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Capítulo 15



1.



Algo lo estaba siguiendo.

Fuera lo que fuese, aquello se siempre mantuvo lejos de sus espalda, oculto en la niebla, moviéndose con tanto sigilo que Harry nunca podía estar completamente seguro de si estaba allí o no. Pensaba que estaba solo, que ese sería otro espectro errante en la niebla, y que luego escucharía un paso arrastrado, sonidos de arañazos o el crujido de una rama al partirse bajo sus pies. Sin embargo, cada vez que giraba, no había nada detrás de él, más que la niebla arremolinada.

Podía sentir esos ojos también, constantemente clavados en su espalda, escudriñándole, desnudándole hasta su esencia. Esa sensación no vacilaba, nunca lo abandonaba, sin importar cuántas veces mirara por encima de su hombro o intentara esquivarlo de algún modo. Esa cosa, ese rastreador, era astuto, sagaz, taimado, mucho mejor que él, y no iba a poder evitarlo. Le había estado siguiendo desde que había dejado el lago.

El lago... Esa deriva... la deriva no era tan fuerte ahora que estaba lejos del lago, pero aún podía sentirla, insiste, jalando de él, tirando de sus pensamientos y recuerdos, tratando de desgarrarlos e intentando de disolverlos en la niebla. Con cada paso que daba, sentía que se olvidaba más de sí mismo; podía sentir que grandes partes de su vida se desmoronaban, se desvanecían y descendían a la nada oscura, a la inexistencia. No era doloroso exactamente, pero sí inquietante, el hecho de saber que se estaba olvidando de cosas que no podría recuperar, porque ni siquiera sabría que eventualmente se habrían perdido. 

Si se concentraba, si realmente se concentraba en resistirse de ello, podría luchar contra la deriva, mantenerse firme, con determinación y obstinación... pero entonces el rastreador se aprovecharía de su distracción y se acercaría sigilosamente. Hubo un par de veces, cuando se vio luchando contra la deriva, cuando pudo jurar que aquel rastreador se acercó a él casi lo suficiente como para tocarlo con dedos muertos y viscosos antes de darse cuenta de que estaba allí, y se giró, sólo para encarar una calle vacía, sintiendo que partes de sí mismo se escurrían en el instante en el que dejaba de concentrarse para mantenerlas en su sitio. Finalmente, renunció a luchar contra la deriva; ya casi no recordaba el sentido de luchar contra ella. 

La radio en su bolsillo comenzó a crepitar y escupir estática, y él sabía que, de alguna forma, eso era importante, pero ya no podía explicarse el por qué. Deambulaba por las calles de Silent Hill, sin rumbo, mirando intermitentemente detrás de él a sus espaldas, tratando de vislumbrar su rastreador, pero sin conseguirlo, escuchando el siseo constante de la radio, tratando de recordar el nombre del hombre rubio. El nombre del hombre se le había vuelto a escapar, y eso lo perturbaba en un nivel profundo y fundamental, pero no podía estar seguro del por qué. Ya no estaba seguro de por qué estaba ocurriendo todo esto, pero sabía, y sentía, con una certeza feroz dentro de él, de que tenía que encontrar al hombre rubio, que había algo importante que debía decirle, y estaba seguro de que recordaría qué es lo que era, una vez que él y el hombre rubio se encontraran cara a cara. De algún modo, eso también era importante, verse, cara a cara, con el hombre rubio; incluso con la deriva, con aquel lento y agonizante proceso de ser desgarrado por esta, el rostro del hombre rubio se destacaba en su mente con una distinción clara y brillante, y era lo único a lo que no le costaba aferrarse.

Si sólo no estuviera tan cansado, tan exhausto... Todo lo que quedaba de él le dolía, palpitaba por el estrés y el agotamiento, pero aquel maldito rastreador, ese extraño, no lo dejaba descansar, siempre estaba detrás de él, siempre a solo unos pasos de distancia, pero nunca lo suficientemente cerca como para poder verlo, y eso lo tenía mal.

Después de lo que parecieron años de vagar por calles vacías y llenas de niebla, la deriva llegó a ser tan fuerte en un momento, que sus piernas, ahora debilitadas, le fallaron cuando olvidaron cómo mantenerlo erguido. Harry se desplomó contra una pared, vagamente consciente de que se encontraba en un callejón, sentado frente a una valla metálica, y puso su cabeza entre sus manos. La deriva era demasiado fuerte, ya no podía luchar más, y el único pensamiento que podía pasar por su cabeza, repitiéndose una y otra vez como un mantra, era que esperaba de corazón que el hombre rubio lo encontrara antes que ese rastreador, porque ya no podía más.



2.



La radio en la mochila de James cobró vida con un fuerte gruñido, emitiendo una fuerte estática en la calle vacía.

—¡Mierda!—. Siseó James entre dientes y se quitó la mochila de la espalda, arrojándola al suelo, donde aterrizó con un ruido sordo. Sacó la radio, tanteó con la perilla, bajó el volumen y silenció la estática a un zumbido menos estridente, y se la acercó al oído. Los bordes de plástico rotas de ésta se le clavaron a un costado de su rostro y se engancharon en su cabello, y uno de los cables colgantes rozó los cortes con costras recientes del costado de su cuello, lo que lo obligó a respirar una resonante bocanada de aire ante la viva llamarada de dolor.

Nada. Ninguna palabra atravesaba la estridente estática, nada humano se acercó a él. Miró por encima del hombro, más por instinto que por otra cosa, y pudo ver a una de las asquerosas y viles enfermeras que se acercaba a él de entre niebla. Aparentemente, ella también lo vio, porque soltó un chillido agudo y agitó los brazos hacia él, acelerando todo lo que le permitía su andar irregular. Con un suspiro, dejó la radio, sacó la larga llave inglesa de las trabillas de su cinturón y avanzó hacia ella.

Una vez se hubo deshecho de la enfermera, volvió a su mochila. La radio seguía haciendo ruido y parecía que se había vuelto más fuerte. James miró a su alrededor, iluminando la niebla con la linterna, con la esperanza de que la débil luz fuera suficiente para poder penetrar las densas capas de gris, pero no vio nada más, ni otras enfermeras, ni monstruos que se vinieran a él.

—Si no vas a llevarme con Harry, quédate en silencio—, le dijo salvajemente a la radio, y la apagó.

Mientras guardaba la radio en la mochila, pudo oír que algo flotó hacia él a través de la niebla, algo tan suave que al principio sonó como si no fuera nada. James levantó la cabeza y se congeló en su lugar, quedándose completamente inmóvil, tal como si se hubiera convertido en mármol, escuchando atentamente. Al principio, todo lo que podía oír eran los latidos de su propio corazón, retumbando en sus oídos, y luego... un débil y distante siseo de estática. Estática proveniente de otra radio.

Luchó contra cada instinto que surgió en él, cada parte de su cerebro que le exigía que se dirigiera hacia el sonido antes de que desapareciera, que dejara todo y corriera hacia el sonido que podría llevarle a Harry. Luchó contra todo eso, se lo tragó y cerró los ojos para poder escuchar mejor, para averiguar de dónde venía aquel sonido. Podría jurar que casi sentía que sus orejas giraban, como si fuera un un gato, para poder captar mejor la estática que débilmente resonaba.

Después de varios instantes de concentrar toda su atención en sus oídos, de esperar que el sonido no desapareciera, y que no fuera su imaginación jugando con él, James abrió los ojos y dejó escapar todo su aliento en un gran silbido; ni siquiera se había dado cuenta de que lo había estado conteniendo. El ruido aún estaba allí, procedente de algún lugar a su derecha. Se escabulló tras él, esforzándose por moverse en silencio y despacio, sabiendo que si el sonido comenzaba a desvanecerse, cargaría contra él con todo lo que tenía, mandando a la mierda el sigilo. Le asombraba cómo todo su mundo se había reducido repentinamente a ese sonido débil y amortiguado, un sonido que hace solo unos días habría aborrecido y evitado, y que ahora buscaba como si su vida dependiera de ello.

James se escabulló, deslizándose por el costado del edificio más cercano, siguiendo a sus oídos, y a la estática de la radio que esta vez comenzó a hacerse un poco más fuerte. Llegó hasta el borde del edificio y se allí se quedó, vacilando un poco ante la entrada del callejón entre los dos edificios. Estos se edificios se alzaban sobre él, amenazantes como dioses indiferentes y omnipotentes, y la niebla se acumulaba pesadamente en la boca del callejón. Al asomarse por la pared, vio una valla metálica de alambres, que bloqueaba el otro extremo del estrecho pasaje, un pasaje que parecía alargarse y extenderse irregularmente mientras él observaba. James parpadeó y sacudió la cabeza, y cuando volvió a abrir los ojos,  las proporciones del callejón habían vuelto a su normalidad, perdiendo aquellas dimensiones de extravagantes parques de atracciones, y se centró en la valla del fondo. Era varios metros más alta que él, hecho de eslabones de cadena cuales tenían esa eterna capa de óxido que cualquier cosa metálica en Silent Hill desarrollaba, y por supuesto, era rematada con un alambre de púas de aspecto despiadado que brillaba hacia él como una boca sonriente llena de colmillos.

No le gustaba. Aquello era un callejón sin salida, y si se metía en él, dejaría su espalda expuesta a cualquier cosa que pudiera seguirlo. No había visto a María (o lo que fuera que se había hecho pasar por María) desde que se perdió en la niebla, pero la idea de que ella regresara y lo acorralara contra la valla, le producía un terrible escalofríos. Pero, ¿y si ese ruido proviniera de la radio de Harry, o de la de Heather? ¿Podría realmente renunciar a esta oportunidad de posiblemente encontrar a su familia, por el miedo que tenía a las cosas de la niebla? ¿Era realmente ese cobarde, que afirmaba María?

Decidiendo que valía la pena arriesgarse, y que si el sonido atraía a alguna enfermera u otro monstruo, podría encargarse de ellos, llamó hacia el interior del callejón: —¿Harry?

El aire a su alrededor pareció congelarse en torno a la palabra, y terminó rebotando y rebotando por el estrecho callejón, creando un eco que se elevó trémulo por las paredes del edificio, desgarrando el nombre y descomponiéndolo en sus elementos más básicos, en una colección de sílabas inconexas y sin sentido.

No obtuvo respuesta, pero sí creyó ver algo moverse, sacudirse al otro lado de la valla. Esperó, conteniendo la respiración de nuevo, mirando fijamente el área donde algo se había movido, tratando de distinguir formas entre las sombras. Pero las sombras permanecieron inmóviles, ocultando sus secretos, y él estuvo a punto de darse la vuelta y alejarse disgustado, enojado consigo mismo por haberse dejado engañado por la acústica del edificio, cuando lo vio.

En la oscuridad llena de charcos, al final del callejón, contra otro edificio, vio una mano blanca salir de las sombras. Se quedó suspendida en el aire por un momento, luego se movió en un amplio gesto que a James le resultó tan íntimamente familiar como su propia cara en el espejo. Fue ese movimiento que hacía Harry cuando se apartaba el pelo de la cara.








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