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Capítulo 10



1.


Detuvo su caminata tan abruptamente que ella casi chocó contra él.

—¿Qué ocurre?—, preguntó la chica de cabello oscuro, y a Harry le pareció oír algún tono de preocupación en su voz confusa.

Él escuchó atentamente por un momento, pero luego negó con la cabeza. —Nada. Me pareció oír algo.

—La niebla hace que las cosas suenen diferentes—, le dijo ella de forma amable, como si le estuviese ayudando, y volvió a caminar detrás de él. Lo había estado siguiendo desde que él salió del cementerio, y cuanto más avanzaban sin que él se diera la vuelta y la enfrentara, ella más audaz se volvía, acercándose cada vez más hasta quedar a pocos pasos de él.

—¿A quién buscas?—, preguntó ella finalmente, después de que vagaran a través de la niebla el tiempo suficiente como para que ella perdiera casi todo el miedo y pudiera estar caminando a su lado.

—Alguien... alguien muy importante para mí—, le dijo Harry.

—¿Cuál es su nombre?

—¿Cuál es tu nombre?—, replicó Harry con algo de hastío; y resignado a viajar con ella, aunque sea por el momento, quería poder llamarla por lo menos de alguna forma.

—Ángela—, respondió rápidamente, sorprendiéndolo un poco. —Yo también buscaba a alguien—, le compartió. —Pero ella no estaba aquí. Me perdí, en su lugar.

Harry no respondió, no estaba seguro de cómo responder, pero ella pareció satisfecha con eso. Siguió trotando junto a él, tarareando de vez en cuando una musiquita que parecía desesperadamente fuera de lugar en aquel mundo envuelto en niebla y silencio.

—¿Eres una buena persona?—, preguntó ella abruptamente, a propósito de nada, en medio del constante silencio.

—¿Qué?—. Dejó de caminar (de cualquier forma, no tenía ni idea de adónde iba) y se volvió para mirarla. Ella lo miraba con ojos que de repente se habían vuelto agudos y lúcidos, con lo que Harry sintió súbitamente una punzada de miedo en lo más profundo de sus entrañas. A él no le gustaba ella cuando se ponía así; cuando parecía estar confundida, soñolienta, era un poco molesta pero, por lo demás, inofensiva. Pero así, de esta manera, despierta y consciente, la hostilidad irradiaba de ella, y él tuvo la sensación de que si hacía algún movimiento repentino hacia ella, ella lo atacaría como un animal salvaje.

Siguió mirándolo, con ojos entrecerrados y feroces. Y entonces él se dio cuenta de que no irían a ninguna parte hasta que ella tuviera una respuesta. —Eso intento...—, respondió lentamente.

—¿Tienes hijos?—, exigió.

—Sí, una hija.

Ella saltó hacia adelante tan rápido que él no tuvo tiempo de reaccionar. Con un veloz movimiento, le agarró por delante de la chaqueta de forma mortal, y tiró de él hacia ella, poniéndolo de puntillas, y él sintió algo helado y metálico, presionando contra su cuello.

—¿La has lastimado?—, ella gritó, con sus ojos rodando enloquecidos, y con la saliva acumulándose en las comisuras de los labios —¿Le has hecho algo a ella, enfermo bastardo?

Harry se quedó muy, muy quieto, luchando contra la gravedad para mantener el equilibrio; no creía que olvidaría jamás la sensación de un cuchillo en la garganta, sin importar la edad que tuviera. Él se estremeció un poco cuando ella presionó la hoja más cerca y fuerte, y pudo sentir que algo cálido y húmedo comenzó a correr por el cuello en un hilillo fino. —Nunca le he hecho daño a mi hija—, dijo con cuidado, sin amenazas. —La amo y nunca, jamás, haría algo para lastimarla.

Ángela lo miró fijamente por un instante más, y luego dio un paso atrás, soltando su mano de la chaqueta y aflojando el brazo que empuñaba el cuchillo. —¿Lo prometes?—. Preguntó, con la furia desapareciendo de su voz. Por un momento, le pareció tanto a Heather que hizo que su cabeza palpitara de dolor. —¿Lo juras, hasta la muerte?—, añadió, con una voz aguda e infantil ahora.

Harry levantó la mano y se frotó la frente, ignorando la forma en que la mano de ella con el cuchillo se crispó ante el movimiento. —Te lo juro, hasta la muerte—, prometió con un suspiro, repentinamente más exhausto. Deseaba volver a casa más que nunca en su vida.

De pronto, él frunció el ceño; por alguna extraña razón, ya no podía imaginar dónde estaba su hogar. Se dio un cuarto de vuelta lentamente, mirando hacia el suelo con confusión, sin quitar su mano de su cabeza. No podía recordar... Se estrujó el cerebro, tratando de concentrarse, pensando tan intensamente que podía sentir las venas de sus sienes palpitar, pero simplemente no pudo hacerlo. Sabía que tenía un hogar, podía imaginarse la casa en sí (Aunque, ¿estaba un poco borrosa, y los bordes también, o era solo su imaginación?), pero no podía recordar dónde estaba, ni como volver a ella. Era como si la vieja casa existiera en algún lugar en medio de una vasta llanura blanca y vacía, sin puntos de referencia a su alrededor, ni nada que lo ayudara a encontrarla ahora que estaba perdida.

Espera. ¿Era la casa la que estaba perdida, o era él?

—¡El árbol!—, dijo, y Ángela lo miró con más curiosidad aún. —¡Hay un roble en mi jardín delantero!—. La casa y todos sus amados detalles volvieron a él, llenando su mente con su presencia, con su realidad pura y firme una vez más, y respiró aliviado. Odiaba este olvido que se le estaba comenzando a producir, este tirón del tejido de la realidad, y sabía que cuanto antes saliera de este horrible lugar, todo sería mejor.

—Estás tratando de volver a casa—, le informó Angela. Su voz infantil desapareció y fue reemplazada por una plana y desinteresada.

Él asintió con la cabeza. —Sí. Tengo que encontrar a alguien aquí, y luego tengo que irme a casa.

Ella se encogió de hombros y se quedó mirando al vacío. —Si es que recuerdas el camino.

—¿Por qué me estás siguiendo exactamente?—, exigió Harry, repentinamente frustrado y cansado de ella y sus cambios de humor.

Ella lo miró con los ojos muy abiertos por la sorpresa. —Porque ellos no te ven.

—¿Quienes?

—Los monstruos—, le dijo, como si fuera la cosa más obvia del mundo.


2.


Una piedra salió volando de la nada.

En serio, incluso aquí, en este horrible lugar, ¿Quién tira piedras a la cabeza de los demás? No fue lo suficientemente grande, ni fue lanzada con la fuerza necesaria como para que hiciera algún daño, pero me asustó de muerte, y casi me hice meé encima cuando rebotó inofensivamente en mi cabeza.

—¿Qué carajo?—, pregunté hacia el vacío, realmente perpleja. Los monstruos con los que me había encontrado hasta ahora eran más del tipo de saltar y tratar de arrancarte la cara, no del tipo de criaturas que perderían el tiempo tirando piedras, sin mencionar que la mayoría de ellos carecían de la destreza necesaria incluso para recoger cosas pequeñas, y mucho menos para tirarlas. —¿Hay alguien ahí?

Escuché algo arrastrándose cerca, como si algo pequeño se moviera detrás de una fila de botes de basura desbordados. Sosteniendo una de las llaves inglesas de Jayp frente a mí, me acerqué a ellos con cautela. —¿Puedes entenderme?—, Pregunté, sin saber con quién (o qué) estaba hablando, pero sabiendo que no era Jayp ni papá.

Uno de los botes de basura se volcó hacia mí, arrojando basura en forma de un arco, y salté hacia atrás para evitar que me salpicara. Detrás de las otras latas de basura, vi una figura pequeña y escurridiza moverse.

—¡Oye!—, Grité, comenzando a enojarme. —¿Qué diablos te pasa?—. Fuera lo que fuese, no era un monstruo; aquí nada perdía el tiempo como esta cosa, arrojando piedras y empujando botes de basura como un aficionado.

Un pequeño rostro asomó por detrás de las latas de basura, y me sorprendió ver a una niña pequeña mirándome. Al menos, creo que era una niña pequeña; tenía grandes ojos azules y el cabello rubio, y se veía como una típica niña normal... pero ninguna niña que haya visto antes, ha tenido una expresión tan odiosa, con tanta rabia y angustia en sus ojos. De hecho, me alejé con un paso de ella, no queriendo quemarme con esos horribles ojos ardientes.

—¡Te odio!— espetó la niña. —¡Sé quién eres y te odio!

Salió corriendo y, sin pensarlo dos veces, la perseguí. Ella era la única cosa con apariencia humana a la que había visto hasta ahora, y no iba a dejar que se escapara hasta que tuviera la oportunidad de averiguar por qué estaba aquí. Y, admití para mis adentros, sabiendo que podría sonar egoísta, pero tal vez ella incluso podría saber dónde estaba papá, o tal vez haber visto a Jayp, y podía indicarme la dirección correcta, porque sé que estaba dando vueltas en círculos.

Giré en una esquina, para verla deslizándose por un estrecho pasadizo entre dos edificios. —¡Mierda, no!—. Murmuré, y me metí detrás de ella. Era muy estrecho y apretaba demasiado, especialmente con mi mochila, pero me las arreglé, y corrí tras ella en cuanto salí por el otro lado.

Claramente, el hecho de que yo atravesara el pasadizo la sorprendió, porque no comenzó a correr de nuevo hasta que yo casi lo hubiese atravesado. Su error de juicio fue mi ventaja, y logré alcanzarla y agarrarla de la muñeca tras unos pocos pasos más.

Dando gracias en silencio a cualquier dios que vigilase lugares como éste por haber corrido esta corta maratón, me detuve en seco, casi tirando a la niña de sus pies que conectaban al suelo cuando siguió avanzando, llegando al final de la longitud de mi brazo. En lugar de actuar asustada, como lo haría una niña normal después de ser perseguida y atrapada por un extraño, se dio la vuelta y comenzó a sacudirme con su mano libre, haciendo todo lo posible para golpearme en cualquier lugar al que pudiera llegar.

—¿Cuál es tu problema?—, exigí, agarrando su otra muñeca y obligando a sus brazos a quedarse quietos.

Ella me miró a la cara, con su pecho palpitante y agitado por la falta de oxígeno tras nuestra carrera. —¡Te odio!—, gruñó, y una vez más luchó por liberarse.

—¡Sí, lo sé, ya me lo dijiste!—. Para ser una niña pequeña, era fuerte y daba una pelea bastante buena. —¿Cómo me conoces?

—¡Te odio!

—¿Por qué?

La verdad es que no esperaba una respuesta, pero cuando respondió, casi dejo caer sus manos por la sorpresa. Estoy segura de que habría vuelto a huir si eso hubiera sucedido, y tal vez fue sólo el impacto ante su respuesta lo que me hizo aguantar.

—¡Porque tu papá viene a buscarte!

—¿...Qué?—. Tal vez fue mi tono más suave, tal vez fue mi sorpresa. No sé, pero eso logró que ella se calmara un poco y dejara de luchar contra mí. Todavía me lanzaba dagas con los ojos, pero al menos ya no intentaba golpearme.

—Tu papi trata de encontrarte—, espetó, con los ojos desolados por los huecos de su rostro. —Él te está buscando y te quiere traer a casa—. Empezó a forcejear de nuevo, pero esta vez con menos entusiasmo. —¡Nadie vino a buscarme a mí, y tú tienes dos papis buscándote, y no es justo!

—¿"Dos papis"? Un momento... ¿Los has visto? ¿Sabes dónde están?— Ella tenía información, información valiosa que yo deseaba desesperadamente y, en este momento, estaba dispuesta a hacer absolutamente cualquier cosa para saber lo que ella sabía. Sin embargo, de alguna manera, sabía que ser agresiva no me llevaría a ninguna parte tampoco.

Un pequeño pie salió disparado y conectó duramente con mi canilla. La niña podría ser pequeña, pero pateaba como un maldito caballo. Salté hacia atrás unos pasos, manteniéndola alejada con el brazo extendido. Incluso con ello, ella se tambaleó hacia adelante, tratando de acercarse lo suficiente para dar otra patada.

—¡Deja de patearme, por favor!—. Supliqué. —¿Qué quieres decir con "dos papás"? ¿Sabes dónde están?

Creo que la mocosa reconoció el anhelo en mi voz; era eso, o se estaba agotando, por lo que de cualquier forma, dejó de agitarse y volvió a quedarse quieta. Respiraba con mucha dificultad, mucho más de lo que debería, y por un momento llegué a preguntarme si estaba enferma. Tenía una espantosa y blanca palidez en su piel, y era flacucha, realmente demasiado delgada.

—Hay dos papás aquí en este momento—, me dijo, con la voz aún enfadada, pero también comenzaba a calmarse de a poco. —Dos papis, y ambos te están buscando.

—¿Los has visto? ¿Sabes dónde están?

Me miró con los ojos entrecerrados, pero supongo que debí de parecerle una extraña combinación de esperanza, tristeza y desesperación, porque su rostro se suavizó un poco. —Vi al papi con el pelo oscuro.

—Papá—. Susurré, y hasta yo pude oír lo sola y desesperada que sonaba. Bajé la cabeza, incapaz de mirar a la niña a los ojos, y traté de no llorar. Pero no tuve éxito.

Sin pensarlo, solté a la niña con una mano para secarme los ojos. Ella no trató de alejarse; algo en mis lágrimas la cautivó, y esperó pacientemente hasta que yo volviera a estar bajo mi control. Moví mis manos hasta sus hombros (huesudos hombros que parecían puñales cubiertos por una fina capa de piel y ropa) y la miré directamente a los ojos.

—Estoy buscando a mis papás—, le dije. —Me gustaría mucho que me ayudaras a encontrarlos, pero si no quieres ayudarme, te agradecería mucho que me dijeras dónde los viste—. Ella asintió, ahora mirándome con curiosidad, que yo prefería mucho más a la hostilidad. —Si te dejo ir, ¿volverás a huir?

Ella pensó en eso por un minuto, luego negó con la cabeza.

Entonces quité mis manos de sus hombros. Ella tembló por un minuto, como si estuviera pensando en correr de nuevo, pero luego pareció cambiar de opinión y decidió quedarse. —Yo... yo vi al papi de pelo oscuro cerca del lago—, me dijo, y su voz sonaba ahora casi tímida. —Iba caminado hacia allá.

—¿Viste al otro?—. No es que Jayp fuera mi prioridad en este momento; él podía cuidarse solo, y además, yo todavía estaba enojada con él... pero sería bueno saber dónde podría haber estado para futuras referencias. Todavía le debía una patada en el trasero.

—No—, me dijo. —Pero sé que él también está aquí. El aire se siente diferente, por eso lo sé.

—De acuerdo—. Me lo pensé por unos momentos y luego le pregunté. —¿Quieres venir conmigo?—. La niña ya parecía ser grande y poder andar por las suyas, pero no podía dejarla sola en medio de la niebla.

Ella me miró con unos ojos muy abiertos por la sorpresa. —¿Tú... quieres que te acompañe?—, preguntó, como si nunca hubiera considerado tal cosa en toda su vida.

—Sí, claro. Quiero decir...—, e hice un amplio gesto hacia la niebla, —...no puedo dejar que los monstruos te atrapen, ¿verdad?

Su frente se arrugó en un ceño fruncido, como si no entendiera lo que acababa de decir. —Está bien, vamos—, decidió finalmente, y deslizó una de sus pequeñas manos en una de las mías. Me sorprendí, no esperaba eso en absoluto, pero ella me miró y me dedicó una media sonrisa antes de empezar a tirar de mi mano. —El lago está por aquí—, me informó, y me dejé llevar.

Su mano era como sostener un guante lleno de cubitos de hielo.








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