Capítulo 9
Me despierto debido a un sueño muy extraño que acabo de tener. Estoy sudando y mi respiración es algo irregular, así que trato de calmarme. Observo el reloj, son las 9:07 de la mañana, busco en la mesita de noche mis pastillas y las tomo, poco a poco me voy sintiendo mejor. Me pongo en pie un poco adormilada y voy al tocador, me cepillo los dientes y me lavo la cara. Abro la regadera y dejo que el agua corra por mi cuerpo. Salgo del baño y me comienzo a cambiar; me pongo unos leggins negros con una blusa campesina morada y unos botines negros. Peino mi cabello, lo dejo suelto y me maquillo un poco. Salgo del cuarto y mi madre también está arreglada.
—Buenos días —digo sirviéndome una taza de chocolate caliente.
—¿Se puede saber a dónde vas así de arreglada? —pregunta.
—Ayer cuando salí vi en el periódico que una familia muy importante de aquí necesita una enfermera que cuide de su hijo —digo y ella alza una ceja.
—¿Qué familia? —pregunta terminando de comer.
—No me acuerdo del apellido, pero lo único que sé es que tienen mucho dinero —me como unas tostadas.
—Espero y te den el trabajo, hija —yo asiento —. Ya me voy, te deseo suerte, cariño —besa mi frente y sale de la casa.
Por otro lado, yo me cepillo los dientes y me retoco el labial, tomo mi cartera y salgo de la casa; tomo un taxi y a mitad de camino el señor se detiene.
—¿Qué pasa? —pregunto confundida.
—Parece que se pinchó una llanta y tengo que cambiarla —dice y yo suspiro.
—¿Se demora mucho? —él asiente y salimos del auto.
A lo lejos veo venir un Audi negro y se estaciona a nuestro lado, del auto baja un hombre más o menos de mi edad, muy lindo, por cierto.
—¿Puedo ayudar en algo? —pregunta y yo asiento.
—Al señor se le pinchó una llanta —respondo.
—¿Podría llevar a la señorita? —pregunta el hombre del taxi y el del Audi asiente.
—¿A dónde se dirigía? —pregunta el chico mirándome.
—A la mansión Beckman —él asiente.
—Vamos —me subo al copiloto del Audi y él arranca —. ¿Qué eres de los Beckman? —pregunta y yo sonrío.
—Yo no soy nada de ellos, sólo voy por el trabajo de enfermera —él sonríe.
—Pareces una Beckman con esa ropa tan elegante —yo me sonrojo.
—¿Está muy formal? —pregunto mordiéndome el labio, el se ríe.
—Solo bromeaba, así estás bien —yo suspiro de alivio y sonrío —. Por cierto, yo soy Brayan —dice doblando en una esquina.
—Scarlett, y ¿tú qué eres de los Beckman?
—Yo solo soy su chofer, venía de llevar a la hija del señor al colegio —yo me sorprendo.
—¿Tienen otra hija? —pregunto sorprendida.
—Sí, de hecho, son tres —dice y estaciona en una mansión —. Hasta aquí te acompaño, espero que te den el trabajo —dice y arranca dejándome ahí enfrente de esa casa tan grande.
Doy unos pasos y toco el timbre. Me abre una señora como de la edad de mi madre.
—¿Se le ofrece algo?
Me mira de pies a cabeza con ¿asombro?
—Vengo por el anuncio del periódico —digo y ella asiente dejándome pasar.
En eso viene bajando una señora rubia, como de unos 45 años.
—Rosaura, ¿quién es esta? —pregunta la señora con superioridad mirándome por encima del hombre y yo alzo una ceja.
—Ella viene por el trabajo, señora —pesponde Rosaura, supongo que así se llama.
La señora le da una mirada y ella se va.
—Dime tu nombre —caminamos a la sala de estar y nos sentamos.
—Scarlett Del Castillo —respondo firme y ella me mira de pies a cabeza.
—Eres la única chica que se ha atrevido a venir, ese anuncio ya tiene más de un mes —me sorprendo —. No me puedo dar el lujo de no darte el empleo —dice mirándome intimidante, yo sonrío.
—Gracias —ella asiente.
—Si es posible empiezas hoy mismo —yo asiento.
En eso, entra a la sala un señor, que parece de la edad de esta señora.
—Mi amor —dice la señora y besa su mejilla.
El señor no muestra ninguna expresión en su rostro, yo me pongo en pie.
—Ella será la nueva enfermera de Parker —el señor dirige su mirada hacia mí.
Al verme se queda impresionado.
—Un gusto, señor, mi nombre es Scarlett Del Castillo —le tiendo mi mano con una sonrisa en el rostro.
Su mirada me transmite algo extraño. Toma mi mano y un sentimiento se instala en mi pecho. Él mira nuestras manos como si hubiese sentido lo mismo que yo.
—Señor, ¿se encuentra bien? —pregunto.
De un momento a otro se desmaya.
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