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Capítulo 5



1.


Llegó temprano, justo cuando el sol comenzaba a salir sobre el lago. Las ondas en el agua atrapaban los rayos del sol y brillaban suavemente, y una niebla dispersa y fragmentada flotaba sobre la superficie del agua, lo que le hacía ver tranquilizante y cálida.

James estacionó el Jeep en el área de descanso del acantilado, el mismo lugar en el que se había estacionado la última vez que visitó Silent Hill, y salió del vehículo para estirar las piernas y la espalda. Se acercó a la barandilla y miró hacia abajo, contemplando a aquel pueblo dormido.

Parecía tan normal, como aquel típico pueblo turístico soñoliento, el tipo de lugar al que se retiran los ancianos para tentar a sus nietos a que les visiten, con la promesa de pasar algunos días en el lago. Podía imaginar las calles llenas de viejitas con sombreros brillantes, comprando y cotilleando, mientras sus maridos pasaban las tardes de ocio en los campos de golf o jugando póker, con brandy y cerveza.

Pero también podía ver calles llenas de monstruos y sangre.

James negó con la cabeza, tratando de despejar las telarañas de su mente. La dualidad de Silent Hill no le interesaba, no realmente; lo único que le importaba era encontrar a Harry, si es que estaba allí. Si no estaba... bueno, el mundo seguiría girando si se perdía allí abajo, y casi nadie notaría su ausencia, así como nadie la notó la última vez.

Sus manos se apretaron involuntariamente en la barandilla. Incluso después de diez años, nunca había sido completamente sincero con Harry. Se quedó mirando el agua, temporalmente hipnotizado por las lentas ondulaciones, y se preguntó con una amarga sensación por su auto, aquel hundido en el fondo del lago desde hacía diez años pasados. Se había lanzado del puente a propósito. Había querido hundirse en el oscuro abrazo del lago, sumergirse en la paz y el olvido, silenciar por fin las voces en su cabeza y perder el tremendo peso que llevaba en su alma. Fue sólo después de que Harry, un completo extraño en ese momento, lo sacara del agua y lo llevara a casa, e hiciera a James comenzar a creer que sí quería vivir y que sí podía seguir adelante. Que podría cargar con el peso de lo que había hecho y seguir viviendo, y tal vez incluso, volver a ser feliz.

Pero ahora Harry se a ido, y no podía evitar preguntarse cómo sería estar en el fondo del lago, rodeado de silencio y agua fría a la deriva.

James se frotó los ojos, sus ojos rojos, secos e irritados, y caminó rígidamente de regreso al Jeep. El largo viaje hasta ahí le parecía un sueño ahora, pero debería haber estado pensando en cómo entrar en ese mundo que es capaz de ocultarse tras la máscara de un tranquilo pueblo turístico. Ni siquiera había considerado lo que haría si llegaba hasta ahí y, como ahora, el pueblo era normal, pacífico, y no el reino de pesadilla que necesitaba encontrar.

¿Podría realmente estar tan sanado, como para que el verdadero Silent Hill no lo admitiera ahora?

No, eso era imposible. La pirámide roja no habría estado viniendo a él cada noche, atormentando sus sueños, si no pudiese regresar a ese lugar.

James inclinó el respaldo del asiento del Jeep hacia atrás, intentando encontrar una postura cómoda. Bien podría tomar una siesta, y tal vez cuando despertara la niebla habría vuelto, y podría descender a la ciudad y encontrar lo que buscaba. Los monstruos probablemente se lo comerían vivo si bajaba allí ahora, sin dormir y con la cabeza cansada y aturdida, tal y como se sentía.

El asiento se enganchó en algo detrás de él y no pudo bajar del todo. Repentina e irracionalmente frustrado, James se agitó detrás de él, tratando de apartar a un lado lo que sea que estuviera estorbando. Su mano tocó una lona áspera y de material inflexible; era la mochila que Heather le había hecho. Sintiendo una momentánea apuñalada de culpabilidad en su pecho por lo que le había hecho, buscó a tientas una de las correas de la mochila y tiró de ella hacia un lado.

La mochila se volcó y su solapa superior, sin asegurar, se abrió y arrojó varias bebidas isotónicas y un botiquín de primeros auxilios al suelo del Jeep. Y algo más, algo que James no había vuelto a ver en años.

Incrédulo, extendió la mano, agarró la tela sucia y la arrastró hasta el asiento delantero para verla mejor.

El Señor Hopper había visto días mejores. Su pelaje de felpa, una vez blanco, ahora era de un gris sucio y desgastado, y había perdido un ojo, en algún momento de sus últimos diez años. El ojo morado restante parecía mirar a James siniestra y acusadoramente, como si el conejito de peluche supiera lo que le había hecho a su dueño, y no pudiera perdonárselo.

—Maldita sea, Poco—, susurró, mirando fijamente al juguete. Definitivamente, la mochila que llevaba a la espalda había sido empacada para él; había visto a Heather tratar de levantarla y, aunque podía, a duras penas, nunca sería capaz de llevarla durante una larga distancia. Por alguna razón, había decidido incluir el antiguo juguete que luchaba contra las pesadillas para él, como si fuera tan esencial como las balas y las bebidas isotónicas que había clasificado y escogido con tanto cuidado.

Parpadeó un par de veces; el sueño tiraba de él, y tal vez si la pirámide esa visitaba sus sueños, como sabía que lo haría, se despertaría y el pueblo delante de él habría cambiado.

Decidiendo que no le importaba lo que cualquier transeúnte que pasara pudiera pensar de él, inclinó el asiento hacia atrás y, con el Señor Hopper recostado sobre su pecho, James se quedó dormido.


2.


Me desperté con la peor sensación de mal gusto en la boca en toda la vida, un dolor de cabeza palpitante y un sólo pensamiento recorriendo por mi cabeza como un mantra.

Voy a matarlo.

Más vale que los monstruos de ese lugar no lo atrapen primero, porque de verdad que voy a matar a Jayp por dejarme atrás.

Intenté levantarme de la cama y casi perdí el equilibrio, quedando a unos centímetros de caer directo al suelo. Ese maldito sedante debe haber afectado demasiado mi cabeza, porque la habitación daba vueltas delante de mí y la luz de la mañana en las paredes las hacían parecer a esas luces estroboscópicas de una discoteca de mala muerte.

¡Le dije que lo necesitaba, se lo dije en la cara, y el hijo de puta no me creyó! No me creyó y, en cambio, se fue como un ejército de un sólo hombre a enfrentarse con ese lugar ¡Y espera que me quede en casa como una niña buena mientras que la persona más importante que me queda en la vida inicia una misión suicida! 

Por un momento, sentí un poco de compasión por papá, teniendo que lidiar con la bola de contradicciones y necesidades que Jayp era. Honestamente, no tengo idea de cómo lo soportó; porque a mí, un hombre que me traicione una sola vez, y estoy dispuesta a arrancarle la cabeza con mis propias manos.

Vale, mi visión estaba empezando a aclararse, y pensé que podría intentar ponerme de pie otra vez. Sólo deseaba poder apartar la lengua de mi paladar; que siento que la tengo pegada ahí como si anoche me hubiera bebido un cóctel de Red Bull y pegamento adhesivo.

Intenté ponerme de pie, pero rápidamente perdí el equilibrio, esta vez de verdad, y caí de espaldas sobre la cama. Obviamente, iba a tener que esperar a que esto pasara, esperar a que la droga se abriera paso a través de mi organismo y pasara, y más me valía que lo hiciera rápido, porque me esperaba un largo día. A juzgar por la luz en las paredes, era temprano en la mañana. Había dormido toda la noche, lo que significaba que Jayp tenía varias horas de ventaja, y, si quería darle la justa paliza, tenía que ponerme al día.

Levanté la vista hacia mi velador, y el movimiento hizo que me martillara la cabeza, tratando de ver el reloj. Había una botella de agua junto al reloj, con la tapa ya quitada. Yo no lo había dejado allí anoche, porque recogí toda las aguas embotelladas que teníamos en la casa y las había empacado para nuestro viaje a ese lugar. Jayp la dejó ahí para mí.

Estuve a punto de derramármela encima (¡Mis manos se sentían demasiado incómodas, demasiado torpes!), pero logré llevármelo a la boca con un mínimo de descuido. Me la bebí toda de una sola vez, ahuyentando el mal sabor de boca y despejando un poco mi más mente. Me recosté en la cama y esperé a que el resto de la ¿rareza? o lo que fuera, en mi cuerpo, desapareciera. Al menos podría aprovechar este tiempo para pensar en mi próximo movimiento.


3.


Se despertó con frío, temblando, y en algún lugar a lo lejos, podía oír agua gotear.

James se incorporó bruscamente, tan rápido que casi se golpeó la frente con el volante del Jeep. El Señor Hopper salió disparado de su pecho, golpeó el parabrisas y se desplomó sobre el tablero en un triste montoncito. Miró hacia afuera del auto con ojos somnolientos, y vio un mundo totalmente cambiado.

La niebla había vuelto. Observó cómo serpenteaba y se enroscaba alrededor del Jeep, acariciando los limpiaparabrisas y ondulándose alrededor de la antena de radio; era casi como observar a un ser vivo, una criatura pequeña y peligrosa que esconde sus intenciones tras un exterior dulce e inofensivo. Entrecerró los ojos y miró hacia el pueblo, el cual se veía completamente oculto por la oleante y turbulenta niebla gris.

James tiró de su chaqueta más cerca de su cuerpo. La niebla era fría, y hacía que el tiempo pasara de un cálido día de principios de verano, a una fría y húmeda tarde de noviembre; el tipo de tarde en la que puedes saborear la nieve en el aire, sabiendo que se avecina un clima peor. La niebla también causó un extraño efecto en el sonido amortiguador, haciendo que rugiera apenas ahogado y lejano. Se tomó un momento para escuchar con más atención a su alrededor, y no podía escuchar el canto de ningún pájaro, ni autos en la carretera detrás de él, ni gente hablando, nada... sólo el suave batir de las olas a lo largo de la orilla del lago y el sonido del agua goteando, en algún lugar lejano.

Extendió la mano y giró la llave del Jeep para dar a contacto, y luego encendió la radio.

Nada. James marcó cuidadosamente las emisoras, tomándose su tiempo. Para el lugar en donde estaba, debería haber captado emisoras de radio de todo el estado, y algunas de Canadá, pero lo único que era capaz de conseguir era una ráfaga ocasional de estática o ruido blanco. Por lo demás, la radio no era más que una suave banda de silencio. Sin voces, sin música, sólo vacío.

Llegó a hasta el final de las emisoras FM, cambió a las AM y repitió el proceso. Mientras que la emisión en FM había tenido al menos algo de estática, la banda de la AM estaba completamente muerta, sin actividad alguna. Esto no le sorprendió, pero lo hizo sentir aún más solo.

Entonces, hacia el final de la banda de la AM, la radio cobró vida bajo sus dedos con un gruñido de estática, lo cual lo sobresaltó tanto que apartó la mano como si al aparato le hubieran salido dientes de repente e intentara morderlo. La radio siseaba y gruñía, el ruido blanco subía y bajaba en bruscos crescendos y decrescendos.

James se rió débilmente, reprendiéndose a sí mismo por haberse asustado tanto por una casualidad mecánica, incluso cuando la vocecita en la parte posterior de su cabeza le advertía que no habían casualidades mecánicas en Silent Hill: la radio funcionaba porque este lugar quería que funcionara, no había otra razón. Incluso, cuando se dispuso a apagarla, se detuvo un momento y dejó que sus ojos recorrieran el estacionamiento, buscando quizás a algunas de esas cosas que se tambaleaban hacia él desde la niebla. —Voy por ti, Harry—, dijo en voz baja, sin saber con quién o a qué le estaba hablando.

La radio emitió un graznido particularmente fuerte, y luego una voz humana interfirió a través de la estática.

—... ¿James...? ... ¿Dón-... estás... James?

James se congeló ahí mismo. Conocía esa voz, la había escuchado todos los días durante los últimos diez años, la había escuchado pronunciar su nombre con rabia, con diversión, con exasperación... pero por sobre todo, con amor. —¿Harry?—, él susurró, girando la cabeza para mirar la radio, oyendo crujir los tendones de su cuello por la tensión.

—... perdido... qué... James... tú...?—, La voz entraba y salía, a veces casi ocultada por la estática. James subió frenéticamente el volumen de la radio hasta que el ruido blanco se convirtió en un rugido sordo dentro de la cabina del Jeep. Incluso cuando la estática se hacía más fuerte, la solitaria y diminuta voz humana parecía desvanecerse, deslizándose entre las frecuencias de radio hasta que fue como escuchar el recuerdo de una voz en su mente.

—... James...

—Harry—, James respiró, con las manos a ambos lados de la radio, inclinándose lo más cerca que pudo, hasta que su frente tocó el tablero. —¿Dónde estás?

La radio se apagó sola, y el clic resonó con fuerza en toda la cabina del Jeep.

James se recostó en el asiento de nuevo, respirando profundamente, mirando la radio ahora en silencio. Sabía que podía intentar encenderla de nuevo, podía desmontarla y volverla a montar, podía rediseñar todo el motor del Jeep para que funcionara... y la radio seguiría allí, tan muda como una piedra. Este lugar le permitió escuchar todo lo que debía escuchar, y ninguna fuerza en la Tierra (o del más allá) podría hacer que la radio volviera a hablarle.

—Estás aquí, ¿verdad?—, se dijo, sin dejar de mirar la radio. —Tenía razón, estás aquí, en alguna parte. Lo estás.

La radio le devolvió la mirada y, si es que conocía algún secreto, sólo se lo guardaría para sí misma.












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