Me incomoda lo constante que caigo en la misma antesala, en el mismo papel.

La tortura condescendiente del que está donde no debe, aunque lo inviten, porque siempre está demás, porque siempre es incomprendido o porque, simplemente, le ha sido negada la oportunidad de estarse en algún lado.

Me incomoda la respuesta del asiento vacío porque nunca responde.

Ese es mi papel, al parecer, y debo comprenderlo sin manual de instrucción. La premisa del asiento vacío, la ley del fantasma merodeador, del escribiente que escribe como método único de darse voz, de tenerla, de usarla consigo mismo porque nadie desea escuchar.

Me incomoda el instante de mi ceguera, aunque haya notado todo desde la tribuna.

La ignorancia de la que me obligo a dar bocado no funciona, nunca, aunque intente zafarme de mi asiento vacío. Pero lo llevo conmigo, siempre a cuestas, en el mirar, sembrado en la matriz misma de mis palabras, en el núcleo de mi hora cero: soy yo mismo.