Capítulo 17
Abro los ojos y me encuentro en la habitación que ocupo en la casa donde trabajo.
—Señorita, ¿me escucha? —pregunta un doctor poniendo una luz en mis ojos.
—Sí —respondo tenue, me siento cansada.
—¿Tiene algún padecimiento o enfermedad crónica? —pregunta el doctor.
Veo que en el cuarto están el señor Beckman y Parker.
—Sí, tengo un afección cardíaca llamada miocardiopatía —respondo con esfuerzo.
—Es una enfermedad hereditaria, ¿algún pariente cercano la padece? —vuelve a preguntar el doctor y yo niego con la cabeza.
Él saca su fonendoscopio y comienza a auscultarme.
—Lo padezco desde pequeña —añado y el señor interviene.
—¿Te tomaste el antiarrítmico? —pregunta el señor Beckman y yo niego con la cabeza.
—Se me pasó, me estaba sintiendo bien y no me lo tomé —respondo, el señor se tensa.
—Ahora vuelvo —dice y sale de la habitación.
El doctor me sigue revisando y Parker se acerca, está usando la silla de ruedas, gané. Sonrío y él toma mi mano, escuchamos la puerta abrirse y vuelve a entrar el señor con un frasco de pastillas y un vaso de agua.
—Puede tomar este antiarritmico, ¿verdad? —le pregunta al doctor.
—Esa es la misma pastilla que yo me tomo —le aviso.
—Claro, eso te ayudará a sentirte mejor. Te recomiendo que te cheques con tu cardiologo, es importante que tengas revisiones periódicas.
Asiento. El señor me da una pastilla y yo me la tomo.
—Que esto no vuelva a pasar. Ahora lo mejor será que descanse y no se altere más, necesita estar en reposo, tiene las piernas un poco hinchadas —dice el doctor y sale de la habitación, el señor lo acompaña.
—Oye, lo siento —dice Parker cuando ellos salen.
Me siento en la cama.
—¿Qué sientes? —pregunto confundida.
—Por mi culpa estas así, te alteraste discutiendo conmigo, no sabes el susto que me diste —sonrío con ternura.
—No te preocupes. Además, terminé ganando, estás en tu silla de ruedas y fuera de la habitación —hago un baile con mis cejas y él se ríe negando con la cabeza.
—Eres única —sonrío.
El señor entra en la habitación.
—Parker, déjame solo con la señorita, por favor —dice con un semblante de seriedad que da miedo.
—Está bien, papá. Ahorita vuelvo, Scar —asiento y él sale.
El señor me mira con preocupación.
—Señor, lo siento... —me interrumpe.
—No quiero que se levante de esa cama por nada del mundo, si necesita algo llame a Rosaura, ella estará a su disposición —asiento.
—¿Me puedo quedar aquí hoy? No quiero preocupar a mi mamá —él suspira.
—No conozco a tu mamá, pero supongo que ella debe saber sobre esto —bajo la mirada.
—Lo sé. Se lo diré, pero no ahora —asiente.
—Está bien, claro que se puede quedar, y ya sabe. Con permiso —dice y sale dejándome sola.
* * *
Unas manos en mi rostro hacen que me despierte. Abro los ojos y descubro a Elisa mirándome.
—Holaaa, al fin despiertas —dice y yo sonrío.
—Hola, corazón —respondo y me siento en la cama.
—¿Cómo estás? —me pregunta y se sube en mi regazo.
—Ya me siento mejor, ¿cómo te fue en el colegio? —ella se encoge de hombros.
—Bien, la profesora es muy linda conmigo —sonrío.
—Me alegro mucho, cariño —mira mi cabello.
—¿Sabes hacer trenzas? —asiento —. ¿Podrías hacerme una? A mí me gustan mucho, pero a mi mamá no —asiento gustosa.
Le hago una trenza francesa mientras ella me habla de todo un poco. Escucho la puerta abrirse y entra la señora Angela.
—Elisa, ¿qué haces aquí? Deberías estar haciendo tareas, no holgazaneando por ahí —la niña agacha la cabeza —. ¿Qué esperas? ¿Qué te escriba lo que he dicho? —dice y yo la miro mal.
—Ya voy, mamá —se levanta de la cama.
—¿Cuantas veces debo decirte que no me digas así?
Uich, si no estuviera en esta cama la agarro a cachetadas.
—Lo siento —dice y sale del cuarto cabizbaja.
—¿Por qué le dice eso? —pregunto con rabia por cómo le habló a la niña.
—Porque se me da la gana, a ti yo no tengo que explicarte nada. Tú solo eres una empleada —me mira fusilante.
—Por el amor de Dios, es su hija. ¿No ve que le hace daño? —ella rueda los ojos.
—Lo que sienta esa niña me importa muy poco —yo la miro indignada.
—No puedo creer que diga eso de su hija —ella me mira con aburrimiento.
—Mira no te metas en mi forma de educar a Elisa porque como tu bien lo dijiste, es mi hija y la educo y le hablo como se me da la gana —responde prepotente y sale de la habitación.
Agarro la almohada y la lanzo a la puerta. Esa señora me cae como una patada al estómago, es que me cae mal. Trato de calmarme, definitivamente esta casa es un caos.
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