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cuatro






LOS ÁNGELES
17 de Octubre, 2025

El letrero sobre la puerta leía en un chillón rosa neón: Rob's Burgers. Adentro se veía tal cual uno se lo imaginaba, salido de la década de los cincuenta, con sus pisos como tablero de ajedrez, sus butacas rojas, sus luces bajas, sus posters sexistas, sus meseros con uniformes tan anticuados como el resto del establecimiento.

En cuanto pusieron un pie dentro, Shang-Chi había comentado a las tres personas que se cruzaron que estaban grabando una película casera, por lo que la sangre sobre la chica era falsa. No que a alguno le hubiera importado, de todas formas, pero se sentía más seguro si esparcía la mentira.

Mientras ella se limpiaba la sangre del supuesto demonio en el baño, Shang pedía algo por ambos a la mesera que debía tener más edad que la hamburguesería misma. Pidió hamburguesas de tofu para los dos, solo en caso de que la desconocida fuera vegetariana también.

Cuando regresó para sentarse frente a él, parecía otra persona, no tanto por la falta de sangre oscura cubriendo su rostro, sino por la tranquilidad en sus ojos y el hecho de que no estaba al borde de quebrarse.

—No sabía qué comías, así que pedí lo único vegetariano del menú —dijo él para romper el silencio.

La vio juguetear nerviosamente con sus dedos sobre la mesa.

—Gracias —dijo sin mirarlo—. Y gracias por... no llevarme a un loquero. Sé que... —Ella negó con la cabeza, como si se arrepintiera de terminar la idea—. Gracias.

—Soy Shang-Chi, por cierto —se presentó él tras no saber cómo responder a lo que acababa de escuchar.

—Ezra.

—¿Qué pasó allí afuera, Ezra?

Por primera vez, Ezra lo miró directamente.

—Lo maté —confesó. Enseguida que lo hizo, Shang notó que su respiración comenzaba a agitarse—. Una y otra y otra vez. Lo maté. Fue horrible. Fue mi culpa. Yo lo hice.

El brazo de Shang cruzó la mesa para agarrarle la mano y, con suerte, lograr que dejara de temblar por un momento. Ella miró su mano sobre la suya, luego a él. Detrás del shock, había una enorme confusión.

—Vamos de a poco, ¿sí? —ofreció él—. ¿Qué estabas haciendo ahí?

—Abría una puerta.

—¿Vives ahí?

—No —negó ella y algo en su rostro le decía a Shang que socavarle información coherente iba a ser una tarea extremadamente complicada—. Era un encargo.

—¿No es un poco tarde para un delivery?

Ezra se soltó de su agarre para pasarse ambas manos por sus cabellos al tiempo que se reía de una forma que le heló la sangre al chico.

—Es complicado de explicar —le dijo.

—Inténtalo.

—Hice un trato con alguien y estoy obligada a abrir todas las puertas que me pida. ¿Feliz?

No, quiso decirle, para nada. Sus palabras no tenían sentido ninguno. ¿Por qué alguien le haría prometer a otra persona abrir una puerta a las dos de la mañana? ¿Era alguna clase de juego viral del que no estaba enterado? No, de seguro que si algo de eso se popularizaba, Katy ya lo hubiera arrastrado a participar.

—¿Crees que puedas explicarlo mejor?

La mesera llegó con sus pedidos y dejó un plato frente a cada uno. El olor a frito bajo sus narices abrió el apetito de ambos, quienes no esperaron tiempo alguno antes de atacar sus hamburguesas.

Tenían exactamente el gusto esperado: a aceite y aderezos, y de todas formas era lo más apetitoso que Shang recordaba haber comido jamás. Podía influir el hecho de que no había cenado ese día.

—Su nombre es Adam —habló Ezra tras un par de bocados, viéndose un poco más en paz—. Y creo... —Suspiró y ladeó la cabeza—. Creo que es el Diablo.

Por un efímero momento, Shang-Chi estuvo por darse por vencido y dejar de intentar ayudarla. ¿De verdad la chica pensaba que iba a creerse semejante idiotez? Seguro, había visto mucho en su vida, pero no tanto como para aceptar como válida la idea de que existiera una entidad a quien considerar el mismo Diablo.

De todas formas, en cuanto Ezra dijo aquello, una pregunta se instauró en la mente de Shang y sabía que no podría descansar si no la hacía, sin importar qué tan descabellada le pareciera.

—Este trato... ¿por casualidad lo hiciste hace tres días?

—Le abrí la puerta del Cecil hace tres días. ¿Cómo...? —Ezra parpadeó varias veces—. ¿Por qué preguntas?

Eso no podía ser una coincidencia.

—Hace tres días me pidieron que viniera a Los Ángeles a investigar una extraña energía que detectaron en el centro. Y creo... —Shang comió una papa antes de terminar su idea, la cual no terminaba de comprender todavía—. Creo que me enviaron por ti.

—¿Quién, exactamente, te envió por mí?

—¿Has oído de los hechiceros de Nueva York?

—¿Doctor Strange? —preguntó entre ilusionada y completamente aterrorizada—. ¿Me estás jodiendo? ¿Quién eres?

Shang-Chi se planteó la idea de mentir descaradamente y decirle que era un Vengador, pues sospechaba que eso la haría sentir mejor y quizás lograría que se abriera más con él acerca de su situación.

También podía decir la verdad y admitir que no había sido Strange quien lo contactó, sino que Wong, y que no estaba en ninguna misión oficial de nada, que solo estaba persiguiendo fantasmas porque anhelaba la aprobación de un hechicero y que alguien finalmente lo considerara como un héroe capaz de formar la próxima alineación de los Vengadores, si es que en algún momento se formaba un nuevo equipo.

—Alguien que quiere ayudar —fue la respuesta que optó por dar—. Y creo que puedo hacerlo.

—¿Cómo? Nadie puede ayudarme, Shang-Chi. Estoy maldita —se lamentó Ezra y volvió a dar otro mordisco a lo poco que restaba de su hamburguesa. Él la imitó.

—Ya te lo dije —siguió tras tomar un sorbo de su vaso para bajar más rápido la comida—, he visto cosas más raras. Además, todas las maldiciones se rompen, solo hay que buscar la forma de romper la tuya. Y para eso necesito que me cuentes con exactitud qué pasó. Desde el inicio —insistió con una amistosa sonrisa, esperando que aminorara su intensidad por sacarle información—, así tengo un panorama completo.

Ezra tomó aire, parecía dispuesta a hablar. Antes de que pudiera abrir la boca y soltarle todo lo que quería saber, su celular vibró sobre el asiento a su lado y se apresuró a contestar la llamada.

—Xavi, estoy bien, no te preocupes —dijo ni bien apoyó el celular sobre su oído. Juzgando por la mueca en su rostro, la persona del otro lado no estaba para nada feliz con ella—. Lo sé, lo siento. Pasaron cosas extrañas. Luego te cuento. No... —Ezra suspiró y miró a Shang como si quisiera disculparse por la intromisión—. Te prometo que estoy bien. Deja que termine de comer y... Sí, estoy comiendo de nuevo... Te lo explicaré todo más tarde.

Ezra cortó la llamada antes de que la persona con quien hablaba —el tal Xavi— tuviera tiempo de replicarle algo.

—Lo siento —se disculpó la chica—. Prometí llamarlo en una hora y, bueno, lo olvidé.

—Está bien —le restó importancia Shang—. Entonces, sobre el trato...







Había algo en el desconocido que le dio la confianza suficiente para soltarle toda la historia sobre Adam, a pesar de ser totalmente consciente de que iba a pensar que era una lunática que merecía ser encerrada en un manicomio.

Pero confiaba en que sus contactos con los hechiceros de Nueva York, sus ganas de ayudar y el hecho de que había visto al puto demonio con sus propios ojos fueran suficientes para ayudarla a ganarse su voto de confianza. Le venía bien toda la ayuda que podía conseguir, más viniendo de alguien que parecía saber lo que estaba haciendo.

Le contó sobre su encuentro con Adam en la cafetería en la que trabajaba, luego le habló de la primera nota sangrienta que recibió, de su ida al Hotel Cecil y los horrores que vio dentro, para terminar contándole sobre esa misma noche; los golpes en su dormitorio, la nueva nota sangrienta, la puerta, el demonio cuadrúpedo al que se vio obligada a matar.

Para cuando terminó de resumirle el delirio en que se había transformado su vida, los platos sobre la mesa estaban casi vacíos. Tenía que reconocérselo, haberla invitado a cenar había sido una buena idea, acuchillar a un demonio en un oscuro callejón le había abierto el apetito. Aunque quizás eso tenía que ver con que había vomitado varias veces en el baño de la hamburguesería cuando trató de limpiarse la sangre de encima.

—Sé no estoy haciendo mucho sentido, pero es la verdad.

—¿Qué pasa si no abres la próxima puerta? —propuso él—. Quiero decir, si ni siquiera recibes las direcciones. No puedes abrir la puerta si no sabes dónde está.

—La idea de que una entidad invisible me golpee la puerta sin cesar mientras duermo me da más miedo que la idea de ir a otra dirección a mitad de la noche —confesó Ezra.

Pensó en el sonido de los tres golpes, en cómo parecía que se trataba de una huesuda mano la que llamaba a su puerta. Que esa cosa hubiera entrado en su hogar y hubiera alcanzado su dormitorio la ponía de los nervios y le daba horribles escalofríos.

¿Qué la detenía de, la próxima vez, inmiscuirse en su propio dormitorio?

¿Qué le aseguraba que una mañana no despertaría con un demonio mirándola fijamente?

La sola imagen mental hizo que tuviera que dejar su vaso sobre la mesa debido a que volvía a temblar. Notó que Shang-Chi se percató de ello.

—Está bien, descartamos la idea —dijo él, quizás creyendo que así la tranquilizaría—. ¿Has tratado de contactarlo?

—¿A Adam?

—Sí.

—¿Por qué lo haría? —preguntó ella casi ofendida de que sugiriera semejante idiotez—. Contrario a lo que pueda parecer en estos momentos, no busco morir.

—Quizás puedas emboscarlo con una nueva oferta, algo que te libere.

Sonaba demasiado bonito para ser posible. Nada bonito podía ser asociado a una criatura tan despreciable y aborrecible como Adam.

—No creo que sea posible. —Luego Ezra recordó la conversación que había tenido con su padre esa tarde—. Aunque puedo desterrarlo.

—¿Desterrarlo? —preguntó curioso, apoyándose sobre sus hombros sobre la mesa para observarla detenidamente con esos cálidos ojos suyos.

—Mi padre... Me dijo que él lo desterró hace años. Podría llamarlo y preguntarle cómo lo hizo y quizás... —Ezra se detuvo al recordar cómo habían terminado la llamada. Iba a ser difícil ganarse su confianza de nuevo. Suspiró y se hundió en su asiento rojo—. Incluso si averiguo cómo lo hizo, sigo sin saber cómo contactar a Adam. O si desterrarlo me liberara del trato. Puede que solo empeore las cosas.

—Es un buen punto de partida —dijo él—. Hablar con alguien que ya trató con él, quiero decir.

Era probable que lo fuera, Ezra no lo dudaba. Su padre, Howard, parecía bastante familiarizado con Adam, lo suficiente como para enviarle el arma que necesitaba para asesinar a sus demonios-perros. Pero la idea de llamarlo enseguida dejó de gustarle. No buscaba involucrar a más personas en sus problemas, menos todavía a su familia.

Si de alguna forma Adam se enteraba de que había llamado a su padre por ayuda... No quería ni imaginar el tipo de venganza que le tendría preparada, más todavía sabiendo que había sido Howard quien lo desterró en el pasado.

—Tiene que haber otra forma —dijo Ezra en un suspiro—. No puedo arriesgar su vida. Quizás si miro Supernatural lo suficiente encuentre...

—Voy a detenerte ahí mismo —dijo Shang con una risa, un gran contraste de la seriedad que había mostrado hasta ese momento—. ¿Vas a basarte en una serie de televisión totalmente ficticia y, me atrevo a decir, mal escrita, para salvar tu vida?

—¿Mal escrita? —exclamó ofendida—. Disculpa, esa serie fue mi adolescencia entera.

—La mía también —apoyó él—. Eso no le quita el hecho de que con cada temporada que pasaba el guion fuera cada vez peor. ¿O me vas a decir que te gustó el final?

A Ezra le dolió decir en voz alta sus siguientes palabras.

—Dejé de verla cuando Michael poseyó a Dean —admitió, encogiéndose sobre sí misma, temerosa de causar una mala reacción en otro fanático de la serie.

—Ese sigue siendo un mejor final que el que tuvimos.

—Mi corazón Destiel no habría soportado ver el final en vivo. Cuando me enteré de lo que había sucedido... —Ezra dejó de hablar cuando sintió el enojo apoderarse de su cuerpo. Sacudió su cabeza, no podía dejarse llevar por las emociones negativas que le despertaba una serie de televisión—. De todas formas, quizás algún capítulo tenga algo útil que me dé una idea de cómo enfrentarme a Adam. Sigilos, pentagramas, pistolas de agua bendita...

—Si tienes una Colt por ahí escondida o una espada de ángel, entonces estás salvada —se burló Shang frente a ella.

Ezra era consciente de que su idea era nefasta, no necesitaba que un desconocido se burlara. Pero incluso sintiendo cierto enojo hacia él, se vio capaz de reírse de sí misma. Por supuesto que no tenía sentido basar su salvación en ficción, por supuesto que sonaba descabellado siquiera decirlo en voz alta.

Sin importarle que estuvieran en un lugar público, Ezra metió la mano dentro de su bolsa tote y sacó el cuchillo tornasolado, cuyos dientes, que solo unos minutos atrás habían estado teñidos de rojo, ahora brillaban limpios, sin rastro alguno de haberse cobrado una vida.

—Tengo esto —ofreció ella y se lo dio para que lo examinara de cerca—. Mi padre me lo envió esta tarde, dijo que me protegería de él. También dijo que el sigilo en el sótano se rompió en cuanto le abrí la primera puerta.

Shang-Chi no le respondió de inmediato, se había detenido a analizar lo que traía entre manos. Mientras tanto, fue turno de Ezra de analizarlo a él, de buscar el mínimo indicio que explicara por qué la estaba ayudando a pesar de haberla encontrado en la escena del crimen con las manos cubiertas de sangre.

Tenía un rostro sincero y unos amables ojos tan rasgados como los de Ezra misma. Bajo la chaqueta que llevaba para protegerse de la ventisca fría que atacaba a Los Ángeles por la noche, parecía haber un bastante tonificado cuerpo, y notó una extraña formación en sus antebrazos, como si portara varios brazaletes. La curiosidad comenzó a picarle, quería verlos.

Su curiosidad se desvaneció rápidamente cuando lo escuchó reír por lo bajo.

—¿Qué? —se apresuró a preguntar Ezra, creyendo que quizás se había dado cuenta de que lo estaba mirando fijamente.

Sin embargo, la atención de Shang seguía fija sobre el cuchillo, el cual deslizó sobre la mesa hacia Ezra.

—Quizás tenías razón —le dijo, todavía con rastros de su risa en su voz—. Quizás la respuesta sí está en un programa televisivo de hace veinte años. Mira el sigilo, esa es una Devil's Trap.

Ezra acercó el cuchillo a sus ojos para poder ver de cerca lo que le había sido indicado. Esa tarde, cuando analizó descuidadamente el regalo de su padre, había interpretado la marca como un pentagrama, un típico símbolo sin más valor que el de protección personal, conformado por una estrella encerrada en un círculo. Pero, viéndolo con más detenimiento, reparó en las runas que rodeaban dicha estrella.

Runas que, irónicamente, se asemejaban muchísimo a las que se veían en la serie de ficción en la que tanto quería basar su teoría de salvación.

—Tiene que ser una broma —dijo al tiempo que trazaba las líneas con la punta de su dedo—. No tiene sentido.

—Los pentagramas y las runas son símbolos antiquísimos, no es extraño que coincidan —apuntó Shang—. Aunque sí es bastante gracioso.

—Así que, en teoría, todo lo que tengo que hacer es reencontrarme con Adam y... —Ezra se detuvo antes de decir la siguiente palabra.

De alguna forma, a pesar de todo lo que había hecho hasta ahora, de las puertas que había abierto, de los bebés demoníacos que había visto, de los sabuesos infernales que había acuchillado, decir en voz alta que tenía que matar a Adam sonaba imposible.

Ella, una veinteañera aspirante a actriz, asesinando a un demonio, al mismo diablo o a cualquiera de sus hijos. Totalmente descabellado, ¿cierto?

Aunque acababa de asesinar a algo similar. Y si Adam no era más que un ente demoníaco en la piel de un humano, entonces no sería nada diferente a acuchillar al cuadrúpedo.

No, ¿en qué estaba pensando? No había nada que le asegurara que estaba tratando con un demonio y no con un mutante.

—¿Van a querer algo más?

La pregunta de la mesera la sobresaltó, como si la hubiera atrapado in fraganti en medio de un delito, a pesar de que este solo se desarrollaba en su mente.

—No, gracias —negó Shang por ambos—. ¿Podría traernos la cuenta?

—Enseguida.

Ezra la siguió con la mirada hasta que se paró tras la caja, y fue recién en ese momento que reparó en el reloj en la pared, el cual marcaba que faltaban quince para las tres. Se le había hecho tarde.

Con rapidez, guardó el cuchillo en su bolsa y buscó por algunos billetes viejos que pudiera dejar para pagar su parte.

—¿Qué pasó? ¿A dónde vas?

—Llego tarde al trabajo.

—¿Al trabajo? —dijo Shang incrédulo—. Con todo lo que pasó esta noche, ¿piensas ir a trabajar?

—Pues sí —dijo ella a pesar de que todo lo que quería era regresar a casa y dormir por lo que restaba del día—. Si no voy, me descuentan el día, y si me descuentan el día, no llego con la renta.

—No vas a ir a trabajar.

A Ezra no le gustó nada su tono.

—¿Esa es una amenaza? —preguntó, lista para gritar o pelear contra él si hacía falta.

Al parecer, su pregunta lo tomó por sorpresa y lo ofendió. Lo notó dolido, incluso.

—No... Estoy tratando de ayudarte. No puedes ir a trabajar así —apuntó él señalándola de pies a cabeza.

Ezra se miró y se vio obligada a darle la razón. Después de todo, estaba de pijama y cubierta por sangre demoníaca. Quizás una hamburguesería de mal gusto en el centro podía ignorar su apariencia a medianoche pues de seguro que habían visto peores, pero el estudio para el que trabajaba iba a hacerle preguntas que no podía responder.

Podía pedir hacer horas extras para compensar por faltar un día, o incluso podía intentar volver a casa, ducharse e ir a trabajar, pero algo le decía que si ponía un pie en su hogar, no había forma de que saliera de nuevo. Menos para servirle café a actores con mala actitud.

La mesera regresó con el ticket y Shang-Chi se apresuró a pagarlo por su cuenta.

—Iré a casa —anunció Ezra cuando volvieron a estar solos—. ¿Tú qué harás?

—No lo sé —suspiró él—. Regresar al apartamento que alquilé, ver si encuentro algo que pueda ayudarte o quizás llame a los hechiceros.

Ezra habló antes de poder considerar en su cabeza los pros y contras de las palabras que estaba pronunciando.

—¿Por qué no vienes conmigo?

—Con gusto te acompaño hasta dónde vivas —dijo Shang-Chi sin dudarlo por un momento.

Ella se mordió el labio. No quería eso.

Si era cierto —y estaba dispuesta a creer que lo era—, Shang tenía conexiones con los hechiceros de Nueva York, con un Vengador mismo, y lo habían enviado en una misión, lo que probablemente significara que él formaba parte del secreto nuevo grupo de héroes.

Y si así lo era, Ezra podría dormir más tranquila sabiendo que tenía a alguien bajo su techo que pudiera defenderla en caso de que las cosas empeoraran, como probablemente lo hicieran.

—Solo por unos días —dijo Ezra, omitiendo la parte en la que lo invitaba a, prácticamente, mudarse con ella—. Hasta que pueda sacarme al Diablo de encima.

—¿Estás segura? Porque hace dos segundos creías que te estaba amenazando —apuntó él.

—Lo sé, lo sé. Pero si de verdad eres quien dices ser y de verdad has lidiado con cosas extrañas, voy a necesitar tu ayuda.

—De verdad soy quien digo ser y de verdad he visto cosas extrañas —aseguró Shang, aunque todavía no parecía del todo seguro de aceptar su oferta—. ¿A tu novio no le molestará?

—¿A mi qué? —exclamó Ezra.

Ojalá tuviera un novio a quien le molestara. Estaba un poco cansada de estar soltera.

—Tu... —Shang dudó—. ¿Xavier?

—Ew, no, no, no. Xavi es mi compañero de piso —le explicó ella, totalmente asqueada por el hecho de imaginarse en pareja con quien consideraba su hermano—. Y no creo que le importe. De seguro que también dormirá más tranquilo si estás ahí.

Esto pareció tranquilizarlo un poco, lo suficiente como para aceptar su propuesta.

Media hora más tarde, cuando arribaron a su departamento en el corazón de Burbank, Xavier no pareció tan contento con la presencia de un extraño en su casa, pero tampoco puso objeción, no cuando supo que Shang-Chi no solo les creía su descabellada historia, sino que estaba dispuesto a ayudarlos a romper la maldición y liberarlos de sus demonios.















en mi canon Shang-Chi es vegetariano, fan de spn y destiel shipper. si tienen quejas las dejan en la quejería ahre.

capítulo más corto que los demás, considérenlo de relleno y bien tranqui porque a partir del próximo ya empieza el quilombo.

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