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once






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Xavier estaba muerto. Xavier se había disparado por los horrores que su mente había conjurado. Xavier se había suicidado. Xavier estaba en algún lugar de aquel inmenso y confuso laberinto con un agujero en la cabeza. Xavier se había matado. Y lo último que le había dicho, lo último que había sentido, era un absoluto y profundo odio por ella.

Ezra no sabía cómo vivir con eso.

Shang-Chi la había prácticamente que arrastrado por el laberinto durante horas, habían visto cambiar el paisaje, habían visto de nuevo huesudas manos tratar de robarles las pocas pertenencias que les quedaban, se habían quemado la ropa con fuego infernal —lo que provocó que debieran seguir adelante con más nada que sus camisetas—, se habían sacado sangre con punzantes espinas y escapado de paredes metálicas que buscaban estrujarlos hasta morir.

Cuando el laberinto volvió a cambiar y se vio hecho de una aparentemente inofensiva madera, decidieron tomar un descanso. No tenían ni la botella de agua ni las galletas que Ezra había llevado, pero al menos podrían descansar las piernas un rato y quizás dormir algo. Era imposible saber cuánto tiempo llevaban andando.

Ezra se había despertado al rato con un constante repiqueteo de algo golpeando una de las paredes. Al abrir los ojos notó dos cosas: primero, su cabeza se había caído sobre el hombro de Shang; segundo, el golpeteo que oía era él jugando con sus anillos, haciéndolos rebotar contra la pared contraria y regresar a sus brazos.

—Lo siento —fue lo primero que dijo, irguiéndose y poniendo algo de espacio entre ellos.

Él regresó los anillos a sus brazos y no volvió a lanzarlos.

—¿Cómo te sientes?

—¿Física, emocional o anímicamente? —inquirió ella y enseguida añadió—: Cualquiera que sea, mal. Dormir no ayudó mucho.

—¿Sigues queriendo matarte?

Lo admitía, poco recordaba de los momentos después de haber visto a su único amigo en la vida volarse los sesos frente a ella, aunque sí recordaba haber dicho muchas incoherencias. Y esa era una de ellas.

—Lo siento.

—No te tienes que disculpar conmigo, estabas en shock.

—Aun así, te traté horrible.

Shang se encogió de hombros, restándole importancia. Pero era importante, por supuesto que era importante, Ezra le había gritado y tratado como un gato arisco. Incluso recordaba que había querido lastimarlo, si no fuera porque él había sido más listo y le había quitado el cuchillo de las manos a tiempo.

Algo se había apoderado de ella, un instinto violento que se fue disipando a medida que se alejaba y el laberinto dejaba atrás las paredes de huesos. Supuso que eso era lo que había enloquecido tanto a Xavier. Si tan solo hubiera sido él mismo y la hubiera escuchado...

Su mente decidió revivir el momento del disparo de manera vivida, y la imagen la sobresaltó. No había muchos detalles, no recordaba muchos detalles, pero podía ver a su amigo inerte en el piso, podía sentir la sangre caliente y pegajosa sobre su piel, podía ver el suelo rojo, las paredes rojas, el arma echar un pequeño humo blanco.

—Tendría que haberle insistido más —murmuró, como si decirlo en voz alta la convenciera, como si discutirlo con el chico junto a ella la hiciera sentir mejor—. Si hubiera comprendido que no era real, entonces... Pero no...

—¿Qué no era real? ¿Qué vieron?

—Yo a mi padre, él a Barbie. Los dos... —La horrible imagen mental de aquello que habían visto se vio tan vívida en su mente que la forzó a apretar los ojos, buscando apartarla—. Una ilusión de muy mal gusto.

—Xialing... —lo oyó murmurar a Shang, seguido de un suspiro aliviado que físicamente pareció sacarle un peso de los hombros.

—¿Quién?

—Mi hermana —explicó Shang. Otro retazo de su vida que tenía que tejer con el resto para poder conjurar su pasado completo, el pasado y la vida que tanta curiosidad le generaba—. Cuando nos separamos con Xavi, él estaba persiguiendo la voz de Bárbara. Pero yo no la escuchaba. Escuchaba a Xialing. Asumí que era un truco, pero el laberinto nos separó antes de poder decírselo a él. Si me hubiera dado cuenta de ello antes..., podría haberlo detenido.

Una pizca de enojo encontró lugar dentro de Ezra. Shang podría haberlo salvado, podría haber prevenido un desenlace que la había marcado para siempre y de una pérdida que le dolería hasta el final de sus días. Si él hubiera sido un poco más perspicaz, entonces Xavier no estaría muerto, entonces sus manos y rostro no seguirían salpicadas con sangre de quien supo llamar amigo. Si Shang no hubiera actuado tan lento...

No. No era su culpa. La amargura que había atrapado su corazón encontró otro destinatario: ella misma. Como si lo estuviera volviendo a vivir, Ezra oyó una vez más las últimas palabras de Xavier, las cuales le recordaban que su fatídico destino no era más que pura y absolutamente culpa de ella.

—Sus últimas palabras fueron, literalmente, que le arruiné la vida —confesó Ezra, mirando al frente, incapaz de encontrar los ojos de Shang—. Se mató por mi culpa. Yo lo arrastré a esto.

—Él quiso venir a buscarte. Fue quien me despertó y me apuró para seguirte —le reveló él de inmediato—. Estaba asustadisimo y no dejaba de hablar en español. Creo que nunca se dio cuenta de que no entendí nada de lo que me dijo. —Al decir eso, Shang-Chi rio, y Ezra hizo lo mismo. Conocía el sentimiento, recordaba un millar de veces que eso le había sucedido a ella también hasta que se dignó a bajarse una aplicación para aprender el idioma—. Fue el primero en entrar a la casa a buscarte. Te quería mucho, Rey, y estoy totalmente convencido de que en sus últimos momentos no era él mismo. Lo que sea que vieron... Imagino que no debió ser fácil, menos para él.

Si Ezra hubiera tenido más lágrimas que derramar o más espacio en su pecho para sentir tristeza, lo hubiera hecho. En su lugar lo que la abrumó fue un inesperado alivio, el confort de saber que alguien fue testigo del cariño que su amigo tenía por ella.

Extrañándose incluso a ella misma, Ezra se encontró sonriendo, y una vez más notó que un peso parecía caerse de los hombros de Shang. Sintió el impulso de disculparse, pero asumió que a él no le haría ninguna gracia escucharla pedir perdón otra vez más. Se estaba convirtiendo lentamente en una carga y la única forma de dejar de serlo era encontrar a Adam y matarlo.

Quizás no estaba lista para tomar una vida, pero sí estaba lista para dejar salir todo el dolor y enojo que ese Diablo le había causado y canalizarlo en varias puñaladas, preferiblemente en su pecho. Ni siquiera sabía si funcionaría, tampoco que le importara mucho.

—Sé que dijiste que querías salir de aquí, pero...

—Rey, esto nos sobrepasa —la frenó él.

—Si encontramos a Adam...

—Nos va a matar.

—O nosotros...

—Es demasiado peligroso.

—¡Déjame terminar! —exclamó furiosa y oyó su voz hacer eco por el laberinto.

Shang hizo silencio y la miró con una expresión indescifrable. A Ezra se le ocurrió que seguro estaba pensando en que se le había zafado un tornillo. Y si pensaba en eso, muy equivocado no estaba.

—Sí, es peligroso, pero si salimos de aquí estaremos nuevamente a su merced, arriesgando que cualquier noche de sueño sea nuestra última —trató de explicarse lo más lenta y ordenadamente que pudo—. Seguro, podemos pedir ayuda, pero ¿queremos arriesgar a más personas? Este es mi desastre, Shang, déjame arreglarlo sin tener que ver a más personas morir para solucionar algo que yo dejé salir.

—No estaríamos pidiendo ayuda a cualquier persona, estaríamos pidiéndole ayuda a expertos —intentó razonar él, en un tono similar al que ella había utilizado—. Son hechiceros, han vivido toda su vida alrededor de cosas raras y han estudiado libros que pueden contener la respuesta a este problema.

—¿Y si la magia no funciona aquí abajo?

—¿Y si lo hace?

—No voy a detenerte si quieres buscar el camino de regreso y llamar a tus amigos magos. Pero debes saber que yo me quedo.

Él hizo un ruido que bien podía tratarse de una respuesta que decidió no proferir. Apoyó la cabeza contra la pared a la que estaban recostados y miró hacia arriba, hacia la infinita oscuridad de la cual, extrañamente, provenía una tenue luz que les dejaba ver los caminos del laberinto. Ezra lo vio abrir y cerrar los puños varias veces.

—Puedes insultarme si quieres, hemos pasado cosas peores que un insulto —ofreció ella, creyendo que quizás lo había roto.

—No quiero insultarte.

—¿Qué quieres entonces?

—Que no mueras, Rey. Y sé que no hay nada que pueda decir para convencerte de irte, pero aún así necesito insistir. Si mueres... —Shang sonrió sarcástico y se mordió el labio inferior—. Me importas, más de lo que creí que lo harías.

Ezra no supo qué responder. Sus emociones estaban totalmente desordenadas y no las comprendía. Había una enorme presión en su pecho y un agudo dolor en su sien; pero también habían mariposas en su estómago y calor en sus mejillas. Quería llorar, quería gritar, quería besar al chico a su lado.

—Sé que es tonto —se apresuró a añadir él tras la larga pausa en silencio—. Olvida lo que dije.

—No. —Ezra alcanzó la mano de Shang sin pensarlo mucho—. Conocerte ha sido... lo único positivo que me ha pasado desde que hice el trato.

—Entonces ven conmigo —insistió y cruzó sus dedos con los de Ezra—. Pongamos distancia de todo esto, dejemos que otros se encarguen.

—Iré contigo a donde quieras —le dijo y vio el brillo de la victoria reflejarse en sus ojos—, luego de haberme deshecho de Adam.

El brillo de esfumó de inmediato de sus ojos. A Ezra le dio demasiada pena haberlo esperanzado solo para aplastar su ilusión segundos después.

—Rey...

—Decisión final, lo siento —lo frenó antes de que le pudiera seguir insistiendo. Él asintió con desgano y apretó su mano.

Ezra lo miró lo suficiente por primera vez en lo que llevaban allí como para notar las enormes bolsas bajo sus ojos y el cansancio reflejado en todo su atractivo rostro. Parecía exhausto, y no lo culpaba, ella de seguro que había sido una gran y molesta carga por las últimas ¿horas? ¿minutos? ¿días?

No estaba muy segura de cuánto tiempo había pasado desde que había visto a su mejor amigo morir, menos todavía desde que habían entrado al infierno.

—Puedes descansar si quieres. Yo ya dormí, así que mantendré guardia por si el laberinto vuelve a cambiar —ofreció ella, aunque tuvo que contener un bostezo.

—¿Segura? -preguntó bostezando.

—Sí. Prometo estar aquí para cuando despiertes.







Por un momento Ezra había considerado romper su promesa y alejarse en el laberinto. Su idea había sido esperar a que Shang-Chi se durmiera y abandonarlo allí, buscar a Adam ella sola y matarlo por su cuenta. Sin arriesgar la vida de más nadie, sin arriesgarse a perder a otra persona que le rompería el corazón.

Sin embargo, escogió quedarse. Algo le decía que dejarlo solo, dormido, en aquel infernal lugar, iba a ponerlo más en peligro que a salvo. Además de que rompería la confianza que habían construido, lo que arruinaría las cosas en el hipotético y lejano caso en el que los dos lograran salir de allí con vida. Ezra imaginaba que no podría cobrarle esa cita que le había ofrecido la noche en la demoníaca noria si destrozaba por completo su confianza en ella y lo abandonaba a su suerte.

La decisión de quedarse fue más fácil que escoger qué hacer mientras él descansaba. Caminó un poco, no muy lejos, siempre en línea recta y asegurándose de que nada raro sucediera. Buscó por las pequeñas rendijas que separaban las paredes de madera del suelo algún mínimo indicio de las cosas que la fantasmagórica mano huesuda le había robado. Mataría por un poco de agua.

Luego probó dormirse, pero ya no tenía sueño. No sabía cuánto había dormido, pero imaginaba que lo suficiente para no poder hacerlo de nuevo por un buen rato.

Lo siguiente que intentó fue jugar con los anillos de Shang. Cuando ella se había despertado, él había estado jugando con ellos para distraerse, golpeándolos contra la pared y regresándolos a sus brazos. Le quitó un par, con cuidado de no despertarlo y con la precaución de dejarle al menos uno puesto, e intentó imitar la forma en que lo había visto usarlos.

Cerró sus puños y estiró los brazos hacia adelante, apuntando a la pared delante suyo. Los vio encenderse del mismo azul que se habían iluminado dos noches atrás —o el tiempo que hiciera desde eso— y no tuvo mucho tiempo a maravillarse. Como si algo les hubiera ordenado moverse, los seis anillos salieron disparados de sus brazos y crearon un enorme agujero en la pared de madera, agujero que se replicó en el resto de paredes que encontró del otro lado.

Shang se despertó sobresaltado a su lado a tiempo para ver los anillos regresar a una estupefacta Ezra.

—¿Qué hiciste, Rey?

—Yo... No tengo idea —confesó, inspeccionando sus brazos como si fueran nuevos, como si nunca los hubiera visto—. ¿Yo hice eso?

—Eso parece. ¿Qué buscabas hacer?

—Lo que hacías cuando yo dormía.

Una tierna sonrisa se formó en el rostro de Shang. Enseguida se movió hacia su derecha, e hizo señas a Ezra para que llenara el espacio a su izquierda. Sin entender muy bien qué quería, ella acató su pedido.

Si era sincera, le sorprendía que no se hubiera enojado por haberle robado sus anillos y usado sin permiso.

Tras ocupar el espacio a su izquierda, Shang pasó un brazo sobre los hombros de Ezra y la hizo alzar ambos brazos, sosteniéndola por los hombros. Ahora entendía por qué se habían movido: así tenía una pared sana frente suyo en la cual los anillos pudieran rebotar, tal y como ella buscaba hacer.

—Cierra las manos, pero no muy fuerte —le indicó en voz baja.

Tenía su rostro demasiado cerca suyo, podía sentir su aliento en su cuello y lóbulo. Si seguía hablándole así, Ezra no sería capaz de seguir sus instrucciones, porque no sería capaz de pensar con claridad ni concentrarse en nada que no fuera su cercanía.

Inhaló con fuerza, tratando de calmar su mente. No iba a pasar el ridículo, no así.

—Está bien —acató, aunque su voz le salió más baja y grave de lo que le hubiera gustado—. ¿Ahora qué?

—Concéntrate exactamente en cuánta fuerza quieres usar.

—No sé cuánta fuerza quiero usar.

Shang rio por lo bajo y un hormigueo le recorrió la piel a la chica. En esos momentos estaba prefiriendo haberse perdido en el laberinto, sola, a tener que pretender que estaba perfectamente normal y no por perder la cabeza, en el buen sentido.

—Tienes que visualizarlos haciendo lo que quieres y solo... darles ánimos.

A Ezra las instrucciones le parecieron bastante ambiguas y difíciles de seguir, aunque eso no la detuvo de hacer su mejor esfuerzo. Darle ánimos a unos anillos inanimados, ja, se hubiera reído si no fuera porque internamente sabía que eso era totalmente posible. Después de todo, había visto a Shang usarlos más de una vez, eso era prueba suficiente de que se movían a voluntad de su usuario.

Inspiró profundamente una vez más, ignorando cualquier otro pensamiento que se le cruzara por la cabeza en esos momentos. Imaginó los anillos golpear la pared frente a ella sin romperla y los sintió vibrar en sus brazos antes de salir disparados como bólidos y destrozar más paredes, para luego regresar a sus brazos con gran fuerza y momentum como para sorprenderla.

—Buen tiro, solo un poco más despacio.

—Claramente esto no es para mí —dictaminó ella e intentó quitárselos de encima para devolverlos a su dueño.

Él la detuvo y, en su lugar, se puso de pie y le extendió una mano para ayudarla a hacer lo mismo.

—Deberíamos ponernos en marcha —le dijo Ezra, temiendo que tuviera una idea en mente que la dejaría haciendo el ridículo—. Quién sabe lo que Adam está haciendo y a cuánta gente ha aterrorizado mientras nosotros dormimos.

—Si vamos a pelear con él, necesitamos una estrategia, porque si dependemos de más nada que un cuchillo... Nos va a matar antes de poder acercarnos.

Ezra se mordió el labio. Era un buen punto, a pesar de que no le apetecía en lo absoluto seguir fallando al tratar de usar los condenados anillos.

—Nos voy a matar yo si quieres que use estas cosas.

—Es más fácil de lo que crees.

—Ya viste el desastre que causé —dijo ella señalando el destrozo que acababa de hacer, todavía sentada en el suelo, todavía ignorando la mano que quería ayudarla a levantarse—. Si te disparo con esta fuerza te voy a hacer daño.

—Qué tierna.

La sangre le hirvió. Todo lo lindo que veía en él se esfumó al segundo en que dijo aquello. ¿Acaso creía que Ezra no era capaz de causar daño?

Apartó su mano y se puso de pie por su cuenta, ignorando la sonrisa de satisfacción en su rostro. Se posicionó a varios pasos lejos de él, como si se fueran a batir en duelo, lo que quizás no estaba muy alejado de su realidad.

—Solo para que quede claro, no puedes lastimarme —le aseguró Shang. Luego ladeó la cabeza, todavía con una suave sonrisa—. Y sí eres tierna.

Ezra le lanzó los anillos sin pensarlo mucho y se sorprendió al sentir el fuerte retroceso de sus brazos, como si acabara de disparar un arma enorme. Tal y como Shang le había dicho, los anillos no le causaron daño alguno, solo giraron a su alrededor en un perfecto círculo de ocho anillos, los otros dos todavía uno en los brazos de cada uno, protegiéndolos de la posesión demoníaca.

El enojo que le había llegado se disipó con rapidez, dejando lugar al asombro. No iba a mentir, quería hacer eso, quería controlar todos los anillos a la perfección, quería conocer todos sus trucos y movimientos y probar hasta dónde llegaban sus capacidades.

Shang le devolvió los ocho y, esta vez, el regreso a sus brazos fue menos violento que cuando ella misma lo había intentado.

—Recuerda, tú los controlas, no al revés. Prueba de nuevo.

—Sí sabes que es más fácil decirlo que hacerlo, ¿cierto? —preguntó ella—. Sé que aprendiste a usarlos hace años, pero...

—El año pasado —la corrigió Shang.

—¿Qué?

—Recién los obtuve el año pasado. Aprendí a usarlos enseguida, de todos modos.

—Pero dijiste... —Ezra intentó recordar exactamente qué le había contado sobre su historia y sobre la historia de aquellos brillantes brazaletes—. ¿Tu padre?

No era una pregunta coherente, ni siquiera era una pregunta completa. Shang-Chi pareció comprenderla de todos modos, pues negó con su cabeza.

—Mi padre los tuvo por siglos, pero dejó de usarlos cuando conoció a mi madre. Luego... —Shang bajó la vista, evitando la mirada curiosa de Ezra—. No importa. Se los quité el año pasado y ahora son míos.

Ezra no iba a dejar pasar el momento, no de nuevo. Algo dentro suyo le dijo que, la mejor forma de hacerlo hablar, era distrayéndolo, por lo que una vez más trató de lanzarle los anillos, solo que un poco menos fuerte.

De puro milagro lo logró, sorprendiendo a ambos. Shang los frenó nuevamente en un círculo flotando frente a su rostro antes de devolvérselos.

—¿Luego qué pasó? —insistió Ezra.

—No importa.

—A mi sí.

Ezra volvió a lanzarlos, Shang los atajó una vez más.

—Asesinaron a mi madre y él volvió a usarlos para buscar venganza.

—Lo siento por lo de tu madre —se lamentó sinceramente. Luego de una pausa, añadió—: ¿Lo consiguió? Vengarse, digo.

Una sombra cruzó el rostro de Shang y le lanzó los anillos con más brusquedad que las veces anteriores.

—Deja de preguntar, Rey —le pidió, rozando la súplica.

—¿A qué le temes? Nadie más puede oírte aquí, y prometo que mi boca es una tumba.

—Eso no es lo que me preocupa.

Ezra no se dio cuenta de que disparó los anillos hasta que los oyó golpear el suelo y los vio cernirse sobre los brazos de Shang, adoptando su posición de siempre. Se decepcionó un poco al no volver a recibirlos, ya le había empezado a gustar el cosquilleo que le generaba maniobrarlos y lo despierta que se sentía al tenerlos a casi todos brillando en sus brazos.

—¿Crees que te voy a juzgar por lo que tu familia haya hecho? Solo pregunto porque intento comprender quién eres, no me importa si tu padre es un asesino —dijo tratando de no alzar la voz. Luego abrió los brazos a su lado y agregó—: Por si no te diste cuenta, yo estoy dispuesta a convertirme en una asesina. No soy el epítome de la moral absoluta que crees que va a odiarte.

Él inspiró hondo.

—Consiguió venganza, sí. Primero mató a los seguidores de la pandilla que asesinó a mi madre. Yo tenía cinco años entonces —recordó con tristeza—. Presencié ambas cosas.

Ezra comenzaba a arrepentirse de insistir y preguntar. No porque la respuesta la asustara, sino porque temía haber despertado viejos traumas que podían causarle más daño del necesario.

Antes de poder decirle que lo sentía y apreciaba la honestidad, pero que dejara el tema allí, él siguió hablando.

—Segundo, como eso no le fue suficiente y el cabecilla seguía libre, decidió entrenarme como asesino. A los trece me dio un cuchillo y me dijo que no regresara a casa hasta que el trabajo estuviera hecho. Nunca regresé.

—¿Porque no lo hiciste? —preguntó en voz baja, sabiendo perfectamente que esa no era la razón.

—No, porque no quería verlo nunca más. Y no podía mirar a mi hermana después de lo que había hecho —confesó y le lanzó los anillos con fuerza. Los nueve—. No soy quien crees que soy, Rey.

—Eres exactamente quien creo que eres —le aseguró sin dudarlo—. Y, con todo respeto, tu padre puede arder en el infierno. Una pérdida no justifica lo que te hizo.

—Tampoco justifica lo que yo hice.

—Eras un niño. Yo cuidaba a una mascota virtual mientras tú entrenabas para matar. No es justo, esa no es una infancia normal. Me sorprende que seas un adulto funcional.

—Tuve un buen sistema de apoyo en mi adolescencia —explicó él. Enseguida frunció el ceño—. ¿No me odias?

—Ha sido un mes extraño, mis morales han cambiado desde Septiembre —dijo Ezra sarcástica—. Mientras no tengas más esqueletos en tu armario...

—Solo el de un demonio milenario.

Ezra rio. Recordaba que días atrás le había hablado sobre el momento heroico en el que detuvo a un viejo demonio devorador de almas de acabar con el mundo. En ese momento, Ezra había creído que era un chiste, y todavía seguía un poco escéptica. Pero Shang seguía sosteniendo que era real y entonces...

—Exijo oír esa historia.

—Cuando salgamos de aquí te contaré todo lo que quieras saber.

—Te tomo la palabra.

La electricidad causada por tener los diez anillos encima le dio un inesperado subidón de energía que la hizo sentir más viva de lo que se había sentido en todo el mes. También la hizo sentir más engreída que de costumbre, capaz de hacer cualquier cosa, incluso manipular los anillos como si fueran suyos.

Los visualizó formando un perfecto círculo a la altura de su rostro y tal y como si les hubiera dado la orden, de manera tranquila y ordenada los diez anillos formaron lo que ella les pidió. La luz azul que emanaba de ellos tiñó todo a su alrededor.

Se los lanzó a Shang, no como llevaba haciéndolo hasta ahora, con gran fuerza y velocidad, sino que con delicadeza, como quien pasa una pelota. Él los atajó, con una expresión orgullosa en su rostro, los hizo girar a su alrededor y le devolvió cinco a ella, los cuales distribuyó en sus brazos, dejando tres en su diestro.

—Mejor que un cuchillo, ¿eh? —preguntó Shang-Chi. Ezra rio y asintió, dándole la razón—. Ahora sí me siento un poco más seguro buscando a Adam.

—¿Crees que tenemos chances de ganar?

—Lo creeré cuando vuelva a ver el sol.

—Top diez peores palabras de aliento antes de lanzarnos a una batalla con lo desconocido —recriminó Ezra.

Shang alzó sus brazos y los sacudió, como si estuviera festejando.

—¡Sí! ¡Lo lograremos! —ironizó él.

—Me caes mal —dijo Ezra rodando los ojos y conteniendo una carcajada.

—Lo sé, se nota.

Ambos miraron con desdén al gran pasillo que se había formado tras Ezra haber destrozado varias paredes del laberinto. No era posible ver hasta dónde llegaba, puesto que la artificial luz que brillaba sobre su cabeza solo iluminaba un rango cercano a donde ellos se encontraban.

De todas maneras, era un buen camino por el cual comenzar a buscar a Adam, un atajo que podía llevarlos a más horas perdidos o al lugar que buscaban.

—Supongo que es hora de seguir —dijo Ezra con un suspiro cansado.

Shang se acercó a ella y le ofreció su mano.

—Así no nos perdemos —se explicó.

Ezra sabía que no era solamente por eso. Y por esa misma razón, aceptó su oferta.

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