Capítulo 7
1.
Llegué justo cuando el crepúsculo empezaba a pintar con sus dedos grises el cielo mismo.
Reconocí el Jeep de papá en el aparcamiento de la parte alta del pueblo, me detuve junto a él y apagué mi Yaris con un suspiro. El viaje me tomó más tiempo de lo que esperé, especialmente porque me perdí por lo menos cuatro veces. Soy un desastre con las direcciones, realmente lo soy, maldita sea Google Maps; volver a este lugar realmente me asustaba, porque sé que tendré que usar mapas y apesto con eso, y no quiero estar aquí, y...
Para, ¡Heather, para! Tus papás están ahí abajo, en alguna parte. Lo escuchaste en la radio de Jayp, ¡Ahora, o te vuelves loca, o te callas!
A lo que terminé de darme mi charla de ánimo a mi misma, salí del auto y fui a inspeccionar el Jeep.
La mochila que le había hecho a Jayp ya no estaba, y sentí una sombría satisfacción al saber que se la había llevado con él. Me pregunté si ya habría encontrado al señor Hopper, y si lo había hecho, cuál habría sido su reacción. A decir verdad, no sé por qué habré puesto ese juguete viejo ahí, juro que no lo sé... pero algo me dijo que sería una buena idea. Además, no es que fuera pesado; estaba segura de que Jayp podría arrastrar su peso multiplicado durante días si tuviera que hacerlo.
Sin embargo, aquí había algo raro. El equipo de música del Jeep no estaba, y dejaba un espacio vacío en el tablero por el que salían cables hacia la cabina. Al principio pensé que alguien lo podría haber robado y arrancado con un destornillador, a juzgar por los rasguños alrededor del agujero, pero ¿por qué lo harían? Ya casi nadie tiene esos CD/radio en sus autos, incluso mi pequeño Yaris tiene un adaptador de iPod...
Y entonces me llegó a la cabeza: La radio. Jayp lo había sacado por la radio.
Apoyé la frente en la fría ventanilla del Jeep, una vez más luchando por contener las lágrimas. Así que había ocurrido de verdad; realmente había oído las voces de papá y Jayp por la radio, y papá al menos me había escuchado a mí, y Jayp había escuchado a papá, por lo que yo no fui una idiota al haber reorganizado mi mochila para que cupiera esa enorme radio antigua. De alguna manera, las radios nos habían conectado, y si había funcionado una vez, podría funcionar de nuevo. Tenía que hacerlo.
Dejé el Jeep atrás y volví a mi auto. Saqué mi propia mochila, me la puse, me aseguré de poder alcanzar la vieja radio en cualquier momento si era necesario, y caminé hacia la barandilla sobre el lago.
El pueblo parecía tan normal desde aquí arriba. Si entrecerraba los ojos, incluso era capaz de distinguir a las personas diminutas caminando por las calles, con atuendos de colores brillantes que sólo los turistas que venían desde fuera del estado se atreverían a utilizar. Era un atardecer muy tranquilo y podía escuchar las voces que llegaban hasta mí, aunque no podía distinguir las palabras, sólo el sonido. Eso debería ser espeluznante, pero de alguna manera, me era tranquilizadoramente humano. Oí el motor de una barca en algún lugar del lago, las campanas de la iglesia sonando en el pueblo y niños riendo a lo lejos. Si cerraba los ojos, incluso podía oler la barbacoa de alguien.
Abrí los ojos y miré hacia abajo, a este pequeño y pacífico pueblo turístico. Mis papás no estaban allí. Estaban en ese otro lugar, el lugar detrás de este. Este pequeño pueblo era la máscara, y la pesadilla era la realidad que se escondía tras ella.
Extendí los brazos, me apoyé en la barandilla y grité, —¿Tanto me quieres? ¡Entonces ven a por mí!
Sólo por un segundo, pareció que el tiempo se detenía, y sentí un momentáneo retorcijón de miedo de no poder entrar y encontrar a papá y a Jayp cuanto antes, y ese miedo era peor que cualquier otro que hubiera sentido antes. Entonces, en medio del lago, la niebla comenzó a subir y a salir, envolviendo al pueblo y extendiéndose hacia mí como manos ansiosas, buscándome y envolviéndome con sus gélidos brazos. Los sonidos y olores que se sintieron tan pacíficos como normales desaparecieron de un momento a otro, reemplazados por un silencio que no era propiamente silencioso, sino que sólo una fachada para ocultar las cosas que se deslizaban debajo, y un olor como el de una hoguera humedecida alimentada por huesos.
Respiré profundamente, llevando ese lugar dentro de mí, sintiéndolo a través de cada fibra de mi ser. Para bien o para mal, estaba aquí ahora, y tenía que encontrar a un idiota, y a un fantasma.
Moví la mochila para poder mirar directamente a la radio y le grité a su inexpresivo rostro, —¡Ya estoy aquí! ¡Voy a buscarte!—, Esperé una respuesta, pero la radio me devolvió una mirada con ojos apagados y vacíos... tal como sospechaba que lo haría. Volví a colocar mi mochila en su sitio y comencé a bajar la colina hacia Silent Hill.
2.
Esto no estaba bien.
No es que nada en este lugar estuviera bien, nunca lo estaría, es sólo que esto era... más malo de lo que había pensado. Por supuesto, también recordaba su propia muerte, por lo que tal vez sus sospechas acerca de lo que estaba bien y lo que no, podían ser cuestionadas, pero aun así... incluso para este lugar que había perseguido y maldecido su vida durante años, esto no estaba bien.
Harry vagó sin rumbo fijo por el muerto pueblo envuelto en niebla. Llevaba la pequeña radio en el bolsillo de la chaqueta (¿Y es que realmente le sorprendía haber encontrado su vieja chaqueta bomber de cuero colgada en el armario de la habitación del hotel? No, no le sorprendía), pero aún así debía admitir su peso le era algo reconfortante, y aunque no había encontrado armas, tampoco las había necesitado. No había visto nada, monstruo o no, acechando en la niebla, y eso era lo que lo que le desconcertaba. Recordaba bastante bien esos malditos pájaros y esos perros sin piel, quienes lo habían visitado en sus pesadillas durante casi dos décadas, y había salido del hotel encogido, esperando ser bombardeado en picada por ellos casi de inmediato.
Pero nada. Estaba completamente solo, caminando sin ser molestado ni perturbado, pero alejándose de las sombras, esperando lo peor en cada esquina.
No por primera vez, Harry se preguntó si estaría en el infierno, una vez más.
Siguió esperando la radio, esperando con toda esperanza que volviera a gruñir con estática y oyera otra voz en aquel vasto vacío, James, Heather o alguien, quien fuera; pero al mismo tiempo, temiendo lo que pudiera haber al otro lado de esta.
Debía de llevar mucho tiempo caminando, posiblemente horas, lo que sólo le parecieron minutos en algún momento, porque estaba al otro lado del lago, frente al hotel. Recordando que esta era la frontera del pueblo, cerca de la carretera, aceleró un poco paso, sabiendo que nunca sería tan fácil lograrlo, pero deseando desesperadamente que lo fuera. Manteniendo la orilla del lago a un lado, atravesó el parque y se adentró en el cementerio.
La niebla era más espesa aquí, más pesada, densa y casi sólida a su alrededor, por lo que se esforzó por ver a más allá de unos metros delante de él. Este lugar había considerado adecuado proporcionarle una radio, pero no una linterna, y evitó por poco chocar con varias lápidas hasta que, al agacharse bajo un gran ángel de piedra, golpeó una lápida más pequeña con la canilla y cayó de bruces sobre la hierba húmeda.
—¡Maldita sea!—, gruñó en voz alta, incorporándose y frotándose la canilla afectada, sintiendo cómo la humedad se colaba por sus pantalones y le helaba la piel.
—No deberías tropezarte en ellos—, dijo una voz soñadora y tranquila, que nunca había escuchado antes. —No les gusta cuando te cruzas así.
Escudriñó entre la niebla, desconfiando de sus oídos en este horrible lugar. —¿Dónde estás?—, preguntó, luchando por mantener la calma en su voz. —No puedo verte.
—Justo delante de ti. Mira mejor.
Poniéndose de pie, caminó, lentamente, unos cuantos pasos hacia la voz. Según su remota experiencia, los monstruos aquí no hablaban, e incluso si lo hicieran, no se imaginaba que sonaran tan tristes y cansados como lo hizo esta voz. La niebla se disipó tras unos más pasos y vio a una joven sentada en el suelo cerca de una de las tumbas, de espaldas a él.
Parecía tener la edad de Heather, pero algo en su postura y su voz la hacían parecer mucho, mucho mayor. Gotas de condensación se aferraban a su suéter blanco y cabello negro, haciéndola parecer como si se hubiera adornado con muchos cristales diminutos y brillantes. Se balanceaba hacia delante y hacia atrás, deliberadamente, y miraba fijamente el nombre en la tumba, un nombre que Harry no podía distinguir ante la luz incierta.
—¿Quién eres?—, él preguntó.
Ella giró la cabeza, le echó un vistazo y se puso en pie de un salto, chillando. —¡Aléjese de mí!—, gritó, tropezando torpemente al apartarse de él, para dejar que la lápida quedara entre ellos dos. —¡Te cuidé, ya no puedes lastimarme más!
Muy lentamente, Harry levantó ambas manos, con las palmas abiertas frente a ella. —No voy a hacerte daño—, dijo con una voz que esperaba que fuera tranquilizadora. —Me pregunto si puedes ayudarme.
Ella lo miró con desconfianza, apartándose el flequillo oscuro de los ojos para verle mejor, con una postura que de por sí irradiaba tensión y miedo. Le recordó a un ciervo atrapado por los faros de un automóvil, un animal que, en cierto modo, sabe que debe huir, pero no consigue transmitir el mensaje a sus patas. Después de observarlo durante unos minutos, ella se relajó un poco, y la tensión abandonó sus músculos.
—Eres demasiado alto—, le dijo ella, y a él le pareció que sonaba casi decepcionada. —No eres él, eres más alto que él y tu pelo es del color equivocado.
Él sonrió lentamente, intentando parecer lo menos amenazador posible para ella. —¿Cuál es tu nombre?
Pero ella no respondió. En cambio, rodeó la tumba y reasumió su posición frente a ella, mirando fijamente la lápida como si albergara todos los misterios del mundo en ella.
Entonces lo intentó de nuevo. —Yo... creo que estoy un poco perdido. ¿Conoces alguna forma para poder salir de aquí?
Hizo un gesto hacia la distancia, su mano blanca pareció flotar y bailar a través de la niebla. —Suba por esa colina. Hay un estacionamiento—. Se lo pensó un momento, luego se dio la vuelta y lo miró inquisitivamente. —¿Eres una de las personas nuevas?
—¿"Personas nuevas"?—, preguntó él de vuelta.
Ella sacudió la cabeza en la dirección que había señalado. —Hay dos autos nuevos allá arriba—. Y se encogió de hombros. —Pensé que tal vez uno de ellos era suyo.
—No—. Negó con la cabeza. —Yo no he conducido hasta aquí.
Ella se volvió hacia la lápida de piedra, descartándolo. —Ya nadie lo hace.
Dándole un amplio espacio, Harry se alejó de ella hacia la dirección que le había indicado.
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