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Capítulo 13



1.


La niña se mantuvo parloteando mientras saltaba a mi lado, haciéndome preguntas sobre mí, mi casa, mi escuela, mi vida... Lo que se le ocurría, lo vocalizaba, a menudo sin esperar a que yo respondiera, antes de volver a empezar con otra pregunta, y continuando con otra observación. Supongo que siempre supe que a los niños pequeños les gustaba hablar, pero esto sin duda se me hacía agotador. Por otro lado, hasta ahora no había visto un monstruo, lo cual debería ser alentador, pero no lo era. No pude evitar pensar que, dado que no estaba viendo a los monstruos más pequeños, había algo realmente grande a la vuelta de la esquina, esperando para atacar. Había jugado suficientes videojuegos (y pasado por los más grande horrores, pensé) para saber que, si no había monstruos en tierra para eliminar, era porque el jefe, grande y rudo, estaba al acecho cerca de aquí.

La niña debió haber notado que yo iba distraída, eso, o no me encontré respondiendo a sus preguntas lo suficientemente rápido, porque de repente dejó de saltar y comenzó a tirar de mi mano. La miré, incómoda al notar que el frío de su mano se había extendido por mi brazo, casi hasta mi hombro.

—¿Por qué pasas mirando hacia alrededor todo el tiempo?—, preguntó, luciendo algo molesta. —Estaríamos allí ahora si no siguieras parándonos.

Me sentí regañada como por alguien de la escuela primaria. Sin duda, este lugar se volvía cada vez más extraño. —Estoy atenta a los monstruos—, le dije.

Ella suspiró y puso los ojos en blanco, rodándolos hacia mí. —Todos los adultos aquí siempre están hablando de monstruos—, se quejó. —Yo nunca he visto uno, y llevo aquí mucho tiempo.

¿Nunca había visto uno? Eso era interesante. —¿Qué es lo que ves?—. Pregunté con cautela, no del todo segura de querer saber la respuesta.

Mirándome como si fuera la persona más estúpida del mundo, ella dijo: —Niebla. Edificios. A veces el lago. A veces también gente, pero casi siempre soy sólo yo—. Negó con la cabeza con decisión. —Pero no monstruos.

—¿Cómo es esa gente?—. Si describía a Claudia, iba a huir de ella gritando, lo sé.

Hizo una pausa, pensativa. —Está la triste... se parece un poco a ti, pero su cabello es de otro color, más oscuro. Está Eddie; no me agrada—, se estremeció dramáticamente, —¡Está loco! Siempre hablando de perros, y armas, y esas cosas. Está la señora de pelo amarillo y rosado ahí también—. Entonces dejó de hablar y, por un momento, pareció casi melancólica. —Ella se parece mucho a quien busco, pero no lo es. No es a quien estoy buscando, en absoluto.

Estudié su rostro por un momento; Puede que no conozca muy bien a los niños en general, pero ella sí me pareció que luchaba por no llorar. —Oye, oye, está bien—. La tranquilicé y me puse de rodillas para que mi rostro quedara a la altura del de ella. —¿A quién estás buscando?—, le pregunté suavemente. —Tal vez podíamos hacerlo juntas.

Entonces me miró a los ojos, buscando el truco, una mentira o alguna que otra pequeña crueldad, y al parecer, no encontrando ninguna, rompió a llorar en estridentes lágrimas. Lanzando sus brazos alrededor de mi cuello, enterró su rostro en mi hombro, en lágrimas y lamentos.

La abracé torpemente, acariciándole la espalda sin poder hacer mucho más, dejándola llorar. Su cuerpo estaba helado, y la forma en que se aferraba a mí me hacía temblar, pero sus lágrimas se sentían calientes cuando caían sobre mi hombro.

—Estoy... estoy... estoy b-buscando a Ma-Mary—. Balbuceó, una vez pasado el primer diluvio de lágrimas. No había terminado de llorar, (y con ello, reconocí un llanto muy necesario al sentirla), pero al menos su primera cruda angustia ya había terminado. Levantó la cabeza hacia mí, se limpió la nariz con el dorso de la mano y luego volvió a acurrucarse en mí.

—¿Quién es Mary?— Le pregunté. Ese nombre... me resultaba vagamente familiar, como si debiera conocerlo, como si lo hubiera oído mencionar antes en referencia a este lugar, pero nada vino a mi.

—Mary es mi amiga—, gimió. —La conocí en el hospital.

—¿Es el hospital de aquí cerca?—. Si era tan astuta como para hacer amigos en el hospital de este lugar, entonces debería de tener algunas habilidades locas, y por ello, definitivamente, debía mantenerla cerca conmigo.

Se echó hacia atrás y me miró como si estuviera loca. —¡No, el de aquí no!— espetó, con una voz llena de desprecio. —El hospital especial, el que tiene un nombre diferente. El Hospital de Hospicio.

—¿Hospicio?—. De repente, se me pasó por la mente la espeluznante idea del por qué siempre estaba tan helada. Me avergonzó admitirlo, pero me aparté un poco de ella cuando mi mente hizo conexión. Tal vez por eso no podía ver a los monstruos, tal vez por eso la dejaban en paz.

Ella chasqueó los dedos hacia mí. —¡Sí, ese es! ¡El hospital de cuidados paliativos!—. Su expresión se volvió esperanzada. —¿Conoces ese hospital? ¿Has visto a Mary?

Negué con la cabeza. —Me temo que no.

Entonces su expresión volvió a endurecerse. Se limpió la nariz de nuevo; su llanto pareció haber terminado y su desánimo fue reemplazado por algo más, algo duro y más familiar para ella. —Él tampoco sabía dónde ella estaba—, se quejó con amargura. —Debería haberlo hecho, pero no fue así.

—¿Quién es él?—. Pregunté, y en algún lugar, en los rincones más profundos de mi mente, me pareció tener una idea de quién estaba hablando.

Ahora, ella pareció verse realmente enojada. —James—, escupió, con su voz llena de veneno, de alguien mucho, mucho mayor. —Él era su esposo, pero no sabía por dónde buscarla, y ahora ella sigue perdida, ¡Y él se ha ido! ¡Como... como si simplemente se hubiera olvidado de ella!

Me puse de pie, sorprendida por su odio y hostilidad. —¿Qué... qué aspecto tiene James?—, le pregunté, aún sabiendo cual sería su respuesta.

Ella no me defraudó. —Es alto, adulto y tiene el pelo amarillo como el mío. Nunca sonríe, no habla mucho y... ¡Y mató a Mary!



2.



No debí haber tenido tanta prisa por ponerme de pie, ya que mis rodillas flaquearon debilitadas y volví a caer sobre ellas. Me recorrió una onda expansiva de rabia, protestando por el maltrato de ellas, pero lo ignoré, eligiendo en su lugar mirar boquiabierta a la niña. —¿Él... él la mató?—. Pregunté estúpidamente.

Ella asintió con vehemencia. —Él la mató, él mismo me lo dijo. Me la quitó, yo vine aquí a buscarla, y ahora no puedo encontrarla, ¡Y es culpa de él que ella se haya ido!—. Me miró con ojos brillantes y llenos de odio. —Nunca lo perdonaré por arrebatármela, ¡Nunca! ¡Era como mi mami, y ahora ya no está!

Me balanceé sobre mis talones, sintiéndome débil e impotente después de su cruel diatriba. ¿Era cierto todo lo que decía? ¿Podría Jayp realmente haber matado a su esposa? —No lo creo—, susurré.

La niña se inclinó hacia mí, examinando mi rostro con profundo interés. —¿Por qué no?—, exigió. —No te miento, debes creerme.

Bajé la cabeza, incapaz de mirarla a los ojos. —Porque Jayp no haría algo así—, murmuré.

No pensé que había hablado lo suficientemente alto como para que ella me escuchara, porque saltó hacia atrás como si hubiera tratado de abofetearla y casi cayó en su prisa por alejarse de mí. —¿Lo conoces?—, preguntó ella, incrédula. —¿Conoces a James y no lo odias también?

Negué con la cabeza. —Yo... no lo odio. Él es... él es mi James-Papá.

—¿Él es uno de los papis de aquí?—. Su rostro pálido estaba casi incandescente de ira e incredulidad. —¡No te creo! ¡Mientes, mientes, no puede ser uno de los papis!—. De repente se echó sobre mí otra vez, agitando pequeños puños y pies. Levanté los brazos para bloquear la vorágine de golpes, pero la niña era bastante buena, y algunos se colaron más allá de mis defensas, golpeandome en la cabeza.

Se cansó rápidamente y se quedó de pie frente a mi, sin aliento y jadeando por aire. Ella no tenía resistencia en absoluto. —¿Es uno de los papás?—, exigió.

En silencio, asentí. —Él... es uno de mis papás, desde que tengo siete años—, susurré.

—¿Por... por tanto tiempo?—, jadeó. —¡Pero... pero ya eres grande!

Levanté la vista, y vi que su rostro se había contraído en una máscara de dolor y tristeza indescriptibles. Nuevas lágrimas brotaron de sus ojos y, sin pensar, extendí una mano para abrazarla de nuevo, para tratar de quitarle algo de ese dolor de encima.

Ella retrocedió, apartando mi mano de manotazo. —¡Estás mintiendo!—, siseó. —¡Estás mintiendo, estás mintiendo, él no puede ser papá! ¡Él no te ama de verdad! ¡Él no ama a nadie!

Intelectualmente, sabía que ella estaba arremetiendo contra mí, tratando de lastimarme para aliviar la angustia que sentía en su interior. Mi cabeza lo sabía, pero trataba de convencer a mi corazón de algo que no quería creer. —Él me ama—, dije, mi voz débil e infantil. Yo misma estaba absurdamente al borde de las lágrimas. —Tal vez no estoy segura de muchas cosas, pero sí estoy segura de eso.

—Pruébalo—, ordenó, con una voz alta y cruel. —Dime cómo lo sabes.

Abrí la boca, pero nada pudo salir. Ella me fulminó con la mirada imperiosamente durante unos minutos, observando cómo mi boca se abría y se cerraba como la un pez, tratando de encontrar un ejemplo de alguna vez en la que supiera, sin lugar a dudas, que Jayp me amaba. Sin embargo, mi cabeza se sentía como si estuviera llena de algodón.

—¿Ves?—, se burló. —¡No puedes hacerlo, porque él no te quiere, ni a ti, ni a nadie!

Negué con la cabeza. —No, eso no es cierto, eso... ¡Espera!—. De repente, frunciendo el ceño, un enérgico recuerdo subió a la superficie del caos arremolinado en mi cabeza, brillante, lúcido y nítido.







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