XIII
Cuando las ciudades se apagan se encienden velas negras a mitad de la noche.
Cuando las ciudades se apagan quedan las almas de unos en suspenso, con la vida en forzada pausa y los designios de la carne vueltos pena y desatino.
Cuando las ciudades se apagan se diluyen en las sombras muchas voluntades.
Aunque sea muy por la mañana, aunque sea en punto el medio día o sea temprana la luz de la tarde, las ciudades yacen ya perdidas en lo sombrío, entumecidas por cantos y clamores de una salvación necia, pérfida y maldita.
Cuando las ciudades se apagan se confunden los vivos con los muertos, porque nadie parece ya vivir.
En las calles, como si nada, duermen los vecinos, derrotados por lo extendido que ha cantado el velo siniestro del fracaso, del hambre y el olvido.
Las velas negras pueblan las casas, las gentes pueblan ya las calles, muertos antes de morir.
Cuando las ciudades se apagan se olvidan de todo lo que hay presente, porque nada se ha quedado dicho enserio.
El dilema sigue de largo un camino recto, las velas negras bailan, aunque el sol haya ya salido.
Nadie ha siquiera dormido. Nadie está del todo despierto. Solo el despojo del aliento les confiere vista, oído y tacto aunque nadie vea ya nada, aunque nadie escuche ya nada, aunque nadie toque ya nada, solo el desespero.
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