Capítulo 2
1.
Advertencia: Este capítulo puede tener contenido sensible. Se recomienda leer bajo discreción.
Estaba en un pasillo, uno largo, que no conocía. Lo recorrió, deprisa pero sin correr. Cuando llegó al final, abrió la única puerta roja delante de él.
La habitación no tenía nada especial, una típica habitación de hotel, amueblada con sencillez y sin elegancia. Lo notable era el hecho de que Harry yacía tendido en la cama, leyendo a la luz de la lámpara solitaria de la habitación.
Cerró la puerta detrás de él como en un estado de shock, y Harry levantó la vista de su libro. —¡Oh, aquí estás!—, exclamó, dejó el libro y se sentó con su fluida gracia habitual. —Te he estado esperando, ¿Dónde has estado?
No respondió, y probablemente no podría haberlo hecho aunque hubiese querido. Corrió hacia la cama y tumbó a Harry con un fuerte y entusiasta abrazo. Harry rió, sorprendido, pero también complacido. —Yo también estoy feliz de verte—, le dijo Harry, pero fue interrumpido cuando lo besó, cubriendo la boca de Harry con la suya, desesperado y deseoso. Harry enterró sus manos en su cabello y tiró de él hacia la cama, respondiendo a su cariño que había sido grosero y algo torpe.
Rodaron sobre la estrecha y desconocida cama, tal como lo habían hecho durante los últimos diez años en la cama de su casa, y desgarró las ropas de Harry, arrancando algunas de ellas en su afán por quitárselas. Harry se rió y puso los ojos en blanco, resignándose a otra camisa arruinada, y otro par de boxers destruidos, pero no se resistió, incluso participó, tirando y arrancando de su ropa hasta que ambos se encontraron desnudos, excitados, respirando con dificultad.
Hizo rodar a Harry sobre su espalda y se agachó sobre él, ocultando el cuerpo del otro hombre con el suyo propio, y hambrientamente besó su cuello. Harry gimió debajo de él, aferrándose a su espalda con manos fuertes, arqueando su cuerpo contra él. Fue descendiendo, besando y lamiendo, rastrillando sus dientes por el pecho de Harry, sabiendo que dejaría moretones, pero sin importarle, porque sabía que a Harry tampoco le importaría, siempre y cuando las manchas moradas en su piel pudieran ocultarse con la ropa. A Harry siempre le había gustado un poco lo rudo, disfrutaba con un poco de dolor para aumentar su placer, y él estaba encantado de proporcionárselo.
Siguió bajando, y la sensación de la erección de Harry arrastrándose contra su estómago y hacia su pecho le hizo gruñir profundamente en su garganta, y tuvo que obligarse a frenar, a no precipitarse. Él no era ese tipo de persona; nunca lo había sido, podía controlarse, no era un animal. Se detuvo en el estómago de Harry, alisando los escasos y enredados vellos que crecían hacia abajo desde el ombligo de Harry con una mano, y acariciando uno de los muslos con la otra.
Desde algún lugar por encima de su cabeza, Harry gimió. —¡Deja de provocarme y hazlo!—, siseó.
Sonrió, con la cara aún pegada al estómago de Harry, y volvió a ajustar su posición. La erección de Harry chocó contra un lado de su cara mientras le acariciaba aquel espacio donde su pierna se unía a su cuerpo, inhalando un aroma tan familiar como el suyo. Harry se movió debajo de él, frotándose insistentemente contra su rostro, así que se giró hacia un lado, lamiendo a Harry con un suave movimiento desde el eje hasta la punta. Harry volvió a gemir y se agachó, agarró dos mechones de su cabello y comenzó a empujar su cabeza. Sin dejar de sonreír, se resistió por un momento, y luego se dejó empujar, introduciendo toda la longitud de Harry en su boca, deleitándose con el gusto que había llegado a amar.
Harry le soltó la cabeza y se echó hacia atrás, jadeando, mientras lo provocaba con largos y lentos movimientos de su lengua y garganta. Con un dedo, presionó hacia arriba en el cuerpo de Harry, buscando y encontrando ese punto dulce que siempre derretía completamente a Harry, y lo convertía en masilla en sus manos.
Siguió así, chupando, lamiendo y acariciando, hasta que Harry se agachó y volvió a agarrar su cabeza. Le tiró del cabello, exigiendo su atención, y cuando se detuvo para mirar hacia arriba, Harry lo miró a los ojos y dijo en voz baja: —Ahora. Lo quiero ahora.
Se sentó y se balanceó hacia atrás sobre sus rodillas, tirando de Harry con él por las caderas. Harry yacía inmóvil, mirándolo con ojos tanto confiados como hambrientos, desde una posición que hubiese parecido ridícula en cualquier otra persona, pero de alguna manera a él lo hacía parecer sofisticado y elegante. Separó los muslos de Harry, abriéndolo, y luego introdujo todo de golpe, haciendo que Harry jadeara y arqueara la espalda, cerrando los ojos con fuerza. Observó cómo Harry retorcía las sábanas arrugadas en sus manos, resollante y empapado de sudor, y al verlo así, lo hacía querer llevarlo a su límite. Con un esfuerzo consciente, se apartó ligeramente y comenzó a empujar, lentamente al principio y luego más rápido.
Lo habían hecho cientos, miles de veces, pero cada vez que lo hacían, se sentía como si fuera nuevo, emocionante. Cerró los ojos ante las sensaciones que caían sobre él como una cascada, pero incluso en su propio éxtasis se encontró escuchando a Harry, escuchando el ritmo de su respiración entrecortada, respondiendo a cómo se movía debajo de él. Sabía que había sido un amante egoísta en el pasado, incluso exigente, pero con Harry intentaba dar lo mejor de sí; aún así sabía en lo profundo de su corazón que nunca podría devolverle a Harry lo que le había dado a él.
Harry se fue primero, estremeciéndose y retorciéndose debajo de él, y abrió los ojos para mirarlo, incapaz de contener su voyerismo aunque sabía que su pareja no lo apreciaba. Vio cómo se arqueaba hacia arriba y golpeaba el pecho desnudo de Harry, y verlo así lo llevó hasta el mismo clímax, como siempre lo hacía.
En algún lugar detrás de ellos, pudo oír agua gotear.
De repente, en el pecho de Harry se abrieron dos enormes heridas, exactamente donde había caído el líquido. Las heridas eran anchas, profundas, sin labios. Pudo sentir que sus ojos se salían de sus órbitas, mientras la pesada respiración de Harry se convertía en húmedos gorjeos, y dos como géiseres gemelos de sangre brotaron disparados de su pecho. Observó, paralizado por el terror, cómo la sangre se arqueaba hacia el rostro de Harry y aterrizaba en chorros alrededor de su cabeza, salpicando su cara y formando un halo sanguinolento.
Tan repentinamente como habían aparecido, pronto las heridas se cerraron por sí mismas, convirtiéndose en una vieja y profunda cicatriz. Como una enfermedad que se propaga peligrosamente, la piel a su alrededor se fue volviendo cenicienta y gris, como del color de un cadáver, y comenzó a sentir como Harry se enfriaba bajo sus manos. Sin darse cuenta de que las paredes que los rodeaban también estaban cambiando, volviéndose descoloridas y húmedas por el tiempo y la podredumbre, observó cómo la piel gris se extendía, bajando por el estómago de Harry y por sus brazos, envolviéndolo como un manto enfermizo.
Los ojos azules de Harry rodaron en su cabeza, muy abiertos por el terror. —¿Qué me esta pasando?—, preguntó, suplicante. —¡Ayúdame, por favor, ayúdame!—, y se aferró a él con manos tan frías y grises como la tumba. Odiándose a sí mismo por ello, sintió que se estremeció bajo su toque.
Las manchas de sangre en la almohada comenzaron a ondear y cambiar, expandiéndose y moviéndose hacia arriba, hacia el rostro de Harry, transformándose en acero, rojo y oxidado. Harry lo soltó y arañó frenéticamente el metal que crecía, abriendo nuevas heridas en sus manos que no sangraban pero que inmediatamente formaban cicatrices en su piel gris y muerta. —¡Ayúdame!—, gritó mientras el metal crecía por delante y comenzaba a cerrarse sobre su rostro, pero no pudo. Reconocía lo que estaba pasando ahora, y no podía moverse por que el terror se lo impedía.
El metal se abrió paso hacia el frente, casi apuñalándolo en el ojo, e instintivamente se apartó de él hacia atrás, recordando ese hedor a sangre quemada. Alcanzó a ver por última vez los ojos aterrorizados de Harry antes de que el metal se cerrara y se sellara. La transformación se completó; estaba sosteniendo un monstruo.
El monstruo exhaló un gran y entrecortado suspiro, y pronto, le dio un feroz golpe con un brazo. Voló hacia atrás, lejos de él; el monstruo había movido su peso con la misma facilidad que la de un niño al espantar una mosca. Golpeó la pared con tanta fuerza que lo dejó sin aliento, y se deslizó al suelo quedando como un armazón arrugado, abrazándose así mismo, incapaz de moverse por el dolor y el miedo.
Al otro lado de la habitación, el monstruo se tambaleó sobre sus pies. Sacó la sábana de la cama y se la envolvió alrededor de la cintura, y la textura de la sábana comenzó a cambiar su forma y color, casi como la estática a través de una vieja pantalla de televisión, y se convirtió en un delantal de carnicero manchado y ensangrentado. El monstruo giró sus hombros, sacudió la cabeza tanto como le permitió su pesado casco, y luego comenzó a avanzar hacia él.
Intentó levantarse, alejarse, pero todos sus circuitos estaban bloqueados y no podía... por muy fuerte que el pánico y el terror le gritaran que se levantara y corriera, sus piernas eran tan débiles e inútiles como las de un recién nacido. Recordaba a este monstruo, lo conocía, y sabía la forma en la que se movía, tan lento que era casi cómico, pero solo mientras lo mirabas. En el momento en que mirabas hacia otro lado o incluso parpadeabas, la cosa estaba justo a tu lado, justo encima de ti, y no podías mirarlo por siempre, tenías que apartar la vista de vez en cuando.
Incluso mientras pensaba esto, el monstruo pareció en un parpadeo avanzar hacia adelante, y se situó directamente frente a él, cerniéndose sobre él de una manera que Harry nunca había hecho. Su cabeza estaba inclinada, y aunque no tenía ojos visibles, sabía que lo estaba mirando.
—¿Har... Harry?—, lo intentó, forzando las palabras a través de sus músculos paralizados.
La cabeza del monstruo se movió, una vez a la izquierda, otra a la derecha, y de nuevo al centro. Incluso en medio de su terror, se dio cuenta de que esta era la primera vez que esa cosa actuaba como si entendiera el habla humana.
De repente, el monstruo lo señaló con una mano y sus músculos superaron la parálisis lo suficiente como para poder retroceder. Sin dejar de apuntarle, el monstruo se llevó la otra mano a la garganta y le hizo un gesto de corte en el cuello.
Se apartó de él, con todos sus sentidos gritando a la vez, negando su realidad y al mismo tiempo, siendo muy consciente de su abrumadora presencia. El monstruo se llevó las manos al pecho, hizo crujir los nudillos y luego sus brazos se lanzaron hacia adelante, buscando su garganta.
2.
James se despertó de golpe, sin aliento y con la cabeza dando vueltas. Estaba fuertemente envuelto en una maraña de mantas y extremidades, con sus antebrazos marcados por las quemaduras de la alfombra. Luchando por enfocar la vista, miró a su alrededor como un loco en desesperación, tratando de averiguar dónde estaba, si había algún peligro acechando en las sombras.
Estaba en el suelo junto al sofá de la sala de estar, su propia sala de estar, segura y normal. Poco a poco, los jirones del mundo de las pesadillas comenzaron a retroceder a medida que los latidos de su corazón se ralentizaban y conseguía controlar su respiración.
—¿Jayp?
Maldita sea, no ahora. No mientras aún se sintiera tan vulnerable, tan descubierto, por el sueño. —Está todo bien, Poco—, murmuró, tratando de desenredarse con tanta dignidad como pudo reunir. —Sólo fue un mal sueño.
Estaba de pie en la puerta, con los ojos hinchados por el sueño y enrojecidos por las lágrimas que había derramado recientemente. De repente, James recordó con dolor su primera semana con ellos, la primera vez que había tenido una pesadilla y ella le había ofrecido un conejito de peluche para alejar los malos sueños.
Heather debió haber estado pensando lo mismo, porque la comisura de su boca se arqueó hacia arriba, como si su cuerpo intentara recordar lo que su alma había olvidado hacer. —¿Necesitas al Señor Hopper?—, preguntó.
James gruñó y finalmente tiró la última de las mantas. —Pensé que solo era para las pesadillas. No sabía que podía hacer algo para la tristeza.
El labio inferior de ella tembló, y él se sintió como la peor persona en la tierra. —Lo siento, lo siento. Solo... no soy yo mismo en este momento.
Su labio dejó de temblar, y él pudo ver cómo se recomponía físicamente y conseguía controlar sus emociones. —Te lastimaste—, dijo ella, señalando las quemaduras de la alfombra que subían por los brazos. —Iré a buscar el botiquín.
—No tienes que-...
—Sí, lo haré—, interrumpió, dándose ya la vuelta y dirigiéndose hacia el baño. —Dejarás que se infecten si no lo hago.
James se sentó en el sofá y miró críticamente las marcas en sus brazos. Lucían desagradables, picaban y estaban llenas de fibras de alfombra. Lo condenable era que ella tenía razón; si las dejaba a su suerte, probablemente dejaría que se infectaran. No es como que le importara de todos modos. Sin Harry, nada importaba ya. Una parte de él le daría la bienvenida a una buena infección a todos los tejidos más profundos en él; al menos el dolor lo distraería de la profunda y dolorosa tristeza.
Heather volvió y se agachó en el suelo frente a él, con el botiquín de primeros auxilios en una mano. —Déjame ver—, dijo ella, brusca y casi profesional, y le agarró las muñecas cuando él no alcanzó a ser lo suficientemente rápido. —Dios, Jayp, ¿cómo te haces esto?
Él siseó, mientras ella vertía una abundante dosis de peróxido de hidrógeno sobre las quemaduras, haciéndolas espumar y burbujear. —Me caí del sofá—, admitió, sabiendo que ella lo había deducido por su cuenta. —Sucedió cuando aterricé.
—¿Por qué estás durmiendo en el sofá, de todos modos?— preguntó ella, untándose Neosporin sobre sus dedos y frotándolo suavemente sobre las heridas de él.
No le contestó, no pudo encontrar las palabras para responder, sólo miró al otro lado de la habitación, a la computadora de Harry, que oscura y silenciosa se encontraba en un rincón. Ella siguió su mirada, dejando que sus ojos se detuvieran en la computadora, y luego volvió a bajar la vista, atendiendo sus quemaduras con intensa concentración.
Heather envolvió las quemaduras con una gasa, cosa que James pensó que era excesivo, pero lo permitió, sabiendo que ella estaba tratando de evitar volver a llorar. Cuando estuvo vendado a su satisfacción, ella lo miró, con los ojos brillantes por las lágrimas contenidas. —Yo... yo sigo usando sus camisas—, admitió, con voz temblorosa. —Huelen como él.
James agachó la cabeza, incapaz de mirarla a los ojos. Él tenía su propio dolor, no podía asumir el de ella también.
Ella agarró sus manos, sosteniéndolas entre las suyas. —Tengo mucho miedo, Jayp. ¿Qué pasará cuando ya no huela a él? ¿Qué pasará cuando olvide cómo sonaba su voz? ¿Qué pasará cuando... cuando... cuando lo olvide?
Su última palabra fue un sollozo y volvió a llorar, a pesar de sus valientes esfuerzos por mantener la compostura. Se cruzó de brazos, hundió la cara en ellos y empezó a llorar sobre sus rodillas.
James extendió la mano torpemente y tocó su nuca, acariciando su cabello rubio rojizo. Su cabello claro y tez blanca tendían a hacer que la gente pensara que ella era su hija biológica, un hecho que había irritado inmensamente a Harry y que secretamente alegraba a James; le hacía sentirse más unido, más permanente, cuando la gente la confundía con su hija. Sabía, sin embargo, que Harry realmente siempre tendría el corazón de ella, y que él, siempre sería el extraño en la familia.
Parte de la cinta que sujetaba la gasa se enganchó en su cabello, y James tiró de ella con tanto cuidado como pudo, pero aun así logró darle un buen tirón. Ella lo miró, con la cara llena de lágrimas, y susurró: —Daría cualquier cosa por tenerlo de vuelta. Cualquier cosa.
Él la abrazó entonces y, mientras ella lloraba en sus brazos, le susurró en el hombro, tan bajito que ella no le oyó, —Yo también, Poco.
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