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Algún tiempo atrás, Ezra LeBlanc había hecho un trato con el diablo. Cansada de su vida monótona y de la falta de reflector que brillara sobre ella en la Ciudad de las Estrellas, Ezra había aceptado una oferta demasiado buena para ser real. Había creído que sus problemas se desvanecerían y que finalmente conseguiría esa audición que tanto ansiaba, aquella que fuera capaz de pasar.

Algún tiempo atrás, Ezra LeBlanc había tomado una cuestionable decisión que cambió el rumbo de su vida para siempre y que terminó afectando la vida de aquellos más cercanos a ella. Por culpa de su aparentemente inocente decisión, había manchado las paredes de sangre, había creado un agujero en su propio pecho con todo el amor que nunca pudo darle a su más cercano amigo, había dejado a una niña pequeña sin su padre.

Y por culpa de su decisión, había terminado en lo que solo podía tratarse del infierno: un lugar oscuro, frío y, extrañamente, laberíntico. Había caminado por él por horas, recorrido cada rincón que este le había permitido, visto material suficiente para sus futuras pesadillas y perdido más lo que había estado lista para perder.

Todo eso la había llevado a ese exacto momento.

—O encontramos la salida o lo encontramos a él.

Ezra y Shang-Chi estaban de pie bajo una enorme puerta ostentosa, hecha de piedra maciza negra y acero, con ornamentos grabados y figurines que de seguro contaban una fascinante historia de horror. Era al menos cinco veces más grande que ellos y contaba con doble hoja, ambas levemente inclinadas hacia adentro, abierta, incitándolos a cruzarla y descubrir las maravillas u horrores que los recibirían del otro lado.

Era lo que llevaban horas buscando, lo que habían entrado al infierno a hacer, ¿entonces por qué era tan difícil dar un paso adelante? Tenía su cuchillo tornasolado en su mano, aquel que su padre le había enviado tantos días atrás para ayudarla a protegerse de la amenaza de Adam, y cinco anillos místicos que había aprendido a utilizar como armas. Además de un supuesto Vengador a su lado que había peleado batallas todavía más extrañas.

Debería tener un poco más de confianza en que todo saldría bien. Pero tenía el corazón en la garganta y el recuerdo vívido de Xavier, su único amigo en el mundo, disparándose a sí mismo frente suyo porque no supo soportar los trucos que el Diablo jugaba con ellos.

¿Y si eso era lo que los esperaba al cruzar el umbral? ¿Otro laberinto de horrores y juegos mentales que se convertirían en demasiado para poder soportar? ¿Serían lo suficientemente fuerte como para sobrevivirlo? ¿O sucumbirían a sus juegos, tal y como Xavier lo había hecho?

—Solo hay una forma de averiguarlo —oyó decir a Shang a su lado.

Lo vio dar un paso adelante.

Ezra se apresuró a agarrarle el brazo para detenerlo.

Sus pies estaban clavados en el suelo, estáticos, como una estatua petrificada en su lugar. Su corazón latía como nunca dentro de su pecho, y un nudo en su garganta le impedía respirar o hablar. Esperó que sus ojos hablaran por ella, que transmitieran su preocupación, que le dijeran que pensara un poco más antes de entrar.

—No nos queda otra, Rey —le dijo, mirándola a los ojos, ignorando su mano en su brazo—. Es esto o nada.

—Prefiero nada —se las arregló para decir, pero oyó su voz temblar.

—¿Dónde quedó la Ezra que quería matar a Adam tan desesperadamente que estuvo dispuesta a hacerlo sola? Bajaste hasta aquí por tu cuenta con esta intención, Rey. Sé que es una decisión difícil, pero...

—No quiero que mueras.

Shang apretó los labios y puso una mano sobre la que Ezra tenía sobre su brazo.

—No voy a mentirte y decir que no va a pasar nada, porque puede pasar cualquier cosa. Podemos morir los dos, o uno solo, o salir ambos con vida, no lo sabremos hasta que no lo intentemos —le dijo él con toda la calma que pudo conjurar—. Pero lo que sí puedo prometerte es que haré todo lo posible para sacarnos con vida de allí. A los dos.

—¿Y si no puedes? Te juro que si te mueres también...

—Rey...

—... nunca me lo voy a perdonar. No puedo vivir con tanta sangre en mis manos, Shang, tienes que entenderlo.

—No tendrás que...

—No puedo perder a nadie más.

—Ezra —la frenó hablando con brusquedad y en un tono que no lo había oído hasta ahora—, esta es nuestra situación actual: no tenemos salida, no tenemos comida, no tenemos agua. Si nos quedamos, me muero, si cruzamos la puerta, hay chances de que no lo haga. Querías matar a Adam, esta es tu oportunidad, junto con la oportunidad de escapar. Tú ves qué eliges.

Ezra detestó que tuviera razón. Quería matar a Adam, por supuesto que quería, pero la imagen de Xavier muerto seguía regresándole como una ominosa advertencia de las drásticas consecuencias que podían enfrentar allí.

—Sabemos usar los anillos, tenemos un cuchillo con una devil's trap tallada en su hoja —dijo Shang haciendo referencia a una serie de televisión de la que ambos eran fanáticos—, chances de sobrevivir tenemos de nuestro lado.

—A no ser que Adam nos haga creer una realidad que no es —recordó Ezra.

Vio a su padre colgado como un espantapájaros mal remendado, vio el horrorizado rostro de Xavier, escuchó el disparo resonar en sus tímpanos. Apretó los ojos con fuerza y sacudió su cabeza, buscando alejar los malditos recuerdos.

—Tenemos que asumir que cualquier otra persona allí dentro que no seamos nosotros dos, es falsa —dijo Shang-Chi—. Familia, amigos, mascotas... No están aquí.

Un escalofrío recorrió la espalda de Ezra y abrió los ojos para encontrar a los de Shang más cerca de lo que había estado segundos atrás.

—¿Y si nos separamos y te veo pero eres falso?

—Lánzame los anillos —sugirió él—. Sabré atraparlos, y conmigo se encienden anaranjados. —Para probar su punto, apoyó sus brazos contra su pecho e hizo brillar los cinco anillos—. No lo harán con nadie más.

Ezra asintió, era una prueba bastante confiable. Dudaba que los demonios conjurados por su imaginación —o cualquier demonio, de hecho— fueran capaces de maniobrar aquellos extraños brazaletes. La seguridad por el lado Shang estaba cubierta, pero ¿qué había de ella?

Si él la veía y no era real, ¿cómo podía comprobarlo? Los anillos no funcionarían con ella; Ezra no era una experta, podía no recibirlos bien y, de todas formas, con ella se veían azules, como con el resto del mundo. Necesitaba algo más único, más destacable.

Trató de recordar con cuánto detalle había visto a su padre desmembrado, si tenía sus característicos lunares en su rostro o si se le notaba la cicatriz en su frente que tenía desde que era pequeño. No lo había mirado con mucho detenimiento como para recordarlo. No podía usar una de sus cicatrices para que Shang comprobara su identidad verdadera.

—Hagamos algo, si nos separamos y nos volvemos a encontrar, siempre pruébame —sugirió él—. De esa forma sabrás que soy yo y yo sabré que eres tú. No es el plan más sólido, pero...

—Servirá, supongo.

—¿Entonces? ¿Lista para ver qué hay detrás de esa puerta?

—Una cosa más.

Shang trató de esconder su molestia. Ezra se mordió el labio.

Él mismo lo había dicho, había grandes posibilidades de que murieran en los próximos minutos. Y Ezra pretendía hacer muchas cosas antes de pasar a mejor vida, cosas que obviamente no podía tachar de su lista en ese momento y lugar.

Excepto por una: se negaba a morir sin haberlo besado.

Era tonto, infantil incluso. Volvía a estar en la secundaria con sus enamoramientos repentinos que le movían el mundo. Y tal como una adolescente que no controla sus impulsos, abandonó su miedo y su vergüenza por unos momentos y tomó el rostro de Shang entre sus manos para acercarlo al de ella hasta que sus labios se rozaron.

Le gustaría decir que lo tomó por sorpresa, pero estaba segura de que había visto una sonrisa formarse en el rostro del chico antes de cerrar los ojos y perderse en el efímero momento en el que no fueron más que ellos dos.

No había noción de peligro ni de urgencia, solo la noción de los labios de él sobre los de ella. Y sus manos en su cintura y espalda. Y los dedos de Ezra en la nuca de él. Y la realización de que, a pesar de las circunstancias, era perfecto. Ezra se hubiera quedado así por el resto de la eternidad y, si tenía que morir, que fuera besándolo.

La brutal imagen mental de Xavier disparándose la tomó por sorpresa y la obligó a alejar a Shang.

Xavier no había muerto para que ellos perdieran el tiempo así.

—¿Estás bien? ¿Hice algo...? —preguntó Shang preocupado, dando un paso atrás con precaución, poniendo distancia entre ellos.

—No, no —se apresuró a tranquilizarlo ella—. No hiciste nada mal, te lo aseguro. Es solo que... Quizás no sea el momento...

—Que conste que fue tu idea. —Ezra apartó la cara, incapaz de mirarlo cuando sentía cada centímetro de su rostro quemar con vergüenza.

—Lo siento —se disculpó ella.

—No lo hagas. —Al percatarse de que la vergüenza seguía creciendo en la chica, Shang optó por sacarla de su miseria. Gesticuló con su cabeza a la puerta detrás de él y preguntó, con cierta ironía—: ¿Prefieres ignorar que me besaste e ir a matar al Diablo?

Ezra dejó salir un sonido a medio camino entre una carcajada hacia sí misma y un llanto. Asintió y, sin dignarse a mirarlo, pasó a su lado y cruzó la puerta hacia lo desconocido.







Resultó que esa no era la salida del infierno.

Tampoco que hubieran tenido mucha esperanza de que lo fuera, los dos habían estado convencidos de que encontrarían a Adam del otro lado, pero de todas formas Ezra todavía albergaba un gramo de esperanza dentro suyo de que volvería a ver el mundo real del otro lado de la puerta. Una pizca de decepción brilló en ella al encontrar la misma oscuridad, el mismo frío y el mismo piso de piedra gris que había estado viendo anteriormente.

Solo que, esta vez, no había iluminación general artificial, solo una luz que a duras penas iluminaba un corto radio alrededor de ella y Shang. Ezra había estado allí una sola vez, cuando creyó que los demonios-perros de Adam la comerían viva. Ya habían pasado varios días desde ese momento, pero la sensación de impotencia que había experimentado todavía la perseguía como el fantasma de traumas pasados.

Si Adam no estaba ahí, no quería saber qué los esperaba en la oscuridad.

Un nuevo haz de luz iluminó una figura a lo lejos. La distancia hacía que fuera difícil determinar qué era, aunque no se precisaba de una vista privilegiada para percatarse de que la mancha roja y amarilla sentada en un trono, a lo alto de una colina, no era más que Adam.

Aplausos hicieron eco en donde fuera que se encontraran, y una siniestra risa los acompañó. A Ezra se le erizó la piel del cuerpo entero y la urgencia de correr lejos se alojó en ella como un parásito.

—Hasta que al fin llegan —dijo Adam, su voz parecía llegar de todos lados, como si de un ser omnipresente se tratara—, me estaba cansando de esperarlos.

—Aquí nos tienes —vociferó Shang, abriendo sus brazos.

—¿No eran tres de ustedes? Oh, cierto.

Adam rio como un niño. Ezra sospechaba que porque había notado la tristeza y enojo que esas palabras provocaron en ella. No iba a burlarse de la muerte de Xavier y salir impune de ello.

Cerró los puños y los cinco anillos desprendieron un fulgor azul que iluminó mucho menos de lo que iluminaba la luz sobre sus cabezas. Los sintió deslizarse sobre sus antebrazos hasta pasar por sus manos, formando una cierta extensión de sus brazos. Una luz anaranjada se sumó a su izquierda.

Adam volvió a reír, esta vez con mucho más sarcasmo.

—Su bijouterie barata no me asusta —les dijo. Ezra se lo imaginaba con una sonrisa cínica en su rostro—. Este es mi mundo.

—Tu mundo es Lockhart, Arizona, en la Décima y Elm —escupió Ezra—. No eres más que un niño aburrido jugando al Diablo.

Un gruñido irritado se le escapó a Adam y se levantó de su trono. Ezra supuso que no le había hecho mucha gracia ser doxxeado.

—Oh, así es. Fuimos a tu hogar, vimos tus fotos y los carteles de tu familia que te buscaba.

—Sabemos lo que eres y ya no te tememos —la apoyó Shang.

—Pues deberían.

A la distancia era difícil decirlo, pero parecía que Adam había alzado sus manos y lo que sonó como un chasquido hizo eco en el ambiente. Ezra y Shang contuvieron la respiración, expectantes por lo que ese gesto significara.

Una cosa era segura: no era nada bueno.

Un chillido cortó el aire y le heló la sangre a Ezra. El sonido no era humano, más bien se asemejaba al graznido de un pájaro, aunque no sonara a ningún pájaro que Ezra conocía —que, siendo francas, no eran muchos.

—Estamos jugando con mis reglas.

Las palabras de Adam no los tranquilizaron. El graznido volvió a oírse, esta vez más cerca, esta vez dando cuenta del tamaño del demoníaco pájaro que sobrevolaba la oscuridad del infierno.

Un ala voló cerca del haz de luz que los iluminaba y Ezra tragó fuerte. Pudo vislumbrar que poseía la misma textura que los demás demonios, un cartílago expuesto junto carne al rojo vivo y venas blancas que se extendían por toda la inmensidad del ala, la cual fácilmente era del tamaño de la puerta que habían atravesado anteriormente.

Ezra y Shang-Chi se pusieron espalda con espalda, mirando hacia arriba en busca de la bestia, con los diez anillos listos para ser disparados. Giraron lentamente, cubriendo con sus ojos cada milímetro de la vasta oscuridad en búsqueda del mínimo indicio de movimiento, pero el bicho parecía no estar cerca todavía.

Hasta que se lanzó sobre ellos.

Reaccionaron rápidamente, agachándose con gran velocidad. Ezra sintió las garras del animal-demonio rozarle sus negros cabellos y oyó la risa histérica de Adam resonar por toda la cámara de piedra.

No solo estaban jugando con sus reglas, sino que estaban jugando. Eso era un juego, nada más, un entretenimiento personalizado para un niño mimado.

La realización llenó a Ezra de enojo e impotencia. ¿Con cuántas otras personas había hecho tratos? ¿Quienes más estarían jugando su juego? ¿Serían ellos los primeros en llegar tan lejos?

Y lo más importante: ¿cómo ganaban?

Ezra vio el pico del demonio demasiado cerca de su rostro antes de sentir un tirón en su brazo y ser forzada a correr. En lugar de correr por la negrura, la luz que los iluminaba los seguía como un reflector enfocando las piezas más valiosas del tablero para que Adam no los perdiera de vista.

Madame Tawny le había dicho —si es que podía creer en su palabra después de todo— que todo lo que Adam hacía era obra de él, no del demonio (o espíritu maldito, lo que fuera) que lo poseía. Y Adam no era más que un niño, un adolescente aburrido buscando aterrorizar al mundo que lo vio crecer.

—Es un juego —le dijo a Shang, en voz baja, procurando que Adam no la oyera—. Eso es todo lo que quiere, jugar con nosotros.

—Y asumo que perdemos si morimos —dijo él entre dientes.

—O él pierde si lo matamos.

Otro chillido inundó el ambiente y, esta vez, Ezra los hizo a un lado a ambos, suficiente para que el enorme demonio pasara junto a ellos y pudieran darle una mejor ojeada. Si los pterodáctilos existieran en la actualidad, ese demonio era lo más parecido a ellos. Sin contar la carne acuosa que tenía por piel.

—¿En qué año salió Jurassic Park?

No era la pregunta que Ezra esperaba escuchar en esa situación, mientras corrían por sus vidas en una vasta oscuridad sin saber cuándo volverían a ser atacados por un demonio volador que quería comerlos.

—Muy tarde para que él la haya visto —respondió no muy segura de estar en lo correcto.

—Menos mal, porque sino nos estaría persiguiendo un T-Rex.

El suelo tembló.

Los dos se detuvieron de golpe.

—¡Que comience la segunda ronda! —rio Adam desde su trono, como un completo y absoluto maniático.

Ezra miró a Shang de soslayo.

—No le des más ideas, por favor.

El suelo comenzó a temblar rítmicamente al compás de una serie de pasos. Ahora era más sencillo determinar de dónde provenía el jurásico demonio que Adam les había conjurado solo para ellos.

—Necesitamos una estrategia —dictaminó Shang, aunque sus ojos iban de un lado a otro en la oscuridad, esperando por el mínimo atisbo de movimiento que pudiera captar—. Si es como los perros, podemos matarlo con tu cuchillo.

—Solo que será mil veces más difícil.

—Podemos subirnos a su lomo.

—¿Estás demente?

Los dos saltaron a lados opuestos cuando la sombra de una pata casi los aplasta. La luz solo llegaba a iluminar hasta la rodilla del animal, pero era suficiente para hacerse una idea del tamaño que poseía.

Aunque Ezra no hubiera estado tirada en el frío suelo de piedra, estaba segura de que la hubiera abrumado la misma sensación de vértigo y pequeñez que se apoderó de ella. Aquella cosa era de verdad una mole, quizás del tamaño de un edificio pequeño —no dudaba que tuviera la altura del edificio en el que ella vivía—, por lo que un pisotón por su parte sería suficiente para convertirla en más nada que una pila de huesos rotos.

—¡¿Eso es todo lo que tienen?! —se burló Adam desde su lugar.

Cada vez sonaba más infantil, más a niño aburrido. Y cada vez le daba más asco a Ezra saber que lo había besado para cerrar el trato que la puso en esa posición en primer lugar.

—¡Puedes irte a la mierda! —le gritó furiosa.

Giró su cabeza para mirarlo. Ahora estaba un poco más cerca de él, si corría en su dirección podía alcanzarlo, quizás usar la oscuridad para tomarlo por sorpresa ahora que el artificial reflector ya no estaba más sobre ella.

El enorme dinosaurio dio otro paso y el ambiente volvió a temblar. Ezra se levantó a tiempo para apartarse cuando su cola casi la golpea, y trató de ir hacia donde recordaba haber perdido a Shang, pero no había rastro alguno de él.

—¡Shang! —llamó alterada.

¿Y si algo le había pasado? ¿Y si la otra pata del T-Rex lo había pisado? ¿Y si...?

—¡Rey!

Su voz se oyó extrañamente distante y adolorida, y varias otras palabras se perdieron en la extensa vastedad del ambiente y en un murmullo para nada tranquilizante. Muy lejos no podía haber ido, ambos habían estado parados en el mismo punto cuando se separaron. Entonces, ¿por qué parecía haber tanta distancia entre ellos?

Ezra se levantó, sacó su celular del bolsillo y encendió la linterna. No era mucho, la pantalla estaba rota y sospechaba que la lámpara de la linterna había sufrido el mismo destino, junto con la cámara y el vidrio trasero, pero todavía algo iluminaba. Flexionó las rodillas para hacer equilibrio cuando el suelo comenzó a vibrar demasiado cerca de ella de nuevo, y buscó al demonio jurásico con su linterna, al tiempo que mantenía un ojo por si vislumbraba a Shang-Chi por algún lado.

Si tan solo el reflector estuviera sobre alguno de ellos y no sobre el maldito dinosaurio, encontrarlo sería más fácil.

—¡Shang! —volvió a llamar tras moverse unos metros a un lado.

—¡El cuchillo! —escuchó que le pedía—. ¡Lánzame el cuchillo, Ezra!

—¡¿A dónde?! —preguntó girándose en sus talones, sin ver nada.

—¡Arriba!

El tiranosaurio pasó a su lado, con su enorme pata casi pisándola una vez más, y Ezra comprendió dónde había estado Shang todo ese tiempo: siguiendo su plan, colgado de la espalda del demonio.

No lo veía, la luz no llegaba tan alto, pero de todas formas lanzó la única arma que tenían que había probado ser eficaz contra los demonios.

—¡¿Lo tienes?!

Como respuesta obtuvo un horrible chirrido gutural de un animal al que estaban matando y, acto seguido, vio casi en cámara lenta al dinosaurio caer al suelo y la sangre negra que emanaba de este le llegó a los pies.

Ella corrió hasta el cadáver, oyendo su corazón con tanta intensidad que estaba segura que hasta Adam podía escucharlo. Quizás por eso se reía como maniático en el fondo, porque estaba disfrutando del espectáculo, del miedo que había hecho crecer en Ezra. No le importaba que le hubieran matado a un demonio si eso significaba estresarlos y hacerlos sentir como la mierda.

La tenue linterna del celular de Ezra alcanzó a iluminar parte del maravilloso cuerpo de aquel demonio, sus cortos brazos inertes, su pecho inmóvil... y el par de piernas que golpeaban el suelo al bajarse de la bestia. Ezra vio el reflejo de su linterna en el cuchillo tornasolado, pero no estaba manchado de sangre.

Alzó la vista al rostro de Shang.

Ese no era él.

No tenía forma de justificarlo, pero había algo en sus ojos que faltaba y, cuando le sonrió, causó efectos horribles en ella. No habían mariposas en su estómago, había una creciente necesidad de salir corriendo.

—¿Dónde está? —preguntó dando un paso atrás—. ¿Qué hiciste con él? ¡Shang! ¡¿Dónde estás?!

—Soy yo, Ezra.

Dio otro paso más atrás. Él caminó en su dirección y el cuchillo se movió en su mano, modificando su agarre.

—¿Qué hiciste con Ezra?

Tenía que ser una broma. Miró a Adam de soslayo, descojonándose en su trono. A Ezra le hirvió la sangre. Lo quería muerto. Lo quería agonizando en el suelo.

Quería que le señalara en la dirección al Shang-Chi correcto.

Al volver la vista adelante, el Shang que supuestamente acababa de asesinar al demonio, alzó la mano con el cuchillo, y Ezra lo golpeó con los anillos. Los cinco brazaletes brillaron azules y lo golpearon directamente en el rostro, tomándolo por sorpresa.

Solo para que quede claro, no puedes lastimarme, le había dicho rato atrás cuando le había enseñado a Ezra a usar los anillos y ella había temido hacerle daño. Luego había procedido a demostrar que él y los diez anillos eran viejos conocidos y que tenía un experto control sobre ellos, atajándolos y haciéndolos girar a su alrededor sin esfuerzo alguno, como si se tratara de respirar.

El Shang que tenía frente suyo había demostrado un pobre control sobre los anillos. Se había conocido demasiado bien a sí mismo cuando le dijo que se los lanzara para comprobar que era él.

Ezra se agachó a tomar el cuchillo y, sin pensarlo más de lo necesario, con el corazón en la garganta y una voz en su cabeza preguntándole qué tan segura estaba de sus conjeturas, aprovechó que seguía en el suelo para apuñalarlo. Él la miró a los ojos, esbozó una tétrica sonrisa y dijo:

—Chica lista.

Luego cayó muerto.

—¡Vas a tener que ser más creativo! —le gritó a Adam con un coraje que no sabía que tenía—. ¡Y devuélveme a mi Shang!

—Si lo encuentras es tuyo, Rey. —Pronunció su apodo como si de una broma interna entre los dos se tratara, y habló tan cerca de ella que Ezra tuvo que corroborar que estaba sola.

Miró una vez más a la oscuridad, al haz de luz que ya no la iluminaba a ella. No había forma de saber qué tan grande era ese lugar, no había forma de saber dónde entre toda la negrura estaba Shang. Solo sabía que tenía que estar allí, por algún lado, con vida, y con una buena razón por la que no lo escuchaba responder cuando lo llamaba.

La linterna parpadeó y, entre las rayas de una pantalla estrellada, un mensaje apareció: el logotipo de su dispositivo. Luego oscuridad. Su celular ya no tenía batería.

—Buena suerte, Rey —respiró la voz de Adam en su oído, tan cerca que Ezra podía sentirla en su piel.

Lágrimas llenaron sus ojos cuando se giró a tratar de apuñalar al ente que sabía que no estaba allí. Adam rio a lo lejos. Un gruñido animal que desgraciadamente conocía muy bien se oyó a su espalda: los perros habían llegado.

Ezra corrió en dirección contraria a ellos, guiándose por más nada que puro instinto, tratando de iluminar el camino con el leve fulgor azul de los anillos en sus brazos, el cual no fue suficiente para hacerla ver la enorme cabeza del dinosaurio inconsciente hasta que se tropezó con ella. Cayó de bruces delante de su boca semi abierta y el cuchillo se deslizó sobre el suelo.

Se apresuró a alcanzarlo y, al estirar su brazo, sintió el caluroso aliento del dinosaurio. Por supuesto que no estaba muerto, por supuesto que un demonio no había matado a otro solo para despistarla.

Tomó el cuchillo y siguió corriendo. No pretendía quedarse a ver cómo se levantaba de nuevo, tampoco pensaba quedarse a esperar a que el perro del infierno fuera a comérsela por cena.

—¡Ezra! ¡¿Dónde estás?!

La voz alterada y ronca de Shang-Chi le devolvió el alma al cuerpo. Al menos estaba vivo.

—¿Será, será? —escuchó murmurar a Adam—. ¿Por qué no lo apuñalas y lo comprobamos?

—¡Aquí! —le indicó Ezra.

—¡Quédate donde estás! ¡Seguiré el brillo de los anillos! —le pidió él.

Ezra empezó a dudar y a pensar en las palabras de Adam. Odiaba que se hubiera metido en su cabeza, pero si de verdad era él, si de verdad era su Shang, ¿por qué no usaba la prueba que le había dado a ella? ¿Por qué no le enseñaba sus anillos naranjas?

—¡No te veo! —dijo ella, en aras de que captara la indirecta y usara sus anillos.

No lo hizo.

—¡Yo sí te veo! ¡Quédate ahí!

Ezra cerró el puño izquierdo con los anillos y el puño derecho alrededor del cuchillo. No quería tener que matarlo, no quería tener que estar en lo cierto. Lo que quería era enterrar ese cuchillo en el cráneo de Adam y verlo morir de inmediato.

Inhaló profundamente y se arrepintió enseguida. El aire olía a podrido, a muerto, a sangre.

Un gruñido se sintió demasiado cerca suyo. Quédate donde estás, le había dicho el supuesto Shang, y ella, esperanzada de que fuera real, le había hecho caso, olvidando que un cuadrúpedo sediento de sangre la perseguía.

Trató de alejarse, pero las garras del animal la alcanzaron y destrozaron la espalda. El dolor la doblegó y la hizo caer una vez más, pero esta vez se aseguró de seguir sosteniendo el cuchillo. No lo dejaría ir, era lo único que se interponía entre su vida y su muerte, y no quería morir antes de encontrar a su Shang-Chi ni antes de asegurarse de que Adam muriera.

La espalda le escocía y sangre caliente corría por ella. Si Ezra pudiera ver algo, estaba segura de que su vista estaría repleta de puntos negros, borrosa. Sintió lágrimas en su rostro. No podía ni respirar con tales heridas, ¿cómo iba a hacer para moverse?

Sabía que su instinto de supervivencia era fuerte, pero dudaba que soportara tanto.

El perro volvió a gruñir, oyó sus garras en el suelo a su derecha y blandió el cuchillo con un alarido. La sangre del demonio le salpicó la cara y lo escuchó caer al suelo.

—¿Ezra?

La voz de Shang estaba demasiado cerca. Ella se acostó boca abajo en el suelo, ignorando la piscina de sangre bajo suyo, y se tapó la boca y la nariz con una mano, tratando de no emitir sonido alguno, escondiéndose en la oscuridad para pasar a ser otra sombra más en la negrura.

Si de verdad era él, si de verdad quería encontrarla, entonces usaría la luz de sus anillos para verla. Por favor que usara la luz de sus anillos para encontrarla. No podía seguir sola, no podía encontrarlo sola.

La luz naranja apareció como por arte de magia y Ezra vio con horror a los anillos ser lanzados en su dirección, solo para golpear algo delante suyo. Oyó el ruido de un cuerpo caer al suelo, y luego, demasiado cerca, el ruido de un hueso roto. Enseguida solo se oyó silencio y una débil respiración.

—¿Rey? ¿Estás aquí?

Había una cierta suavidad en su voz, en la forma de pronunciar su nombre, que Ezra no podía ignorar. Se lo oía cansado y aterrorizado, dos emociones que todavía no había oído en sus clones.

Ezra se quitó la mano de la boca y le lanzó inexpertamente los anillos hacia donde veía la iluminación anaranjada. Diez anillos formaron un círculo. Ella suspiró aliviada y se encontró llorando.

Shang se agachó a su lado y los anillos iluminaron lo suficiente para escucharlo ahogar una expresión alarmada.

—Se ve peor de lo que es —murmuró ella y, solo para probar su punto, se incorporó para sentarse.

La cabeza le dio vueltas, la espalda parecía que se le había partido a la mitad y sus nervios se sentían en llamas, pero eso no fue tan preocupante como vislumbrar el estado de Shang a partir de la luz de diez anillos: ella no era la única cubierta de pies a cabeza con sangre propia y de demonio.

Él tenía un zarpazo que por un milagro le había evitado la carótida. Tenía la camiseta hecha jirones, con más zarpazos y mordeduras cubriéndole el torso, y sangre pegoteándole los ya oscuros cabellos.

—¿Qué te pasó? —preguntó, agarrándole con delicadeza la mejilla, buscando indicios de que estuviera herido en la cabeza.

—Me encontré una jauría y los mantuve entretenidos —se explicó como si no fuera la gran cosa—. ¿Qué te pasó?

—Te maté y un perro me alcanzó. Ah, y el dinosaurio sigue vivo.

Shang miró a sus lados, confundido.

—¿Dónde está?

—Tirado en el suelo a un par de metros, pero no lo llames, por favor. No de nuevo.

Él rio y su rostro se contorsionó en una mueca de dolor. Ezra sabía mejor que preguntarle si estaba bien, bastaba con una mirada para darse cuenta de que no era así.

—No sé en qué nivel del juego estamos, pero algo me dice que estamos por perder —le dijo él, y procedió a pasarle cinco anillos que enseguida se tornaron azules.

—Solo porque la partida se ve desfavorable para nuestra mano no quiere decir que no podamos ponerlo en jaque.

—¡Me gustaría verlos intentarlo! —les gritó Adam desde su trono—. Tic, tac. Ya me estoy aburriendo.

—¡Entonces baja a jugar con nosotros!

Un haz de luz artificial volvió a iluminarlos y cegarlos por un momento. Cuando volvieron a acostumbrarse a la luz, el horror se reflejó en el rostro de los dos al ver el estado real del otro. Ninguno dijo nada, ambos pretendieron que la vista de tantas heridas horribles y de una preocupante cantidad de sangre no los alarmaba tanto.

—¡Diez minutos! —les indicó Adam.

El pulso de Ezra se aceleró más, si acaso eso era posible.

—¿Para qué? —preguntó Shang-Chi, extremadamente cansado y molesto.

—¡Si les digo, no tiene gracia!

—Nos va a matar él —adivinó Ezra—. Ahora nos está cazando, en diez minutos nos mata.

—¡Eres inteligente cuando quieres, Ezra LeBlanc!

No sabía que el odio que le guardaba a Adam pudiera aumentar, pero lo hizo. No poder hablar sin que los escuchara la estaba poniendo de los nervios, y más cuando usaba eso para burlarse de ella.

Señaló un charco de sangre que bien podía ser suyo o de los dos demonios muertos cerca de ella. Dibujó tres monigotes: dos juntos y uno lejos. Entre ellos escribió la palabra «correr» y miró a Shang esperando que comprendiera el mensaje.

Él señaló al monigote solitario y luego hizo un gesto con su dedo cortando sobre su garganta. Ella movió el cuchillo. Él señaló la luz sobre sus cabezas. Ella dibujó una mancha sobre dos patas que pretendía ser el demonio jurásico que casi los mata.

Adam bostezó a propósito para que lo escucharan y tanto Shang como Ezra apretaron la mandíbula. Podían oírse las manecillas de un reloj invisible recordándoles que los diez minutos estaban pasando independientemente de su indecisión.

Shang miró de soslayo al dibujo infantil que Ezra había hecho sobre la sangre, luego miró hacia donde suponía que había caído el enorme demonio. No lo notó muy convencido cuando lo vio asentir.

Con sus cuerpos entumecidos y más lento de lo que les hubiera gustado, emprendieron el camino hacia el demonio que los ayudaría a cruzar las tinieblas que los separaban de Adam. Caminaron a tientas, procurando utilizar el reflector sobre sus cabezas a su favor para iluminar poco a poco el camino delante de sus pies, esquivando todo charco de sangre o trampa que les esperara.

El ardor en la espalda de Ezra era insoportable, lo menos que necesitaba en esos momentos era tener que estar moviéndose. Y su dolor empeoró cuando alcanzaron al dormido dinosaurio y trataron de treparse encima.

Era una locura. Su vida era una locura. No podía detenerse a analizar con detenimiento lo que estaba haciendo pues sino perdería la cabeza. Nunca, en su sano juicio, habría pensado que estaría en esa situación: por matar al Diablo, montada en un T-Rex. Si no estuviera al borde del llanto por el insoportable ardor de su espalda, se hubiera reído a carcajadas.

Oh, cuánto le hubiera gustado a Xavier hacer la locura que estaban llevando a cabo.

Shang usó los anillos que llevaba encima para golpear al demonio sobre donde debería estar su corazón. Enseguida se oyó un rugido terrorífico, el suelo tembló y comenzaron a elevarse poco a poco hasta que la luz ya no los iluminó más, y la oscuridad los engulló en la altura. Se sostuvieron como pudieron de la espalda resbaladiza del demonio, en una posición incómoda y peligrosa, capaces de caerse de espaldas al suelo si el animal se movía bruscamente.

Sin que ella hiciera nada, los anillos se deslizaron fuera de su mano y pasaron a formar una larga cadena anaranjada que se envolvió alrededor del cuello del enorme demonio, como si se tratara del collarín y correa de un perro, o riendas de un caballo.

—¿Esto fue lo que le hiciste al demonio del que siempre hablas? —cuestionó Ezra.

—Algo similar —le respondió de manera vaga.

Sorprendentemente, la cadena cumplió con su cometido y fue más sencillo de lo que parecía encaminarlo hacia Adam. Eso o el demonio estaba más que feliz de caminar en dirección a su amo.

Hasta que el chasquido de unos dedos retumbó en el ambiente y el demonio dejó de moverse de inmediato. Y luego comenzó a caer.

Ezra se imaginó muriendo aplastada por aquella brutalmente grande bestia y se negó a seguir ese destino. A medida que el demonio caía, ambos trataron de ponerse en pie sobre la espalda del jurásico animal, para luego Shang insistir en llevar su plan de escape a otro nivel y hacerlos correr por el lomo resbaladizo, subir por su cuello hasta su cabeza y, antes de que golpeara el piso y antes de que Ezra pudiera razonar que lo que estaban haciendo podía matarlos y que solo bastaba un paso en falso para ello, saltaron del animal y cayeron al suelo. Él en pose superheroica, ella trastabillando y por poco no rompiéndose un tobillo en el proceso.

Aplausos se oyeron demasiado cerca suyo, seguido de pasos caminando en su dirección.

—Eso fue impresionante —les dijo Adam, siempre con el deje de burla en el tono de su voz—. De verdad han sido mis jugadores más...

Shang lo tomó desprevenido y lo golpeó con los anillos. Una, dos, tres veces. Ezra observaba maravillada como aquel Diablo recibía finalmente su merecido, como su rostro se contorsionaba y sangraba tal y como un humano. Al cuarto intento de atacarlo de la misma manera, Adam sostuvo el anillo que iba directo a su rostro, dejando una larga cadena anaranjada que los unía a ambos.

Adam tiró del anillo que había atajado y tres se separaron de la cadena para quedar en su posesión, pero no encontraron hogar en su antebrazo ni se encendieron de ninguno de los dos colores que solían hacerlo. Se vieron tristes, opacos, y cayeron al suelo con un débil repiqueteo.

Ezra lo notó a punto de volver a decirles algo y no pensaba dejarlo abrir la boca. Olvidando por completo el desequilibrado balance de poderes entre ellos, le lanzó la carga, con el cuchillo sostenido tan fuerte en su mano que sus dedos se entumecieron alrededor del mango. No pensaba dejarlo caer.

Se lanzó sobre Adam, sin mucha planeación, y trató de golpearlo o apuñalarlo. El Diablo solo rio, divertido, y le asestó un golpe en el pecho que la dejó sin aire y con la horrible sensación de que algo se había roto o movido de lugar dentro de ella. De todas formas, Ezra se mantuvo en pie, inamovible como un árbol, y blandió su cuchillo a ciegas buscando asestarle un corte donde fuera. Adam le sostuvo la muñeca y dobló el brazo, dejándolo sobre su lastimada espalda y tirando de él para provocar que soltara su agarre. Ezra se mordió la lengua, buscando no demostrar cuánto le estaba doliendo aquella tortura, y mantuvo su mano cerrada.

La luz anaranjada volvió a hacerse presente. Ezra vio los anillos envolverse alrededor del pie de Adam y forzarlo a caer al suelo, llevándosela a ella con él. La sorpresa hizo que el Diablo aflojara el agarre sobre su muñeca, dejando que Ezra tuviera movilidad suficiente para tornear el cuchillo.

Se oyó un alarido a sus espaldas y la mano la soltó enseguida, solo para sentir otro par de manos sobre su cuerpo ayudándola de inmediato a ponerse de pie.

—¿Estás bien? —le preguntó Shang.

—Sí, sí —restó importancia ella. Sabía que la adrenalina estaba evitando que sintiera la mitad de las cosas que debería sentir.

Ambos miraron al suelo, desde donde Adam, incrédulo, observaba sangre oscura y hedienta emanar de un pequeño corte en su costado.

—Me las van a pagar.

Se alzó de inmediato, parecía que hilos invisibles lo habían levantado del suelo y puesto de pie frente a ellos dos. Un humo negro y corpóreo lo rodeó de manera amenazante, y comenzó a utilizarlo como arma en su contra, lanzándoles flechas tras flechas del mismo color que la oscuridad.

Se alejaron de a poco. Trataron de cubrirse con los anillos y utilizarlos para detenerlas. Ezra había llamado a los tres que habían quedado en el suelo, pidiendo silenciosamente que fueran hasta su brazo, y ellos habían obedecido, como si Ezra fuera su dueña. Les indicó que la protegieran de las flechas, moviéndolos de manera constante de un lado a otro, mientras buscaba una forma de detenerlo.

Shang se le adelantó. Dejó de usar los anillos como protección y, en su lugar, juntó sus manos sobre su pecho como si estuviera sosteniendo una bola invisible, que pronto se transformó en una bola de luz que lanzó hacia Adam, tal y como si estuviera lanzando un Kamehameha.

Automáticamente las flechas de Adam cesaron y su manto de oscuridad se disipó tras el golpe. Ezra dejó de mover los anillos y los devolvió a su dueño, quien tenía un atisbo de sonrisa orgullosa en su rostro. Y debería estar orgulloso, lo que hizo había sido increíble.

Los diez anillos regresaron a Shang-Chi a medida que él y Ezra se acercaban a echarle un ojo a Adam, quien se retorcía en el suelo.

Ezra le dio vueltas al cuchillo en en sus manos y alzó su brazo, lista para acuchillarlo.

—¡Espera! —la detuvo Adam. Un último y patético intento por salvar su vida—. Si lo haces...

No lo dejó terminar. Ezra cayó de rodillas al suelo y el cuchillo se enterró en el pecho del Diablo.

Al igual que una fuente, sangre negra comenzó a salir disparada de la herida, y Ezra se apresuró a tomar distancia, deteniéndose junto a Shang, quien le pasó un brazo por sus hombros y la abrazó con fuerza contra su pecho. En el suelo, Adam convulsionaba y su cuerpo, alguna vez el de un joven adolescente pueblerino, comenzó a desaparecer en cenizas.

—Por Xavi —murmuró ella.

-Por Xavi -apoyó Shang, asintiendo despacio.

Con la cercanía que compartían, Ezra podía sentir su corazón bajar el ritmo a uno normal, al igual que el de ella.

Frente suyo, Adam desapareció por completo. Solo quedó atrás el humo negro que lo había rodeado anteriormente.

Lo habían hecho, lo habían matado.

—La salida debe de estar por aquí en algún lado —adivinó Shang e intentó caminar junto a Ezra.

Pero Ezra no podía moverse de su lugar.

Él la soltó, sorprendido, y los ojos de ambos viajaron hasta el suelo, donde los pies de la chica ya no eran más visibles bajo el manto oscuro que anteriormente le había pertenecido a Adam. El pánico se apoderó de ambos, más todavía cuando lo notaron subir por sus piernas.

—¡Mátalo! ¡Mátalo! —pidió Ezra presa del pánico.

Shang corrió a buscar el cuchillo donde antes había estado el cuerpo de Adam y trató de acuchillar a aquel humo sentiente que atacaba a Ezra, sin obtener resultado alguno.

—¡No puedo!

—¿Cómo que no puedes? —preguntó ella, haciendo su propio intento por zafarse.

—No le causa daño.

—Shang...

Él la abrazó por la espalda, cerniendo con fuerza sus brazos alrededor de su pecho e intentó levantarla, tirar de ella hacia atrás o incluso, tras soltarla, probó con empujarla fuertemente hacia adelante. Pero Ezra siempre se mantuvo igual: inamovible.

La parte de su cuerpo que no estaba cubierta por humo negro —de su cintura para arriba— comenzó a temblar.

—No quiero morir, no así.

—No, no, no. No vas a morir, no...—A Shang se le trabaron las palabras en la garganta, y una expresión de culpa lo azotó—. Lo siento. Por no poder hacer más, por no poder...

Ezra lo calló al abrazarlo. No iba a gastar sus últimos segundos discutiendo. La abrazó de vuelta, envolviéndola en la calidez que solo podía encontrar entre sus brazos, y ambos esperaron aterrorizados por una muerte que nunca le llegó.

Tras el humo negro subir hasta su cabeza, desapareció por completo. Las rodillas de Ezra temblaron al despegarse del agarre de aquella extraña cosa. ¿A dónde había ido? ¿Qué había querido con ella?

Un recuerdo de su conversación privada con Madame Tawny resurgió en su memoria. Parecía que alguien había escogido exactamente ese diálogo en su conversación para enseñárselo en ese momento.

Si lo mato, ¿qué sucederá con el espíritu? había preguntado Ezra, días atrás, mientras hablaba con la psíquica del pueblo Lockhart.

Buscará al siguiente anfitrión que encuentre más apto.

Los labios le temblaron en una risa histérica. Apartó a Shang-Chi con delicadeza, se volvió hacia el lugar que había sido su campo de batalla y chasqueó los dedos.

La oscuridad cesó al instante y una luz similar a la del reflector iluminó todo el ambiente, dejando al descubierto tanto los demonios que Ezra había matado, como la jauría de sabuesos infernales que Shang le había dicho que había asesinado.

Sintió un poco de pena por ellos. Un instinto le decía que eran criaturas nobles, que solo habían atacado bajo órdenes.

—¿Rey? —llamó Shang asustado.

Al girarse a verlo lo encontró a una distancia prudente y en una posición que se asemejaba a la una de ataque. Ella alzó las manos en señal de paz, tratando de no demostrar lo dolida que la dejaba su desconfianza.

Comprendía por qué lo hacía, pero eso no la hacía sentir para nada mejor.

—Soy yo —le aseguró—. Te lo probaré como quieras, pero soy yo.

—¿Cómo hiciste eso? —preguntó señalando la reciente luz.

—Madame Tawny dijo... dijo que solo se podía matar al cuerpo humano, no al espíritu maldito —explicó despacio, rogando internamente que le creyera, que confiara en ella. No sabía qué haría si así era como lo perdía—. También dijo que el espíritu buscaría un nuevo anfitrión y supongo... Supongo que esa soy yo.

Shang palideció tanto que Ezra creyó que se desmayaba. No le dijo nada, al menos no de inmediato, y ella tampoco insistió o se movió. Solo lo miró, suplicante, buscándole los ojos para que la viera y comprendiera que era la misma de siempre.

Por favor, pidió internamente, confía, confía, confía...

Él le lanzó los anillos. Por un momento, Ezra temió que cayeran opacos al suelo, como lo habían hecho con Adam, por lo que se sorprendió cuando sucedió todo lo contrario. Brillaron de una tonalidad azul, giraron a su alrededor y encontraron hogar en sus antebrazos; cinco de un lado, cinco del otro.

Los dos se encontraron suspirando con alivio. Él, por comprobar de cierta forma que de verdad Ezra era quien decía ser. Ella, por comprobar que no lo había perdido todavía.

Shang bajó la guardia, se acercó a ella con detenimiento y la besó, un gesto triunfal y hambriento que Ezra recibió con gusto. Ambos sabían a sangre y tenían los labios resecos y lastimados, pero a ella no le importó; era perfecto. Era exactamente lo que necesitaba.

Una victoria, algo bueno. Los dos estaban vivos, habían sobrevivido.

Cruzó sus brazos tras el cuello de Shang y dejó que él la levantara unos centímetros del suelo. Cuando sus pies volvieron a rozar el piso, él separó sus labios pero juntó sus frentes.

—Por favor, que seas tú de verdad —pidió en voz baja, todavía con sus ojos cerrados.

—Te lo juro, en mi familia, en Barbie, en Xavi..., en nosotros, que soy yo —dijo ella, poniéndole una mano en el pecho, sobre su corazón—. Hay algo raro dentro de mi, seguro, pero sigo siendo yo. Y aspiro a seguir siéndolo.

—Te creo, Rey, pero si en cualquier momento te sientes con ganas de aterrorizar gente...

—Te avisaré —prometió ella riendo. Él sonrió y asintió.

—¿La cosa rara dentro tuyo sabrá cómo salir de aquí? Porque necesito una ducha. Y posible atención médica.

Un recuerdo que no era de Ezra apareció mágicamente en su mente. Alguien caminando —posiblemente Adam— por unos pasillos hasta una puerta y luego una salida hacia el mundo real. Ella agradeció en silencio y podía jurar que había sentido un ápice de felicidad y orgullo que no provenía de ella.

Como un cachorro buscando atención que vivía dentro suyo. Podía acostumbrarse a eso.

—Por aquí.

Con la adrenalina de la batalla dejando sus cuerpos, llegar hasta la salida fue un camino lento y arduo. Ezra descubrió que le dolían los gemelos y que parecía haber intercambiado sus rodillas y cintura con su abuela. Los párpados le pesaban, la sangre seca en la espalda hacía de sus heridas peores. Le dolía el pecho, donde Adam la había golpeado, y un tobillo empezaba a mostrar indicios de un esguince causado al caer mal del demonio jurásico.

Habían cortes en sus manos de sostener y correr con el cuchillo en mano, raspones en sus piernas de caer tanto al suelo, cortes en su rostro y brazos provocados por las flechas de Adam y las espinas del laberinto.

Para cuando alcanzaron la salida, los dos arrastraban los pies por el suelo y sus ojos apenas podían seguir abiertos. El aire fresco de la noche los recibió como una caricia de la que ambos estuvieron agradecidos e inspiraron fuerte: olía a pasto, a lluvia, a tierra. A libertad.

La vista de Ezra comenzó a nublarse desde la periferia y su oído comenzó a pitar.

—Shang —llamó.

—¿Rey?

—Me voy a desmayar.

Ezra solo recordaba haber estirado sus brazos delante suyo para evitar partirse la nariz contra el húmedo suelo del campo al que habían salido.
















Nunca en mi vida escribí un capítulo tan largo y les pido disculpas por eso. Cortarlo no estaba en mis planes.

Mi yo de 2016 que escribía capítulos de 900 palabras y le parecía un montón se muere si se entera que escribí uno de 7.9k de palabras en dos días. Insano.

Dale que queda el epílogo y cerramos esto que debí terminar hace dos meses.

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