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Capítulo 4


1.


De ninguna manera iba a dejar que fuera con él.

Había sido una mala idea hacerle saber lo que estaba planeando, y James se había dado cuenta de eso ahora. Todo lo que él había querido era tener algo de tranquilidad, saber que no se estaba volviendo completamente loco; ni en un millón de años habría imaginado que Heather quisiera ir con él. Y ahora tenía que idear algún tipo de plan para mantenerla en casa, tendría que ser turbio, porque no había forma alguna de que pudiera ahora convencerla de que no ir.

Una vocecita al fondo de su cabeza, una que a la que se le había dado muy bien ignorar a lo largo de los años, le susurró que tal vez ella tenía razón, que tal vez esta era una misión de tontos y que debería quedarse donde estaba, superar la tristeza y el dolor e intentar seguir adelante con su vida. Otra voz, mucho más fuerte y estridente, insistía en que si había alguna posibilidad de recuperar a Harry, cualquier posibilidad, tenía que aprovecharla, incluso si eso significaba regresar a ese lugar que había atormentado y maldecido su vida durante tanto tiempo. James sabía a cuál debía escuchar, y sin embargo, escuchó la otra.

Aún quedaba el problema de qué hacer con Heather. Aquella mañana, ella se levantó temprano, y pasó el día empacando y reempacando un par de mochilas, tratando de decidir qué llevarse a ese lugar con ellas. No habían hablado sobre su experiencia en ese lugar, pero James pensó que daría igual lo que empacara o cuán cuidadosamente considerara cada artículo; aquel lugar decidía por ti lo que podías y lo que no podías tener, y toda la planificación del mundo no importaría en lo más mínimo una vez que cruzaras la frontera hacia Silent Hill. De todos modos, él la dejó empacar, preocuparse por las bebidas energéticas y la carne seca, eso la mantendría ocupada, y a él lo dejaría libre para pensar cómo mantenerla en casa. Cómo mantenerla a salvo.

—Voy al garaje—, anunció a media tarde. Heather estaba tirada en el suelo de la sala de estar, rodeada de baterías, comida y vendajes, examinando cuidadosamente cada objeto antes de ordenarlo en uno de los muchos montones más pequeños de objetos.

—¿Por qué?—, preguntó ella, estudiando una linterna con manivela antes de dejarla en el suelo y mirarlo.

—Voy a comprobar el aceite en el Jeep, quiero asegurarme de que esté afinado.

—¿No puedes hacer eso aquí?

—Una de las herramientas que necesito está en el garaje—, mintió con tranquilidad. Ella tenía razón, él podía afinar el Jeep con la misma facilidad tanto aquí como en el garaje, pero había alguien a quien él quería ver.

Ella asintió y luego volvió a su proyecto. Sintiéndose un poco culpable de que todo su trabajo fuera a ser en vano, James escapó.

Los chicos del taller no sabían cómo comportarse con él cuando estaba cerca.

James se lo esperaba, de todas formas; desde que se habían enterado de que vivía con otro hombre, no sabían muy bien cómo tratarlo, y ahora que ese otro hombre había muerto y James obviamente estaba de luto, se encontraron aún más complicados y confundidos sobre el qué hacer. Por otra parte, no estaba seguro de sí estarían mejor si supieran que una mujer en su vida había fallecido también. Recordó que sus compañeros de trabajo, en otro lugar, hace mucho tiempo, se habían mostrado completamente inútiles cuando Mary había muerto.

Pasó alrededor de media hora trasteando con el Jeep, comprobando cosas que no necesitaban ser comprobadas y haciendo ajustes innecesarios al motor, todo aquello sin dejar de mantener los ojos abiertos, y vigilando a Comadreja.

Su nombre no era realmente Comadreja, claro está, pero nadie lo llamaba de otra manera. Era bajo, flacucho y escuálido, de ojos brillantes y saltones como los de un pequeño animal, y llevaba toda su vida entrando y saliendo de la cárcel por diversos delitos menores. La mayoría de los otros muchachos sospechaban que probablemente había estado robando dinero de la caja registradora y realizando estafas en el taller, pero, lo que sí, era capaz de desarmar una transmisión más rápido que nadie a lo que James hubiera visto jamás, así que el jefe sólo lo dejó en paz y todos los demás se darían por aludidos.

Comadreja entró justo cuando James estaba por perder la esperanza y volver al Plan B (no estaba seguro de cuál era el Plan B, así que fue genial que Comadreja apareciera cuando estuvo en eso). Le hizo un gesto para que se acercara mientras simulaba seguir trabajando en el Jeep y Comadreja lo hizo sin problemas; a decir verdad, siempre había tenido un poco de miedo a James, que era mucho más grande que él y tenía aquella fama por su mal humor.

—¿Tu auto está bien, Jimmy?—, preguntó, con su voz resbaladiza y aceitosa, como siempre.

James hizo una mueca de disgusto; él odiaba, detestaba, que lo llamaran Jimmy, cosa que Comadreja sabía y lo hacía de todos modos, algo así como un niño que deliberadamente pasa junto a un perro mezquino y agresivo, siempre y cuando el perro estuviese encadenado. —El auto está bien—, murmuró. —Necesito preguntarte algo...—, y explicó lo que quería.

Comadreja lo miró fijamente cuando terminó de hablar, y luego soltó un sonoro grito de alegría. —¿En serio, Jimmy? ¿De verdad quieres eso?

—¡Cállate!—, James siseó, luchando contra el impulso de golpearlo con una llave inglesa. —¿Lo tienes o no?

—Sí, lo tengo, ¿lo quieres ahora?—, Comadreja habló en voz más baja pero con una alegría no disimulada en el tono de su voz. —Maldita sea, Jimmy, ¿Has vuelto a las canchas ya?

—Lo quiero ahora—, murmuró James, ignorando las sugerencias implícitas de Comadreja. —¿Cuánto?

—Veinte pavos, lo normal, pero para ti, quince—, dijo Comadreja alegremente. —Iré a buscarlo ahora—, y se marchó encorvado.

James ignoró las miradas curiosas de los otros chicos; era un hecho bien conocido que él y Comadreja no se llevaban bien, y este repentino comportamiento de camaradería había llamado bastante la atención, cuando lo único que James quería era obtener lo que necesitaba y salir de allí. Cerró el capó del Jeep y se apoyó en la puerta del lado del conductor, preguntándose ansiosamente por qué Comadreja tardaba tanto.

Después de lo que pareció una eternidad, Comadreja regresó y le entregó a James lo que quería. James le pagó, y tenía la puerta del Jeep abierta cuando Comadreja le señaló su brazo y preguntó: —Entonces, ¿ya estás de vuelta en la escena?

Señalaba las marcas oscuras en el brazo de James, dejadas por las quemaduras de la alfombra, apenas cicatrizadas. —Demasiado rebelde para ti, ¿eh?—, preguntó Comadreja, sonriendo lascivamente. —Las adolescentes de hoy en día no saben cuál es su lugar, ¿verdad?

James lo miró fijamente, completamente desconcertado. —¿Qué?

—Ya sabes—, Comadreja sonrió. —Ese buen pedazo de culo que tienes viviendo contigo.

—¿Heather?—, Lentamente empezó a comprender, y comenzó a sentir como el estomago se le contraía, y cada músculo con él, ante el comienzo de una ira ciega y repentina.

—¡Sí, ella!—, Comadreja se inclinó hacia James y le dio un codazo en las costillas. —No es tu hija, ¿verdad? ¿Entonces, qué te detiene?

Por un segundo, Comadreja estaba allí de pie, sonriéndole, y al siguiente, estaba tirado en el sucio pavimento del garaje, escupiendo sangre y dientes de su boca destrozada. James estaba de pie junto a él, con los nudillos de su mano derecha rotos y escocidos, y con su visión casi oscurecida por una neblina roja.

—¿Qué mierda te pasa, tío?—, gritó Comadreja, con sus palabras mustias e indistintas entre de sus dientes rotos.

James se agachó y lo miró directamente a la cara; Comadreja retrocedió por la acera, intentando alejarse de él. —Tú, maldito enfermo asqueroso—, gruñó James. —Debería romperte la puta mandíbula—. Y dicho eso, garró la muñeca de Comadreja y la comenzó a apretar y a doblar lentamente, con una fuerza poco natural, haciendo que el otro hombre jadeara e intentara retroceder en su agarre. Sentía que sus huesos se apretaban entre sí y comenzaban a ceder.

—¡James, basta!—, Unas manos lo agarraron por detrás y lo apartaron de Comadreja. Los otros chicos del taller habían decidido intervenir. El jefe, salió furioso de su oficina, lanzando dagas por los ojos y vomitando blasfemias.

Todo parecía estar muy lejos. James se quitó las manos de los otros hombres de encima y se subió al Jeep, sintiendo que todo se movía muy despacio, como si estuviera en medio de un sueño. Había puesto en marcha el Jeep y se disponía a arrancar cuando el jefe golpeó con un puño la ventanilla del vehículo. James se giró hacia él, apenas dándose cuenta de lo que estaba pasando.

—¡Terminaste aquí, Sunderland!—, Rugió el jefe iracundo. —¡Aléjate de mi taller, loco de mierda!

James asintió una vez y se alejó. Ya tenía lo que necesitaba; nunca más tendría que volver a ese garaje.


2.


Jayp volvió hace una media hora, tratando de ocultarme su mano sangrante. Dijo algo de haberse arañado sin querer en el taller y luego huyó al sótano después de decirme que se lo lavaría en el fregadero de allí.

No le creo; tiene esa mirada en los ojos que pone cuando ha estado haciendo algo que se supone que no debe hacer, pero, a decir verdad, estoy demasiado ocupada para insistir en el tema. Si quiere esconderse en el sótano, está bien, tengo mucho que hacer como para preocuparme por eso.

Saber que voy a regresar a ese lugar, incluso voluntariamente, me revuelve el estómago, pero, al menos esta vez tengo la oportunidad de empacar y prepararme. Ojalá tuviésemos algunas armas en la casa, pero papá jamás habría aprobado eso, así que me preocupo de reunir cualquier otra cosa que pueda usarse como arma o como apoyo. Ya allané el sótano y el garaje, llevándome un montón de herramientas de Jayp, lo que normalmente lo pondría furioso, pero aprovecho la ocasión, ahora está demasiado fuera de sí para preocuparse por ello. Además, se alegrará de tenerlas una vez que estemos en ese lugar nuevamente.

Estaba sentada en el sofá, nerviosa e inquieta, cuando Jayp por fin salió del sótano. Se había cambiado de ropa y se había puesto aquella chaqueta verde vieja y desgastada que tenía desde que lo conocí y, fiel a su palabra, se lavó la mano ensangrentada. Sostenía dos Red Bulls y me entregó una.

—Bébete esto—, me ordenó. —Tardaremos toda la noche en llegar y tendremos que turnarnos.

Obedientemente tomé la lata, aunque estaba completamente convencida de que dormir esta noche sería imposible. Seguía pensando que el plan de Jayp era una locura, pero estaba ese gusano de esperanza en la boca de mi estómago, un anhelo angustioso y demandante que me decía que tal vez él tenía razón y que iríamos realmente a buscar a papá. —Hice dos mochilas—, le dije, parloteando nerviosamente. —En ambas hay botiquines de primeros auxilios, bebidas isotónicas, carne seca y un montón de otras cosas que podríamos necesitar—. Le entregué la más grande y pesada, y se encogió de hombros como si sólo pesara un par de gramos. Yo apenas podía levantar esa maldita cosa. —Hay algunas armas en el garaje, tuberías, llaves inglesas, esas cosas. Tendremos que buscar armas y municiones una vez que lleguemos allá, y hay una radio de bolsillo en ambas mochilas, y...

—Bebe tu Red Bull.

—¿Qué?—, Tomé un sorbo distraído y seguí hablando. La energética sabía un poco mal, pero, esas cosas saben a mierda de todos modos. —Podemos conseguir un mapa en una gasolinera en la carretera, ya que no pude encontrar uno bueno. Imprimí uno de Google Maps, pero sabes lo poco confiables que pueden ser, y...

—Poco—, Jayp puso sus manos sobre mis hombros y me detuve a mitad de la oración. —Toma un respiro, bebe tu Red Bull y cálmate. No vas a ser de ninguna ayuda si estás así de nerviosa.

Vacié la lata hasta el final, más para que se callara que para otra cosa, y seguí contándole mis planes. —No es difícil encontrar armas allí, así que debemos estar atentos en cuanto lleguemos. Yo me encargaré de las armas cortas y tú de las grandes, me cuesta un poco más con la potencia de una de esas grandes, y...—, Me detuve y parpadeé un par de veces. Los bordes de las cosas empezaban a volverse borrosos, comenzando a aparecer y desaparecer como si estuviera bajo el agua.

Jayp apretó suavemente mis hombros. —Continúa, Poco. Cuéntame más sobre las armas.

Tragué saliva; de repente sentí mi garganta muy seca. —Hay un montón de bolsillos en las mochilas para municiones, y pensé que tal vez podríamos parar en ese WalMart en el camino, comprar algunas balas... no necesitas un permiso para comprar balas y... no tienes que esperar...—, De repente, comencé a sentir que me estaba costando mantener el equilibrio. Me balanceaba de un lado a otro, y toda la habitación parecía estar bajo el agua ahora, todo era borroso y ondulado, y mi voz sonaba arrastrada y lejana.

—Creo... creo que estoy enferma, Jayp... —, entonces caí hacia adelante, incapaz de mantenerme de pie por más tiempo.

Jayp me atrapó fácilmente y me levantó en el aire. Mis extremidades se sentían sueltas y desarticuladas, como si pertenecieran a otra persona; ya no podía enfocar la vista, y mi cabeza latía como un tambor eléctrico fuera de control. Jayp me llevó a mi habitación y suavemente me acostó en la cama.

¿Qué demonios estaba haciendo? ¿Por qué estaba tan tranquilo? ¿Por qué no me llevaba al hospital, y tratar de ver qué me pasaba?

Me quitó las botas y me subió una manta hasta la barbilla, y luego se sentó en el borde de la cama por un minuto. —Lo siento, pequeña—, dijo, y su voz resonó y retumbó desde algún lugar mucho más distante que el borde de mi cama. —Tu padre nunca me perdonaría si te dejara volver a ese lugar—. Besó mi frente y salió de la habitación, apagando la luz al irse.

Luché contra la oscuridad que se deslizaba por los bordes de mi visión todo el tiempo que pude, traté de forzar a mis músculos a trabajar, a obedecerme, pero era una batalla perdida. La oscuridad me cubrió y caí en cascada en un sueño vacío, oscuro y profundo.


3.


Se marchó, conduciendo solo durante la noche. De vez en cuando le adelantaba alguno que otro auto y sus focos inundaban de luz brillante la cabina del Jeep, pero más allá de estos raros sucesos, tenía la carretera solo para él, y era iluminado solo por la embarazada luna, casi llena y sus propios faros.

Iba a regresar. Iba a encontrarlo, o sino, se perdería en el intento.


4.


Se despertó sobresaltado, como si alguien le hubiera dado una bofetada en la cara y lo hubiera sacado de su sueño profundo. Incorporándose, miró a su alrededor, confundido.

Era una habitación anónima, desconocida, una habitación de hotel como cualquier otra. Una lámpara ardía en en el velador, haciendo que sombras bailaran en las paredes. Un libro yacía junto a la lámpara, y un trozo de papel marcaba un punto a mitad de camino.

—¿Dónde estoy?—, Harry preguntó a la oscuridad, y sólo respondieron las sombras danzantes.










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