Porque, si la arena va y viene, como la brisa, como tictac de reloj, nosotros rondamos el mismo sendero, el mismo paisaje.

Rostros de perfil se ahogan en la incertidumbre que aquel horizonte dibuja, amalgamando tristezas hostiles con pálidas caras.

Si, acaso, pudiera yo preguntarme a dónde van, prefiero preguntarme por qué sigo aquí, por qué deambulo entre angustias voladoras con las carnes desnudas sin sentir frío. ¿A dónde me ha tirado mi trágico destino?

Desfallecido crepúsculo, al margen del tan inerte estruendo, vocifera colores erráticos a lo largo y ancho del falso espejo celeste.

Mis párpados mueren como muere el día, de momento, pero no hay sombras ni luces, ni lunas, ni soles. ¿Dónde ha quedado, entonces, aquel ilusivo brillo?

¿Por qué el drama sucumbe entre mi mirar afligido y la moneda rota de este paraíso perdido?

Este sentimiento no tiene más que una obligación: abrir la mente y ahogar, con locura, el corazón.

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Texto original: año 2016.

Esta versión (corregida y editada): año 2019.