9
Habrían pasado alrededor de veinte minutos desde que salimos de Milstead cuando Eric comenzó a alterarse de verdad. Hasta entonces, se mantuvo relativamente tranquilo, gracias al entusiasmo que le despertaba embarcarse en aquella aventura y las ganas de revelarnos toda la valentía que lo trajo hasta allí. Nada más se montó en el autobús, Pepper le hizo un espacio entre nosotros y los tres pasajeros se dedicaron a interrogarlo, mientras yo aprovechaba la conmoción para esnifar una línea rápida. Mucho mejor...
—Anoche llegué a casa tardísimo y mi madre me esperaba, como suele hacer cuando salgo —explicó el cadete—. Parecía que iba a explotar; daba miedo mirarla. Y fue todavía peor al ver que llevaba puesta la ropa de Finn...
—¿Por qué llevabas puesta la ropa de Finn? —inquirió Martin, socarrón.
Molesto por la vergüenza que insistía en generarle a Eric (su presencia en nuestro tour aún se sentía muy frágil) y un tanto sobrestimulado por la coca, no pude sino ladrarle:
—¿Y a ti qué te importa?
Martin retrocedió. A pesar del enojo que Pepper le profesaba esa tarde por razones que desconocía, hasta ella saltó en su defensa. Para mi alivio, Eric siguió hablando.
—Eh, bueno, eso, que empezó a gritarme. Creo que discutimos. No recuerdo bien, estaba súper cansado. Y al marcharme a mi habitación... No sé, me acosté en la cama y la furia no se iba. Suele irse, pero no esta vez. Esta mañana desperté tan irritado como estaba cuando me fui a dormir. Pensé «carajo, tengo que devolverle a Finn su ropa. Tengo que volver por la mía...» —Se ruborizó al volver a exponer ese detalle—. La metí en una bolsa y al atravesar la sala, me di cuenta de que Madre había salido. Y armé el equipaje, por puro impulso. Aunque en realidad no tomé ninguna decisión hasta que vi el autobús arrancando.
Me observó.
—Tienes razón, Finn. No soporto que esto haya sido mi vida.
—Ey, aún no te mueres... —señalé, riendo.
—Quizás lo haga —dijo solemnemente—. No puedo aguantar eso. Así que... si en serio me quieres en tu gira... Digo, si todos me quieren. Vamos, que no es una elección de Finn solamente, ¿no? Pues si...
—Yo no me opongo —sonrió Pepper.
—Ni yo —agregó Martin—. Esto va a ser graciosísimo.
Aaron aún dudaba.
—Es que no quiero problemas... ¿Y si nos acusan de secuestro?
—Juro que le avisaré a mi madre en cuanto pueda —lo tranquilizó Eric, sonando casi como un niño pequeño—. No los importunaré demasiado. Solo quiero...
El baterista suspiró y rodó los ojos.
—Está bien. Pero los ensayos y las funciones son sagrados, ¿eh? Finn, te estoy hablando a ti.
Levanté la vista del porro que estaba encendiendo y me encogí de hombros.
—¿Uh?
—Que no quiero que vuelva a pasar lo de Chicago.
Eric se giró hacia mí.
—¿Qué pasó en Chicago?
En parte avergonzado y en parte con la vista irritada por el sol, me coloqué las gafas oscuras.
—Que este es más maricón que nosotros.
Todos se rieron. Hasta Eric, con una risita nerviosa al no saber cómo tomarse ese comentario o la forma en que nos exhibía a los dos. Le faltaba un largo trecho para aceptar que con aquellas personas estábamos seguros. A Aaron, por otro lado, no le hacía ni pizca de gracia.
-o-o-o-
El letrero que anunciaba la salida de Milstead fue el principio del fin. «Vuelva pronto», rezaba en furiosas letras cursivas sobre un fondo amarillo pastel, con una familia en un coche que había dejado de fabricarse hacía quince años. Eric se tensó a mi lado y lo contemplé de reojo para cerciorarme de que estuviera bien. Su palidez me habría alarmado si el porro no hubiese cumplido su misión de relajarme. Aun así, agradecí que Pepper lo distrajera preguntándole por su entrenamiento y sus películas favoritas (le gustaban los westerns y las de ciencia ficción).
Los campos se abrían a la izquierda y a la derecha del vehículo en el momento en que tomó conciencia de la gravedad del asunto. Era como si, hasta ahora, ni siquiera se hubiera parado a pensar en lo que hacía. El hecho de que, más allá de ser un hombre de casi veinticuatro años, había huido de la casa de una madre a todas luces sobreprotectora que lo temería muerto, que debía estarle buscando por cielo y tierra.
—¿Qué estoy haciendo? —suspiró de repente, agarrándose por instinto el cabello invisible que el ejército le ordenó rapar—. La... ¡La voy a matar!
—Oye, cálmate —le pidió Pepper, rodeándolo con un brazo. Temblaba tanto que hasta para mí era imposible ignorarlo.
—Eric —lo llamé a través de la bruma de su angustia—. Eric, escúchame.
Me esforzaba por hablarle suavemente; mi experiencia advertía que levantar la voz solo empeoraría las cosas. Pero, desde luego, no se podía confiar en que Martin tuviese el mismo tacto.
—Eh, que se te olvidó cómo respirar de nuevo —observó—. ¿Necesitas un porro o...?
—¡No todo se soluciona con porro! —le gritó Aaron, casi tan afectado como el propio Eric—. Finn, ¿qué coño le diste?
—¡No le di nada! ¿Cuándo podría haberlo hecho?
El percusionista se puso de pie y caminó por el autobús, desesperado.
—Mierda, ¡esto es lo que pasa cuando se te ocurren estupideces!
—Solo está nervioso —lo reprendió Pepper, frotándole la espalda al más joven—. A Finn también le pasaba.
—¡Le pasa porque no le alcanzan las horas del día para meterse cuanta porquería encuentra!
—Tan anarquista que dice ser... —se burló Martin, cuya atención regresaba a la revista para caballeros abierta sobre su regazo.
—Esto no tiene nada que ver —refunfuñé, sujetando el mentón de Eric—. Ey, mírame. No los escuches. Debes tranquilizarte, ¿sí? Está en tu cabeza.
Entendiendo que correspondía darnos privacidad, Pepper se movió un par de asientos más adelante, junto a su pareja, a quien no vaciló en aporrear con su propia lectura. Yo me concentré en Eric; sus ojos abiertos cuan grandes eran, el ritmo inquieto de su respiración. Cuánto anhelaba ganarme esa imagen por motivos distintos...
—M-mi madre debe estar al borde de la histeria —jadeó, pero su organismo ya empezaba a regularizarse.
—La llamarás en la próxima parada —le prometí.
Lágrimas se deslizaron por sus pestañas, trayéndole un ardor contra el que no podía sino parpadear.
—¿Y qué voy a decirle, Finn?
Le sonreí.
—Que estás entre amigos y regresarás pronto.
-o-o-o-
La próxima parada resultó ser una estación de servicio en medio de la nada, a minutos del anochecer. Martin, desmayado por alguna sustancia extraña, se quedó dormido y no hubo forma de convencerlo de bajar. Los demás aprovechamos la pausa para ocuparnos de necesidades más urgentes.
En el minimercado de la gasolinera, nos llenamos de los bolsillos de golosinas y chatarra (Aaron también compró un paquete de tabaco y un encendedor), y como además había una pequeña mesa para degustar los bocadillos de dudosa procedencia que vendían, Pepper y yo nos sentamos a comer. Dos sándwiches de queso prácticamente fosilizado y una botella de soda tibia; un manjar para los dioses del rock. Cuando me giré para preguntarle a Eric si quería algo, lo encontré ya de pie frente al teléfono público del local.
—¿Necesitas ayuda? —le habló Pepper, sobresaltándolo.
—N-no, solo...
—Anda, anímate. —Lo pinché—. Será peor si no lo sabe. Enviará a la interpol tras nosotros.
Esto lo hizo reír, lo que le dio la valentía para tomar el tubo y discar el número maldito. La voz angustiada y gangosa de la señora Vietnam se oía a metros de distancia.
—Madre, relájate, por favor. Estoy bien... Sí, es que... No, no, te juro que estoy bien... ¡Que estoy bien, coño...! No, perdóname. Lo siento. Es que...
Cada intento de explicarse lo mortificaba más. Deseé acudir en su ayuda. Pepper me tocó el hombro como si lo intuyera.
—Mira, solo me he ido de viaje con unos amigos, ¿sí? Y no, no te diré a dónde. No pasará nada... Bueno, es más seguro que Vietnam... Confía en mí, por favor... Regresaré antes, sí... No, no te odio... ¡Tampoco me drogo, mamá, por Dios! Ya entiendo por qué papá...
El tiempo se acabó antes de que terminara la frase. No era su única moneda e incluso si fuera así, cualquiera de nosotros le hubiese prestado una. Sin embargo, aquello iba mucho más allá de la posibilidad de volver a contactarse con su madre. Hasta podría decirse que el contacto era el problema.
Eric apoyó la frente contra el teléfono y Pepper fue a consolarle. Un bocinazo nos sorprendió. Ya desde el autobús, Aaron agitaba el brazo, demandando que emprendiéramos marcha.
Quedaba un largo camino hasta San Francisco.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro