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12

Lo intercepté en poco tiempo, acorralándolo contra la pared más cercana. Daba al exterior del edificio; por lo tanto, no había habitaciones ahí, pero un par de cuadros abstractos temblaron ante el impacto. Nada me detuvo. Tenía sueño y la borrachera empezaba a ceder su lugar a la abstinencia que me provocaba la coca. No albergaba paciencia ni inhibición alguna.

—¡Eh! ¿A ti qué te pasa? —reclamó Eric, aunque tampoco intentó liberarse.

—¿Qué es lo que te pasa a ti? —gruñí entredientes—. Prácticamente te ruego que vengas a este viaje, insistes en que no lo harás, apareces a último momento y me has estado ignorando al menos desde San Francisco.

—¿Y para qué me hiciste venir? ¿Para que fuera una de tus groupies?

Sorprendido, lo solté.

—¿De qué diablos estás hablando?

—De Sloane Baker... De... esa mujer. Ni siquiera sé quién era. ¿Qué? ¿Crees que no me enteré de que metiste al menos a una de ellas en tu habitación y estabas a punto de hacerlo de nuevo?

—No me acosté con Sloane. Nos drogamos, le regalé una canción sin grabar, se fue a su casa con su novio. Eso es todo.

—Ajá. ¿Y a esa chica también ibas a enviarla a casa?

—¡Sí, coño! Alondra es mi amiga desde hace años. Me he acostado con ella, es cierto, pero no era lo que tenía planeado esta vez. ¿Y sabes por qué?

—No, ¿por qué? —cuestionó él, igual de alterado.

—¡Porque desde que nos conocimos no dejo de pensar en ti!

Eric retrocedió, a punto de fundirse con el muro a sus espaldas.

—¿Qué?

—Lo que escuchaste. No sé qué coño me has hecho, pero cada vez que siquiera considero encamarme con alguien más, recuerdo lo que pasó entre nosotros.

—Por eso me hiciste venir...

—¡No! Genuinamente me sentía mal por ti. Me sentía mal al pensar que ibas a irte a la guerra sin haber disfrutado un poco de la vida. Me asustaba la posibilidad de que murieras sin haber vivido de verdad. Pero, ¿sabes qué? Comienzo a creer que no vivirías aunque fueras el único hombre en la Tierra. Porque te llevé a San Francisco, estamos en Las Vegas y hemos recorrido cientos de kilómetros, y aún te aterra la idea de algo tan simple como dormir en la misma habitación que otro hombre. Es que... ¿Cómo mierda acabaste en el ejército?

Tarde me di cuenta de hasta qué punto esas palabras podían lastimarlo. De inmediato inspeccioné sus facciones; los ojos grandes, la boca convulsa. Si bien quería disculparme, nada salía.

Eric apartó la vista y negó con la cabeza.

—No lo sé... Tienes razón, Finn. Soy un cobarde.

Intentó alejarse; se lo impedí.

—No, Eric, no eres un cobarde... Mírame, carajo. —Lo sujeté del mentón—. Eres valiente. Eres jodidamente valiente. Mira, hay muchas cosas de ti que desconozco, pero me hago una imagen de como es tu madre y que le hayas plantado cara así para fugarte con un montón de hippies es asombroso. Si no hubiera conocido a Pepper, me consta que no me habrían dado las pelotas para hacer eso. Por no hablar de subirte a un autobús con completos extraños e irte de gira con ellos casi que con lo puesto.

—Eso es más bien ser inconsciente... —repuso.

—No, porque todo lo que has hecho ha sido por las razones correctas. No eres valiente por alistarte en la guerra solo para demostrar que podías. Son las cosas con las que no estabas seguro de poder y que hiciste por ti mismo las que te convierten en un valiente.

Eric suspiró.

—No lo suficiente para ser honesto.

Suspiré también.

—Casi nadie lo es.

-o-o-o-

Washington era nuestra próxima parada, a la cual seguían Chicago, Nueva York y, para terminar, Woodstock. Mentiría si negara lo nerviosos que nos ponía tocar en el corazón político del país, donde las manifestaciones se intensificaban cada vez más y se aspiraba una atmósfera de protesta y represión. A pesar de haber sido inteligentes y evitado asociarnos con ideales pacifistas más de la cuenta, el solo hecho de ser una banda de rock psicodélico con una estética hippie nos convertía en íconos para aquellos que sí se rebelaban contra las injusticias, y con el fantasma del macartismo más presente que nunca, eso representaba un riesgo considerable.

Tomamos las precauciones necesarias, lo cual incluía reducir al mínimo nuestras interacciones con la prensa y recordarle a Aaron que tocaba cerrar la boca al menos cinco veces por día. Esto, desde luego, no le hacía ninguna gracia.

—Los conservadores ni siquiera nos escuchan —se quejaba.

—¿Y para qué querrías llamarles la atención? —resopló Martin—. En especial con todas las porquerías que traemos encima.

El decreto se aprobó a falta de respuesta y los dos recitales programados para aquel fin de semana se desarrollaron sin sobresaltos. Tras nuestra conversación en el hotel de Las Vegas, la actitud de Eric hacia mí había cambiado radicalmente. Por fin se convencía de que no perseguiría otras conquistas durante este viaje y que no me movía el egoísmo a la hora de pedirle que nos acompañara. Para ser honesto, tampoco puedo culparlo. Hasta el día de hoy dudo de mis intenciones.

Todo estaba listo para partir hacia el destino siguiente y el que más me preocupaba: Chicago. Pero de momento, éramos libres de relajarnos en mi moderna suite con televisor a color; los bocadillos rotando entre los sillones anaranjados y la ciudad abriéndose bajo los ventanales del noveno piso. Fue entonces cuando se anunció la congregación antiguerra en la Explanada Nacional.

Eric, casi acurrucado contra mí, se puso alerta como un ciervo que para de beber cuando oye el ruido de los cazadores. Mientras tanto, una chica de pelo largo y ropa colorida daba su testimonio sobre lo crucial que era oponerse al conflicto en Vietnam. A continuación, imágenes de muchachos prendiendo fuego sus tarjetas de reclutamiento y utilizándolas para encender cigarrillos de cuestionable naturaleza, mientras alguien reproducía a todo volumen una canción de nuestro primer álbum.

—Mira —bufó Aaron—, nos admiran y estamos aquí, en esta puta suite de lujo.

—Eres libre de ir si se te antoja —repliqué, ya harto de sus reproches. Lucas y Martin chistaron de inmediato.

—¡Tal vez lo haga!

—Por favor, como si tuvieras las pelotas para...

—A mí también me gustaría ir —comentó Eric, la nariz arrugándose tras un trago demasiado fuerte.

Lo miramos sin dar crédito a lo que oíamos. Una risita se me resbaló de los labios.

—¿A qué viene eso?

Se encogió de hombros, tratando de quitarle peso.

—Curiosidad, supongo. Voy a pelear en esa guerra, ¿no? B-bueno, a cocinar. Pero es un rol súper importante, ¿eh? Creo que... creo que debería saber dónde me estoy metiendo.

—Confía en mí, esos tienen menos idea que tú —sonrió Lucas.

Notamos que Aaron ya no estaba en el sillón reclinable, sino que de pie junto a la puerta, enfundándose en su sobretodo púrpura.

—Acompáñame si quieres.

—¿De verdad?

—Claro que no —me burlé, incrédulo—. Eric, esta gente no es tan pacifista como piensas. Siempre termina habiendo disturbios. Si vas a prisión, será un escándalo de...

—¿Desde cuándo te asustan los escándalos? —dijo Aaron.

—Esto no tiene nada que ver conmigo. Es Eric quien no quiero que...

—Pues en Vietnam no estaré mucho más seguro. Y solo iré a observar, no me meteré en problemas por eso.

—Si vas con cualquiera de nosotros, no pasarás desapercibido —advirtió Martin.

Pepper se levantó de su asiento con decisión.

—También voy.

—¿Eh?

—Debe haber un millón de personas allá y ninguno desentonará demasiado. Quiero ir.

—Andando, entonces —apremió Aaron.

Contemplé a Eric por última vez.

—¿Estás seguro?

Asintió solemnemente y los tres emprendieron viaje. No pasaron ni treinta segundos antes de que Martin se ubicara en el brazo de mi sofá, todo su cuerpo indicándome algo que identifiqué más rápido de lo que quisiera.

—¿No te apetece ir? —presionó.

Rodé los ojos. Siempre fue tan evidente.

—¿Y por qué no vas tú?

—Coño, Finn, pensará que la estoy persiguiendo.

—¿Y no es la idea?

Martin hizo pucheros, suplicante.

—Ya, ya. Cuidaré a tu noviecita por ti.

—No es mi noviecita. —Cruzó los brazos—. Y no se trata de que la cuides. En Las Vegas me dejó muy claro que entre nosotros no hay nada. Pero... Solo avísame si la ves con él, ¿de acuerdo?

—No soy policía, pero está bien.

Y salí corriendo detrás del resto.

-o-o-o-

La Explanada Nacional estaba más petada que cualquiera de nuestros conciertos, lo cual, en mi egocentrismo, me hizo desear que nos hubiéramos unido como invitados musicales del mitin. Procuramos permanecer en los extremos de la multitud. Eric se sujetaba a mi brazo, bajo la excusa de que podría perderse, y no se lo prohibí. Los presentes se enfocaban tanto en lo que ocurría en el escenario construido cerca del estanque en memoria de Lincoln, que ninguno se percataría jamás de nuestra asistencia.

Varios líderes ofrecieron discursos que eran recibidos con ovación tras ovación. Ninguno de nosotros aplaudía, excepto Aaron. No obstante, Eric tampoco apartaba los ojos de la conferencia, humedeciéndose los labios cada cierto tiempo mientras los oradores describían las atrocidades cometidas en Vietnam, las muertes innecesarias de jóvenes a los que obligaban a servir. Y Pepper... Pepper estaba en todos lados, menos ahí.

—Martin me envió para vigilarte —le susurré, divertido.

Ella refunfuñó.

—¿Y a qué le teme? Si es por ya sabes quién, ni siquiera debe estar aquí. Esta no es su lucha.

—Pero vive en la ciudad y hay muchísimo alboroto. No me extrañaría que aparecieran.

—Como sea, voy al baño.

Y se perdió entre las masas.

Eric, que nos escuchaba sin que lo notáramos, se inclinó hacia mí y me preguntó:

—¿Le pasa algo a Pepper?

—Nada. Es solo que hace un par de años que está coladita por un Pantera Negra.

—¿Eh?

—Sí, los del partido. Los conoces, ¿no?

—Ah, desde luego. P-pero... ¿cómo pasó esto? ¿Martin lo sabe?

—¡Y tanto que lo sabe! —exclamé—. A ver, no es que ella le haya metido los cuernos. Te habrás dado cuenta de que su relación es un tanto... inestable. Pues un día vinimos a encontrarnos con un camello aquí y se topa con este sujeto. Todo muy de película, ¿entiendes? Llovía a cántaros y ella le prestó su paraguas y él la miraba como «si lo acepto, ¿me acusarás de asaltarte?» No fue fácil construir esa confianza, aunque, por supuesto, lo comprendo... Todo sucedió rapidísimo. No salían juntos ni nada, pero a veces Pepper se metía en algún motel a las cuatro de la tarde y no regresaba hasta el día siguiente. Y no te imagines cantidades industriales de sexo, ¿eh? Que me consta que hacían poco más que charlar. Siempre que volvía, conocía más teoría izquierdista que Aaron.

—Vaya...

—Sí. Incluso llegó a decir que lo amaba.

—Pero terminaron.

Me entristecí al recordarlo.

—Muy a mi pesar. Solo coincidimos en un par de ocasiones y me mostró música a la que jamás habría llegado yo solo. Lo que pasa es que el tipo...

—¿Cómo se llamaba?

—Algo con R... ¿Randall, quizás? Sí, me parece que era Randall. Digamos que Randall... Pues Randall ya se estaba metiendo en política y había... demasiados obstáculos. Si quería un carrera, Washington D. C. era la mejor ciudad en la que estar, y Pepper sencillamente no podía quedarse en un solo sitio. La banda la necesitaba y, más importante aún, ella nos necesitaba a nosotros. Además, para una pareja interracial es...

—Complicado, sí.

—No me malinterpretes. Creo que si Pepper hubiera querido pasar el resto de su vida aquí, criando a sus hijos y contribuyendo a la causa, él se habría casado con ella a pesar de todo. Y si él hubiese estado dispuesto a renunciar a la causa y vivir de gira y ser una especie de primer caballero del rock, ella habría hecho lo mismo. El problema no solo era la raza.

—Buscaban cosas diferentes.

Advertí una secreta resignación en sus palabras y sus gestos, como si hablara desde la experiencia. Me cuestioné, a lo mejor por primera vez, cuál sería el futuro que Eric proyectaba para sí mismo. Lo cierto era que, pese a llevar ya un par de semanas viajando juntos, no había aprendido más que lo de aquella noche en la furgoneta de Lucas. Madre sobreprotectora, tradición bélica en la familia, una prima acomplejada. ¿Eso era todo? ¿No existía nada más detrás de esos faroles café que se bebían al mundo con la desesperación de quien ha pasado años en el desierto?

Lo dibujé en mi mente como un padre de familia. La casa en los suburbios, los 2.5 críos, la verja blanca, partidos de béisbol del niño y recitales de ballet de la niña todos los fines de semana. Nuestra pequeña odisea ya le había robado la oportunidad de hallar a esa chica que lo cambiaría para siempre, pero nada quitaba que pudiesen coincidir después de la guerra. Si sobrevivía...

Me estremecí. ¿Qué lo aguardaba al otro lado de la jungla vietnamita? Otra imagen acudió a mi cabeza. La de un oficinista gris, similar al de la versión anterior, solo que llegando cada tarde a un apartamento solitario. Cuentas a pagar, un gato atigrado con nombre estúpido destrozando el sillón, una colección de platos de cerámica con retratos de Judy Garland en la pared. Fotografías de un amante al que presentaba como su mejor amigo. Antecedentes penales por conducta indecente; madrugadas enteras en la comisaría sin que nadie respondiese por él.

Si sobrevivía...

Descubrí entonces de dónde provenía la pena de Eric. Lo atormentaba reconocer que ninguno de esos destinos le aguardaban. Que no había nada en el horizonte excepto la casa de su infancia, con la madre sobreprotectora y las memorias de hombres más grandes que él. Una eternidad explicando a dónde iba y con quién, inventando excusas. Entradas en el cabello, caspa sobre los hombros del cárdigan, calcetines de regalo cada cumpleaños, cortesía de su única compañía en el universo.

—Exacto —respondí cuando mi silencio comenzó a perturbarlo—. Buscaban cosas distintas.

¿Qué buscaba yo?

-o-o-o-

Aaron y Eric se retiraron al hotel apenas terminó la manifestación, alegando demasiado cansancio. Por mi parte, no me iría a ningún lado hasta que Pepper regresara. Y así lo hizo, cuando la luna llena colgaba sobre su hermana gemela en el agua, a la que el viento movía ligeramente. Tan pronto como oí sus pasos a mis espaldas, sentí que unos brazos me envolvían la cintura y una frente se anclaba entre mis omóplatos.

—Así que sí que vino. —La pinché.

Un sollozo se hizo hueco entre nuestros cuerpos, indicándome que el asunto era mucho más serio de lo que anticipaba. Al girarme, tomé nota del tono rojizo de su mirada. Pepper no lloraba seguido, pero si lo hacía, se enteraba todo el mundo, tanto por lo mucho que se le irritaban los ojos como por las intensas ojeras que se formaban debajo de ellos.

—Su mujer está embarazada —dijo, las manos colgando a ambos lados del cuerpo, tan a la deriva como ella misma debía sentirse.

Priorizó contarme sobre el embarazo de su esposa antes de siquiera mencionar que dicha esposa existía. Supongo que porque representaba todo lo que ella no sería capaz de ofrecerle: una familia, un hogar, la estabilidad que tanto le reclamaba a Martin.

—No quiso presentarnos, pero la vi, Finn. Hermosa y alta como la escultura de una diosa africana, y con la barriga al borde de reventar. Estaba pintando pancartas con el resto del grupo... Es una de ellos...

—Así lo decidió —señalé, esperando filtrar a través de sus emociones los motivos por los que lo suyo no hubiese podido ser.

—Esa es tu respuesta para todo, ¿no? ¿Por qué no guardas esa sabiduría para el hijo que le encasquetaste a Vicky?

—¿Y por qué no te casaste con Randall?

—Raymond...

—¿No era Randall?

—No, Raymond.

—Bueno, ¿por qué no te casaste con Raymond en su momento?

—¡No nos habrían dejado, Finn!

—Y una mierda. Claro que habrían tenido que enfrentarse a un montón de idiotas, claro que no habría sido fácil y que tan solo encontrar un vecindario donde vivir juntos hubiera sido una pesadilla. Pero no fue por eso que lo rechazaste. Él se hubiese arriesgado y tú lo habrías hecho también. La realidad es que no te salió del coño, Pepper. Del mismo modo que no te salió del coño parir al esperma de Martin. ¡Y eso está bien! Tienes todo mi apoyo. Es solo que tomar decisiones sobre lo que no quieres implica renunciar a esas cosas y a veces están entrelazadas con cosas que, como mínimo, te gustaría querer. Así es la vida. No hay nada que hacer salvo admitirlo y seguir buscando lo que de verdad te hará feliz.

La rodeé con los brazos y la atraje hacia mí.

—¿Y qué será? —inquirió. Su voz sonaba rota.

—Pues puedo decirte lo que no es: casarte con Raymond, tener a su hijo, tener al hijo de Martin, perseguir a Martin hasta el fin de tus días en general. Todo lo que has intentado hasta ahora.

Se separó de mí, conmovida.

—¿Sabes? Raymond me confesó algo que me dolió mucho. Cómo él no puede ni soñar con plantearse estas preguntas. Cómo está demasiado preocupado por su supervivencia inmediata, la de sus amigos, la de su familia, la de los niños a los que les sirve guisado en los comedores comunitarios. Unos blancos se metieron a su barrio en un coche deportivo hace un par de meses y balearon a dos chicas de trece años, llamándolas putas que los habían estafado. Hoy están libres. Nixon habla del crack, porque la guerra que realmente quiere ganar le traería mala prensa. Y nosotros aquí, sufriendo por no estar seguros de ser estrellas de rock por el resto de nuestras vidas. ¿Qué tan ridículo es eso?

Reí un poco.

—Súper ridículo. —Viendo que empezaba a calmarse, la tomé de la mano y la animé a marcharnos—. ¿Qué quieres hacer, entonces?

Pepper se mordió el labio.

—Creo que quiero... escribir una canción.

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