo peculiar en él: sus ojos estaban completamente abiertos y recubiertos por lo que se asemejaba a una tela blanca.

Tus ojos se pusieron blancos, le había explicado Shang tras el desafortunado episodio en el que ella lo había mordido creyendo que se trataba de un demonio.

No se había tropezado y golpeado la cabeza, tampoco había decidido nadar con sus ropas puestas. Adam lo había alcanzado. Y si lo había matado...

—¡Rey! ¡Acércate más!

La voz de Xavier le brindó un poco más de confort.

Con las últimas fuerzas que le quedaban en su cuerpo, Ezra usó sus largas piernas para impulsarse por los pocos metros que la separaban del borde.

Una vez cerca, Xavier levantó a Shang del agua, lo dejó en el suelo y se apresuró a ponerle un anillo en el brazo, probablemente tras reparar en sus blanquecinos ojos. Mientras tanto, Ezra hizo uso de las escalerillas para salir e ignoró por completo el frío que le provocoaron sus empapadas ropas.

—Ponte uno tu también —indicó a su amigo.

—¿Crees que va a venir por mi? —preguntó Xavi con temor, pero acatando su pedido de todas formas.

—Mejor seguros que arrepentidos.

Ezra se agachó junto al cuerpo inerte de Shang y lo miró de arriba a abajo, reparando en que la sangre era, de hecho, suya, solo que provenía de su tobillo.

Fue Xavier quien le levantó el dobladillo de su pantalón marrón para dejar la herida al descubierto, causando que el par de amigos se mirara con extrañeza. La sangre emanaba de una mordedura.

Eso debió ser su preocupación principal, pero algo peor acaparó su atención. Shang seguía sin despertar y sin moverse. ¿Por qué no despertaba? ¿No se suponía que el anillo lo salvaría?

¿Había llegado demasiado tarde?

—¿Está muerto? —preguntó Xavier con cautela.

Ezra negó. No porque no estuviera muerto, porque probablemente lo estuviera, pero porque se negaba a aceptarlo. Se había acostumbrado tanto a su presencia en su vida por la última semana que perderlo tan abruptamente no era una opción. Había muchas cosas que quería hacer con él, muchos lugares que visitar, muchos hobbies que practicar. Quería obtener información sobre su críptico pasado, visitarlo en San Francisco, salir de clubes en su compañía y dejarlo que le cocinara los dumplings veganos que le prometió que le quedaban excelentes.

Cuando todo terminara quería dejarlo en su vida, quería ser su amiga, o por qué no algo más. Pero no podría hacer nada si lo perdía a mitad del camino.

No lo iba a dejar morirse así.

—Voy a hacerle RCP —anunció con flaqueante voz que indicaba todo menos confianza en sí misma.

—¿Sabes lo que estás haciendo?

—El estudio nos hizo hacer un curso de primeros auxilios a todos los empleados. Y me vi The Office como cinco veces.

Xavier suspiró al oírla, una vez más, basar su vida en series de televisión. Sin decir nada, sacó su celular de su bolsillo, escribió un par de cosas y en segundos le enseñó la pantalla a Ezra: el paso a paso de cómo revivir a un adulto que se ha ahogado, por St. John Ambulance.

Paso 1: no te pongas en peligro al salvar a la víctima.

Ezra ya había fallado en eso.

Paso 2: si la víctima no respira, llama a emergencias y consigue un desfibrilador.

Dos cosas que no podía hacer en un motel en el medio de la nada. La emergencia más cercana llegaría en más de dos horas, con suficiente suerte. Y con la falta de mantenimiento del lugar era factible creer que un desfibrilador era lo último que encontraría allí.

Paso 3: Coloca la palma de tu mano sobre el tercio inferior de su esternón y administra 30 compresiones rápidas en el pecho. Asegúrate de empujar lo suficientemente fuerte para que su pecho se mueva aproximadamente dos pulgadas hacia abajo.

¿Cuánto aproximadamente eran dos pulgadas? ¿Qué tan rápido tenía que hacer las compresiones? The Office había dicho que al ritmo de Staying Alive y, por más que intentara recordar su entrenamiento mandatorio en el trabajo, no lograba recordar las especificaciones. Estaba dudando tanto de sí misma que no iba a lograr revivirlo nunca.

Cuando Xavier notó que Ezra no se movía, decidió tomar él la iniciativa. Antes de que pusiera sus manos sobre el pecho de Shang, el brazalete en su brazo brilló anaranjado y despertó de golpe, escupiendo una cantidad absurda de agua mezclada con un poco de sangre.

Tanto Ezra como Xavier suspiraron aliviados y se sentaron sobre sus rodillas, agradecidos de no tener que volverse paramédicos de la noche a la mañana.

—¿Estás bien? —preguntó la chica, apretándole la mano inconscientemente, dándole un poco de apoyo moral.

Shang la miró con ojos enrojecidos por el cloro y una expresión de terror cubriendo su rostro.

—Lo siento.

—¿Por qué?

—No pude detenerlo —se lamentó. Ezra se sorprendió, ¿hablaba en serio?

—No, no —lo detuvo antes de que se hiciera más ideas erróneas. ¿Cómo podía pensar que lo culpaba por algo?—. Nadie puede detenerlo, mucho menos en su reino. Además, si alguien tiene que disculparse, esa soy yo.

—Nadie tiene que disculparse —los cortó Xavier—. Lo que importa es que los tres estamos vivos ahora. Enfoquémonos en seguir así, ¿les parece?

Los dos asintieron.

—¿Te dijo algo? —preguntó Ezra.

Shang volvió a mirarla.

—Que no podría protegerte de él por mucho tiempo —recordó Shang, y el recuerdo parecía molestarlo enormemente. Ezra conocía la sensación—. Y me ofreció un trato.

—¿Lo aceptaste?

—¡No! —se apresuró a negar para tranquilidad de todos—. Tampoco podía hablar. Me estaba ahogando.

Al decir eso, reparó por primera vez en el artilugio que había salvado su vida, el cual ya no brillaba más. Luego algo más pareció picar su memoria, pues se inclinó para mirar su herido tobillo, donde una fea mordedura de animal le sacaba sangre.

—Ahora entiendo por qué lo mataste la otra noche —le dijo a Ezra—. Son criaturas horripilantes y sanguinarias. Espero que no tengan rabia.

—¿Los viste crecer?

—¿Crecen?

—No se hacen una idea de lo afortunado que me siento ahora mismo —dijo Xavier, lo que provocó que ambos soltaran la tensión de sus hombros y rieran por lo bajo—. En serio, a la mierda el FOMO, no quiero estar cerca de esas cosas nunca en mi vida.

—Pero ya lo estuviste —le recordó Ezra—. Adam tenía uno en el Cecil.

—Solo vi su silueta y eso fue suficiente.

—Te entiendo, hermano —apoyó Shang. Luego pareció recordar algo más de su interacción con el Diablo—. Adam puede que haya confirmado que los anillos funcionan como lo esperábamos, pues no puede alcanzar más a Ezra, así que es posible que no tengas que ver a esos perros de cerca nunca en tu vida.

Ezra sintió que una luz se encendía en la oscuridad que había engullido su vida: los anillos funcionaban. Iba a poder dormir sin miedo a regresar al infierno, iba a poder vivir sin miedo a volver a verlo.

—Si no les molesta —volvió a hablar Shang después de unos segundos en silencio—, me vendría bien un baño caliente. Luego podemos ir por esa cena lujosa que tanto promocionaste, Xavi.

Ahora fue turno de Xavier de reír.















me encanta hacer research innecesaria para escribir cosas. dentro de poco me va a hablar el fbi preguntándome si logré salvar al ahogado con la cantidad de búsquedas que me mandé sobre el tema.

recuerden que saber primeros auxilios salva vidas!!!

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