nueve
LOCKHART, NUEVO MEXICO
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Abrir la puerta fue la parte sencilla, solo porque nada sucedió. No habían perdido tiempo en ello, no después de la noche que tuvieron. Habían caminado en completo silencio por la ciudad, guiándose por las calles por puro instinto. A pesar de haber despertado de lo que solo podía describirse como una pesadilla vívida en conjunto, todavía seguían atascados de noche, sin señal en sus celulares y con una inquietante sensación bajo su piel. Algo seguía sin estar del todo bien.
Tras dar con la dirección del papel, Ezra había abierto la puerta, sin temor alguno de lo que pudiera esperarlos del otro lado, y nada había sucedido. Adam no apareció, sus perros no los atacaron, ningún evento sobrenatural se desenvolvió a su alrededor. Solo silencio, incertidumbre y un frío que cada vez empeoraba más. Era octubre, seguro, pero estaban en el medio del desierto, no era normal que la temperatura estuviera tan baja. La noche en sí no era normal.
Ezra se sentó al borde de la acera y suspiró con fuerza, quizás esperando que su reacción incitara una conversación. El silencio la estaba matando, sabía que los dos la estaban culpando silenciosamente por todo lo que estaba pasando, por las heridas que sin quererlo les había infringido y por los traumas que los acompañarían por el resto de sus días. ¡Y cuánta razón tenían de culparla! ¿Cómo había sido tan estúpida de creer que una bonita sonrisa podía concederle exactamente lo que deseaba? ¿Y de verdad lo deseaba? ¿Cuándo había sido la última vez que audicionó para algo?
Actuar parecía un sueño lejano, una idealización perfecta de un futuro inalcanzable. ¿A quién quería engañar? No era una buena actriz ni tampoco era lo suficientemente linda para conseguir papeles por su físico; seguir intentándolo solo la convertiría en una vieja amargada antes de los treinta. Era hora de buscar un nuevo sueño y una ambición real que sí pudiera alcanzar por su cuenta y no vendiéndole su alma al diablo. O a un espíritu maldito.
Volvió a mirar la pantalla de su celular: seguía sin recibir señal. No entendía por qué eso la frustraba tanto, nadie iba a llamarla a esa hora, no había nadie a quien quisiera escribirle. Sus únicos amigos estaban allí, junto a ella, debatiéndose qué insulto proferirle primero y cuánta culpa echarle encima. Ya había preparado su corazón para recibir golpes hirientes, solo faltaba que ellos tomaran el coraje de atacar de una vez por todas.
—¿Estamos seguros de que esta era la dirección? —preguntó Shang.
Eso no era un ataque personal.
Ezra alzó la vista para mirarlo.
—Eso dice la hoja —respondió Xavier igual de cansado, aunque no enojado.
¿Qué les pasaba?
—Quizás cambiaron de nombre las calles o los carteles están mal puestos —intentó razonar Shang-Chi. Ezra vio a Xavier asentir, pensando seriamente en esa suposición—. Si le preguntamos a alguien...
—¿La psíquica de ayer?
—Si cuidamos bien lo que hacemos puede que nos dé las respuestas que necesitamos y nos dirija en la dirección correcta.
A Ezra le dio una fuerte puntada en la cabeza.
—Vamos con los ojos cerrados y no la miramos —ofreció Xavier.
—Podría funcionar.
—¿Rey? ¿Estás con nosotros?
—¿Por qué hacen esto? —preguntó completamente confundida
—¿Por qué hacemos qué?
—Esto. —Ezra gesticuló a su alrededor con vehemencia—. Ayudar en lugar de gritarme.
—¿Por qué te gritaríamos? —ahora fue turno de Shang de preguntar con confusión.
—Porque yo los metí en esto. Y porque casi los mato.
Los dos chicos se miraron. Ezra denotó una emoción compartida que no pudo descifrar en su momento, pero que se asemejaba a que los dos pensaban al cien por cien que ella había perdido la cabeza de una vez por todas.
—No sé cómo más decirte que esto es todo menos tu culpa —habló Shang—. A no ser que nos hayas mentido todo este tiempo, que espero que no sea así porque sino romperías mi corazón.
Xavier se rio por lo bajo al oírlo.
—Romperías también el mío, aunque probablemente ese te importe menos —le dijo burlón.
Ezra sintió una punzada en su pecho. No se había dado cuenta de cuánto se odiaba a sí misma hasta ese momento. Constantemente se martirizaba y se hacía sentir miserable por sus decisiones, ¿y para qué? Si las dos personas más afectadas por sus decisiones no la odiaban, ¿por qué tenía que hacerlo ella?
Se sentía una idiota que había caído en la trampa más estúpida posible. Había sido tan vanidosa y egocéntrica que de verdad había creído que un milagro podía salvarla y que un extraño sentía una mísera de empatía por ella.
Ahora lo veía con claridad: estaba destinada al fracaso, la ciudad de las luces no tenía nada que ofrecerle y sus sueños se habían hecho pedazos. Pero todavía le quedaba algo que nunca había sabido valorar, relaciones con personas que la veían tal cual era, con todas sus inseguridades y defectos, con todas sus malas decisiones y nefastas actitudes. La veían tanto que en ningún momento dudaron antes de acompañarla en un viaje por carretera hacia lo desconocido ni en ningún momento le echaron en cara que sus experiencias cercanas a la muerte eran culpa suya.
No los merecía.
Abrazó sus rodillas y dejó que el peso que le oprimía el pecho se liberara a través de un desconsolado llanto. El miedo, el enojo, la impotencia, todo se fue lavando con un río de lágrimas que había contenido por más tiempo del que debería. Shang se sentó junto a ella y la abrazó. El contacto físico la hizo llorar todavía más y aprovechó la cercanía para esconder su rostro en su hombro y llorar sobre este.
—Estaremos bien, Rey —le dijo Xavier apretando su mano—. Te lo dije antes de acompañarte al Cecil y te lo vuelvo a decir ahora, estar aquí fue una decisión que yo... que nosotros —se corrigió de inmediato para incluir al otro chico— tomamos. Estamos aquí porque queremos. Pase lo que pase, nada será tu culpa.
—No es tu culpa que un demonio te haya manipulado para obtener lo que quería y usarte a su favor. Jamás podrías haberlo previsto —siguió Shang.
—No descansaremos hasta que esté muerto, eso lo prometo.
Ezra asintió y se limpió las lagrimas con las mangas del hoodie que llevaba puesto esa noche. No sabía qué responderles más que un infinito agradecimiento, sin embargo, las palabras de Xavi le recordaron a su conversación con Madame Tawny. Había dicho que la forma de matarlo era hacerlo en su reino, pero no había especificado con qué. La chica todavía tenía el cuchillo que su padre le había enviado varias noches atrás, pero nada le aseguraba que serviría para matarlo.
Además, en caso de que sirviera, ¿de verdad era ella una adversaria decente para alguien con tanto poder? En cuanto se acercara lo suficiente como para apuñalarlo, él ya habría encontrado diez formas de asesinarla lenta y dolorosamente.
—¿Habían dicho algo sobre volver a ver a la vieja loca del pueblo? —preguntó con voz gangosa.
—Con nuevas precauciones, sí —confirmó Xavier—. ¿Estás de acuerdo? Porque podemos ir solo nosotros dos si no quieres volver a verla...
—No, no. De hecho, quiero verla. ¿Recuerdan que les dije que me dijo cómo matarlo? —Los dos asintieron—. Ahora necesito saber con qué. No entró en suficientes detalles. Y si de verdad vamos a matarlo... Tendremos que estar preparados.
—Quieres decir si de verdad vamos a ir al infierno debemos estar preparados.
Ahora fue turno de Ezra de apretar los labios y, muy a su pesar, asentir. Eso era exactamente lo que iban a hacer, ir al infierno, matar al Diablo. O al espíritu maldito y a su enfermizo portador.
—También debemos averiguar cómo entrar y cómo salir —apuntó Shang-Chi y acto seguido sacó su celular de su bolsillo. Ezra vio la pantalla destrozada, un recuerdo de la pequeña aventura en la noria que debió suceder en sueños, pero que definitivamente sucedió en la realidad—. Si tan solo hubiera señal, podría llamar a Wong y pedir ayuda.
—Sí, sobre la señal... No creen que seguimos atrapados en los ochenta, ¿cierto?
Shang y Ezra alzaron las cejas ante la pregunta de Xavier. Ella no lo había pensado, había creído que el viaje en el tiempo solo fue cosa momentánea del pseudo sueño que habían tenido. Pero el pueblo seguía vacío, la señal seguía escaseando y algo le decía que, si veían vida humana por la vuelta, habría una permanente a la vista.
—No quiero saber —dictaminó Ezra—. Prefiero fingir demencia y seguir adelante. Cuanto antes matemos a Adam, más rápido dejaremos este pueblo de mierda y sus vibras horrendas.
—¿Está decidido entonces? ¿Vamos a matarlo? —preguntó Shang.
—Sí —dijo Ezra con más entusiasmo y seguridad de la que debería tener al hablar de asesinar a alguien—. ¿Estás bien con eso?
Algo imperceptible e indescifrable le cruzó la mirada, como un recuerdo que lo había alcanzado en el peor momento posible.
—Sí, solo quería saber si estábamos todos de acuerdo con el plan.
—A mí solo me alegra que al fin hayan entrado en razón acerca de esto. Y pensar que lo querían dejar vivo...
—Eso fue antes de saber que era él quien nos está atormentando y no solo el espíritu maldito dentro suyo, Xavi —le recordó la chica.
—De acuerdo con la vieja loca del pueblo.
—Más razón para ir a visitarla y presionarla para que nos diga todo lo que sabe.
Ezra bostezó y contagió a los dos chicos junto a ella.
—Las respuestas pueden esperar unas horas.
Había algo reconfortante en poder dormir sin problemas tras una pesadilla —o tras una noche increíblemente extraña. Por más criaturas horribles que vio y situaciones de alto riesgo que vivió, dormirse esa noche había resultado más sencillo que la noche luego de que Adam lo hubiera ahogado. Seguro, esa vez probablemente había muerto médicamente por unos minutos, lo que era razón suficiente para desvelarse, pero ahora todavía tenía una herida abierta en su omóplato y el cosquilleo bajo su piel de la adrenalina que todavía no se había disipado.
Y, sin embargo, durmió mejor que nunca. Habían dormido en el estar, los tres juntos, temerosos de las consecuencias que una inconsciencia en conjunto podría acarrearles. Pero nada sucedió, y despertaron a la mañana siguiente —al mediodía siguiente— con renovadas energías, listos para desesperanzarse de nuevo y ser heridos de maneras inexplicables una vez más.
Por más hambre que tuvieran, debieron resignarse con un insípido desayuno constituido por café batido y unas tostadas de pan que podía o no llevar varias décadas allí adentro, pero que todavía era comestible.
Pensar en el año en el que se encontraban le hacía doler la cabeza. Situaciones extrañas no le eran ajenas, y podía o no haber oído de un Wong borracho que los viajes en el tiempo eran posibles, pero eso no lo hacía menos absurdo e increíble. Además del hecho de que no tenía idea de cuándo había sucedido. ¿Ya estaban en los ochenta cuando llegaron a Lockhart? ¿Y cuando hablaron con Madame Tawny? ¿Ella sabría lo que estaba pasando?
Esperaban que sí, pues entonces sería embarazoso lo que sucedería tras que abriera la puerta y los recibiera.
—Repasemos las reglas de nuevo —les pidió Ezra.
Se la veía mucho mejor que la noche anterior y Shang comenzaba a creer que se debía a que había dado un paso hacia el perdón personal. Al menos ahora las bolsas bajo sus ojos no cargaban con el peso de la culpa y autocompasión, sino que con el peso de noches horribles y experiencias cercanas a la muerte.
Era triste considerar a esto último como algo positivo, pero en su caso lo era.
—No mirarla a los ojos, no verle el collar —repasó Xavier contando con sus dedos—, y si no puedes hablar, nos pasarás cosas escritas en tu celular.
—Preguntar cómo entrar y salir del reino de Adam, con qué matarlo y en qué año estamos —siguió él. Xavier contó sus aportes hasta tener seis dedos levantados.
—Y que nos diga con exactitud las consecuencias de matarlo y cómo liberarnos del espíritu maldito para siempre —añadió Ezra, contando ocho dudas.
—Ya que estamos vendría bien saber qué es un espíritu maldito. Ya saben, curiosidad.
—Si nos sobra el tiempo —aceptó Shang.
Ezra alzó su mano para golpear la puerta, pero esta se abrió sola. La chica los miró y dio un paso adentro. Ellos la siguieron, pasando a su lado cuando se quedó a mirar la decoración del vestíbulo con extraño interés. Shang llevaba sus puños cerrados a sus lados, listo para hacer uso de sus anillos ante la mínima amenaza que Madame Tawny o quien estuviera allí adentro les presentara.
Pero todo lo que encontraron fue a la psíquica sirviendo cuatro tazas de té en su salón de espiritismo. Shang escogió no mirarla directamente, consciente del poder que había ejercido sobre él la tarde anterior, y prefirió enfocar su visión en el rejunte de peculiaridades que rodeaba el ambiente, interesándose por el caballito de mar. Ezra lo había mencionado cuando les contó —de manera apurada y caótica— su charla con la psíquica. Debido a su estado de embriaguez y desorientación producido por el horripilante collar de la mujer, Shang no lo había visto. Hasta ahora.
No era la primera vez que veía uno, de todas formas, ya los había visto en acuarios y zoológicos, pero sí era la primera vez que veía uno como mascota. Se le ocurrió añadir una décima pregunta a la lista.
—¿Quieren leche con el té? —dijo la mujer despreocupadamente.
—No vinimos a hacer sociales —espetó Xavier.
—Creí que venían a saciar sus dudas. De nuevo. Ya que claramente ayer su amiga no estaba en sus cabales.
A Shang le pareció escuchar a Ezra gruñir y refunfuñar, pero la vio por el rabillo del ojo sentarse educadamente sobre una de las cuatro sillas y sacar su celular para comenzar a escribir. Tanto él como Xavier la imitaron al sentarse, e incluso se debatieron si aceptar el té o no. Optaron por evitar el posible envenenamiento y alejar las humeantes tazas de ellos.
—Qué pocos modales tienen el día de hoy —siguió diciendo Madame Tawny, aunque no se la oía enojada, sino que parecía divertirse.
—Las consecuencias de haber sido manipulados ayer.
—Solo queremos responder algunas dudas y luego nos iremos —dijo Shang, esperando que la diplomacia fuera suficiente para hacerla hablar.
Ezra les pasó el celular con unas palabras escritas en su aplicación de notas. Xavier se inclinó sobre Shang-Chi para poder leerlas y luego se encargó de transmitirle el mensaje a la psíquica.
—¿Podría quitarse el collar?
—No.
Se oyó un golpe en la mesa y las bebidas se tambalearon, pero ninguna gota se derramó de las tazas. Ezra estaba de pie, con los puños cerrados tan fuerte sobre el colorido mantel que sus blancos nudillos resaltaban todavía más. Ella les había contado sobre la maldición que parecía caerle encima al momento en que cruzaba la puerta de Madame Tawny, cómo su voz le era arrebatada, pero Shang había estado en un trance la última vez y no había notado los efectos que esto le causaba. Ahora sí lo veía.
Realmente parecía estar a punto de proferir una gran sarta de insultos o al menos gritarle a la mujer para que entrara en razón, pero no podía hacer más nada que mirar con furia y causar que una vena le saltara en la frente. De verdad lo que fuera que la controlara era más fuerte que ella.
No podían dejarla para que siguiera luchando contra demonios invisibles cuando ellos dos podían sacarla con rapidez de su miseria.
—¿En qué año estamos? —preguntó él finalmente.
Sintió que tanto Xavier como Ezra aguantaban la respiración hasta oír la respuesta.
Luego oyó a la psíquica soltar una carcajada que le puso los vellos de punta, en el peor sentido posible.
—Me preguntaba cuándo se darían cuenta de ello.
—¿Entonces? —instigó Xavier, a quien comenzaba a contagiársele el mal humor de Ezra—. ¿Cuándo vivimos?
—En un constante Halloween del ochenta y seis.
—El día en que Adam desapareció —recordó Shang.
Reconocer la fecha no hacía más fácil procesar la realidad. No es que lo que les dijera aquella mujer fuera palabra santa ni la realidad absoluta, pero la fecha que acababa de decirles, sumado a lo que habían vivenciado la noche anterior, cuadraba de una forma increíble, casi cómica. Las dudas comenzaron a apilarse en su cabeza, desde cómo era posible hasta quién exactamente controlaba el tiempo, así como también hasta dónde alcanzaba la parálisis temporal y qué cosas afectaba. Pero Shang no preguntó nada de eso, sabía que hacerlo solo los haría perder el tiempo y, aunque no estaban cortos de este, tampoco querían pasar más horas de las necesarias en aquel horrendo lugar.
En su lugar, gastó la segunda pregunta en la lista que habían armado antes de entrar:
—¿Cómo matamos a Adam?
Madame Tawny miró directamente a Ezra, y su prótesis ocular pareció moverse. A Shang no le gustó para nada la forma en la que lo hizo, sintiendo de pronto la necesidad de poner a Ezra detrás de él, solo por precaución. Recién se dio cuenta de que había estirado su mano en dirección a la chica cuando los ojos de la psíquica bajaron hasta ahí.
La sonrisa de la mujer se ensanchó. A Shang se le hizo una muy buena idea abandonar el cuestionario y alejarse lo más posible mientras pudieran. Había algo horrible allí y temía descubrirlo de la peor forma posible.
Sintió una mano apoyarse sobre la suya y bajarla lentamente. Ezra. La vio pálida, a excepción de sus mejillas sonrojadas, y pronto se percató, cuando sus manos hubieron estado bajo la mesa, que estaba temblando. Enlazó sus dedos con los de ella y, contrario a lo que supuso que pasaría, Ezra no lo rechazó.
—Creí que les habías contado, niña —dijo la psíquica tras una larga pausa.
—Nos contó —confirmó Xavier—, pero no en detalle. ¿Una pistola hará el trabajo? ¿O necesitamos algo más elaborado?
—Es una pena, ¿saben? Que quieran arriesgar tanto por algo tan insignificante.
Ezra le apretó más fuerte la mano. Por el rabillo del ojo la vio escribir algo en su celular.
—Solo queremos evitar que Adam pueda manipular a alguien más —los defendió Shang, aunque no lograba entender del todo la razón detrás de lo que la mujer les acababa de decir—. Además, matarlo los libraría a ustedes de este día infinito. Así ganamos todos.
—Pequeños héroes, no tienen ni idea de las fuerzas que mueven el mundo.
De nuevo, a Shang le pareció un comentario un tanto aleatorio.
—Solo responda la pregunta, por favor —pidió Xavier.
Ezra les pasó el celular.
«Algo no está bien. Tenemos que irnos».
—No pueden matarlo.
—Pero ayer dijo que...
—Pueden matar a su portador, si es que logran acercarse lo suficiente y tienen las agallas para pagar el precio correspondiente. —Había una amenaza detrás de las palabras de Madame Tawny, los tres la oyeron.
Ezra volvió a levantarse en su lugar y soltó la mano de Shang abruptamente. Los miró a ambos con cierta urgencia y, aunque no comprendían exactamente qué la había asustado tanto, tampoco eran idiotas como para ignorar que esa no era la misma mujer con la que habían hablado la tarde anterior.
—Sé una buena chica, Ezra, vuelve a sentarte.
Ella dio un paso atrás y se tropezó con la silla. Al instante tanto Shang como Xavier estaban de pie también.
—Te dije que habrían consecuencias —siguió diciendo Madame Tawny, aunque su voz comenzaba a agravarse.
A Shang le llegó tarde la idea que Ezra ya se había hecho hace rato: no estaban hablando con la psíquica, estaban hablando con Adam a través de ella.
Se colocó delante de Ezra, con sus anillos listos para ser utilizados en caso de ser necesario, mientras Xavier intentaba empujarla hacia la puerta. Pero si por algo se caracterizaba su amiga, era por ser testaruda, y pasó de los dos para recuperar su móvil y tipear algo con gran enojo, algo que le enseñó solamente a la mujer frente a ella.
Madame Tawny —o Adam— volvió a carcajearse. Shang agarró a Ezra por el brazo y tiró de ella hacia la salida, siguiendo a Xavier. La oyó gruñir en protesta y quizás adolorida, pero eso no fue suficiente para detenerse. Podía vivir con la noción de que la chica le guardaba un gran resentimiento por haberla apabullado, pues era sin lugar a dudas mejor que vivir con la noción de que la había dejado morir.
Salieron a la calle y corrieron por ella bajo un sol que poco calentaba y una extraña luz que bañaba todo lo que alcanzaba. Sus pasos eran lo único que se escuchaba en la silenciosa ciudad que aparentemente solo cobraría vida de noche, alrededor de la feria local, para convertirse en un laberinto de horrores. Y luego volvería a repetirse. Sin parar. Un Viernes de Locos diabólico, un Día de la Marmota infestado de demonios.
Se detuvieron cuando encontraron el auto en el que habían llegado la tarde anterior y saltaron dentro, ansiosos por irse.
—¿Qué le dijiste? —preguntó Xavier desde detrás del volante, mirando a Ezra por el retrovisor.
Ezra metió la mano en su bolsillo y les enseñó la pantalla de su móvil: «ya abrimos tu puerta, imbécil, déjalos en paz».
—¿No sabe que no funcionó? —volvió a preguntar el chico.
—Déjalos... —repitió Shang en voz baja. Luego se giró a mirarla—. No tienes que protegernos.
—Es mí problema —les dijo con voz rasposa, sonando tan enojada como se la veía.
—Creí que ya habíamos establecido que...
—Que no es mi culpa, sí —lo frenó ella—. Pero eso no significa que tenga que aceptar que sus vidas están en riesgo también. Adam hizo un trato conmigo, su problema soy yo, y no debería involucrarlos a ustedes.
—Ya nos involucramos solos —dijo Xavier.
—No, Xavi, esto es peligroso, y tienes a Barbie. Si algo te pasara... —Ezra apretó los labios y apretó la vista—. Tienes que volver a casa.
—Eso no es garantía alguna de que esté a salvo.
—Lo es porque si estás allá entonces no me seguirás al infierno.
Se hizo un silencio atroz.
Los dos chicos en los asientos delanteros compartieron una preocupada mirada. Ezra no había dicho aquello de la misma manera que venían discutiendo el tema desde la tarde anterior, con ese deje de inseguridad y duda de un plan que no está del todo preparado. Se suponía que los tres desconocían la entrada al reino de Adam.
Shang comenzaba a sospechar que solo dos de ellos no poseían la información.
—Rey... ¿qué sabes?
—Y cómo —añadió Xavier a su pregunta.
Ella se movió incómoda en el asiento. Estaba claro que no quería divulgar sus fuentes ni sus planes, pues se negaba a mirarlos.
—Madame Tawny tiene fotos en su vestíbulo. Una de ellas es con Adam, frente a la casa en la que creció.
—¿Y dónde es eso? —inquirió Shang.
—Estuvimos ahí anoche.
El interior del coche se tornó más frío de repente.
—No había nada —recordó Xavier.
—Porque no entramos. Esa no era la puerta que Adam me pedía abrir, debe ser una dentro de la casa. Y si los demonios pueden salir por ahí... —Ezra dejó la idea en el aire, quizás demasiado temerosa como para completarla.
—Nosotros podemos entrar —terminó Shang-Chi por ella.
—Nosotros no. Yo.
De verdad había enloquecido si pensaba por un momento que la dejaría arriesgar su vida de esa manera y la dejaría morir tan fácilmente. Había llegado a Los Ángeles con una muy específica misión, pero esa misión había evolucionado al conocer a Ezra aquella extraña noche en el Distrito Financiero.
Habían pasado varios días desde entonces, y en ningún momento se había arrepentido de su decisión, pues sentía en sus huesos que para eso estaba destinado, que algo se había movido en el universo para que su camino y el de Ezra se cruzaran. Y ahora que ella estaba en su vida, no pensaba dejarla ir, no cuando parecía haberle confirmado que, aunque fuera mínimamente, sentía algo similar a lo que él sentía por ella. Eso le bastaba.
No estaba seguro de llamarlo enamoramiento —a pesar de todos los mensajes que había recibido por parte de su única amiga, Katy, quien estaba cien por cien segura de que sí lo era—, pero sí estaba seguro de que su corazón había empezado a latir diferente desde que la conoció, y que quería que latiera de esa manera por el resto de sus días. Por más que no funcionara, ¿no valía la pena intentarlo?
—No —se oyó negar, a pesar de que no recordaba haber querido hablar.
—Shang...
—No. Y fin de la discusión. —Miró a Xavier junto a él—. ¿Cierto?
—Cierto —le confirmó el chico con severidad.
—Pero... —trató de decir Ezra.
—Sin peros. Empezamos esto juntos, terminamos esto juntos.
—Hasta la muerte contigo, Rey —le aseguró Xavier.
Un músculo le saltó a la chica junto a la comisura de sus labios, pero no dijo nada ni intentó discutirles. Shang creyó que era un indicativo de que había aceptado la derrota y que no lucharía más contra la negativa.
Creyó mal.
Estaban absolutamente locos si pensaban por un segundo que Ezra iba a dejarlos acompañarla en su misión suicida. Madame Tawny —Adam— no les había dado todas las herramientas que necesitaban para ponerle un fin a la demoniaca vida del rubio, pero sí les había dejado un pequeño rastro de piedras para que siguiera.
No era mucho, seguro, y absolutamente nada le aseguraba que sus palabras fueran reales, pero podía sentir el tiempo agotándose y las oportunidades escapando de sus manos. Algo había cambiado la noche anterior, estaba más paranoica que nunca, y una vocecita en su cabeza le recordaba que el precio a pagar por su ineptitud sería alto.
«Eres mía, Ezra LeBlanc».
No por mucho tiempo más.
Ezra les dejó creer a Xavi y Shang que estaba de acuerdo con su plan, que le gustaba la idea de los tres visitar el inframundo juntos como si fuera otro viaje de carretera normal. Se sumó a sus delirios, apoyó sus ideas y los dejó pensar que iría con ellos a medianoche a la antigua casa de Adam. Pero luego los engatusó para emborracharlos en vino barato y cenas precalentadas que ella no consumió, solo para verlos caer dormidos antes de que la campana de la iglesia local marcara las once de la noche.
Guardó en una mochila el cuchillo que su padre le había enviado, unas Óreos que habían llevado consigo desde Los Ángeles, una botella de agua y su cargador portátil. Por más que señal en el pueblo no había —menos todavía en el infierno—, nunca venía mal tener una linterna a mano. Y, además, si sobrevivía y lograba salir, podía tener una carpeta repleta de fotos en otra dimensión.
O podía grabar un video de despedida que nunca nadie vería, dependiendo de cómo se desenvolvieran las próximas horas.
De pie en la puerta, miró hacia atrás, hacia donde los chicos dormían, y apretó los labios en una apenada sonrisa. Estarían más seguros así.
Tomó las llaves del auto y, antes de arrepentirse, salió del departamento, ignorando por completo el dolor en su pecho, como una mano invisible estrujando su corazón.
—Despierta, arriba, arriba. La voy a matar. Shang, despierta. Vamos.
Sus párpados se levantaron con pesar ante las insistentes palabras de Xavier Flores. Podía sentir todavía los efectos del vino en su liviana cabeza y en el ligero mareo que lo azotó cuando el chico volvió a zarandearlo.
—¿Qué pasa? —preguntó adormilado.
—Se fue. Ezra se fue.
Esas cinco palabras lo despabilaron. Miró a su izquierda, donde estaba seguro que había visto a Ezra dormirse hacía horas, pero donde solo había un lugar vacío. Quizás había elegido dormir más cómoda en una cama o...
No, Xavier no estaría tan acelerado y preocupado si así fuera. Caminaba en círculos y murmuraba lo que solo podían ser insultos en español. Se pasaba frenéticamente las manos por sus rulos, tanto que Shang-Chi llegó a creer que se los arrancaría.
Se puso de pie, su vista nublándose por unos momentos, y le agarró el brazo para detenerlo.
—Xavi, cálmate, respira —le pidió, aunque él mismo no estaba ni calmado ni sabía muy bien cómo respirar.
Ezra se había ido en una misión suicida.
—¡No me pidas que me calme! —exclamó Xavier al tiempo que lo empujaba lejos—. ¡Se va a matar!
—No si llegamos a tiempo —trató de razonar Shang, quien solo podía pensar en la posibilidad de que ya estuviera muerta.
No estaba seguro de qué haría si ese fuera el caso, pero su mente conjuraba un montón de imágenes diferentes que representaban la forma en que la encontrarían esa noche. En todas había sangre por todos lados.
Se acercó a la puerta, listo para calzarse y tomar las llaves del auto, deteniéndose cuando sus dedos se cernieron sobre el aire. Cerró su puño con fuerza y trató de mantener la calma. Xavier ya había perdido la cabeza, si él también lo hacía entonces no quedaría nadie para encontrar a Ezra.
—Vamos a tener que correr.
—Me cago en la madre. Juro que si esa cabrona está viva la mato yo —balbuceó Xavier mientras se calzaba de mala gana.
Shang no le entendió, pero algo le decía que compartía el sentimiento. Luego lo vio acomodarse su pistola en la cintura de sus pantalones, y agradeció que llevara algo de protección. Si realmente iban a visitar el infierno, necesitarían toda la defensa posible.
Salieron a la fría noche y trataron de tomar el camino que les parecía correcto, corriendo por las desoladas calles de Lockhart con el corazón en sus gargantas. Shang no lograba comprender por qué Ezra haría algo así, más después de todo lo que habían planeado esa tarde. ¿Acaso buscaba morir? ¿Era eso? ¿Ya se había rendido?
Sus pasos sobre el pavimento hacían eco en el adormilado pueblo y las sombras que proyectaban las tenues luces de las calles los hacían parecer fantasmas, monstruos que acechaban el maldito lugar. El frío de la noche se coló bajo sus prendas, y empeoró a medida que se acercaban a la edificación que buscaban, frente a la cual se detuvieron por unos segundos.
Recobraron lentamente el aliento, dándose unos segundos para respirar todo lo que no habían podido. Al inhalar profundamente fue que Shang recién notó la espina del miedo clavada en su pecho. Adentrarse en la casa significaba que había una altísima posibilidad de encontrar a Ezra asesinada y la idea era suficiente para paralizarlo.
Se obligó a dar un paso adelante, luego otro. Subió peldaño tras peldaño en contra de sus deseos. Lo único que oía era su corazón latiendo con fuerza y su entrecortada respiración. Tal y como lo habían hecho la noche anterior, abrió la puerta, y esta crepitó y crujió de formas horribles, dejándoles paso a una casa vacía: sin inquilinos, sin demonios, sin Ezra muerta.
Suspiró aliviado.
—No cantes victoria —le dijo Xavier adentrándose detrás suyo.
Él seguía sin entenderle, pero asintió y lo dejó pasar primero.
Alumbraron la casa con las linternas de sus celulares en busca de señales de que Ezra hubiera estado allí en algún momento. Todo estaba cubierto por polvo y tristeza, como si la casa llevara décadas sin ser habitada, a pesar de que la psíquica les había dicho que vivían en el día en que el niño de aquel hogar había desaparecido.
Una mentira para divertirse a costa de ellos, supuso Shang. No lo sorprendía, solo le decepcionaba haber creído que podrían conseguir respuestas reales de esa mujer. Pero todo había sido una constante manipulación, y no quería imaginar con qué fin.
El horrible chillido de algo agonizando le puso los vellos de punta y lo retrotrajo a la noche en que conoció a Rey, cuando la encontró junto al cadáver de un perro infernal en un callejón. Había sido el mismo sonido.
Corrieron hasta donde creyeron escucharlo, escaleras arriba, encontrándose con un demonio muerto, acuchillado, y una puerta abierta. Tras la puerta, la oscuridad que le seguía era tan potente que sus linternas no lograban iluminar nada.
Se acercaron al umbral, sus zapatillas bañándose en la espesa y oscura sangre del demonio, y miraron dentro de la oscura habitación, al profundo negro que los llamaba.
Antes de pensarlo más de lo necesario y de terminar arrepintiéndose, Shang dio un paso hacia adelante y la oscuridad se lo tragó.
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