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Capítulo 1


(Si gusta, puede leerse escuchando la música ambiental para sentirse más interno de este primer capítulo. Que lo disfrute).

1.

Observó cómo hacían bajar el ataúd al suelo, y pudo sentir como una parte de su alma era arrancada de su cuerpo, y ahora descendía con él.

Heather estaba junto a él, temblando como una hoja y llorando en silencio. En lo más profundo de su mente, o al menos las partes que no estaban completamente consumidas por el dolor, se alegró de que ella estuviese llorando; había estado casi catatónica durante la última semana, mirando al vacío, olvidándose de comer hasta que él tuvo que forzarla a hacerlo, deambulando por la casa, aturdida, a horas intempestivas. Al menos las lágrimas mostraban que todavía era humana, que todavía estaba presente en su propia mente y cuerpo, al menos en alguna parte, y que ella entendía todo. Eso era lo que más le había asustado, la idea de que ella no entendiera lo que estaba pasando, y estuviese negando la realidad de la situación. Conocía el peligro de ese tipo de pensamiento, lo sabía de primera mano. Pensar así, negarse a aceptar lo que había sucedido, era simplemente atractivo para ese lugar, poderoso.

Por supuesto, él tampoco era inocente de esos oscuros pensamientos.

El reverendo de traje alquilado, que no los conocía y nunca lo haría, parloteó algo sobre el Valle de la Sombra de la Muerte y el temor a ningún mal. Sabía que se trataba de la típica jerga funeraria, la había oído antes y sin duda la volvería a oír, y se preguntó ociosamente si alguna vez aquella, habría consolado a alguien, en algún momento. Además, quienquiera que lo hubiese escrito, era seguro de que nunca había estado en presencia del verdadero mal. La muerte no caminaba a través de un valle y se asociaba con el mal; la muerte acechaba en los pasillos mal iluminados, frecuentaba las calles neblinosas, aparecía de repente en los tejados y se manifestaba con un estallido de interferencias de radio, y el hedor a sangre y óxido.

Comenzó; alguien, probablemente el del traje alquilado, le había puesto una rosa en la mano. James lo miró estúpidamente, tan perdido en sus pensamientos y en su dolor, que no tenía idea de qué se suponía que debía hacer con ella. Entonces Heather, sosteniendo su propia rosa, dio un paso adelante y la dejó caer en la tumba abierta, donde rebotó una vez y luego descansó sobre la parte superior del ataúd. Su otra mano, todavía agarrando la muñeca de James con una fuerza nacida de la desesperación, tiró de él hacia adelante. Extendió su propia rosa hacia el borde de la tumba y la soltó. La vio caer, girando en el aire antes de posarse junto a la rosa de ella.

—"Polvo eres y en polvo te convertirás"—, entonó el reverendo contratado, y arrojó un puñado de tierra detrás de sus rosas. Frunció el ceño, viendo cómo la tierra salpicaba las rosas y estropeaba la superficie brillante del ataúd de madera. Eso no estaba bien, no estaba bien que tuviera que estar tan sucio, tan... definitivo.

El reverendo dejó de hablar, y se encontró vagamente agradecido de que el hombre finalmente se hubiera callado y no hubiera tenido que ignorarlo por más tiempo. Luego, Heather comenzó a sollozar y a agarrarse a él, hundiendo su cara en su hombro y aferrándose con fuerza a la parte trasera de su traje. Mecánicamente, la rodeó con sus brazos, sabiendo que debía consolarla, pero sin saber cómo, sin saber cómo consolar a otra persona cuando su propio dolor parecía ser tan insuperable.

—Oh, Jayp—, lloró ella, con sus palabras amortiguadas contra él. —Oh, Jayp, ¿Qué vamos a hacer sin él? ¿Qué vamos a hacer?

James Sunderland no tenía idea de cómo responderle, así que la abrazó lo mejor que pudo mientras miraba hacia abajo, a la tumba; con sus ojos sin lágrimas, clavados en el ataúd de Harry Mason.

2.

Se encontraba en el sótano. Aquel sótano que se había convertido en un taller a lo largo de los años. Estaba lleno de herramientas, pedazos de madera y metal, y olía agradablemente a aserrín y aceite. Harry lo había llamado "La Cueva del hombre de James", recordó, y sintió una punzada de dolor tan fuerte que fue incluso físicamente doloroso. Cerró los ojos, deseando poder llorar, deseando que las lágrimas vinieran porque entonces la pérdida se sentiría real, pero al mismo tiempo luchó contra ellas, porque así el llanto la haría definitivo. Si lloraba, estaría admitiendo que Harry realmente se había ido. Ido como su madre, ido como Mary... se había ido como casi todos los demás por los que alguna vez se preocupó, todo convertido en polvo y huesos.

Abrió los ojos y miró críticamente el desorden en su mesa de trabajo. La radio antigua yacía en pedazos frente a él, sus diversos componentes estaban cuidadosamente clasificados en montones y organizados de acuerdo con el orden en el que se volverían a armar. James había desarmado la radio más veces de las que podía recordar a lo largo de los años, e incluso en su inmensa y abrumadora tristeza, sus manos sabían qué hacer para volver a armarla. Los viejos y familiares movimientos lo arrullaron, lo calmaron, lo distrajeron lo suficiente como para que no tuviera que pensar, y tampoco sentir.

—¿Jayp?


Ante el llamado, se volteó. Heather estaba de pie en lo alto de las escaleras, sosteniendo un viejo álbum de fotos. Su cabello rubio era un desastre y sus ojos estaban rojos, pero al menos se le veía alerta, presente en su propio cuerpo y mente otra vez. Se dio cuenta de que ella estaba usando una de las viejas camisas para correr de Harry, que se holgaba y se hundía alrededor de su pequeña figura femenina ya formada por la adolescencia, pero decidió no mencionarlo.

James trató de forzar una sonrisa, pero se detuvo cuando se dio cuenta de que probablemente se parecía más a una triste mueca. —¿Si, Poco?

Apretó el álbum contra su pecho, usando ambas manos para sostenerlo como una ofrenda sagrada, en lo que, en cierto modo, se había convertido. —¿Puedo sentarme contigo un rato? Me... me siento...—, su voz se encogió un poco, —Me siento un poco sola.

Le hizo un gesto para que bajara las escaleras. Sin decir palabra, bajó corriendo por ellas y se sentó junto a él en la mesa. Con cuidado, él empujó algunas de las partes de la radio, y captó la mirada significativa del hombre. James miró su camisa y luego levantó una ceja hacia ella. Ella se sonrojó un poco y miró hacia otro lado, la implicación era clara: No preguntaré por la camiseta, tú no preguntas por la radio.

Puso el álbum sobre la mesa de trabajo y lo abrió con cuidado, con reverencia. Ella pasó las hojas a un lugar aproximadamente de un tercio del camino, y James se dio cuenta con eso de que lo que ella quería era ver las imágenes en las que estaban él también, pues la primera parte del álbum estaba dedicada a las fotos tomadas de antes de que él se hubiese unido a la familia. Quería sentirse halagado, pero sospechó que ella ya había repasado las primeras fotos de ella y su padre.

Heather pasó las páginas en silencio, lentamente, mirando con anhelo cada foto en la que aparecía su padre, y dedicando mucho menos tiempo a las fotos en las que eran solo de ella. Se detuvo en una en particular, y se lo señaló, y con ello, James dejó de fingir que trabajaba en la radio. —¿Te acuerdas de esto?—, preguntó, tratando de sonreír, aunque su voz fue traicionada por las lágrimas que acechaban justo detrás de sus ojos. —Esa fue tu primera Navidad con nosotros.

James asintió, sintiéndose ligeramente avergonzado. —Nuestra primera Navidad en esta casa.

—Tú me regalaste una cámara.

—Y la usaste para tomar esa foto—. Estudiaron la foto juntos. Mostraba a James y Harry sentados uno al lado del otro en el sofá; Harry sostenía una taza de café y reía, con un brazo alrededor del cuello de James, quien intentaba evitar que le tomaran una foto, luciendo vagamente hosco. Uno de los brazos de James estaba enyesado; se había caído del techo varios días antes, mientras intentaba ayudar a Harry a colocar los adornos navideños. Los tres tuvieron que pasar varias horas en la sala de urgencias, y luego, la noche en el hospital, cuando una tormenta cerró las carreteras.

Pasó unas cuantas páginas más, y luego saltó otras varias más que solo tenían fotos de ella. Se detuvo en una página, que no era una foto, sino un recorte de periódico. Tocando ligeramente la página, susurró: —Papá lucía tan guapo con esmoquin...

—Así es—, admitió James, mirando el recorte con ella. Fue tomada hace cerca de cinco años, cuando Harry ganó un premio literario. Nada enorme, pero tampoco precisamente menos. La foto del recorte mostraba a Harry aceptando el premio y sonriendo a la cámara, luciendo nervioso y un poco cohibido. James recordaba esa noche por una razón que nunca jamás podría compartir con Heather; esa noche, en su hotel, fue la primera vez que dejó que Harry estuviera sobre él. Le tomó cinco años de persuasión gentil, hablar y resolver sus complejos, pero finalmente pudo darle a Harry lo que alguna vez se le había arrebatado, y lo único que lamentó fue que le tomó mucho tiempo recuperarlo. Harry siempre fue tan tierno, considerado y paciente con él, y lo que James pensaba, era que nunca pudo jamás devolverle nada. Todo lo que había hecho en sus diez años juntos fue tomar, tomar y tomar de él.

Heather lo miró. —¿Estás bien?

James parpadeó rápidamente varias veces, sus ojos estaban calientes pero secos. Las lágrimas no vendrían aún. —Estoy bien—, le dijo, un poco más cortante de lo que pretendía.

Ella se detuvo a mirarlo un poco más, y luego negó con la cabeza. —No, no lo estás—, dijo simplemente, y comenzó a pasar las páginas del álbum de nuevo.

Miraron las fotos en silencio durante otra media hora, ambos estudiando con avidez las fotos de Harry, ambos perdidos en sus propios recuerdos privados. Finalmente, Heather pasó a la última página, que era su propia foto de graduación de la escuela secundaria.

Tomada hace solo dos semanas, mostraba a los tres, Heather de pie entre los dos hombres de su vida, radiante, con su diploma enrollado en una mano. Harry tenía un brazo alrededor de su cintura y su rostro estaba iluminado por el orgullo y el amor. Parecía mayor que en las primeras fotos; tenía algunas líneas finas alrededor de los ojos y remolinos plateados en el cabello oscuro en las sienes, remolinos que pensó que lo hacían parecer un poco más mayor, lo que James pensó que lo hacían lucir distinguido. El propio James tenía un brazo alrededor de los hombros de Heather y también sonreía con orgullo. Parecía mayor también, su cabello rubio comenzaba a desvanecerse a plateado en algunos puntos y sus músculos ya no estaban tan definidos como antes. Los tres parecían excepcionalmente felices. Era una foto hermosa.

Una lágrima cayó sobre la página. Los hombros de Heather temblaron con sollozos silenciosos mientras pasaba la mano sobre la foto, cubriéndose con su mano a sí misma y a James de modo que sólo su padre le sonriera. Torpemente, James la rodeó con un brazo, un poco envidioso de su capacidad para dejarlo salir todo y expresar su dolor. Ella se volvió hacia él y volvió a llorar sobre su hombro.

—No es justo—, gimió. —No puede ser justo...

—Nunca lo es, Poco. Nunca lo es—. La abrazó con fuerza, consolándola lo mejor que pudo, con lo que sospechaba que pudiese ser un pobre sustituto del tipo de consuelo que Harry pudiese haberle dado si sus papeles se hubieran invertido. No por primera vez, deseaba que lo fueran.

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